No haría falta casarse con Trevor. Económicamente era independiente. Cuando Aaron fuera creciendo se aseguraría de que se relacionara con otros niños de su edad y los padres de éstos. No necesitaba un hombre en su vida.
Sin embargo, suponía que debía darle las gracias a Trevor por su proposición y por empujarla a tomar decisiones que había ido posponiendo desde la muerte de Richard. Cuanto antes se lo dijera, mejor.
A la mañana siguiente, mientras sus padres se arreglaban para ir a la iglesia, hizo una llamada de teléfono. Él respondió al primer timbre.
– Hola, Trevor. Espero no haberte despertado…
– Difícil.
– He tomado una decisión. Yo…
– En seguida estaré ahí.
Colgó antes de que ella pudiera decir una palabra. Contrariada, puso el auricular en la base del teléfono. Habría sido más fácil decirle que no por teléfono y ahorrarle la embarazosa situación de un encuentro cara a cara.
En cuanto Aaron y ella estuvieron vestidos, sacó al niño fuera con un gran balón de playa. Sería mejor encontrarse con Trevor en el jardín delantero, así el asunto quedaría liquidado sin necesidad de que sus padres se enteraran.
Cuando había hablado con ella por teléfono, Trevor debía de estar con las llaves del coche en la otra mano, porque llegó al cabo de unos segundos. A Kyla le sorprendió verlo llegar con el traje oscuro. El sol arrancaba reflejos a su pelo negro. Dio una patada a la pelota de plástico y Aaron se lanzó en pos de ella.
– Buenos días -dijo.
– Buenos días.
Kyla estaba nerviosa. Iba a ser más difícil de lo que había imaginado. En vez de concentrarse en lo ridícula que era la idea de casarse con él, su mente no hacía más que regodearse en lo guapo que estaba. Recordaba el roce de su bigote en la palma de la mano, el modo en que él le había besado y acariciado el cuello.
– Trevor -empezó a decir. Se humedeció los labios rápidamente y entrelazó las manos húmedas de sudor-, yo…
De pronto apareció un perro, como caído del cielo, que empezó a dar saltos alrededor de Aaron, ladrando. Los saltos del esponjoso caniche blanco eran frenéticos y rápidos, y al niño debían de resultarle aterradores. Lo que para el caniche era un juego al niño le parecían ataques violentos.
Aaron empezó a gritar, pero sus gritos excitaban más al animal, el cual continuaba dando vueltas en torno a él. El niño avanzó varios pasos, sin mucha estabilidad, tratando de escapar, pero el perro cortó su avance. Se alzó sobre las patas traseras y puso las delanteras sobre los hombros de Aaron, el cual se cayó hacia atrás. Con tanta agilidad como pudo, se puso de nuevo en pie y corrió a ciegas buscando la salvación.
O no tan a ciegas. Sabía muy bien a quién elegir,y no fue hacia su madre. Corrió en dirección al hombre fuerte y alto, el cual se inclinó para alzarlo en brazos en cuanto el niño se refugió en sus espinillas.
Los bracitos gordinflones rodearon el cuello de Trevor. Aaron enterró la cara llena de lágrimas en su hombro. Trevor inclinó la cabeza hacia el niño y le acarició la espalda con suavidad.
– Está bien, scout. No pasa nada. Estás bien y no voy a dejar que te haga daño. El perrito sólo quería jugar contigo. Vamos, vamos, ya estás a salvo.
La dueña del perro, una mujer corpulenta de mediana edad, venía resoplando por la acera. Sujetó al caniche y le pegó en los cuartos traseros.
– Eres un desobediente. ¿Por qué has asustado así al niño? -alzó al caniche, se lo puso debajo del brazo y se acercó a ellos-. ¿Está bien su hijo? -preguntó a Trevor.
– Está bien. Sólo un poco asustado -Trevor seguía frotándole la espalda a Aaron. El niño no se movía. Seguía con la cara escondida en el hombro de Trevor pero ya no lloraba.
– Lo siento. Le quité la correa y salió disparado como una bala. No muerde, es que le encanta jugar.
– Aaron se ha agobiado -la mano enorme de Trevor cubría la cabeza del niño y la sujetaba con pulso seguro contra su cuello.
– Lo siento -repitió la mujer y siguió andando sin dejar de regañar al perro.
Trevor le dio a Aaron una palmadita en la espalda. Le frotó la mejilla con su bigote y le dio un beso en la sien.
– No pasa nada. Sólo…
Se interrumpió al ver la cara de Kyla. Estaba junto a él y lo estaba mirando de un modo que le llamó la atención y lo dejó sin palabras. Tenía lágrimas en los ojos. Los labios le temblaban y estaban ligeramente separados. Lo miraba como si lo viera por vez primera.
Por unos instantes, se quedaron con la mirada clavada el uno en el otro. Ni siquiera eran conscientes de que los Powers habían salido al porche para ver a qué se debía tanto alboroto. Meg empezó a bajar los escalones, pero Clif la agarró del brazo para detenerla.
Trevor, con Aaron todavía en brazos, alargó la mano izquierda y la puso bajo la barbilla de Kyla. Le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Te hemos interrumpido. ¿Qué era lo que ibas a decirme?
En ese instante, ella sabía cuál iba a ser su respuesta. Aaron necesitaba un padre. Un padre vivo. Siempre recordarían a Richard, pero éste ya no estaba allí para protegerlo de los peligros cotidianos de este mundo, como los perros juguetones.
Estaba claro que Trevor quería mucho al niño. Aaron se había refugiado instintivamente en él. Era tierno, cariñoso, amable y generoso. ¿Dónde iba a encontrar ella a un hombre que estuviera deseando responsabilizarse de criar al hijo de otro, uno que estuviera deseando casarse con ella a pesar de saber que no lo amaba?
– Estaba a punto de decirte que me encantaría casarme contigo… si es que tú todavía quieres.
– ¿Si yo todavía quiero? -repitió con voz ronca-. Dios mío, sí, todavía quiero.
Se acercó más a ella y con el brazo libre la estrechó contra sí. Kyla no sabía cómo iba a reaccionar él. ¿Un apretón de manos para cerrar el trato?, ¿sacaría del bolsillo un preacuerdo matrimonial para que lo firmara? Lo que no se esperaba era aquel beso. Era domingo por la mañana. Estaban al aire libre, expuestos a las miradas de cualquier vecino que se aventurara a salir y de los motoristas que pasaban por allí.
Pero Trevor no la besó con decoro. Inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, puso la boca sobre la de ella y la besó con fogosidad, de un modo muy masculino.
Kyla sintió un impacto en el abdomen, como si un puño la hubiera golpeado y enviara ondas de placer por todo su cuerpo. Vagamente, en algún lugar de su mente, la molestaba que Trevor siguiera sujetando a Aaron, pues eso impedía que la estrechara completamente entre sus brazos y, de ese modo, las sensaciones que la recorrían se completaran. Su feminidad entera ansiaba pleno contacto con aquel cuerpo robusto y viril. Quería que la llenara plenamente.
Cuando por fin él retiró la boca, ella se tambaleó ligeramente. Un brazo fuerte la sujetó. La hizo darse la vuelta y la guió hacia la casa. Vio a sus padres en el porche. Aaron estaba feliz; en el puño, bien apretado, guardaba un mechón de pelo de Trevor. Este sonreía de lado a lado y, cada pocos pasos, se reía.
– Señor Powers, señora Powers, Kyla ha accedido a casarse conmigo.
Meg se echó a llorar de alegría. Clif se apresuró a bajar los escalones y estrechó la mano de Trevor.
– Es maravilloso. Nos alegramos mucho. Nos…, en fin, nos alegra mucho. ¿Cuándo? -preguntó a su hija.
– ¿Cuándo? -repitió Trevor.
– Pues… no sé -una vez tomada la decisión, Kyla se sentía como si una ola enorme la arrastrara-. No me ha dado tiempo a pensarlo.
– ¿Qué te parece el domingo que viene? -sugirió Trevor-. Vengo vestido para ir contigo a la iglesia. Podemos hablar con el pastor después de misa.
– Es una idea estupenda -señaló Meg con entusiasmo-. Será aquí en casa, claro.
– Sí, ¿por qué esperar? -añadió Clif.
Sí, se dijo a sí misma Kyla, ¿por qué esperar? ¿Por qué había sentido el impulso de echar el freno? Hacía un rato, le parecía que casarse con Trevor era lo más adecuado, pero ahora se estaba dando cuenta de la dimensión de esa decisión. Aquello iba en serio. Pronto se convertiría en la señora Rule. ¿Qué diría la gente?