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Así se sentía esa tarde cuando la llevó al dormitorio para que viera el resultado de sus esfuerzos.

– Las sillas y la cama las han traído hoy -dijo mientras encendía la lámpara, cuya pantalla era de seda, con forma de loto-. Todos los muebles combinan muy bien unos con otros, ¿no crees?

La habitación era preciosa, parecía sacada de sus fantasías, se dijo ella. Sus ojos la recorrieron lentamente, y cuando se posaron de nuevo en Trevor, éste la estaba contemplando con intensidad. La luz de la lámpara hacía brillar el pelo de Kyla y la silueta de su cuerpo se recortaba a contraluz bajo el vestido de gasa.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella con voz tranquila.

– Vamos a probar la cama.

Ella parpadeó y tomó aire. El corazón le brincaba dentro del pecho. Él se acercó a ella y, sin que tuviera tiempo de darse cuenta, Kyla se encontró tumbada en la cama con Trevor inclinado encima de ella. Sin dejar de mirarla, la mano de él se deslizó por su cuello hacia abajo, descansó un instante sobre su pecho y, a continuación, fue hasta el primer botón del vestido. Lo desabrochó. El segundo. El tercero.

Ella seguía sin poder moverse. Ni siquiera cuando Trevor deslizó la mano bajo el vestido. La respiración de Kyla se aceleró. Cerró involuntariamente los ojos.

Él metió los dedos bajo el tirante del sujetador y se lo bajó. Más, más, más, hasta que la curva superior del pecho surgió bajo la copa de encaje.

– Dios santo, eres preciosa -puso una mano en su pecho y acarició la curva que éste dibujaba. Luego la llevó más abajo y le rozó el pezón.

Suspiró su nombre justo antes de reclamar su boca. Ese beso no fue tan tempestuoso como ella habría esperado, sino infinitamente dulce, tierno y amoroso. Tan amoroso como la mano que seguía acariciándole el pezón.

Él llevó la boca hasta su oreja.

– Quiero estar dentro de ti, Kyla. Quiero sentir cómo te dejas ir.

Ahogó su gemido con otro beso lleno de intensidad. Con las yemas de los dedos seguía acariciándole el cuerpo, que se contraía aún más en respuesta a sus últimas palabras.

– Por favor, cariño, no gimas de esa manera tan sexy -se quejó, mientras las yemas de sus dedos le acariciaban el pecho-, o no voy a ser capaz de parar. Y quiero que estemos casados la primera vez que me acueste contigo.

Ejerciendo un tremendo control, se refrenó y no siguió acariciándola. Le abrochó el vestido y tiró de ella para ayudarla a ponerse de pie. Ella se dejó caer contra él con debilidad.

Sonriendo por encima de los cabellos de Kyla, le puso una mano encima del corazón.

– Te haré feliz, Kyla, te lo juro.

Ella enterró la cara en su cuello, no empujada por la pasión sino por la desesperación. Trevor sabía cómo hacer vibrar su cuerpo, pero no podía devolverle la promesa que él acababa de hacerle. Porque eso supondría no cumplir otra que había hecho mucho antes de conocer a Trevor Rule, la que le había hecho a Richard el día que había muerto.

Nueve

Babs llenó la habitación de flores. Meg preparó un bufé suntuoso. El pastelero llevó una tarta de varios pisos. Lo que Kyla pretendía que fuera sólo una pequeña reunión familiar con el pastor empezaba a parecerse demasiado a una boda.

Se estaba quejando de ello en su dormitorio.

– Todos están haciendo mucho ruido con esta boda -estiró los brazos hacia los botones de la espalda para abrocharse el vestido.

– Todos deberían. Es un boda, por todos los santos -Babs la obligó a girarse para abrocharle la botonadura.

– Una segunda boda.

– ¿De qué te quejas? Algunas todavía estamos esperando la primera.

Kyla se quedó mirando fijamente a Babs, sorprendida.

– No sabía que hubieras pensado alguna vez en casarte.

Babs parecía apenada por haber dicho algo que le habría gustado poder retirar.

– No con cualquiera. Pero si un Richard Stroud o un Trevor Rule irrumpieran de pronto en mi vida, los atraparía con el lazo y los llevaría a rastras al altar.

Sintiéndose mal por su amiga, Kyla se puso la falda.

– Lo siento, Babs. Sé que he tenido mucha suerte.

– Eh, no me hagas mucho caso. No llamaría suerte a que mataran a mi marido en un atentado terrorista. Estoy celosa porque a mí no me ha querido ningún hombre estupendo y tú en cambio has tenido a dos arrodillados a tus pies.

Las descripción de Babs hizo reír a Kyla.

– No creo que Trevor se haya arrodillado nunca en su vida.

Babs también se rió.

– Pensándolo bien, yo tampoco -suspiró-. Por Dios, Kyla, Trevor es un semental. Pero un semental con buen corazón, y esas dos cosas casi nunca se dan juntas.

Kyla no quería pensar en el hombre que la estaba esperando abajo. Cada vez que pensaba en Trevor y la noche que los aguardaba, se ponía a temblar.

– ¿Estás segura de que este vestido es apropiado? -preguntó para cambiar de tema-. Tengo la sensación de que debería haber elegido algo más sencillo.

– Es perfecto.

El traje de seda de dos piezas de color amarillo pálido la hacía parecer un sorbete de limón. Sólo se había puesto un par de pendientes.

– ¿No crees que deberías quitarte eso?

Kyla siguió los ojos de Babs, fijos en su mano izquierda.

– Mi alianza.

Ni siquiera se había parado a pensar en ello, ese anillo había llegado a ser indisociable de su mano, tanto como sus huellas dactilares. Los ojos se le llenaron de lagrimas cuando pensó en quitárselo. Desde el día que Richard lo había puesto en su dedo y había prometido solemnemente amarla hasta el día de su muerte, no se lo había quitado nunca.

Lentamente, fue haciéndolo girar para hacerlo salir. Lo guardó con cuidado dentro de su joyero y cerró la tapa.

– ¿Estás lista? -preguntó Babs.

– Supongo que sí-respondió Kyla, agitada. Separarse de la alianza de casada había sido una sacudida emocional tan violenta como cuando había dejado el cuerpo de Richard en su tumba. Llevaba toda la semana restando importancia a la boda, pero ya no podía seguir haciéndolo. Estaba a punto de casarse con otro. En cuestión de unos minutos, ese hombre, no Richard, sería su marido.

– ¿Papá ya ha llevado a Aaron abajo?

– ¡Eres la novia! Deja de preocuparte por Aaron. Entre tus padres y yo podemos ocuparnos de él -Babs le pasó una gran caja cuadrada que había llevado antes al dormitorio-. Trevor me ha pedido que te dé esto antes de bajar.

Era un ramo de orquídeas blancas, de campana, las que tanto le gustaban, adornadas con capullos blancos.

– Dios santo -murmuró Kyla tomando el ramo de las manos de Babs-. Aquí debe haber…

– Una docena de orquídeas en total. Fue muy específico -los ojos azules de Babs centelleaban-. Te digo que ese hombre es una joya, Kyla, y si echas a perder este matrimonio, yo le echaré el guante sin pedirte permiso y sin cargo de conciencia.

– Haré lo que pueda para que funcione -murmuró Kyla mientras miraba hacia la puerta con aire atolondrado.

Abajo, Babs la precedió al entrar en el salón. Kyla oyó que las conversaciones se apagaban. Respiró hondo. Todos la estaban mirando.

Meg tenía un pañuelo húmedo apretado contra su mejilla, pero estaba sonriendo. Clif tragó saliva, emocionado, y el gesto hizo que en el cuello la nuez subiera y bajara. Babs sonreía con la malicia de una ninfa del bosque. Los Haskell, Ted y Lynn, estaban muy solemnes, algo poco habitual en ellos.

Finalmente Kyla miró a Trevor. Estaba tan guapo que casi se derrite. Llevaba el mismo traje oscuro que se había puesto el día de la cena de los promotores y camisa color crema. La corbata era listada en colores negro y crema, y del bolsillo del traje asomaba un pañuelo de seda.

Fue hacia Kyla, pero Aaron, que se movía como un relámpago cuando uno menos lo esperaba, echó a correr hacia su madre y llegó primero hasta ella. Meg y Babs se lanzaron hacia ellos para evitar que el niño le hiciera una carrera en las medias o le arrugara la falda.

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