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– El coche está listo. -Comprendí al fin que había retrasado la partida para pasar más tiempo conmigo y con los hijos de Arlene-. Será mejor que me marche -vaciló, parecía estar buscando las palabras adecuadas. Entonces me entregó sus manos y yo las tomé. Tiró un poco, una leve presión, y yo cedí y lo abracé. Froté la cara contra su camisa y lo rodeé con los brazos, apretándolo hacia mí.

– Te echaré de menos -me dijo. Su voz no era más que un hálito de aire, pero lo oí. Me besó la coronilla y después se apartó de mí y se marchó por la puerta delantera. Lo escuché dar a Bubba algunas instrucciones de último momento y luego el chirrido del columpio al levantarse este.

No miré por la ventana hasta que el coche de Bill se alejó por el camino de entrada, y vi que Bubba se paseaba entre los árboles. Mientras me daba una ducha me dije que Bill debía de confiar mucho en Bubba, ya que me había dejado a su cargo. Pero seguía sin estar segura de a quién le tenía más miedo, si al asesino que perseguía Bubba, o al propio Bubba.

Al día siguiente, en el trabajo, Arlene me preguntó por qué había aparecido aquel vampiro por mi casa. No me sorprendió que sacara el tema a relucir.

– Verás, Bill tenía que irse del pueblo, y está preocupado, ya sabes… -Tenía la esperanza de poder dejarlo ahí, pero Charlsie se nos había acercado (no estábamos muy ocupadas; la Cámara de Comercio daba una comida y una conferencia en el restaurante Fins amp; Hooves, y el grupo femenino de cocina y rezos estaba poniendo a punto sus patatas al horno en la enorme mansión de la anciana Señora Bellefleur).

– ¿Quieres decir -dijo Charlsie con ojos resplandecientes-que tu hombre te ha conseguido un guardaespaldas personal?

Asentí reluctante. Era un modo de verlo.

– Es tan romántico -suspiró ella.

Sí, era un modo de verlo.

– ¡Pero tienes que verlo -le contó Arlene tras retener la lengua todo lo que pudo-, es igualito a…!

– Oh, no, no digas eso cuando hables con él -la interrumpí-. No se parecen en absoluto-eso era cierto-, y no le gusta nada oír ese nombre.

– Oh-respondió Arlene con timidez, como si Bubba pudiera estar escuchándonos a plena luz del día.

– Me siento más segura con Bubba en el bosque-dije, lo que también era más o menos cierto.

– Ah, ¿no se queda en tu casa? -preguntó Charlsie. Estaba claro que se sentía un tanto defraudada.

– ¡Dios, no! -dije, y de inmediato me disculpé ante Dios por pronunciar su nombre en vano. En los últimos tiempos tenía que hacerlo demasiado a menudo-. No, Bubba pasa las noches en el bosque, vigilando la casa.

– ¿Era cierto aquello de los gatos? -Arlene parecía aprensiva.

– No era más que una broma. No tiene un gran sentido del humor, ¿verdad?-era una mentira descarada, estaba convencida de que Bubba disfrutaba con un aperitivo de sangre de gato.

Arlene sacudió la cabeza, poco convencida. Era momento de cambiar de tema.

– ¿Os divertisteis Rene y tú en vuestra noche libre? – pregunté.

– Rene fue bueno anoche, ¿verdad? -dijo con las mejillas ruborizadas.

Era curioso que una mujer casada tantas veces aún pudiera sonrojarse.

– Dímelo tú -respondí. A Arlene le gustaban un poco los comentarios indecentes.

– ¡Oh, no seas tonta! Me refiero a que fue muy educado con Bill, e incluso con ese Bubba.

– ¿Y existe alguna razón por la que no debiera serlo?

– Tiene una especie de problema con los vampiros, Sookie. -Arlene sacudió la cabeza-. Ya lo sé, yo también -confesó cuando la miré con las cejas arqueadas-, pero en Rene de verdad llega a ser un prejuicio. Cindy salió con un vampiro un tiempo, y eso lo preocupó mucho.

– ¿Y Cindy está bien? -sentía un gran interés por la salud de cualquiera que hubiera salido con un vampiro.

– No la he visto-admitió Arlene-, pero Rene va a visitarla cada dos semanas o así. Le va bien, ha vuelto al buen camino. Tiene un trabajo en la cafetería de un hospital.

Sam, que estaba en esos momentos detrás de la barra llenando el frigorífico con sangre embotellada, dijo:

– Tal vez Cindy quiera volver a casa. Lindsey Krause ha dejado el otro turno porque se traslada a Little Rock.

Desde luego, eso logró atraer nuestra atención. Merlotte's estaba empezando a sufrir una seria escasez de personal. Por algún motivo, durante el último parde meses los trabajos de servicios con baja calificación habían perdido su popularidad.

– ¿Has entrevistado a alguien más? -preguntó Arlene.

– Tendría que repasar los archivos-dijo Sam con desaliento. Arlene y yo sabíamos que éramos las únicas camareras, mozas, meseras o como se quiera llamarnos, que Sam había mantenido fijas durante más de dos años. No, eso no era del todo cierto; también estaba Susanne Mitchell, del otro turno. Sam se pasaba mucho tiempo contratando y de vez en cuando despidiendo camareras eventuales-. Sookie, ¿te importaría echarle un vistazo a los archivos, para descartar a algunas que se hayan mudado o que ya tengan trabajo, o por si ves a alguien que me recomendarías de verdad? Eso me ahorraría algo de tiempo.

– Claro -dije. Recordaba que Arlene había hecho lo mismo un par de años atrás, cuando contrataron a Dawn. Nosotras teníamos más lazos con la comunidad que Sam, que nunca parecía apuntarse a nada. Sam llevaba ya seis años en Bon Temps, y jamás había conocido a nadie que pareciera saber algo de su vida anterior a la adquisición del bar.

Me senté junto a la mesa de Sam, con el grueso archivo de solicitudes. Tras unos pocos minutos comprendí que la tarea merecía la pena. Tenía tres montones: mudadas, empleadas en otra parte y buenas perspectivas. Entonces añadí la cuarta y la quinta pilas: una para la gente con la que no podía trabajar porque no la soportaba, y otra para los muertos. La primera demanda del quinto montón la había rellenado una chica que murió en un accidente de coche las navidades pasadas, y volví a sentir lástima por su familia cuando vi su nombre en la parte superior de la solicitud. La siguiente empezaba con "Maudette Pickens".

Maudette había solicitado trabajar con Sam tres meses antes de morir. Me imagino que ganarse la vida en el Grabbit Kwik era bastante aburrido. Cuando eché una ojeada a los campos que había rellenado y me fijé en lo penosa que eran su letra y su ortografía, volvió a darme pena. Traté de imaginarme cómo mi hermano podía haber pensado que tener relaciones sexuales con esa mujer (y grabarlas en vídeo) era un buen modo de pasar el tiempo, y me maravillé ante la extraña mentalidad de Jason. No lo había visto desde que se fue en coche con Desiree. Confié en que hubiera llegado a casa de una pieza; esa chica era todo un caso. Ojalá hubiera sentado la cabeza con Liz Barrett; ella tenía la tenacidad necesaria para meterlo en vereda.

Desde hacía un tiempo, siempre que pensaba en mi hermano era para preocuparme. ¡Tan solo con que no se hubiera llevado tan bien con Maudette y Dawn! Aparentemente, muchos hombres las habían conocido a las dos, tanto en el sentido habitual como carnal. Ambas habían sido mordidas por vampiros. A Dawn le gustaba el sexo duro, pero no sabía cuáles eran las tendencias de Maudette. Muchos hombres ponen gasolina y toman un café en el Grabbit Kwik, igual que muchos vienen a beber algo a nuestro bar. Pero solo el tonto de mi hermano había grabado en cinta sus relaciones con ellas.

Contemplé la enorme taza de plástico del escritorio de Sam, que había contenido té con hielo. En la cara externa de aquella taza verde estaba escrito, con color naranja neón: "El Gran Especial del Grabbit Kwik". Sam también las conocía a las dos. Dawn había trabajado para él, y Maudette había solicitado un trabajo allí.

A Sam no le gustaba que yo saliera con un vampiro. Puede que no le gustase nadie que saliese con uno.

Justo en ese momento Sam entró, y pegué un bote como si hubiera estado haciendo algo malo. Y según mis normas, lo estaba haciendo, pensar mal de un amigo es una cosa mala.

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