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– Que no lo estuviese obraba en beneficio de todas las partes implicadas. -Whitney levantó una mano-. Antes de que pierda los nervios y se arriesgue a una in?subordinación, déjeme decirle que la doctora deja claro en su informe que la señorita Freestone superó todas las pruebas. El detector de mentiras indica la veracidad de sus declaraciones. En cuanto a lo demás, la doctora Mira opina que el sujeto muy difícilmente podría exhibir la extremada violencia con que fue asesinada Pandora. La doctora Mira recomienda que le sean retirados los car?gos a la señorita Freestone.

– Retirados… -A Eve le ardían los ojos cuando se sentó otra vez-. ¿Cuándo?

– La oficina del fiscal está sometiendo a deliberación el informe de Mira. De manera no oficial, puedo decirle que si no surgen nuevos datos que anulen ese análisis, los cargos serán retirados el lunes. -Vio cómo Eve repri?mía un escalofrío, y aprobó su autodominio-. Las prue?bas físicas son contundentes, pero el informe de Mira y las pruebas acumuladas en la investigación de los casos supuestamente conectados pesan todavía más.

– Gracias.

– Yo no he probado su inocencia, Dallas, ni usted tampoco, pero casi lo consigue. Atrape a ese hijoputa, y pronto.

– Ésa es mi intención. -Su comunicador zumbó. Es?peró el consentimiento de Whitney antes de responder-. Aquí Dallas.

– He recibido tu maldito encargo -dijo Dickie con cara de pocos amigos-. Como si no tuviera nada más que hacer.

– Las protestas después. ¿Qué es lo que tienes?

– Tu último cadáver se había metido una buena dosis de Immortality, justo antes de palmar, según mi opi?nión. Creo que no tuvo tiempo de disfrutarlo.

– Transmite el informe a mi oficina -dijo ella y cortó antes de que pudiera quejarse. Esta vez sonrió al levantarse-. Tengo un asunto pendiente esta noche. Creo que podré atar unos cuantos cabos.

El caos, el pánico y los nervios desechos parecían formar parte de un desfile de alta costura tanto como las mode?los delgadísimas y las telas ostentosas. Era intrigante y divertido a la vez ver cómo cada cual asumía su papel en el espectáculo. El maniquí de labios enfurruñados que encontraba defectos a cualquier accesorio, la ayudante de ajetreados andares que llevaba agujas e imperdibles en el moño, la estilista que se abalanzaba sobre las mo?delos como un soldado impulsado a la batalla, y el des?venturado diseñador de todo aquello que iba y venía retorciéndose las enormes manos.

– Se nos hace tarde. Se nos hace tarde. Necesito a Lissa aquí antes de dos minutos. La música está bien, pero se nos hace tarde.

– Ya vendrá, Leonardo. Cálmate, por Dios.

Eve tardó un momento en reconocer a la estilista. El pelo de Trina era un cúmulo de puntas de color ébano capaces de sacarle el ojo a quien se le acercara a menos de tres pasos. Pero la voz la delataba, y Eve se la quedó mirando mientras otro frenético ayudante la apartaba a co?dazos.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -Un hombre con ojos de búho y una capa por las rodillas se acercó a Eve con cara de perro mordedor-. Quítate esa ropa, por el amor de Dios. ¿No sabes que Hugo está ahí enfrente?

– ¿Quién es Hugo?

El hombre produjo un ruido como de escape de gas y alargó la mano para tirar de la camiseta de Eve.

– Oiga, amigo, ¿quiere conservar los dedos? -Se zafó y le fulminó con la mirada.

– Desnúdate, vamos. Se nos acaba el tiempo.

La amenaza no surtió efecto y el hombre la agarró de los téjanos. Ella pensó en noquearle, pero optó por sacar su placa.

– Quíteme las manos de encima o le meto en la trena por agredir a un policía.

– ¿Usted qué pinta aquí? Tenemos los papeles en re?gla. Pagamos los impuestos. Leonardo, aquí hay una po?licía. No pretenderás que encima hable con la poli.

– Dallas. -Mavis llegó a toda prisa, cargada de telas multicolores-. Aquí sobras. ¿Por qué no estás donde el público? Dios, ¿aún vas vestida así?

– No he tenido tiempo de cambiarme. -Eve le mos?tró la camisa manchada-. ¿Te encuentras bien? No sabía que habían cambiado el día de tus pruebas, hubiera ido a verte.

– No te apures. La doctora Mira se portó de maravi?lla, sabes, pero te diré que me alegro de que todo haya pasado. Prefiero no hablar de ello -dijo rápidamente, echando un vistazo al desorden que la rodeaba-. Al me?nos ahora.

– Está bien. Quiero ver a Jerry Fitzgerald.

– ¿Ahora? El show ya ha empezado. Lo tenemos todo calculado al microsegundo. -Con la destreza de un experto, Mavis se apartó del camino de dos modelos piernilargas-. Tiene que concentrarse, Dallas. -Ladean?do la cabeza, tarareó al unísono con la música-. Su pró?ximo pase es dentro de cuatro minutos escasos.

– Entonces no la entretendré. ¿Dónde está?

– Dallas, Leonardo te…

– ¿Dónde, Mavis?

– Ahí detrás. -Señalando con la mano, le pasó un ro?llo de tela a un ayudante-. En el camerino de la estrella.

Eve consiguió esquivar a la gente y colarse hasta una puerta con el nombre de Jerry en letras de relum?brón. No se molestó en llamar sino que empujó la puer?ta y vio cómo la modelo era embutida en un tubo de lame dorado.

– No voy a poder respirar con esto. Aquí dentro no respira ni un esqueleto.

– Si no hubieras comido tanto paté, querida -le dijo implacable el ayudante-. Vamos, aguanta la respiración.

– Bonito espectáculo -comentó Eve desde el um?bral-. Parece una varita mágica.

– Es uno de los diseños retro. Típico glamour del si?glo pasado. Cono, no puedo ni moverme.

Eve se le acercó y entrecerró los ojos.

– El cosmetólogo ha hecho un buen trabajo. No se ve ningún morado. -Y preguntaría a Trina si realmente ha?bía algún morado que disimular-. He oído que Justin le dio un par de bofetones.

– El muy cerdo. Mira que pegarme en la cara antes de un desfile.

– Yo diría que no se empleó a fondo. ¿Por qué pelea?ron, Jerry?

– Pensó que podía engañarme con una corista. Eso será sobre mi cadáver.

– Una observación interesante, ¿no? ¿Cuándo empe?zó todo?

– Escuche, teniente. Ahora tengo un poco de prisa, y salir a la pasarela con la cara ceñuda podría arruinar mi presentación. Hable usted con Justin.

Jerry cruzó la puerta con pasmosa agilidad, pese a las quejas anteriores. Eve se quedó donde estaba, escu?chando la ovación que señalaba la entrada de Jerry. Seis minutos después, la modelo era sacada de su coraza de lame.

– ¿Cómo se enteró usted?

– Trina. ¡El pelo, por Dios! Caray, es usted insisten?te. Me llegó el rumor, eso es todo. Y cuando se lo co?menté a Justin, lo negó. Pero yo me di cuenta de que mentía.

– Aja. -Eve pensó en los embusteros mientras Jerry permanecía con los brazos extendidos. Trina transformó su mata de pelo negro en un revoltijo de rizos va?liéndose de un secador manual. Jerry se ajustó un ves?tido de seda blanca con ribetes arco iris-. No se ha que?dado mucho tiempo en Maui.

– Me importa una mierda donde esté.

– Regresó anoche a Nueva York. He verificado el puente aéreo. Sabe, Jerry, esto es curioso. Otra vez todo tan oportuno. La última vez que los vi a los dos, pare?cían hermanos siameses. Usted fue con Justin a casa de Pandora y luego a casa de él esa noche. Y seguía allí por la mañana. Tengo entendido que él la acompañaba a sus ensayos para el desfile. No parece que le quedara mucho tiempo para tirarse a una corista.

– Los hay que son muy rápidos. -Jerry ofreció una mano para que el ayudante pudiera ponerle media doce?na de pulseras tintineantes.

– Una pelea en público con muchos testigos y hasta una puntual cobertura informativa. Sabe, a la vista de cómo han ido las cosas, diría que su mutua coartada hace aguas. Si yo fuera la clase de policía que cree en las apariencias.

Jerry comprobó en el espejo la caída de su vestido.

– ¿Qué busca, Dallas? Estoy trabajando.

– Yo también. Déjeme decirle cómo lo veo, Jerry. Usted y su amigo tenían un pequeño negocio con Pan?dora. Pero ella era codiciosa. Daba la impresión de que quería joderlos a los dos. Entonces ocurre algo inespera?do. Aparece Mavis, hay una pelea. A una mujer lista como usted pudo ocurrírsele una idea luminosa.

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