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No le extrañaba que Liza estuviera loca. Intentar atravesar su jardín volvería loco a cualquiera.

Leta lo condujo hasta un pequeño conjunto de escaleras que serpenteaba dentro del esqueleto de un dragón antes de disolverse en un río de sangre que salpicaba contra la pequeña roca sobre la que estaban.

– ¿Qué es este lugar?-Preguntó él.

– La casa de Lyssa. Como advirtió Deimos, ella no está exactamente bien de la cabeza y la suya es una visión muy única de la realidad. El jardín refleja su extraña naturaleza.

¿Extraña? Sí, claro, había saltado directamente de lo raro para sumergirse de cabeza en lo absurdo. Comenzaba a entender eso mientras la barandilla por debajo de su mano lamía su palma. Frunciendo el ceño con repugnancia, sacudió con fuerza la mano para encontrar ojos vigilándole en lugar de la lengua que él había sentido un instante antes.

Claro… si ésta era la verdadera locura, él de repente se sentía normal.

– Lyssa, Lyssa,-Llamó Leta.- Clara y hermosa, soy Leta que viene para ha hablar contigo de una cosa.

Bueno, esta era una nueva faceta de Leta. Había que decirlo, tenía una bonita voz cuando cantaba las palabras.

– ¿Qué estas haciendo?

Su sonrisa lo deslumbró.

– A Lyssa le gustan las rimas. Sólo hablará con ellas.

– ¿Me estás tomando el pelo?

Antes de que ella pudiera contestar, una vertiginosa bola azul apareció delante de ellos. La bola se movió por un camino dentado hasta que tocó la parte superior de las escaleras por detrás de él. Allí creció hasta que dio forma a una joven y bella mujer. Su largo y rizado cabello rubio brillaba como si fuera puro hilo de oro y esta de pie con la regia conducta de una reina. Más que eso, cada rasgo de la cara estaba tan cuidadosamente esculpido que no parecía real.

Hasta que uno se miraba en sus ojos. Eran negro azabache y fríos. Sin alma. No había blanco, o color de ninguna clase. Y cuando los volvió hacia él, pudo sentir el escalofrío de la locura hasta su alma.

Cuando habló, la voz de Lyssa era tan ligera y delicada como la diosa misma.

– Leta, Leta, nacida de sueños

A través de los siglos has gritado

Ahora vienes a mi hermosa tierra

Solo a pedir la ayuda de mi mano.

Aidan se inclinó hacia adelante para murmurar en la oreja de Leta.

– Bonita estrofa.

Ella le codeó con fuerza en las costillas.

– ¿Puedes ayudarme, prima querida?

Una sonrisa caprichosa curvó los rojos labios de Lyssa.

– Ayuda es todo lo que ellos piden,

Aunque rara vez permanece

Dejaré que también la veas.

Y entonces solo sangrarás.

Enfurecido con sus enigmáticas palabras, Aidan se apartó un paso de Leta.

– Mira, no tenemos tiempo para esto. Necesitamos- Sus palabras se detuvieron instantáneamente cuando sus labios quedaron herméticamente sellados.

Lyssa sacudió la cabeza con reproche.

– Los hombres siempre han preguntado su camino.

Sin importar quien los domine

Es hora de que te detengas a escuchar en lugar de oír

Solo eso mantendrá a salvo lo que quieres.

Leta colocó una mano sobre su brazo, antes de volver la mirada a Lyssa.

– ¿Me estás diciendo que podemos derrotar a Dolor?

– Dolor está aquí

Agudo y claro.

Sin embargo, se desvanecerá

Y un nuevo camino se hará.

Vio el alivio en la cara de Leta aun cuando él mismo estaba teniendo dificultades para seguir el sinsentido. Y el no ser capaz de abrir la boca, empezaba a enfurecerlo de veras.

– ¿Cómo le derroto?-Preguntó Leta.

Lyssa levantó la mano con el fin de que un pájaro que volaba hacia atrás pudiera descansar sobre su extendido dedo. Picasso habría estado orgulloso de la imagen extravagante que formaban los dos.

– El verdadero dolor nace

Cuando el corazón se rompe

Sobre la orilla

Para verlo todo

Por la agraviada mirada en su cara, él podía decir que Leta estaba tan satisfecha con esa respuesta como él.

– ¿Pero como se termina?

Un final es un comienzo disfrazado.

Pero eso lo ven sólo aquellos que son sabios.

Para que el dolor regrese a su lugar

Deberás enfrentarlo a la cara.

Leta negó con la cabeza.

– No lo entiendo, Lyssa.

Ella le dedicó a Leta la misma mirada que un maestro de guardería le daría a un niño irritante.

– En el tiempo se encuentra la claridad.

Pero no ahora sobre esta consagrada tierra.

Tienes las respuestas que has buscado.

Ahora es tiempo para que se celebren las batallas

Y con esas palabras, el pájaro dejó escapar el croar de una rana, deshaciéndose después en polvo. Lyssa levanto los brazos hacia el cielo antes de hundirse en la tierra.

Vale…

Aidan jadeó con brusquedad cuando pudo abrir de nuevo la boca. Le dedicó a Leta una mortífera mirada.

– Interesante mujer. Sin embargo debe ser agotador intentar rimar siempre todo lo que quieres decir.

– No después de tanta experiencia como ha tenido.

No quiso discutir ese punto. Estaba realmente contento de que Lyssa se largará.

– ¿Sacaste algo en claro de ello?

– Sí. Entendí que podemos vencerle antes que él nos mate. Eso es al menos un principio.

Ella era definitivamente una optimista. Él por otra parte…

– Llámame loco, pero comparada con Lyssa, Sybil era normal, pero todo lo que conseguí de esta reunión fue un dolor de cabeza. Las instrucciones concretas de cómo matarle hubiesen sido bienvenidas.

– Cierto, pero en este caso, creo que conseguimos lo mejor de lo que podríamos esperar.

– ¿Entonces por qué perdimos el tiempo?

Ella le palmeó con indulgencia la mejilla.

– ¿Quién dijo que perdimos el tiempo?

– Yo, por cierto.

– Y estás equivocado, por cierto. Confía en mí.

Sí, claro. No iba a cometer ese error.

– No te ofendas, pero la última persona en quien confié trató de asarme a la barbacoa-personal y profesionalmente.

En vez de enfadarla, las palabras volvieron suave y tierna su expresión.

– No soy estúpida, Aidan. No habría acudido a ti si quisiera herirte.

Tenía sentido mientras lo decía, pero él no podía sacudirse la amargura en su interior si no quería volver a quemarse nuevamente. Estaba tan cansado de que la gente jugará con él, usándolo para obtener lo que querían, para hacerle después a un lado en el minuto en que él los desagradaba.

No era basura de usar o tirar. Era un ser humano con sentimientos como todos los demás.

Asustado de lo que le podría hacerle Leta y asustado del pasado, extendió la mano para tocar su mejilla. Su piel era tan suave, sus labios invitadores. Había habido un tiempo en su vida en el que no hubiera dudado en dar un paso hacia una mujer como esta. Un tiempo en que la hubiera tenido riéndose y desnuda en la cama.

Ahora una parte de sí mismo estaba muerta. Nunca más sería tan despreocupado y lleno de vida. Habían lanzado su alma al suelo donde todavía estaba enlodada por los recuerdos y dolía tan profundamente que se preguntó si alguna vez sería capaz de revivir alguna parte del hombre que había sido alguna vez.

¿Lo quería?

Había algo por decirlo de alguna manera adormecido. No había obligación. Ni daño para sí mismo o cualquier otro. Era un lugar bonito para vivir una vez que sobrepasabas la soledad.

Pero mientras clavaba la mirada en esos ojos tan azules y sinceros, todo el aislamiento de su vida lo golpeó en el pecho.

¿Si me he vuelto loco, estaría tan mal besarla?

¿Lo sería?

Y antes de que pudiera darse la razón, bajó la cabeza para saborear los labios más dulces que había conocido alguna vez.

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