Pero Trevor llegó primero y alzó a Aaron en brazos.
– ¡Qué guapa está tu madre, eh, scout! -exclamó con un murmullo ronco cuando se incorporó.
Aaron balbuceó algo que sonaba como «mamá»repetido varias veces, y luego se estiró hacia delante y plantó un beso húmedo en la mejilla de Kyla. Parecía contento en brazos de Trevor. Mejor, porque ella no sabía cómo habría hecho para agarrar a su hijo y el ramo de orquídeas al mismo tiempo.
– Parece que siempre te voy a estar dando gracias por las flores que me regalas.
– ¿Te gustan?
– Son preciosas. Claro, me encantan. Te has excedido un poco, ¿no?
Él sacudió la cabeza a ambos lados.
– Es el día de mi boda y tú eres la novia. Todo es poco para nosotros, cariño.
Se quedaron mirándose el uno al otro durante unos momentos hasta que Aaron empezó a moverse, inquieto, en brazos de Trevor. Éste salió del trance al que lo había inducido la aparición de Kyla y la tomó del brazo. Juntos, avanzaron por el salón, donde los esperaban los demás.
– Kyla, Trevor, éste es un día feliz -empezó a decir el pastor.
Aunque era media tarde y el sol entraba por las ventanas, Babs se había empeñado en encender unas velas. Las llamas parpadeaban, esparcidas por los rincones de la habitación, y despedían una fragancia dulce a vainilla. A alguien se le había ocurrido poner un disco de música instrumental, melodías románticas. Babs debía de haber agotado las existencias de Traficantes de pétalos, a juzgar por la cantidad de flores que decoraban el lugar y llenaban jarrones y cestas. Las había de todos los colores del arco iris.
La ceremonia fue obligadamente informal. Mientras repetían los votos matrimoniales, Aaron estornudó sobre el hombro de Trevor. Automáticamente, Kyla extendió el brazo y agarró el pañuelo que le tendía su madre para limpiarle las gotas que habían caído en el traje. Trevor sonrió cariñosamente. Luego el pastor continuó. Cuando pidió la alianza, Trevor se cambió a Aaron de brazo y metió la mano en el bolsillo derecho. Kyla se quedó con la vista clavada en la mano, en cuyo dedo anular él deslizó un anillo de brillantes.
Trevor se fijó en la marca circular blanca que tenía en el dedo y, cuando cayó en la cuenta de su origen, levantó los ojos y la miró. Una expresión que ella no pudo descifrar cruzó su rostro, pero desapareció inmediatamente. Algo como una disculpa. Luego empujó la alianza de brillantes hasta arriba y le apretó con fuerza la mano. El instante quedó atrás y sólo ellos fueron conscientes de que algo había sucedido.
Al cabo de unos instantes el pastor dijo:
– Trevor, puedes besar a la novia.
Se miraron el uno al otro. Los ojos de Kyla estaban fijos en el nudo de su corbata, y parecía que se negaban a moverse. Por fin, subieron tímidamente hasta la barbilla; luego hasta la boca sensual que surgía bajo el espeso bigote; después hasta la nariz, perfecta, y finalmente hasta su ojo verde, brillante. Ella tragó saliva.
Trevor inclinó la cabeza y bajó los labios hasta los de ella. Los de él se separaron, húmedos y cálidos, y la besaron con ternura no exenta de posesividad. Cuando se retiraron, sonrieron y luego se posaron en la mejilla de Aaron.
– Os quiero a los dos -susurró al oído a Kyla. Ésta sintió ganas de echarse a llorar.
Antes de que pudiera hacerlo, se vio rodeada y abrazada por sus padres. Babs fue hacia Trevor y aprovechó la oportunidad para volver a besarlo en la boca. Ted y Lynn se unieron al intercambio de besos.
Para tener un recuerdo de ese día, Clif sacó la máquina de fotos. Kyla sonrió a la cámara, pero no pudo evitar pensar en el álbum con tapas forradas de seda que tenía arriba, en su armario, y que contenía las fotos de otra boda.
Se estaba sirviendo un plato de comida junto al bufé cuando Trevor se acercó a ella.
– Si no te gusta la alianza, podemos cambiarla.
– No me lo esperaba -respondió Kyla, mirándose la sortija nueva-, pero me gusta mucho.
Y era verdad. Era sencilla y elegante.
– Los brillantes son de la alianza de mi madre. Papá me la mandó hace unos días. La montura era anticuada, pensé que no te gustaría, así que pedí que montaran las piedras de nuevo.
– ¿Que has encargado esta alianza para mí con los brillantes de tu madre? -preguntó ella, pasmada.
– Antes de morir me dio su alianza para que yo se la regalara a mi esposa el día que me casara.
– Pero Trevor, deberías haberla guardado para… -se interrumpió al darse cuenta de lo que había estado a punto de decir: «para una mujer que te quisiera».
– ¿Para quién? -él le puso el dorso de la mano debajo de la barbilla para obligarla a alzar la mirada y le echó la cabeza levemente hacia atrás-. Tú eres mi esposa, Kyla, la única -se inclinó hacia delante y posó un beso en sus labios antes de retirar la mano.
– Yo no te he comprado alianza, lo siento -no iba a reconocer que ni siquiera se le había ocurrido. La verdad era que no se había acordado de los anillos hasta que Babs, bendita fuera, le había sugerido que se quitara el suyo unos minutos antes de la ceremonia-. No estaba segura de si querrías llevar anillo. A algunos hombres no les gusta.
– Bueno, he estado pensándolo -se metió una aceituna en la boca y la masticó exagerando el movimiento de la mandíbula, como si fuera a hacer un anuncio importante-. He pensado que me gustaría algo diferente, no lo tradicional.
– ¿Cómo qué?
– Tal vez un pendiente de oro en la oreja.
Ella se quedó mirándolo con la boca abierta. Entonces se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo y se echó a reír.
– ¿Qué ocurre? -quiso saber Trevor, como si su risa lo ofendiera-. ¿No crees que un pendiente de oro iría bien con el parche negro?
– Sí, sí -dijo ella con sinceridad-. Los pendientes para hombre están muy de moda, y creo que te quedaría muy bien.
– Entonces ¿por qué te ríes?
– Me estaba preguntando qué dirían los hombres que trabajan en las obras.
– Mmm, tienes razón. Tal vez debería reconsiderarlo.
Los dos se echaron a reír.
– Por algo se empieza.
– ¿A qué te refieres?
– Por fin he conseguido que cambies esa expresión tensa y sonrías. Incluso te has reído.
– Yo siempre me río.
– Conmigo no. Quiero verte riéndote siempre -se inclinó y añadió en un murmullo-: Excepto cuando me desnude.
La mera idea hizo que Kyla dejara de reírse.
– Te prometo no reírme.
Le habría dado un beso a su padre por interrumpirlos en ese momento para tomarles otra foto. Les hicieron más fotos. Comieron, bebieron varios vasos del ponche que había preparado Meg, dijeron adiós a los Haskell con la promesa de volver a verse pronto.
Babs se marchó, tenía un cita.
– Pobre hombre -dijo a Trevor y a Kyla en la puerta cuando se marchaba-, no sabe lo que le espera esta noche. Todo esto de la boda me ha puesto muy romántica -guiñó un ojo con picardía y agitó la mano en señal de despedida.
– Mamá, deja que te ayude a limpiar todo esto.
– No, no, no -dijo Meg, empujando a Kyla fuera de la cocina-. Trevor y tú, marchaos.
– Pero las cosas de Aaron todavía no están preparadas. Pensé cambiarme primero y luego… -se quedó callada al darse cuenta de que los demás, sus padres y su marido, la miraban como si estuviera loca. Sólo Trevor parecía divertido. Ella ya se había dado cuenta de que ese ligero movimiento de su bigote anunciaba una sonrisa-. ¿Qué ocurre?
– Bueno, tu madre y yo nos imaginábamos que, al menos esta noche, dejarías aquí a Aaron -dijo Clif, incómodo.
Kyla abrió la boca para hablar y se dio cuenta de que no tenía nada que decir. Volvió a cerrarla.
– Gracias a los dos -dijo Trevor para llenar el incómodo silencio-. Os lo agradecemos. Si no os importa, dejaremos que duerma aquí esta noche. Mañana vendremos a buscarlo con la ranchera para llevarnos todas las cosas. A Kyla todavía le quedan algunas cajas, ¿no, cariño?