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– ¿Tuvieron éxito esos proyectos?

– Sólo moderado.

– Y aparte de esos proyectos, ¿tuvo usted alguna otra relación de negocios con la difunta?

– Ninguna. -Redford esbozó una sonrisa-. Sin con?tar una pequeña inversión a título especulativo.

– Explíquese, por favor.

– Ella afirmaba haber sentado las bases para su propia línea de cosméticos y moda. Naturalmente, necesitaba pa?trocinadores y a mí me intrigó lo suficiente para invertir.

– ¿Le dio usted dinero?

– Sí, durante el último año y medio invertí algo más de trescientos mil dólares.

Has buscado el modo de escurrir el bulto, pensó Eve, y se retrepó en su butaca.

– ¿Cuál es la categoría de esta línea de moda y cos?méticos que según dice la víctima estaba llevando a cabo?

– No tiene ninguna categoría, teniente. -Redford le?vantó las manos, las bajó otra vez-. Me embaucó. Hasta después de su muerte no descubrí que no existía tal lí?nea, ni otros patrocinadores, ni producto alguno.

– Ya. Usted es un hombre adinerado, un productor de éxito. Debió pedirle cifras, gastos, ingresos previstos. Quizá hasta una muestra de los productos.

– No. -Su boca se tensó al mirarse las manos-. No se lo pedí.

– ¿Espera que crea que le entregó el dinero para una línea de productos de la que no disponía de informa?ción?

– Esto es engorroso. -Levantó los ojos de nuevo-. Tengo buena reputación, y si esta información sale a la luz, me vería seriamente perjudicado.

– Teniente -interrumpió el abogado-. La reputación de mi cliente es un activo muy valioso. Si estos datos esca?pan a los parámetros de la investigación, este activo que?dará dañado. Puedo y voy a conseguir una orden para que esta parte de la declaración quede anulada a fin de prote?ger los intereses de mi cliente.

– Hágalo. Menuda historia, señor Redford. ¿Quiere decirme por qué un hombre con su reputación en los negocios, con todos sus activos, dedicaría trescientos mil dólares a una inversión inexistente?

– Pandora era muy persuasiva, y muy guapa. Ade?más era inteligente. Eludió mi solicitud de planes y ci?fras. Yo justificaba los pagos continuados porque me parecía que ella era una experta en su campo.

– Y no se enteró del engaño hasta que ella estuvo muerta.

– Hice algunas averiguaciones, contacté con su re?presentante. -Hinchó los carrillos y casi logró parecer inocente-. Nadie sabía nada del proyecto.

– ¿Cuándo hizo usted esas averiguaciones?

Redford dudó apenas un segundo.

– Esta tarde.

– ¿Después de nuestra entrevista?, ¿de que yo le pre?guntara sobre los pagos?

– En efecto. Quería asegurarme de que no hubiera ningún enredo antes de contestar a sus preguntas. Por consejo de mis abogados, me puse en contacto con la gente de Pandora y descubrí que me había timado.

– Es usted un artista de la oportunidad. ¿Tiene algún hobby, señor Redford?

– ¿Hobby?

– Un hombre con un trabajo estresante como el suyo, con sus… activos, debe necesitar alguna distrac?ción. Coleccionar sellos, jugar con el ordenador, horti?cultura…

– Teniente -dijo el abogado con cansancio-. ¿A qué viene eso?

– Me interesan los ratos de ocio de su cliente. Ya sa?bemos a qué dedica su tiempo profesional. Quizá espe?cula usted con inversiones a modo de válvula de escape.

– No, Pandora fue mi primer error y será el último. No tengo tiempo para hobbies, ni ganas.

– Le comprendo. Alguien me ha dicho hoy que la gente debería plantar petunias. Yo no podría perder el tiempo ensuciándome de tierra y plantando flores. Y no porque no me gusten. ¿A usted le gustan las flores?

– Cada cosa a su tiempo. Por eso tengo personal de?dicado a ello.

– Pero usted tiene licencia de horticultor.

– Yo…

– Solicitó una licencia que le fue concedida hace unos meses. Más o menos cuando efectuó un pago a Jerry Fitzgerald por la suma de ciento veinticinco mil. Y dos días antes, hizo usted un pedido de Capullo Inmortal a la colonia Edén.

– El interés de mi cliente por la flora no tiene la me?nor relevancia en este asunto.

– Se equivoca -dijo Eve al punto- y esto es una en?trevista no un proceso judicial. No necesito que sea rele?vante. ¿Para qué quería ese Inmortal?

– Pues… era un regalo. Para Pandora.

– Empleó usted tiempo, desvelos y gastos para con?seguir una licencia, y luego compró una especie contro?lada como regalo para una persona con la que se acostaba de vez en cuando. Una mujer que en el último año y medio consiguió sacarle más de trescientos mil dólares.

– Eso fue una inversión. Lo otro un regalo.

– Bobadas. Ahórrese la protesta, abogado, queda de?bidamente anotada. ¿Dónde está ahora la flor?

– En New Los Angeles.

– Agente Peabody, disponga que la confisquen.

– Eh, oiga, espere un momento. -Redford arrastró su silla-. Es propiedad mía. Yo pagué por ella.

– Ha falsificado datos para obtener esa licencia. Ha comprado ilegalmente una especie controlada. Será confiscada y usted será debidamente acusado. ¿Pea?body?

– Sí, señor. -Sofocando una risa, Peabody sacó su comunicador y estableció contacto.

– Esto es acoso. -El abogado estaba hecho una fiera-. Y los cargos son ridículos.

– Vaya… Usted conocía esa planta, sabía que era un elemento necesario para elaborar la droga. Pandora iba a sacar mucho dinero de esa sustancia. ¿Acaso intentaba ella excluirle?

– No sé de qué me está hablando.

– ¿Acaso intentó enrollarle, le dio a probar lo suficien?te como para hacerle adicto? Quizá le escondió la droga hasta que usted le imploró. Hasta que quiso matarla.

– Yo jamás toqué esa droga -explotó Redford.

– Pero sabía de su existencia. Sabía que ella la tenía. Y había manera de conseguir más. ¿Acaso fue usted quien trató de excluirle del negocio y hacérselo con Jerry? Usted compró la planta. Averiguaremos si hizo analizar la sustancia. Teniendo la planta, usted podía fa?bricar la droga. Ya no necesitaba a Pandora. Pero tam?poco podía controlarla. Ella quería más dinero, más droga. Usted descubrió que era letal, pero ¿para qué es?perar cinco años? Quitando a Pandora de en medio, hubiera tenido todo el campo libre.

– Yo no la maté. Había terminado con ella, no tenía motivos para matarla.

– Usted fue a su casa esa noche. Se acostó con ella. Ella tenía la droga. ¿La utilizó para tentarle a usted? Us?ted ya había matado dos veces para proteger su inver?sión, pero ella seguía obstruyéndole el paso.

– Yo no he matado a nadie.

Eve le dejó gritar, dejó que el abogado exclamara sus objeciones y sus amenazas.

– ¿La siguió a casa de Leonardo o la llevó allí usted mismo?

– Yo no estuve allí. Jamás la toqué. Si hubiera queri?do matarla, lo habría hecho en su propia casa, cuando me amenazó.

– Paul…

– Cállese la boca -le espetó Redford a su abogado-. Está tratando de cargarme un asesinato, maldita sea. Discutí con Pandora. Ella quería más dinero, mucho di?nero. Se aseguró de que yo viera sus provisiones de dro?ga, lo mucho que tenía a su disposición. Era una fortuna. Pero yo ya la había hecho analizar. No necesitaba a Pan?dora, y así se lo dije a ella. Tenía a Jerry para respaldar el proyecto cuando estuviera listo. Pandora se puso furio?sa, me amenazó con arruinarme, con matarme. Para mí fue un placer dejarla plantada.

– ¿Planeaba usted fabricar y distribuir la droga?

– Como tópico -dijo, secándose la boca con el dor?so de la mano-. Y cuando estuviera preparada. El dinero era irresistible. Sus amenazas no significaban nada para mí, ¿entiende? No podía arruinarme sin arruinarse a sí misma. Y eso no lo habría hecho nunca. Yo había termi?nado con ella. Y cuando supe que había muerto, abrí una botella de champán y brindé por su asesino.

– Muy bonito. Bien, empecemos otra vez.

Después de dejar a Redford para que lo ficharan, Eve entró en el despacho del comandante.

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