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Entonces se dio cuenta de que estaban dando un rodeo para llegar al patíbulo, de modo que él iba seguramente a que le cortaran la cabeza. Miró perplejo a la multitud, que, como hormigas, se arrastraba a ambos lados e inesperadamente, entre el gentío de la calle, divisó a Ama Wu. De modo que era por eso que no la había visto durante tanto tiempo: estaba trabajando en la ciudad.

A Q se sintió súbitamente avergonzado por su falta de valor, porque no había cantado ningún verso de ópera. Sus pensamientos le daban vueltas en la cabeza como un torbellino: La joven viuda en la tumba de su esposo no era bastante heroica. Las palabras de «Lamento haber matado…», de La batalla del dragón y el tigre, eran demasiado pobres. «Te aplastaré con mi maza de acero» era hasta ahora lo más adecuado. Pero cuando quiso levantar las manos, recordó que las tenía atadas; de modo que tampoco cantó «Te aplastaré».

«Dentro de veinte años seré otro…» -A Q, en su agitación, dijo la mitad de un proverbio que le vino a la mente aunque no lo había aprendido, ni pronunciado nunca antes.

– ¡Bravo! -aulló la multitud, con un rugido semejante al del lobo.

La carreta avanzaba sin cesar. En medio de la aclamación, los ojos de A Q giraron buscando a Ama Wu, pero ella, mirando sencillamente absorta los rifles extranjeros que llevaban los soldados, no parecía haberlo visto.

Entonces A Q lanzó otra mirada sobre la multitud que lo aclamaba.

En aquel instante sus pensamientos volvieron a girar en su cabeza como un torbellino. Cuatro años antes, al pie de la montaña, había encontrado a un lobo hambriento que lo había seguido a una distancia fija, con evidentes intenciones de comérselo. Había estado a punto de morir de miedo, pero, afortunadamente, en aquel momento tenía un machete en la mano, lo que le dio valor para volver a Weichuang. Nunca había olvidado los ojos del lobo, fieros y cobardes, que brillaban como dos fuegos fatuos, perforando su piel a la distancia. Pero ahora los veía más terribles que nunca, obtusos y afilados; parecían haber devorado sus palabras, y aún seguían ansiosos de devorar algo más que su carne y su sangre. Y aquellos ojos le seguían siempre a una distancia fija.

Pareció como si los ojos se hubieran reunido en uno solo, que mordía el alma.

– ¡Socorro, socorro!…

Pero A Q no logró pronunciar esas palabras. Todo se volvió negro ante sus ojos, sintió un zumbido en los oídos como si todo su cuerpo se desintegrara cual ligero polvo.

En cuanto a las consecuencias ulteriores del robo, el más afectado fue el señor licenciado del examen provincial, porque los bienes robados nunca fueron recuperados. Toda su familia se lamentaba amargamente. Luego venía la casa de Chao, porque cuando el bachiller fue a la ciudad a dar cuenta del robo, no sólo le cortaron la trenza los malos revolucionarios, sino que tuvo que pagar veinte mil sapecas. De modo que también la familia Chao en su conjunto se lamentaba amargamente. Aquel día adoptaron el típico aire de sobrevivientes de una dinastía derrocada.

En cuanto a la dilucidación de los acontecimientos por parte de la opinión pública, no hubo objeciones en Weichuang, porque naturalmente todos dijeron que A Q debía de ser un mal hombre y la prueba de que era malo era que había sido fusilado; porque si no hubiera sido malo, ¿cómo lo iban a fusilar?

La verídica historia de A Q

Pero la opinión en la ciudad era desfavorable; muchos estaban insatisfechos porque estimaban que el fusilamiento era mucho menos espectacular que la decapitación. Y qué condenado más ridículo, además; había pasado por tantas calles sin cantar un solo verso de ópera. Lo habían seguido para nada.

Diciembre de 1921

Lu Xun

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Lu Xun (traditional Chinese: 魯迅; simplified Chinese: 鲁迅; pinyin: Lǔ Xùn) or Lu Hsün (Wade-Giles)

Se puede fechar con precisión el nacimiento de la literatura moderna en China, puesto que el movimiento teórico precedió a las obras: en 1915, a sólo cuatro años de la creación de la república, Chen Dusiu, decano de la Facultad de Letras de Pekín, marxista, fundó la revista Nueva Juventud, con el propósito de divulgar un programa de renovación literaria centrado en la liberación de la lengua de las pautas retóricas tradicionales -abriendo paso a la expresión coloquial en la escritura- y en la necesidad de dar a conocer el pensamiento occidental.

La revista de Chen publicó en 1917 Sugerencias para una reforma de la literatura, un texto del estudiante Hu Shi, que se encontraba por entonces en los Estados Unidos. Hu hacía ocho proposiciones relativas a la tarea del creador, que, a su criterio, debía escribir únicamente para comunicar un mensaje, sin imitar a los antiguos, respetando la gramática y eludiendo las palabras vanas, sin valerse de moldes ni de citas de los clásicos, apartándose de recursos acústicos empleados hasta el hastío, como las oraciones simétricas, y haciéndose eco del hablar popular. Ese fue el primer manifiesto del movimiento.

El segundo lo firmó el propio Chen un mes más tarde. Era mucho más combativo que el anterior, en forma y en contenido: tres lemas componían la «divisa del ejército de la revolución literaria»: «destruir la literatura pintarrajeada de una minoría aristocrática y crear una literatura popular, sencilla y expresiva»; «destruir la monótona literatura clásica y crear una literatura realista, plena de frescura y sinceridad»; «destruir una literatura de ermitaños, pedante y oscura, y crear una literatura social, clara e inteligible para todos».

En 1918, el programa de Chen Dusiu encontró su formulación práctica en las obras de los jóvenes Hu Shi y Lu Xun. El libro de Hu se titulaba Experiencias poéticas. Lu Xun se dio a conocer con un relato alegórico breve, el Diario de un loco, un doloroso alegato contra la ignorancia y el atraso. Las vidas de Hu Shi y Lu Xun divergieron más tarde notablemente: en el primer capítulo de La verídica historia de A Q, se alude a Hu y a sus discípulos, caracterizándolos por su «notable manía por la historia y las antigüedades»: Hu ya había abandonado sus posturas iniciales y había retornado a la tradición. Lu Xun, por su parte, se había radicalizado: en los años treinta, asumió posiciones marxistas, lo que le convirtió en guía de los escritores más jóvenes, identificados con la revolución. Las historias más recientes le sitúan como «padre de la moderna literatura china».

La verídica historia de A Q es la biografía de un marginal de aldea al que una visión conformista de la existencia arrastra al desastre. Los sucesos que enmarcan los grandes momentos de su vida son los de la rebelión que acabó con el imperio milenario y logró la instauración de la República China, en 1911, pero en todas las grandes conmociones sociales abundan los trágicos destinos secundarios. Las primeras páginas del relato explicitan una poética, a la vez que abren paso a su desarrollo.

Horacio Vázquez Rial

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