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La respiración era un poco forzada, pero Redford se resistía.

– La última vez que vi a Pandora, ella estaba viva, drogada y ansiosa de castigar a alguien. Si no la mató Mavis Freestone, creo que lo hizo Jerry Fitzgerald.

Intrigada, Eve volvió a su silla.

– ¿De veras? ¿Por qué?

– Se despreciaban mutuamente, ahora más que nunca eran rivales. Por encima de todo, Pandora tenía ganas de recuperar a Justin. Eso era algo que Jerry no iba a tole?rar. Además… -Sonrió-. Fue Jerry quien dio la idea de ir a casa de Leonardo para ajustarle las cuentas a Pandora.

Vaya, esto es nuevo, pensó Eve arqueando una ceja.

– No me diga.

– Cuando se marchó Mavis Freestone, Pandora esta?ba muy nerviosa, enfadada. Jerry pareció disfrutar pre?senciando la pelea. Jerry incitó a Pandora. Dijo algo en el sentido de que ella en su lugar no habría tolerado que la humillaran de aquella manera, que por qué no iba a casa de Leonardo y le enseñaba quién llevaba los panta?lones. Entonces añadió algo sobre que Pandora no era capaz de conservar a un hombre, y luego Justin se llevó a Jerry a toda prisa.

Su sonrisa se ensanchó.

– Despreciaban a Pandora, comprende. Ella por ra?zones obvias, y Justin porque yo le había dicho que la droga era asunto de Pandora. Justin haría cualquier cosa por proteger a Jerry, cualquier cosa. Yo, por el contra?rio, no tenía ningún vínculo emocional con los demás. Aparte de acostarme con Pandora, teniente. Acostarme y hacer negocios.

Eve llamó a la puerta del cuarto donde Casto estaba in?terrogando a Jerry. Al sacar él la cabeza, ella desvió la mirada hacia la mujer sentada ante la mesa.

– Tengo que hablar con ella.

– Está agotada. No creo que le saquemos mucho ahora. El abogado ya está dando la lata con un descanso.

– He de hablar con ella -repitió Eve-. ¿Cómo ha en?focado el interrogatorio esta vez?

– Línea dura, en plan agresivo.

– Muy bien, seré un poco más suave. -Eve entró en la habitación.

Aun podía sentir compasión por los demás. Jerry te?nía la mirada tenebrosa e inquieta, la cara hundida y las manos temblorosas. Su belleza era ahora frágil, pertur?bada.

– ¿Quiere comer algo? -preguntó Eve en voz baja.

– No. -Jerry miró alrededor-. Quiero irme a casa. Quiero ver a Justin.

– Intentaré arreglar una visita, pero habrá de ser su?pervisada. -Sirvió agua-. ¿Por qué no bebe un poco de esto y descansa un momento? -Tomó las manos de Jerry y las cerró sobre el vaso, llevándoselo a los labios-. Sé lo que está pasando. Lo siento. No podemos darle nada para contrarrestar el síndrome. Aún no sabemos sufi?ciente, y el remedio podría ser peor que la enfermedad.

– Estoy bien. No es nada.

– Qué putada. -Eve se sentó-. Redford la metió en esto. Lo ha confesado.

– No es nada -repitió ella-. Sólo estoy muy cansada. Necesito un trago de mi preparado. -Miró desesperada a Eve-. ¿Por qué no me da un poco para recuperarme?

– Usted sabe que es peligroso, Jerry. Sabe lo que le está haciendo. Abogado, Paul Redford ha declarado que él introdujo a la señorita Fitzgerald en la droga bajo el pretexto de una aventura comercial. Suponemos que ella desconocía las propiedades adictivas de la sustancia. De momento, no tenemos intención de acusarla de consu?mo de ilegales.

Como Eve había esperado, el abogado se relajó visi?blemente.

– Entonces, teniente, quisiera disponer la liberación de mi cliente y su ingreso en un centro de rehabilitación. Ingreso voluntario.

– Eso puede arreglarse. Si su cliente coopera unos minutos más, me ayudaría a cerrar los cargos contra Redford.

– Si ella coopera, teniente, ¿retirará todos los cargos?

– Sabe que eso no se lo puedo prometer. Sin embar?go, recomendaré indulgencia en los cargos por posesión e intento de distribución.

– ¿Dejará ir a Justin?

Eve volvió a mirar a Jerry. El amor era una extraña carga, pensó.

– ¿Estuvo implicado en la transacción?

– No. Él quería que yo lo dejase. Cuando descubrió que yo era… drogodependiente, me instó a rehabilitar?me, a que dejara de beber. Pero yo lo necesitaba. Quería parar, pero necesitaba tomar más.

– La noche en que murió Pandora hubo una discu?sión.

– Siempre había discusiones con Pandora. Era odio?sa. Creía que podía recuperar a Justin. La muy zorra no le quería nada, sólo pretendía hacerme daño. Y a él tam?bién.

– Justin no hubiera vuelto con Pandora, ¿verdad, Jerry?

– La odiaba tanto como yo. -Se llevó las cuidadas uñas a la boca y empezó a mordisqueárselas-. Es un ali?vio que esté muerta.

– Jerry…

– Me da lo mismo -explotó, lanzando una mirada fu?riosa a su cauteloso abogado-. Merecía morir. Ella lo quería todo sin importarle cómo lo conseguía. Justin era mío. Yo habría sido cabeza de cartel en el show de Leo?nardo si ella no hubiera sabido que a mí me interesaba. Hizo cuanto pudo para seducirle, para ponerme la zan?cadilla y quedarse ella con el trabajo. Y aquel trabajo tendría que haber sido mío desde el principio. Como lo era Justin. Como lo era la droga. Te pones guapa, sexy, joven. Y cada vez que alguien la tome, pensará en mí. No en ella, en mí.

– ¿Justin fue con usted a casa de Leonardo aquella noche?

– ¿Qué es esto, teniente?

– Una pregunta, abogado. Responda, Jerry.

– Claro que no. No fuimos a casa de Leonardo. Sali?mos a tomar copas y luego a casa.

– Usted se burló de ella, ¿verdad? Sabía cómo mane?jarla. Usted tenía que asegurarse de que ella fuera en busca de Leonardo. ¿Habló con Redford, le dijo él cuándo salió Pandora de allí?

– No, no sé. Me está confundiendo. ¿Puedo tomar algo? Necesito mi bebida.

– Usted había consumido esa noche. Se sentía fuerte. Lo bastante para matarla. Usted quería su cabeza. Pan?dora siempre se metía en su camino. Y sus tabletas eran más potentes y efectivas que su preparado bebible. ¿Las quería usted, Jerry?

– Sí, las quería. Se estaba volviendo más joven delante de mis narices. Más delgada. Yo he de vigilar cada maldi?to bocado que tomo, pero ella… Paul dijo que quizá po?dría quitárselas. Justin procuró hacerle desistir, apartarle de mí. Pero es que Justin no entiende lo que se siente: eres inmortal -dijo Jerry con una horrible sonrisa-. Te sientes inmortal. Sólo un trago, por el amor de Dios.

– Usted salió esa noche por la puerta de atrás y fue a casa de Leonardo. ¿Qué pasó allí?

– No puedo, estoy confusa. Necesito algo.

– ¿Cogió usted el bastón y la golpeó? ¿La pegó repe?tidas veces?

– Quería verla muerta. -Sollozando, Jerry apoyó la cabeza en la mesa-. Ayúdeme por favor. Le diré todo lo que quiera si me ayuda.

– Teniente, cualquier cosa que mi cliente diga bajo coacción física o mental será inadmisible.

Eve contempló a la mujer que lloraba y alcanzó el enlace.

– Avise a un médico -ordenó-. Y disponga una am?bulancia para la señorita Fitzgerald. Bajo custodia.

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