Pero a Aidan nunca le había importado. Aún cuando estaba en el punto de mira, no podía conducir por la calle con las ventanillas bajas o las veces que tuvo a la prensa escalando en su patio, no le importó. Estaba contento de hacer algo que las otras personas disfrutaran, y si hablar con él les hacía felices… No había sentimiento más grande que saber que había tocado sus vidas y traído una sonrisa a sus caras, incluso si solo fuera por unos pocos minutos.
Eso era lo que había querido desde niño. Por lo que se había roto el culo hasta lograrlo. Había sufrido a través de suficientes hondas y flechas para hacer a Shakespeare orgulloso.
Y adoraba cada minuto de ello.
Entregó la foto firmada para Tammy al oficial antes de mirar al otro.
– ¿Cuál es su nombre?
– Ricky… y ¿puede hacer uno para mi amiga, Tiffany? Se moriría si vuelvo a casa con él. Oh, y mi madre, Sara. Ella ha sido su fan desde esa película de terror rara que usted hizo. Adoraba esa también, pero era un desmontador de mentes.
Aidan se rió del entusiasmo de hombre.
– Sería un placer.
Antes de terminar, Aidan firmó un total de veinte fotos para la policía y paramédicos. Donnie chillaba indignado en la ambulancia, pero a nadie le importó.
– Que tenga Feliz Navidad -dijo Ricky mientras arrastraba a los otros fuera de la cabaña de Aidan. El vaciló en la astillada puerta-. Probablemente necesitará llamar a alguien para fijar esto. No creo que debería quedarse aquí arriba sin una buena puerta, dado lo que ha sucedido hoy.
– Gracias. Me ocuparé de eso.
Ricky retuvo la mano.
– Es usted un hombre decente, Sr. O'Conner. Muchas gracias por los autógrafos.
– El placer es mío, y llámeme Aidan.
Ricky sonrió.
– Aidan. Ha sido un placer conocerle. Desearía que las circunstancias hubieran sido mejores.
– Sí, yo también. Tenga una buena Navidad y dígale a su madre y a Tiffany que dije hola.
– Lo haré. Gracias.
Aidan lo siguió fuera al porche donde miró a Ricky andar hasta su coche antes de que todos ellos se marcharan. Todavía podía oír la amortiguada voz de Donnie maldiciéndole mientras se ponían en marcha. La compasión manó dentro de él, pero luengo entonces, pensó que quizás era una buena cosa que Donnie estuviera siendo comido por el odio. Un día, Donnie se daría cuenta exactamente de lo que el odio le había costado… que tratando de arruinar a Aidan, había destruido toda su vida.
Que Dios ayudara a su hermano entonces.
El dolor de la traición de Donnie cayó sobre sus hombros ahora. A él realmente no le importaba
– Soy el último hombre de pie.
El problema era que estaba parado solo y por primera vez en años eso le molestaba.
Cerrando los ojos, sintió la mordedura del frío contra él mientras convocaba la imagen de Leta en su mente.
– Te hecho de menos, nena.
Pero no había nada que hacer sobre eso.
La vida era lo que era.
Derrotado, se giró para entrar en casa y vio que la puerta había sido reemplazada.
– ¿Leta? -preguntó con una nota optimista en su voz.
No era ella. Deimos estaba parado dentro del salón, mirándole.
Aidan no podía entender su presencia.
– Creía que estabas jugando al ajedrez.
– Iba a hacerlo, pero… -vaciló como si tuviera algo en la mente.
– ¿Pero? -incitó.
Deimos indicó la puerta con una inclinación de la cabeza.
– Recordé que tenías una puerta rota.
– Gracias por repararla.
– Ningún problema.
Aidan se detuvo, esperando a que Deimos hablara o hiciera algo. Cuando no lo hizo, Aidan arqueó una ceja.
– ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
– No realmente. Es más bien algo con lo que yo te puedo ayudar.
Ahora tenía toda la atención Aidan.
– ¿Y eso es?
Deimos le miró aburridamente.
– ¿Qué darías por tener a Leta contigo?
Aidan no vaciló.
– Todo.
– ¿Estás seguro?
– Sí -De repente, todo se volvió negro. Aidan se movió bruscamente, intentando orientarse, pero no podía ver, sentir, u oír nada. Solo estaba oscuro-. ¿Leta?
Esta vez ella no respondió. No había ninguna mano amable para agarrarlo. Ninguna palabra de ánimo y la echaba de menos incluso más.
Cuándo la luz volvió, se vio como un niño cerca de un árbol de Navidad. Tenía once años y estaba en casa de su tío. Aidan frunció el entrecejo mientras trataba de recordar el acontecimiento exacto, pero no podía. Sólo recordaba el decorado.
– ¿Qué conseguiste? -preguntó Donnie mientras iba donde Aidan estaba jugando.
Aidan levantó a su figura de acción.
– G.I. Joe y algunos dulces.
Donnie curvó el labio.
– Eso no es justo. Yo quería un G.I. Joe.
Aidan estaba desconcertado por su ira.
– No, no querías. Dijiste que querías un Optimus Prime y a Grimlock, lo que tienes.
Donnie se estiró a por el juguete en la mano de Aidan y se lo arrebató.
– ¡Devuélvemelo!
Donnie se negó, y cuando Aidan lo intentó con más fuerza, le golpeó con todo lo que tenía. Aidan gritó con furia, lo cual despertó a su tío de la siesta que tomaba en el sofá a unos pocos pies de ellos.
Dos segundos después, con insultos llenando sus orejas, todos los juguetes estaban en la basura, y ambos molidos. Por no mencionar las magulladuras del enfado de su tío.
– Es todo por tu culpa -gruñó Donnie, empujando a Aidan escaleras arriba mientras se dirigían al cuarto que compartían.
– Yo no cogí tus juguetes, tú cogiste el mío.
Donnie curvó el labio.
– Eso es porque necesitas aprender a compartir. Eres un cabronazo tan egoísta. Te odio. Ojalá hubieras muerto con mamá y papá.
Aidan se congeló ante la hostilidad en la cara de su hermano mientras Donnie caminaba penosamente pasándole. Con el corazón pesado, invirtió el curso y volvió al salón. Se movió furtivamente hacia la esquina, temeroso de ser agarrado. Por suerte, su tío estaba otra vez en el sofá, desmayado por beber en la juerga de Navidad.
Tan calladamente como pudo, Aidan arrastró la lata de la basura y sacó los juguetes. Luego, en silencio, volvió arriba donde entregó los juguetes a Donnie.
– Puedes tenerlos -dijo, no queriendo que su hermano lo odiara más.
Donnie sonrió.
Pero aunque Aidan hubiera ganado a su hermano, no había satisfacción en ello. Solamente sentía alivió de que Donnie no lo odiara…
El Aidan adulto miraba la escena mientras finalmente recordó cada emoción enterrada de ese Día de Navidad. Lo había olvidado todo. Ahora cada parte estaba clara. Y recordaba otras veces donde Donnie había actuado así. Todas las veces había intentado acallarlo porque Donnie no quería que él tuviera nada.
Se suponía que el mundo entero era de Donnie.
Entonces la escena cambió y vio a su agente Mori en casa con su última esposa. Alto, moreno, joven y guapo. Shirley estaba sentada en el sofá mientras Mori se sentaba enfrente de ella en una silla marrón de cuero.
– ¿Por qué estás tan infeliz?-preguntó ella calladamente.
Mori le ofreció una sonrisa llena de disculpas.
– Lo siento. Estaba pensando en Aidan otra vez.
Ella puso los ojos en blanco.
– No puedo creer que él se aleje de tanto dinero.
La mirada de Mori se volvió introspectiva mientras acunaba su copa de brandy. Su expresión decía que lo encontraba más que plausible.
– El dinero no compra la felicidad.
Ella se burló.
– Cualquiera que dice eso no compra en las tiendas correctas.
Mori no hizo comentarios acerca de eso.
– Odio en lo que se ha convertido. Es sin duda alguna uno de los mejores actores de su generación. Desearía que hubiera algo que pudiera hacer por él.
– Mándale un jamón.
Mori la cortó una mirada aburrida.
– No para un regalo. Cuando le conocí la primera vez, estaba tan lleno de vida y risas. Cuando otros actores se hartaban de la fama, él no. Siempre la disfrutó. Incluso las partes que hacían que los actores menores se derrumbaran y cayeran. Ahora… ahora es un recluso agrio. Si tuviera un solo deseo por Navidad, sería verle feliz otra vez.