– Se burla usted de mí -la acusó Hester.
– Sólo un poco, cariño. Si no encontramos trabajo para usted en un hospital, no le costará encontrar un puesto de enfermera particular. Escribiré a la señorita Nightingale y veremos qué nos aconseja. -Su rostro se ensombreció-. De momento, creo que la situación del señor Monk es bastante más acuciante. ¿Tiene otras habilidades aparte de las relacionadas con la detección?
Hester se concedió un momento de reflexión.
– No creo.
– Entonces no le queda más remedio que hacer de detective. A pesar de este fracaso, lo considero dotado para esta profesión y sería un crimen que una persona se pasara la vida sin servirse del talento que Dios le ha dado. -Acercó la bandeja de los bollos a Hester y ésta tomó otro-. Si no puede ejercer estas dotes públicamente en la fuerza policial -prosiguió- tendrá que ejercitarlas a título privado. -Se iba calentando a medida que se ocupaba del asunto-. Tendrá que poner anuncios en todos los periódicos y revistas. Hay gente que ha perdido la pista de algún familiar y no tiene idea de dónde se encuentra. También hay robos que la policía no resuelve a entera satisfacción de los perjudicados. Con el tiempo el señor Monk irá haciéndose un nombre y seguramente se le confiarán casos en los que se han cometido injusticias o han provocado el desconcierto de la policía. -Se le iluminó el rostro-. O tal vez casos en los que la policía no ha visto que ha habido un delito y en cambio hay quien lo cree así y siente el deseo de demostrarlo. Lamentablemente, también hay casos en los que se acusa a una persona inocente y ésta quiere limpiar su nombre.
– Pero ¿cómo sobrevivirá hasta que tenga suficientes casos de este tipo para ganarse la vida? -dijo Hester, angustiada, limpiándose los dedos con la servilleta.
Callandra se quedó reflexionando unos momentos hasta que llegó a una decisión íntima que era evidente que la complacía.
– Siempre he deseado dedicarme a alguna cosa más interesante que las buenas obras, por útiles o meritorias que puedan ser. Visitar a los amigos, luchar a favor de la reforma de los hospitales, cárceles o asilos es algo que tiene un gran valor, pero de cuando en cuando conviene poner un poco de color a la vida. Me asociaré al señor Monk. -Tomó otro bollo-. Para empezar, aportaré el dinero necesario para cubrir sus necesidades personales y para la administración de las oficinas que necesita. A cambio, me cobraré algunos beneficios cuando los haya. Haré todo cuanto esté en mi mano para establecer contactos y buscar clientes y él hará el trabajo. ¡Así me enteraré de todo lo que me interese! -De pronto le cambió la expresión-. ¿Cree que él estará de acuerdo?
Hester intentó conservar un rostro totalmente sobrio, pero por dentro sintió que la invadía una oleada de felicidad.
– Imagino que tendrá pocas opciones. Si yo me encontrara en su situación, no dejaría escapar esta posibilidad.
– Excelente. Lo que haré entonces será ponerme en contacto con él y hacerle una proposición que se ajuste a estas condiciones. Ya sé que así no solucionaremos el caso de Queen Anne Street. Pero ¿qué podemos hacer con este asunto? Es sumamente desagradable.
Con todo, transcurrió otra quincena antes de que Hester llegara a una conclusión con respecto a lo que pensaba hacer. Había regresado a Queen Anne Street, donde Beatrice seguía tensa, tan pronto luchando para apartar de sus pensamientos todo cuanto tuviera que ver con la muerte de Octavia como un minuto después preocupada porque temía descubrir algún odioso secreto que no sospechaba siquiera.
Parecía que los demás se habían ido acomodando más o menos a unos esquemas de vida aproximadamente normales. Basil iba a la City la mayor parte de los días, donde hacía lo que tenía por costumbre hacer. Hester preguntó a Beatrice acerca de sus ocupaciones de una forma vaga y educada, pero Beatrice sabía muy poco acerca de la cuestión. Como sir Basil consideraba que no era necesario que pasara a formar parte de su campo de interés, había acallado con una sonrisa las preguntas que le había hecho al respecto en pasadas ocasiones.
Romola estaba obligada a abstenerse de sus actividades sociales, al igual que los demás miembros de la familia, debido a que estaban de luto. Pero Romola parecía dar por sentado que la sombra de las pesquisas se había desvanecido por completo y se movía por la casa alegre y despreocupada cuando no estaba con la nueva institutriz supervisando los deberes de los niños en la habitación destinada a clase. Sólo alguna que otra vez dejaba traslucir una infelicidad y una inseguridad que guardaba muy adentro y que tenía que ver con Cyprian, no con nada relacionado con el asesinato. Estaba absolutamente satisfecha de que el culpable fuera Percival y de que nadie más estuviera involucrado en los hechos.
Cyprian dedicó otras ocasiones a hablar con Hester y a preguntarle qué opinaba o qué sabía de todo tipo de cosas. Parecía muy interesado en sus respuestas. A Hester le gustaba Cyprian y se sentía halagada por el interés que le demostraba. Esperaba con impaciencia las pocas ocasiones en que estaban solos y podían hablar con toda franqueza y no de los acostumbrados lugares comunes.
Septimus parecía inquieto y seguía cogiendo oporto de la bodega de Basil, mientras Fenella continuaba bebiéndoselo, haciendo observaciones extravagantes y ausentándose de casa siempre que podía hacerlo sin incurrir en las iras de Basil. Nadie sabía dónde iba, si bien se avanzaban muchas conjeturas, la mayoría desagradables.
Araminta llevaba la casa de manera eficiente e incluso con estilo, lo que dadas las circunstancias del luto no dejaba de ser una hazaña, si bien su actitud con Myles era fría y desconfiada, en tanto que la de él con respecto a ella era de absoluta indiferencia. Ahora que Percival había sido detenido, Myles ya no tenía nada que temer y un mero enfado no parecía preocuparle mucho.
En los bajos de la casa todo el mundo iba a lo suyo y el mal humor era general. Nadie hablaba de Percival, salvo por accidente, para callar enseguida o cubrir el desliz con otras palabras.
En aquel tiempo Hester recibió una carta de Monk que le trajo el nuevo lacayo, Robert, y que ella se llevó arriba para leerla en su cuarto.
19 de diciembre de 1856
Querida Hester:
He recibido la inesperada visita de lady Callandra, que me ha presentado una propuesta profesional verdaderamente extraordinaria. Si no se tratara de una mujer de personalidad tan notable como la suya sospecharía que usted había intervenido en el asunto. Dadas las circunstancias, no sé qué pensar. No se había enterado de mi destitución de la policía a través de los periódicos porque no se ocupan de estas minucias. Están tan jubilosos con la solución del caso de Queen Anne Street que ahora sólo quieren que cuelguen rápidamente a todos los lacayos con ideas descabelladas en general y a Percival en particular.
El Home Office se congratula de la feliz solución que se ha encontrado, sir Basil es objeto de la simpatía y el respeto de todo el mundo y se ha propuesto la promoción de Runcorn. Entretanto Percival languidece en Newgate aguardando el juicio. ¿Es posible que sea culpable? Yo no lo creo.
La propuesta que me ha hecho lady Callandra (¡por si usted no está enterada!) es que abra un despacho como detective privado, oficina que ella financiará y promocionará dentro de sus posibilidades. A cambio de esto yo trabajaré y retiraré una parte de los beneficios en caso de que los haya. Todo lo que me exige a cambio es que la tenga informada de todos los casos que lleve, de la evolución de los mismos y de algunos aspectos del trabajo de detección. ¡Espero que lo encuentre tan interesante como se imagina!
Pienso aceptar, puesto que no tengo otra alternativa. He hecho lo posible para que lady Callandra entendiese que no es probable que se consigan grandes éxitos financieros. La policía no percibe el salario de acuerdo con los resultados, lo que no ocurre con el trabajo de los detectives privados. Si éstos no consiguen resultados satisfactorios durante una gran proporción del tiempo, acaban por no encontrar clientes. Por otra parte, las víctimas de la injusticia no siempre están en condiciones de pagar. Pese a todo, ella insiste en que tiene más dinero del que necesita y que para ella será una forma de filantropía. Está convencida de que le resultará más satisfactorio que dar los medios de que dispone a museos o galerías o asilos para pobres dignos… y también más entretenido. Yo pienso hacer cuanto esté en mi mano para demostrarle que no se equivoca.