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La conferencia de prensa estaba presidida por MacAdo, astrónomo de MacMurdo, quien se había habituado a las bromas de los periodistas sobre MacAdo de MacMurdo, que, aludiendo a la comedia de Shakespeare "Mach ado about nothing", armaban mucho ruido en relación con MacAdo. Poseía un carácter firme, difícil de turbar. Como un timonel muy experimentado, conducía maestramente nuestra nave a través de las tempestades de la conferencia. Hasta tenía una voz de capitán, fuerte e imperativa, y era capaz de asediar, en los momentos necesarios, a los interrogadores latosos.

Al referirme a la tempestad, no lo hice accidentalmente. Tres horas antes los corresponsales habían tenido un encuentro, en un hotel de Paris, con otro "testigo del fenómeno" y delegado al Congreso, el almirante Thompson. Este se negó a tomar parte en la conferencia de prensa, aduciendo motivos que prefirió exponer posteriormente a los periodistas en conversaciones privadas. El quid de estos motivos y la esencia de sus declaraciones se pusieron en claro después de las primeras preguntas que nos hicieron los periodistas. Los delegados respondían a las preguntas dirigidas directamente a ellos; por otra parte, las preguntas indirectas eran contestadas por MacAdo. No acierto a recordarlas todas, pero aquellas que no olvidé se quedaron grabadas en mi memoria como en una cinta magnetofónica.

– ¿Están ustedes al tanto de la conferencia de prensa dada por el almirante Thompson?

Esta fue la primera pelota de tenis que nos lanzaron desde la sala y que, en el acto, fue rechazada por la raqueta del presidente:

– Lamento decirles que no sé nada de ella, pero, hablando con honestidad, no me inquieta en absoluto.

– Pero las declaraciones del almirante son sensacionales.

– Es muy posible.

– El demanda medidas preventivas contra las "nubes" rosadas.

– Entonces, infórmelo en su periódico. Les ruego que empiecen a hacer las preguntas pertinentes.

– ¿Qué diría usted si algunas delegaciones de la ONU demandaran acciones punitivas contra los "visitantes"?

– No soy ministro de la guerra para responder a tales demandas.

– Pero, ¿y si usted fuera ministro de la guerra, qué haría?

– Yo no aspiro a tal puesto.

Risas y aplausos fueron las respuestas de la sala. MacAdo arrugó el entrecejo: despreciaba los efectos teatrales. Y, sin reírse, se sentó, por cuanto el interrogador derrotado había hecho mutis.

Pero fue sustituido por el segundo, quien sin deseos de chocar con la elocuencia de MacAdo, buscó otra víctima:

– Yo quisiera hacerle una pregunta al profesor Zernov. ¿Está o no está usted de acuerdo con la afirmación de que las acciones de las "nubes" rosadas pueden amenazar la existencia de la humanidad?

– No, naturalmente, no estoy de acuerdo con esa afirmación -respondió rápido Zernov-. Hasta ahora las "nubes" rosadas no le han causado ningún daño a la humanidad. La desaparición de las masas de hielo terrestre sólo mejorará el clima. Repito: ni la naturaleza ni las obras del hombre han sufrido daño.

– ¿Insiste usted en ese punto de vista?

– Absolutamente. Las únicas pérdidas que tuvimos fueron el taburete que desapareció en Mirni junto con mi doble y el automóvil que Martin abandonó en la ciudad Sand City duplicada.

– ¿Qué automóvil?

– ¿Cuándo?

– ¿Dónde está Martin?

– Martin llegará hoy por la tarde -dijo MacAdo.

– ¿Estaba él en Sand City?

– Pregúntelo a él mismo.

– ¿De qué modo el profesor Zernov se enteró de la desaparición del automóvil de Martin?

MacAdo se volvió hacia Zernov y le miró interrogativamente como preguntándole: "¿Vas a responder?" Zernov respondió:

– Lo sé por las informaciones personales del propio Martin. Considero que no tengo poderes para dar detalles de todo lo ocurrido. Ahora bien, creo que aquel taburete viejo y aquel automóvil de segunda mano no representan una gran pérdida para la humanidad.

– ¡Quisiera hacerle una pregunta al profesor Zernov! -gritó alguien desde la sala-. ¿Cuál es su opinión respecto a las declaraciones del almirante Thompson en el sentido de que los dobles son la quinta columna de los invasores y el preludio de la futura guerra entre galaxias?

– Mi opinión es que el almirante ha leído muchos libros de ciencia-ficción y los ha tomado por realidad.

– Quisiera que mi pregunta fuera respondida por Anojin, el autor de la película. Según considera el almirante, usted es el doble, la película fue filmada por el doble y en el episodio donde perece el doble en la película el que pereció fue el propio Anojin. ¿Cómo podría usted demostrar que eso no es cierto?

Yo me encogí de hombros. ¿De qué modo podría demostrarlo? MacAdo respondió por mí:

– Anojin no necesita demostrarlo. En la ciencia se utiliza el principio inviolable de "presunción del hecho establecido". Los científicos no necesitan comprobar y verificar la falsedad de cualquier afirmación infundamentada. Está en manos del autor demostrar que la afirmación es verdadera.

La sala de nuevo aplaudió, pero esta vez, el largirucho MacAdo interrumpió los aplausos:

– Señores, esto no es un espectáculo.

– ¿Qué nos puede decir el presidente sobre Thompson? -inquirió alguien-. Sabemos que usted trabajó con el almirante durante un año en la expedición antártica. ¿Cuál es la impresión que tiene de él como científico y como hombre?

– Esta ha sido la pregunta más razonable de todas -afirmó sonriéndose MacAdo-. Lamentablemente no puedo satisfacer la curiosidad del interrogador. El almirante y yo trabajamos en una misma expedición científica y en un mismo punto geográfico; pero en ramas diferentes. El es un administrador y yo soy un astrónomo. Nuestros contactos no eran frecuentes. El nunca mostró ningún interés particular hacia mis observaciones astronómicas y yo no quise saber nada de sus habilidades administrativas. Supongo que él mismo no pretende tener el título de científico; por lo menos, yo no conozco sus obras científicas. Como persona, no le conozco del todo, aunque tengo la plena convicción de que es un individuo honesto y que no actúa por intereses egoístas ni políticos. No es anticomunista ni toma parte en la campaña presidencial. Todo lo que proclama está basado, a mi modo de ver las cosas, en un prejuicio falso y en conclusiones erróneas.

– A su juicio, ¿cómo debe actuar la humanidad?

– Las recomendaciones las dará nuestro Congreso.

– Entonces, yo tengo una pregunta que le concierne como astrónomo. ¿De dónde cree usted que llegaron esos monstruos?

MacAdo se rió sincera e involuntariamente por primera vez.

– Yo no encuentro en ello nada monstruoso. A veces parecen jinetes o alas en forma de delta; otras veces, son semejantes a una flor grande y bella y en otras ocasiones toman el aspecto de un dirigible. Sus concepciones estéticas son posiblemente muy diferentes a las nuestras. Sabremos de dónde llegaron cuando ellos mismos deseen responder a esa pregunta, si es que logramos, naturalmente, hacerles esa interrogante. Puede ser que llegaron de un sistema estelar vecino al nuestro. Tal vez de la nebulosa de Andrómeda o de la nebulosa de la constelación del Triángulo. Es absurdo tratar de adivinarlo en estos momentos.

– Dijo usted: "Cuando ellos mismos deseen responder a esa pregunta". Siendo así, ¿cree usted que el contacto es posible?

– Hasta el momento, ni uno solo de los intentos ha dado resultado. Sin embargo, el contacto es factible. Estoy convencido de ello; siempre y cuando ellos sean seres racionales y no biosistemas con un programa determinado.

– ¿Alude usted a los robots?

– No, no aludo a los robots; me refiero, en general, a sistemas programados, en cuyo caso el contacto dependería del programa.

– ¿Y si ellos son sistemas autoprogramados?

– Entonces, todo dependerá de cómo varía el programa bajo los efectos de los factores externos. Las tentativas para establecer contacto con ellos son también un factor externo.

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