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– Sí, algo así.

Bill siempre había sido muy discreto respecto a cómo organizaban los vampiros sus asuntos. Eso no había supuesto ningún problema para mí, hasta ese momento.

– ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué pasará si no voy?

Bill ignoró la primera pregunta.

– Enviará a alguien, a varios, para traerte.

– Otros vampiros.

– Sí. -Los ojos de Bill resultaban indescifrables y destacaban, castaños y profundos.

Traté de pensar detenidamente en ello. No estaba acostumbrada a que me dieran órdenes, ni a no tener ninguna elección. A mi corta mente le costó varios minutos evaluar la situación.

– Entonces, ¿te sentirías obligado a luchar contra ellos?

– Por supuesto. Eres mía.

Otra vez aquel "mía". Parecía que lo decía enserio. Me dieron ganas de gritar, pero supe que no serviría de nada.

– Supongo que tendré que ir -dije, tratando de no sonar molesta-. Esto es un chantaje en toda regla.

– Sookie, los vampiros no son como los humanos. Eric recurre al mejor método a su disposición para conseguir su objetivo, que es tenerte en Shreveport. No ha necesitado explicármelo, lo he comprendido.

– Bueno, yo también lo comprendo, pero lo odio. ¡Estoy entre la espada y la pared! Además, ¿qué es lo que quiere de mí? -Me vino a la cabeza la respuesta obvia, y miré a Bill aterrada-. ¡Oh, no, no haré eso!

– No tendrá sexo contigo ni te morderá, no sin matarme antes. -El reluciente rostro de Bill perdió todo vestigio de familiaridad y pasó a ser harto inhumano.

– Y él lo sabe-dije con timidez-, así que debe de haber otra razón para que me quiera en Shreveport.

– Sí -coincidió Bill-, pero no sé cuál.

– Bueno, si no tiene que ver con mis encantos físicos o la poco habitual exquisitez de mi sangre, debe de ser por mi… pequeña rareza.

– Tu don.

– Claro -dije, con el sarcasmo rezumando en mi voz-. Mi precioso don. -Toda la furia que pensé que me había quitado de encima regresó para aplastarme como un gorila de doscientos kilos. Y tenía un miedo mortal. Me pregunté cómo se sentiría Bill; me daba incluso pánico preguntárselo. En vez de eso pregunté:

– ¿Cuándo?

– Mañana por la noche.

– Supongo que estos son los gajes de las relaciones no tradicionales.-Contemplé por encima de su hombro el dibujo del empapelado que escogió mi abuela diez años atrás. Me prometí que si salía viva de aquello volvería a empapelar la casa.

– Te amo-su voz no era más que un susurro. Aquello no era culpa de Bill.

– Yo también te amo -dije. Tuve que contenerme para no suplicarle, para no decirle "Por favor, no dejes que el vampiro malo me haga daño, no dejes que me viole". Si yo estaba entre la espada y la pared, Bill aún lo estaba más. No pude ni imaginarme el autocontrol que debía estar empleando. A no ser que de verdad estuviera tranquilo. ¿Podía un vampiro enfrentarse al dolor y a la indefensión sin sufrir ningún trastorno?

Estudié su rostro, los famosos rasgos pálidos y su blanco cutis, los oscuros arcos de sus cejas y la orgullosa línea de su nariz. Me fijé en que sus colmillos solo asomaban una pizca, y yo sabía que la rabia y la lujuria hacían que se desplegaran por completo.

– Esta noche -dijo-, Sookie… -me indicó con las manos que me tendiera junto a él.

– ¿Qué?

– Esta noche creo que deberías beber de mí.

Puse cara de asco.

– ¡Agg! ¿No necesitarás toda tu fuerza para mañana por la noche? No estoy herida.

– ¿Cómo te has sentido desde que bebiste de mí? ¿Desde que puse mi sangre en tu interior?

Reflexioné.

– Bien -tuve que admitir.

– ¿Has estado enferma?

– No, pero de todos modos casi nunca lo estoy.

– ¿Has notado que tenías más energía?

– ¡Solo cuando no me la estabas robando tú! -dije con amargura, pero noté que los labios se me curvaban formando una pequeña sonrisa.

– ¿Eres más fuerte?

– Yo… sí, supongo que sí. -Me di cuenta por vez primera de lo extraordinario que había sido que trasladar yo sola un sillón nuevo la semana anterior.

– ¿Te ha sido más fácil controlar tu poder?

– Sí. Eso sí lo he notado -lo había achacado a mi mayor relajación.

– Si ahora bebes de mí, mañana por la noche tendrás más recursos.

– Pero tú estarás más débil.

– Si no tomas mucho, me recuperaré durante el día mientras duerma. Y puede que encuentre a otra persona de la que beber mañana por la noche, antes de que salgamos para allá.

Mi rostro expresó mi dolor. Sospechar que lo hacía y saberlo eran dos cosas muy distintas.

– Sookie, es por nosotros. Nada de sexo con ninguna otra persona, te lo prometo.

– ¿De veras crees que esto es necesario?

– Puede serlo. Al menos útil, y necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.

– Oh, está bien. ¿Cómo lo hacemos? -Solo conservaba recuerdos confusos de la noche de la paliza, por suerte.

Me miró con socarronería. Tuve la impresión de que le hacía gracia.

– ¿No estás excitada, Sookie?

– ¿Por beber tu sangre? Discúlpame, pero eso no me pone.

Sacudió la cabeza, como si no pudiera comprenderlo.

– Se me olvidaba-se limitó a decir-, se me olvida que no tiene por qué ser así. ¿Prefieres cuello, muñeca o ingle?

– Ingle no-dije rápidamente-. No sé, Bill, qué asco. Como tú prefieras.

– Cuello -decidió él-. Ponte encima de mí, Sookie.

– Eso es como el sexo.

– Es la manera más sencilla.

Así que me puse a horcajadas sobre él y descendí poco a poco. Daba una sensación curiosa; era una postura que solo usábamos para hacer el amor.

– Muerde, Sookie-susurró.

– ¡No puedo hacerlo!-protesté.

– Muerde o tendré que usar un cuchillo.

– Mis dientes no son afilados como los tuyos.

– Son lo bastante afilados.

– Te haré daño.

Él rió en silencio, sentí que su pecho se movía debajo de mí.

– Maldita sea. -Tomé aliento y haciendo de tripas corazón le mordí el cuello. Me lancé a fondo porque no tenía sentido alargar aquello. El sabor metálico de la sangre me llenó la boca. Bill gruñó suavemente y sus manos acariciaron mi espalda y bajaron por ella. Sus dedos me encontraron.

Di un respingo de sorpresa.

– Bebe -dijo con voz entrecortada, y yo chupé con fuerza. Volvió a gemir, más alto, y sentí que se apretaba contra mí. Una pequeña oleada de locura me recorrió y me pegué a él como una lapa. Él me penetró y comenzó a moverse. Sus manos me aferraban las caderas. Bebí y tuve visiones; visiones sobre un fondo negro de formas blancas que emergían del suelo e iban a cazar, la excitación de la persecución a través de los bosques, la presa jadeando por delante y la excitación de su miedo. Cacería, las piernas a toda velocidad, escuchando el retumbar de la sangre a través de las venas del perseguido…

Bill hizo un ruido profundo con su pecho y se liberó en mi interior. Aparté la cabeza de su cuello y un torrente de placer me llevó hasta el océano.

Eso fue bastante exótico para una camarera telépata del norte de Luisiana.

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