– ¡Pero si él no tiene un chavo! -dijo William con la boca llena-. Siempre anda dando sablazos… por lo menos eso dice Percival.
– Pues eso quiere decir que Percival habla a tontas y a locas -lo reprendió Annie-, pero lo que yo no digo es que no fuera la señora Moidore, aunque es más probable que fuera la señora Kellard. Las hermanas se odiaban a matar.
– Pero ¿qué dices? -exclamó Maggie-. ¿Cómo quieres que la señora Kellard odiase a la pobre señorita Octavia?
– Pues porque Percival dijo que el señor Kellard estaba que bebía los vientos por la señorita Octavia -explicó Annie-. No es que yo haga mucho caso de Percival, porque tiene una lengua de cuidado, pero…
En aquel momento entró la señora Boden.
– ¡Basta de cotilleo! -dijo cortando por lo sano-. Y tú no hables con la boca llena, Annie Latimer. ¡En cuanto a ti, Sal, a lo tuyo! Tienes que raspar las zanahorias y limpiar la col para la cena. No es que te sobre tiempo para perderlo tomando tacitas de té, digo yo.
La última sugerencia fue la única que Hester consideró interesante para Monk cuando éste se presentó en la casa e insistió en volver a interrogar a todo el personal, incluida la nueva enfermera, a pesar de que le indicaron que ella no estaba en la casa cuando ocurrió el crimen.
– Olvídese de las habladurías de la cocina y dígame cuál es su opinión -le preguntó Monk en voz baja, por si pasaba algún criado junto a la puerta de la salita del ama de llaves y pescaba alguna frase al vuelo.
Hester frunció el ceño y vaciló un momento tratando de encontrar las palabras apropiadas para describir a Monk aquella curiosa sensación de azoramiento y de inquietud que había sentido cuando Araminta irrumpió en la biblioteca.
– ¿Ocurre algo, Hester?-No estoy muy segura -respondió ella lentamente-. El señor Kellard estaba asustado, de esto no me cabe la menor duda, pero no sé si era porque es el asesino de Octavia o porque en alguna ocasión se propasó con ella… o si se trataba simplemente de miedo porque era muy evidente que su esposa se regodeaba en la posibilidad de que sospecharan de él… e incluso de que lo acusaran. Ella… -Se quedó pensativa antes de emplear la palabra, porque era demasiado melodramática, pero al final la dijo porque no encontró otra mejor-. Lo torturaba, claro que -se apresuró a añadir- no sé cómo reaccionaría si usted acusara a su marido. A lo mejor lo atacaba para castigarlo por alguna pelea de índole personal y quizá lo defendería como una leona si otros lo atacasen.
– ¿Le parece que lo considera culpable? -Monk estaba de pie apoyado en la repisa de la chimenea, tenía las manos en los bolsillos y el rostro enfurruñado debido a la concentración de sus pensamientos.
Desde el incidente Hester había estado pensando intensamente en el asunto y tenía la respuesta pronta en los labios.
– Ella no le tiene ningún miedo, de eso estoy más que segura, pero sé que hay de por medio un sentimiento muy profundo que lleva aparejada una cierta amargura y creo más bien que es él quien tiene miedo de ella… aunque no sé si esto puede guardar relación con la muerte de Octavia o simplemente si ella dispone del arma precisa para herirlo.
Hester hizo una profunda aspiración.
– Tiene que ser muy duro para él vivir en casa de su suegro y estar bajo su jurisdicción, obligado constantemente a complacerlo o a afrontar situaciones desagradables. Y a lo que parece, sir Basil los dirige a todos con mano de hierro. -Hester se sentó de lado en el brazo de una butaca, postura que a buen seguro habría sacado de quicio a la señora Willis de haberla presenciado, tanto por el poco señorío que delataba como por el perjuicio que a su modo de ver debía de causar a la butaca-. No he visto mucho al señor Thirsk ni a la señora Sandeman. Ella lleva una vida muy ajetreada y tal vez la difamo si digo que estoy casi segura de que es aficionada a la bebida, pero vi bastantes casos en la guerra para reconocer los signos, incluso en las personas que menos lo aparentan. Ayer por la mañana la vi aquejada de un fuerte dolor de cabeza que, a juzgar por el esquema de su recuperación, no parecía tratarse de la dolencia de tipo corriente. De todos modos, quizá me precipito a sacar conclusiones porque la verdad es que sólo la vi un momento en el rellano cuando me disponía a ir a atender a lady Moidore.
Monk sonrió ligeramente.
– ¿Qué le parece lady Moidore?
Del rostro de Hester desapareció todo rastro de humor.
– Creo que está muy asustada. Sabe o imagina algo tan monstruoso que ni siquiera se atreve a afrontarlo, aunque tampoco puede apartarlo de sus pensamientos…
– ¿Qué sabe? ¿Que el asesino de Octavia es Myles Kellard? -preguntó Monk dando un paso adelante-. Hester… ándese con mucho cuidado. -La cogió por el brazo y se lo oprimió con fuerza, hasta casi hacerle daño-. Vigile y escuche siempre que se presente la oportunidad, pero sobre todo no haga preguntas. ¿Me ha entendido?
Hester retrocedió restregándose el brazo.
– ¡Y tanto que lo he entendido! Usted me pidió que lo ayudara… y eso hago. No tengo intención de hacer preguntas… no sólo no las responderían sino que además me echarían a la calle por impertinente y por meterme donde no me llaman. Yo aquí soy una criada.
– ¿Y qué me dice de los criados? -Monk no se movió de su sitio, siguió junto a ella-. Tenga mucho cuidado con los criados, Hester, especialmente con los lacayos. Es muy probable que alguno se hiciera ideas amorosas en relación con Octavia y que interpretara mal las cosas… o quizá las interpretara bien y ella se cansara de la aventura…
– ¡Dios mío! Ya veo que no es usted mejor que Myles Kellard -le echó en cara-. Vino a decir que Octavia era poco menos que una cualquiera.
– Cae dentro de lo posible -dijo Monk entre dientes y le salió como un siseo-. No hable tan alto. En la puerta puede haber toda una caterva de espías. ¿Tiene cerradura su dormitorio?
– No.
– Entonces trabe el pomo con una silla.
– No pienso en estas cosas… -Pero Hester se acordó de pronto de que Octavia Haslett había sido asesinada en su propio dormitorio en plena noche y no pudo reprimir un estremecimiento.
– ¡La mató una persona que vive en esta casa! -repitió Monk observándola de cerca.
– Sí -dijo Hester, obediente-, ya lo sé. Lo sabemos todos… esto es lo terrible.
Capítulo 6
La entrevista de Hester con Monk la había aleccionado. Volverlo a ver le había recordado que aquélla no era una casa corriente y que tal vez una diferencia de opinión, una disputa, cosas que en sí son aparentemente triviales, en un caso habían alcanzado una dimensión que había conducido a una muerte violenta y traicionera. Una cualquiera de aquellas personas a las que miraba desde el otro lado de la mesa o con las que se cruzaba en la escalera había apuñalado a Octavia una noche y la había dejado desangrarse en su cuarto.
No se encontraba muy bien cuando volvió al dormitorio de Beatrice y llamó con los nudillos en la puerta antes de entrar. Beatrice estaba de pie junto a la ventana contemplando el jardín en plena estación otoñal, observando al hijo del jardinero que barría las hojas secas y arrancaba unos hierbajos del macizo de áster silvestres. Arthur, cuyos cabellos agitaba el viento, lo ayudaba con esa solemnidad propia de un niño de diez años. Beatrice se volvió cuando entró Hester. Estaba pálida y tenía los ojos muy abiertos y cargados de angustia.
– Parece disgustada -dijo a Hester al tiempo que la observaba. Se acercó a la butaca pero no se sentó, como si pensara que el asiento podía ser para ella una prisión y quisiera disponer de libertad para moverse a su antojo-. ¿Por qué quería hablar con usted el policía? Usted no estaba en la casa cuando… cuando mataron a Octavia.
– No, lady Moidore. -El cerebro de Hester comenzó a funcionar a toda máquina buscando una razón plausible que pudiera librar a Beatrice del miedo que seguramente la turbaba-. No estoy demasiado segura, pero creo que se figuraba que podía haber observado alguna cosa desde mi llegada a la casa. Yo no tengo ningún motivo para mentir, puesto que no he de temer que pueda acusarme.