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Mori maldijo de nuevo.

– ¿Realmente no estás jugando conmigo, verdad?

– Esto no es un montaje para obtener más dinero del estudio. Realmente hablas en serio con respecto a retirarte.

– Sí, Mori. He terminado. Sólo quiero volver a ser un tipo normal y corriente que nadie conozca.

Mori resopló.

– Es demasiado tarde para eso. No hay ni una persona en este mundo con más de dos días de nacido que no conozca el nombre y la cara de Aidan O’Conner. ¡Cristo! has estado en más portadas de revistas que el presidente.

Y por eso era que no tenía intención de dejar su refugio, salvo por comida, cerveza y, quizás una vez al año, sexo… pero a lo mejor, con todo lo que había pasado, en vez de eso podía imaginarse usando muñecas inflables… algunas de las que había encontrado en internet estaban tecnológicamente muy adelantadas.

– No estás ayudando a tu caso. Además, creí que todo estaba olvidado.

Incluso a través del teléfono, pudo escuchar a Mori vocifer en su oficina.

– Sabes que eso no sucederá. No te entiendo hombre, realmente no te entiendo. Podrías ser dueño del mundo si quisieras. Es tuyo para que lo tomes-.

Como si a Aidan le importara eso… ¿Qué tenía de bueno ser dueño del mundo cuando no tenía otra opción que defenderse de cada persona en él? Personalmente, preferiría ser un mendigo con un único y verdadero amigo que un príncipe rodeado de hipócritas asesinos.

– Voy a colgar, Mor. Después hablamos-. Aidan desconectó el teléfono y lo lanzó de vuelta a la encimera donde aterrizó en otra foto donde él estaba con un vestido y una peluca barata. ¡Dios! todavía recordaba cuando una mentira como le hubiera encolerizado durante varios días.

Pero eso había sido antes de la traición que lo había herido tan profundamente, que había destruido cada nervio sensible en su cuerpo. A diferencia de la tormenta de fuego que había soportado, esos ataques no eran personales y no estaban dirigidos a él por la gente que una vez había llamado familia. Todos estos ataques eran sumamente ridículos.

Quitó la tapa a la cerveza y sostuvo en alto las fotos de su “familia”, que mantenía en la repisa de la chimenea al lado de sus cinco Oscares.

– Que se jodan todos -dijo sarcásticamente.

Pero al final, conocía la verdad. Había sido el único grandiosamente jodido. Puso su confianza en la gente equivocada y ahora se había quedado solo arreglándoselas con el desastre que le habían colgado, porque se había atrevido a amarlos más de lo que se había amado a sí mismo.

La vida no era nada sino dolor, y él era el rey de eso.

Dos años antes, hubiera dado la vida por esos miserables de la repisa. Les había dado libremente, a manos llenas, queriendo que ellos tuvieran una vida mejor que el infierno en que él había crecido.

Y aunque les había dado todo menos su vida, no había sido suficiente. Habían sido falsos y egoístas. Insatisfechos con sus costosos regalos, habían empezado a sustraer, y cuando él se había atrevido a cuestionarlos por el robo, habían ido tras la única cosa que le quedaba.

Su reputación y su trabajo.

Sí, la gente estaba enferma y él estaba cansado de los Judas a su alrededor. Se acabaron los días de ser usado por lo que podían sacar de él.

No quería nada de este mundo ni de sus habitantes.

Su mirada se posó sobre la escopeta para serpientes y osos que guardaba en la esquina de su cabaña. Dieciséis meses atrás, había cargado esa arma con la intención de matarse y terminar realmente con su dolor. Lo único que lo había mantenido vivo era que no quería darles la satisfacción de saber que le habían debilitado hasta ese punto.

No, era más fuerte que eso. Había venido solo a este mundo, y solo se quedaría y se defendería hasta el día en que Dios tuviera a bien sacarlo de allí. Que lo condenaran si se dejaba vencer por dos insignificantes basuras de pacotilla. No había salido de la pobreza con tanto trabajo y llegado hasta donde estaba, para abandonarlo todo por unos bastardos hipócritas.

“La confianza del inocente es la herramienta más útil del mentiroso”. Aidan se estremeció al recordar la cita de su novela favorita de Stephen King. Ciertamente habían comprobado que eso era cierto, sin ningún género de dudas. Y nadie había sido más inocente que él en todo esto. Gracias a ellos, su ingenuidad había sido masacrada en el altar de la traición.

Pero no más. Ahora no quedaba nada en él, excepto un hombre tan fuerte que nunca permitiría que nadie se le acercara tanto. Había desterrado toda la confianza. Desterró toda la ternura. Ahora le devolvería al mundo lo que éste le había dado.

Ira, odio y veneno. Y por eso era que mantenía sus caras sonrientes en la repisa. Para recordarse lo hipócritas que eran todos.

Aidan hizo una pausa al escuchar un ligero golpeteo. Sonaba como alguien en su puerta…

No. No era posible. Estaba demasiado lejos de todo. Por la vieja y apartada carretera de tierra que llevaba a su cabaña de troncos nunca subía nadie. Inclinó la cabeza, volvió a escuchar, pero el sonido pareció desvanecerse.

Resopló.

– Sí, genial, ahora estoy oyendo cosas.

Aidan dio un paso, escuchó el golpeteo otra vez.

Tal vez algo se había soltado. Cambió de dirección y regresó a su habitación.

– ¿Hola?

Maldijo hacia la amortiguada voz femenina. Maldición. Lo último que quería en su montaña era una mujer. Gruñendo, abrió la puerta de golpe encontrándose un bulto blanco y tapado en el escalón de su porche.

– Salga de mi propiedad.

– P-p-por favor. Me estoy congelando y mi automóvil se averió. Necesito llamar para pedir ayuda.

– Entonces use su teléfono móvil- Le cerró la puerta de golpe en la cara.

– No tengo cobertura aquí-. La voz era débil, y su suavidad lo atravesó.

No te atrevas a compadecerte de ella, idiota. Nadie se apiada de ti. Dale sólo lo que te han dado. Odio. Desprecio. Miró las fotografías en la repisa.

– Por favor. Me estoy helando. ¡Por favor, ayúdeme!.

Si no haces algo, se va a congelar ahí fuera. Su muerte estará en tus manos.

¡Y qué! Que se muera por estúpida. A veces el darwinismo es la mejor manera…

Pero sin importar lo mucho que su ira lo estaba carcomiendo y que su voz interior lo llamara estúpido, no podía dejarla ahí fuera para que se muriera.

Eres un jodido idiota.

– Diez minutos – gruñó cuando abrió la puerta -. Exactamente. Después la quiero fuera de mi casa.

– Gracias- dijo ella, pasando al interior.

Aidan mantuvo el labio torcido mientras la observaba avanzar lentamente hacia el fuego. Ella dejó un rastro de nieve en el suelo de parqué.

– No ensucie la casa.

– Lo siento – dijo ella, su voz todavía distorsionada por la bufanda de lana rosa que se había puesto sobre la boca y la nariz. Todo lo que podía ver de su cara eran un par de ojos de un tono de azul tan pálido que prácticamente brillaban-. Realmente hace frío fuera.

– Como si me importara -dijo Aidan en voz baja antes de moverse para coger su teléfono móvil de la encimera. Volteó hacia ella y se lo tendió-. Que sea rápido.

Ella se sacó los guantes de piel blanca dejando ver unas delicadas manos de color rosa brillante a causa del frío. Temblando, se bajó la bufanda.

Aidan contuvo la respiración cuando vio su rostro, y una oleada de lujuria lo bombardeó. De huesos finos y aristocráticos, era hermosa. Pero más que eso, era la misma mujer que había visto en el sueño la noche anterior, la que había detenido la lluvia.

Qué jodidamente raro…

Sin una palabra, ella cogió el teléfono de su mano y marcó.

Se quedó inmóvil mirándola. ¿Qué probabilidad había que una persona desconocida saliera de sus sueños y se presentara ante su puerta necesitando un teléfono? Especialmente la mujer cuyo rostro lo había estado persiguiendo todo el día.

Deberías jugar a la lotería…

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