Mi primera idea fue que Bill se había traído a uno de sus colegas vampiros, lo que hubiera sido triste y poco inteligente por su parte, pero al girarme me di cuenta de por qué Jason parecía tan enfadado. Bill estaba con una chica humana. Él la cogía del brazo y ella lo seguía como una furcia. El vampiro contemplaba a la clientela, y me quedó claro que estaba tratando de provocarme.
Me bajé del taburete, pero hubiera sido mejor no hacerlo. Estaba borracha. Casi nunca bebo, y si bien los dos bourbon con Coca Cola en pocos minutos no habían bastado para tumbarme, sí estaba un poco achispada.
La mirada de Bill se topó con la mía; vi que en realidad no esperaba encontrarme allí. No podía leer su mente como hice con la de Eric durante un terrible instante, pero sí podía interpretar su lenguaje corporal.
– ¡Ey, vampiro Bill! -lo saludó Hoyt, el amigo de Jason. Bill inclinó la cabeza con educación en dirección a Hoyt, pero empezó a conducir a la chica (pequeña y morena) hacia donde yo estaba. No tenía ni idea de qué hacer.
– Hermanita, ¿de qué va este?-dijo Jason. Estaba poniéndose furioso-. Esa chica es una colmillera de Monroe, la conocí cuando aún le gustaban los humanos.
Seguía sin saber qué hacer. El dolor era terrible, pero mi orgullo seguía tratando de contenerlo. Se añadió una pizca de culpabilidad a aquella maraña de sentimientos: yo no estaba donde Bill me esperaba y no le había dejado ninguna nota. Pero también, por otro lado (el quinto o sexto lado), la noche anterior ya había sufrido bastantes sustos en la gala a petición real de Shreveport, y si había tenido que asistir a ese guateque fue solo por mi relación con él.
Mis impulsos contrapuestos me dejaron inmóvil. Me entraban ganas de lanzarme sobre ella y molerla a palos, pero no me habían educado para pelearme en los bares. También quería moler a palos a Bill, pero para el daño que iba a hacerle, lo mismo serviría darse de cabezazos contra la pared. Por otro lado, quería ponerme a llorar porque había herido mis sentimientos, pero eso mostraría mi debilidad. La mejor opción era no demostrar nada, porque Jason estaba a punto de lanzarse contra Bill, y el menor gesto por mi parte bastaría para disparar el gatillo. Demasiados problemas y demasiado alcohol.
Mientras repasaba todas esas opciones, Bill se acercó a mí abriéndose paso entre las mesas, con la chica detrás. Observé que en la sala imperaba el silencio; en vez de estudiar a los demás, ahora era yo la observada. Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas mientras apretaba los puños. Genial, lo peor de las dos respuestas.
– Sookie-dijo Bill-, esto es lo que Eric ha dejado delante de mi casa.
Apenas logré entender lo que quería decir.
– ¿Y? -respondí furiosa. Miré directamente a los ojos de la chica, que eran grandes y oscuros, y reflejaban su excitación. Mantuve los míos muy abiertos, sabiendo que si parpadeaba correrían las lágrimas.
– Como recompensa-añadió Bill. No comprendí bien cómo se sentía al respecto.
– ¿Bebida gratis? -dije, sin creerme lo venenosas que sonaron mis palabras.
Jason me puso la mano en el hombro.
– Tranquila, muchacha -dijo, en voz tan baja y llena de inquina como la mía-. Él no merece la pena.
No sabía de qué no era digno Bill, pero estaba a punto de averiguarlo. Resultó casi estimulante no tener ni idea de lo que iba a hacer a continuación, tras toda una vida de autocontrol.
Bill me estudiaba con marcada atención. Bajo los fluorescentes de encima de la barra parecía pálido en grado sumo. No se había alimentado de ella, y tenía los colmillos retraídos.
– Vamos fuera a hablar-dijo.
– ¿Con ella? -mi voz era casi un gruñido.
– No -dijo-, conmigo. Tengo que enviarla de vuelta.
La repulsión de su voz ejerció cierta influencia sobre mí, y lo seguí al exterior, manteniendo alta la cabeza y sin enfrentarme a ninguna mirada. Bill mantuvo su presa sobre el brazo de la chica, que casi se veía obligada a andar de puntillas para poder seguirlo. No me enteré de que Jason nos acompañaba hasta que me giré y lo vi detrás de mí, cuando ya salíamos al estacionamiento. Allí la gente entraba y salía, pero era algo más íntimo que el abarrotado bar.
– Hola -dijo la chica de manera informal-. Me llamo Desiree. Creo que te conozco de antes, Jason.
– ¿Qué estás haciendo aquí, Desiree? -le preguntó Jason con voz tranquila. Uno casi podría pensar que estaba relajado.
– Eric me ha enviado aquí, a Bon Temps, como recompensa para Bill-dijo concoquetería, mirando a Bill por el rabillo del ojo-. Pero él no parece nada entusiasmado, y no sé por qué. Casi se puede decir que soy una cosecha especial.
– ¿Eric? -preguntó jason dirigiéndose a mí.
– Un vampiro de Shreveport. El dueño de un bar, el mandamás.
– La ha dejado delante de mi puerta -me explicó Bill-, yo no la he pedido.
– ¿Y qué vas a hacer al respecto?
– Enviarla de vuelta -dijo con impaciencia-. Tú y yo tenemos que hablar.
Tragué saliva y relajé los dedos.
– ¿Necesita que la lleven de vuelta a Monroe? -preguntó Jason.
Bill pareció sorprenderse.
– Sí, ¿te ofreces para ello? Yo tengo que hablar con tu hermana.
– Claro -dijo Jason, todo simpatía. Comencé a desconfiar al instante.
– No puedo creer que me rechaces-dijo Desiree, mirando a Bill y poniendo morritos-. Nunca antes nadie me ha despreciado.
– Desde luego, estoy agradecido. Y no dudo que seas, como tú dices, una cosecha especial-dijo Bill con educación-. Pero dispongo de mi propia bodega.
La pequeña Desiree lo contempló sin entender durante un segundo, antes de que la comprensión iluminara poco a poco sus ojos castaños.
– ¿Esta mujer es tuya? -preguntó, señalándome con la cabeza.
– Lo es.
Jason se agitó nervioso ante la sobria afirmación de Bill. Desiree me dedicó un buen repaso ocular.
– Tiene unos ojos curiosos -declaró al fin.
– Es mi hermana -avisó Jason.
– Oh, lo siento. Tú eres mucho más… normal. -Desiree sometió al mismo repaso a Jason y pareció más complacida con lo que veía-. Ey, ¿cuál era tu apellido?
Jason la cogió de la mano y comenzó a llevarla hacia su camioneta.
– Stackhouse-decía, teniendo ojos solo para ella, mientras se alejaban-. Puede que de camino a casa quieras contarme un poco a qué te dedicas…
Me giré hacia Bill, preguntándome cuáles serían los motivos de Jason para realizar aquel generoso acto, y me encontré con su mirada. Era como tropezarse con un muro de ladrillos.
– ¿Así que quieres hablar? -pregunté con voz áspera.
– Aquí no, ven a casa conmigo.
Removí la gravilla con el zapato.
– No, a tu casa no.
– Entonces a la tuya.
– Tampoco.
Levantó sus arqueadas cejas.
– ¿Entonces adónde?
Buena pregunta.
– Al estanque de mis padres. -Como Jason iba a llevar a casa a la Señorita Morena y Pequeña, no estaría allí.
– Te sigo-dijo con brevedad. Nos separamos para subirnos a nuestros respectivos coches.
La propiedad en la que había pasado mis primeros años de vida estaba situada al oeste de Bon Temps. Recorrí la familiar entrada de grava y estacioné junto a la casa, un modesto rancho que Jason conservaba bastante bien. Bill salió de su coche al tiempo que yo hacía lo propio del mío, y le indiqué que me siguiera. Rodeamos la casa y bajamos la pendiente a lo largo de un caminillo empedrado. En apenas un minuto estábamos junto al estanque artificial que mi padre colocó en el jardín trasero y pobló de peces, con la esperanza de pescar junto a su hijo en esas aguas durante muchos años.
Había una especie de patio que dominaba las aguas, y sobre una de las sillas metálicas encontramos una manta doblada. Sin ningún comentario, Bill la cogió y la sacudió, para extenderla después sobre la hierba de la ladera que descendía desde el patio. Me senté sobre ella no sin cierta renuencia, considerando que la manta no era segura por las mismas razones que reunirme con él en cualquier casa no era seguro. Cuando estaba cerca de Bill, solo pensaba en acercarme aún más a él.