– Te amo, Aidan -dijo ella mientras alzaba sus ojos-. No podía permitir que Zeus te matara. Nunca podría ver a otra persona que amo morir delante de mí. -Levantó la mano para posarla suavemente en su mejilla-. Fue por eso qué tuve que matar a Dolor. Sabía que Donnie únicamente lo convocaría otra vez y no quise que te hiriera más. No podía arriesgarme.
Sus propias lagrimas aumentaron con las palabras de ella. La apretó contra si antes de alzar la vista hacia Hades y M'Adoc.
– Tenemos que salvarla. Decidme que hay que hacer.
Hades dejó salir un aliento cansado.
– El Thunder-Bluster [3]la quiere muerta. No hay nada que podemos hacer. Si la curamos, hará llover sobre ella todas las clases de dolor. Lo menos malo que puedes hacer es dejarla ir.
– ¡No! ¡Sálvala!
Pero el dios no le escuchaba. Hades retrocedió y miró a M'Adoc.
– Bríndales intimidad para que se digan adiós.
Aidan vio la compasión en los ojos de M'Adoc antes de que este se desvaneciera. Hades actuó igual.
Ahora a solas, aspiró el olor del pelo de Leta.
– Desearía haber nacido humana-susurró ella contra su cuello.
– Yo no cambiaría nada de ti.
Él sintió su sonrisa cuando ella ciñó el agarre en su pelo. Un instante más tarde, expulsó su último aliento y cayó laxa en sus brazos.
Por tres latidos completos de corazón, Aidan no se movió. No podía. Le llevó mucho tiempo ajustarse a la realidad.
Leta estaba muerta. Había dado la vida para salvar la suya.
Se negaba a creerlo. Atrayéndola hacia si, la miró. Sus ojos estaban parcialmente abiertos, su cara grisácea. No había ninguna vida en sus ojos. La sangre los cubría a ambos.
– Despiértate -dijo en voz baja, sabiendo que esto era una petición imposible-. No me abandones, Leta. Por favor.
Pero todos los ruegos del mundo no cambiaron nada. Ella se había ido y él estaba solo.
Su corazón se hizo pedazos, la arrastró contra él e hizo una cosa que no había hecho desde la noche en que sus padres habían muerto. Sollozó.
Meciéndola en sus brazos, la sostuvo por lo que pareció una eternidad mientras lloraba. Todo lo que quería era retroceder el tiempo y cambiarlo todo. Empezar de nuevo.
Para decirle que él también la amaba.
– Te amo, Leta-susurró en su oído, sabiendo que no podía oírlo.
¿Por qué no se lo había dicho antes?
Pero claro, él lo sabía. Había tenido miedo de expresarlo. Miedo a que ella lo utilizara de alguna forma para herirle. Ahora sencillamente nunca sabría cuanto había significado para él. Era tan injusto.
– Ella lo sabe.
Aidan alzó la vista para encontrar una alta y hermosa mujer rubia que estaba de pie ante él.
– ¿Quién eres?
– Persephone. -Se arrodilló a su lado con compasión en los ojos-. Siento tu pérdida. Leta era una mujer maravillosa.-Sacando un pequeño pañuelo negro, le enjugó los ojos-. Tienes que volver a casa ahora. Cuidaré de ella por ti.
– ¡No!
– Aidan -dijo quedamente-.No puedes quedarte aquí. Créeme, realmente no quieres. Me aseguraré de que Leta esté bien, pero tienes que irte.
Le dolía profundamente dentro del alma pero Aidan sabía que ella tenía razón. Presionó sus labios contra la fría sien de Leta antes de permitir que Persephone tomara el cuerpo de entre sus brazos.
– ¿La enterrarás con su familia? No le gusta estar sola.
Brotaban lagrimas de sus ojos cuando ella asintió con la cabeza.
– La amas, ¿verdad?
– Más que a mi vida. Le pido a Dios que me hubiera dejado morir en su lugar.
Persephone sorbió por la nariz mientras cogía a Leta de sus brazos.
– Deimos-dijo, convocando al dios para que apareciera ante ellos-.¿Puedes llevarlo de vuelta a su mundo?
Deimos asintió con la cabeza antes de que ambos desaparecieran.
Tan pronto como estuvo en casa otra vez, Aidan se volvió contra él.
– ¿Por qué me llevaste allí?
– Quería que supieras cuánto se preocupa ella por ti.
– ¿Por qué? ¿Para que esto me obsesionara para el resto de la eternidad? Sin animo de ofender, Deimos, pero como fantasma de la Navidad Presente, eres una mierda. Al menos a Scrooge le dieron una posibilidad para arreglar su vida. Yo no puedo arreglar esto. ¿Por qué diablos me lo mostraste?
Deimos se encogió de hombros.
– Zeus iba a matarla de todos modos. Como le dijiste a Persephone que a ella no le gustaba estar sola, pensé que sería agradable si al menos tú estaba allí cuando muriese. Te necesitaba.
Tenía razón, pero eso no detuvo el dolor dentro de Aidan.
– Gracias, Demon. Por todo.
Vio la compasión en la cara del dios antes de que se marchara.
Solo, Aidan se quedó de pie en el centro del salón, sintiéndose despojado. Si cerraba los ojos, podía sentir a Leta aquí. Oír su risa. Su chaqueta estaba todavía en el perchero donde ella la había dejado.
Necesitando estar más cerca de ella, fue hacia esta de modo que pudiera tocar su suavidad.
– Quisiera tenerte de regreso, Leta. Si pudiera, cuidaría mejor de ti, tanto como nadie que hubieras conocido jamás.
Y si los deseos fueran caballos, hasta los mendigos montarían.
Aidan sacó el pequeño gorro de su bolsillo y se lo llevó a la nariz. Contenía su perfume y aquello le trajo otra tanda de lágrimas a los ojos. Con el pecho tenso, fue a la repisa de la chimenea donde tenía los retratos de Donnie, Heather, y Ronald. Uno por uno, los quitó, los arrojó al fuego donde el cristal se calentó y se rompió y los retratos ardieron.
La única foto que dejó fue una de sus padres. Puso el gorro de punto de Leta al lado de esta y retrocedió.
Sí. Era su familia, y sólo ellos merecían un lugar de honor en la repisa.
Aidan se despertó con el sonido de alguien llamando a la puerta principal. Miró el reloj… apenas pasaba del mediodía del día de Nochebuena.
– ¿Leta?-musitó, retirando el edredón para correr a la puerta principal. No llevaba puesto nada más que un par de calzoncillos verdes flojos, se lanzó a abrir la puerta para encontrar a Mori y su esposa con una maleta de tamaño mediano.
Shirley le barrió con una hambrienta y divertida mirada inspeccionando su cuerpo.
– Sé que esto no vale nada para ti, Mor, pero para mí es precisamente esto lo que hace que subir a un avión y venir a este lugar dejado de la mano de Dios valga la pena. ¡Gracias!
Mori puso los ojos en blanco mientras daba un empujón al pasar a su esposa y entraba en la casa.
– Feliz Navidad, Aidan.
Aidan retrocedió y permitió a Shirley deslizarse detrás de su marido antes de que él cerrara la puerta.
– ¿Qué hacéis aquí?
Apenas había cerrado la puerta cuando sonó otro golpe. Frunciendo el ceño, Aidan vio a Theresa y Robert en el porche, sujetando un pequeño árbol entre ellos.
Había contratado a Robert para que fuera su gerente dos semanas antes de que Donnie hubiera comenzado a chantajearlo. Baja y menuda con pelo castaño y brillantes ojos azules, Theresa era su publicista.
– Y de nuevo digo, sin ánimo de ofender, ¿qué hacéis aquí?
– No podíamos soportar pensar en ti pasando una Navidad más en solitario-dijo Robert-. Mori llamó y nos preguntó si podíamos salir para hacerte una comida decente en Nochebuena y estuvimos de acuerdo. Es momento de que te des cuenta de que hay gente en este mundo que realmente te quiere, Aidan.
Antes de que Leta hubiera entrado en su vida, los habría echado de su casa y habría cerrado con llave la puerta detrás de ellos.
Hoy, eran más que bienvenidos.
– Venga entrad. Dejadme ir a ponerme algo de ropa.
– No sé -dijo Theresa con una risa.-Como que me gusta tu traje de Navidad.
Shirley se rió.
– Querrás decir “Traje de Adan,” ¿no?
Theresa puso el árbol en la esquina cerca de la chimenea.
– Me parecería aún mejor, pero él está vestido de verde para las fiestas. Traje Navideño.