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– ¿Cuál es el montón de los buenos?-preguntó, aunque me dirigió una mirada extrañada.

Le entregué un pequeño fajo de unas diez solicitudes.

– Esta chica, Amy Burley-expliqué, señalando la de más arriba-, tiene experiencia, está de sustituta en el bar Good Times, y Charlsie trabajó con ella allí. Así que primero puedes consultarla a ella.

– Gracias, Sookie. Esto me ahorrará unos cuantos líos. -Asentí como contestación, aunque con cierta brusquedad.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó-. Hoy pareces algo distante.

Lo miré de cerca; parecía igual que siempre. Pero su mente me estaba vedada. ¿Cómo podía hacerlo? La única otra mente que se me cerraba por completo era la de Bill, debido a su naturaleza de vampiro. Pero desde luego, Sam no era un vampiro.

– Es solo que echo de menos a Bill-dije a propósito. ¿Me largaría un sermón sobre los peligros de salir con un vampiro?

– Es de día, no estaría muy cómodo aquí-respondió.

– Claro que no -dije envarada. Estuve a punto de añadir: "Está fuera del pueblo", pero me planteé si sería juicioso contar eso cuando tenía una sospecha interior, por pequeña que fuera, sobre mi jefe. Salí del despacho tan de repente que Sam se me quedó mirando asombrado.

Cuando vi que Arlene y Sam mantenían una larga conversación algo más tarde, ese mismo día, sus miradas de reojo me dejaron claro que el tema era yo. Sam regresó a su despacho con un aspecto más preocupado que nunca. Pero no cruzamos más palabras durante el resto del día.

Aquella noche fue duro marcharme a casa, porque sabía que estaría sola hasta el amanecer. Otras noches, a pesar de estar sola, me tranquilizaba saber que Bill estaba solo a un telefonazo de distancia. Pero ya no. Traté de consolarme con la idea de que estaría protegida una vez oscureciera y Bubba saliera del agujero en el que dormía, pero no lo conseguí.

Llamé a Jason, pero no estaba en casa. Llamé entonces a Merlotte's, pensando que podría estar allí, pero Terry Bellefleur me cogió el teléfono y me dijo que Jason no había aparecido.

Me pregunté qué estaría haciendo Sam aquella noche. ¿Por qué nunca parecía salir con nadie? Por lo que había podido observar numerosas veces, no era por falta de ofertas. Dawn se había mostrado especialmente activa en el empeño…

Aquella noche no lograba pensar en nada agradable.

Comencé a preguntarme si Bubba había sido el sicario al que había recurrido Bill para cargarse al tío Bartlett. Era extraño que Bill hubiera elegido a una criatura tan lerda para protegerme.

Todos los libros que cogía parecían de uno u otro modo inadecuados, y cada programa de televisión que traté de ver me pareció completamente ridículo. Intenté leer mi ejemplar de Time, y me indignó el impulso suicida que gobernaba tantas naciones. Arrojé la revista al otro lado de la habitación. Mi cabeza daba vueltas como una ardilla que tratase de escapar de su jaula. No lograba concentrarme en nada ni sentirme cómoda en ningún sitio.

Cuando sonó el teléfono me puse en pie de un brinco.

– ¿Dígame?-contesté con voz áspera.

– Jason ya está aquí-dijo Terry Bellefleur-. Quiere invitarte a una copa.

Pensé con cierto desagrado en el rollo de tener que salir a por el coche, ahora que ya había oscurecido, y regresar después a una casa vacía, al menos a una casa que ojalá estuviera vacía. Pero me regañé a mí misma porque, al fin y al cabo, habría alguien vigilándola, alguien muy fuerte aunque careciera de cerebro.

– De acuerdo, estaré ahí en un minuto-respondí.

Terry se limitó a colgar. Era todo un parlanchín.

Me puse una falda vaquera y una camiseta amarilla y, mirando en todas direcciones, crucé el patio hasta llegar al coche. Dejé encendidas todas las luces de fuera. Abrí el coche y me metí dentro como un rayo. Una vez dentro, volví a echar el seguro. Aquella no era manera de vivir.

Aparqué casi de modo instintivo en el estacionamiento de empleados de Merlotte's. Había un perro escarbando en el contenedor, y le acaricié la cabeza antes de entrar. Teníamos que llamar a la perrera casi cada semana para que vinieran a llevarse unos cuantos animales perdidos o abandonados, muchos de ellos perras preñadas, lo que me ponía enferma.

Terry estaba detrás de la barra.

– Hola-dije, echando un vistazo a mi alrededor-. ¿Dónde está Jason?

– No está aquí -me respondió Terry-. No lo he visto en toda la noche. Ya te lo he contado por teléfono.

Lo miré boquiabierta.

– Pero después me has vuelto a llamar y me has dicho que ya había llegado.

– No, no lo he hecho.

Nos miramos con intensidad el uno al otro. Terry estaba teniendo una de sus noches malas, eso estaba claro. Su cabeza bullía por dentro con los suplicios de su servicio activo en el ejército y su lucha contra el alcohol y las drogas. Por fuera se veía que estaba rojo y sudoroso a pesar del aire acondicionado, y sus movimientos eran torpes y bruscos. Pobre Terry.

– ¿De verdad no me has llamado? -pregunté, con un tono lo más neutral posible.

– Eso he dicho, ¿no? -su voz resultaba beligerante.

Mejor sería que ninguno de los clientes del bar le diera problemas a Terry aquella noche. Me retiré con una sonrisa reconciliadora. El perro seguía en la puerta de atrás. Gimoteó al verme.

– ¿Tienes hambre, muchacho? -le dije.

Vino directo hacia mí, sin el temor que hubiera esperado de un perro perdido. Al adentrarnos más en la zona iluminada, comprobé que aquel perro había sido abandonado hacía poco, al menos por lo que se deducía de su lustroso pelaje. Era un collie, aunque no de pura raza. Pensé meterme en la cocina para preguntarle al cocinero de turno si teníamos algunas sobras para nuestro amigo, pero en ese momento tuve una idea mejor.

– Ya sé que el viejo y malo Bubba está cerca de casa, pero tal vez puedas entrar conmigo-dije, con esa voz infantil que uso con los animales cuando creo que nadie me escucha-. ¿Podrías hacer pipí fuera, para no ensuciar la casa? ¿Qué me dices?

Como si me hubiera entendido, el collie manchó la esquina del contenedor.

– ¡Buen chico! ¿Quieres dar una vuelta? -Abrí la puerta del coche, confiando en que no ensuciara demasiado los asientos. El animal dudó-. Vamos, bonito, te daré algo bueno para comer cuando lleguemos a casa -el soborno no siempre es algo malo.

Tras un par de miradas más y un olfateo intenso de mis manos, el perro saltó al asiento de los pasajeros y se sentó mirando por la ventanilla como si él mismo se hubiera apuntado a esta aventura. Le dije que se lo agradecía y le rasqué las orejas. Partimos y quedó claro que el perro estaba acostumbrado a ir en coche.

– Ahora, muchachito, cuando lleguemos a casa-le dije con seriedad al collie-, vamos a ir directos a la puerta delantera, ¿está claro? Hay un ogro en los bosques al que le encantaría devorarte.

El perro respondió con un ladrido excitado.

– Bueno, no vamos a dejarle ninguna oportunidad-le dije para tranquilizarlo. Era agradable tener alguien a quien hablar. Era incluso bonito que no pudiera responderme, al menos por ahora. Y no tenía que mantener mi protección porque no era humano. Me relajé-. Démonos prisa.

– ¡Guau! -mi compañero estuvo de acuerdo.

– Tengo que llamarte de alguna manera -dije-, ¿qué tal… Buffy?

El perro gruñó.

– Vale, ¿Robert?

Gemido.

– Tampoco te gusta ese. Umm.- Llegamos a la entrada de casa.

– Puede que ya tengas un nombre -pensé-. Deja que te mire el cuello. -Tras apagar el motor pasé los dedos a través de su grueso pescuezo. No llevaba siquiera un collar antipulgas-. Alguien te ha estado cuidando bastante mal, cariño -dije-. Pero eso se acabó. Seré una buena mamá.

Con esa última estupidez preparé la llave de la casa y abrí la puerta. Como una centella, el perro me adelantó y permaneció en el jardín, mirando a su alrededor, alerta. Olfateó el aire y surgió un gruñido de su garganta.

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