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– Estoy mirando mis gusanos. Es una nueva raza. -Levantó un trozo de tierra con cosas que se movían.

– Muy bonito -dijo Eve, sintiendo cierto alivio cuan?do Engrave sepultó el ajetreado terrón.

– Conque usted es la policía de Roarke. Yo me figu?raba que habría escogido a una de esas pura sangre con el cogote pelado y las tetas gordas. -Frunció los labios y miró de arriba abajo a Eve-. Veo que no, y me alegro. El problema con las pura sangre es que siempre están pi?diendo mimos. A mí que me den un híbrido.

Engrave se limpió las manos en su sucia ropa. Una vez en pie, Eve vio que medía cerca de un metro cin?cuenta.

– Esto de los gusanos es una magnífica terapia. Yo se la recomendaría a mucha gente, así no necesitarían dro?gas para ir tirando.

– Hablando de drogas…

– Sí, sí, por aquí. -Echó a andar a paso de marcha pero luego fue reduciendo la velocidad-. Hay que podar un poco. Hace falta más nitrógeno. Y riego subterráneo, para las raíces. -Se detuvo entre hojas de un insultante verde, larguísimas enredaderas, capullos explosivos-. La cosa ha llegado al punto de que me pagan por cuidar el jardín. Bonito trabajo para el que lo pilla. ¿Sabe qué es esto?

Eve miró una flor de color púrpura y forma de trompeta. Estaba casi segura pero temía una trampa.

– Una flor -dijo.

– Petunia. Bah, la gente ha olvidado el encanto de lo tradicional. -Se detuvo junto a un lavabo, se quitó parte de la tierra que llevaba en las manos, dejando restos entre sus uñas estropeadas-. Hoy en día todos quieren lo exóti?co. Lo grande, lo diferente. Un buen arriate de petunias proporciona mucho placer a cambio de pocos cuidados. Se plantan, sin esperar que sean lo que no son, y a disfru?tarlas. Son sencillas, y no se te marchitan por una nadería. Unas petunias sanas significan algo. En fin.

Se subió a un taburete delante de un banco de traba?jo atiborrado de herramientas, tiestos, papeles, un Auto-Chef con la luz de vacío encendida, y un sofisticado sis?tema informático.

– Lo que me envió usted con ese irlandés ha sido una auténtica bolsa de los truenos. A propósito, él sí conocía las petunias.

– Feeney es un hombre de talentos sorprendentes.

– Le di unos pensamientos para su mujer. -Engrave conectó el ordenador-. Ya he hecho algunos análisis de la muestra que me trajo Roarke. Me dijo muy amable que le corría prisa. Otro irlandés. Dios los conserve. La nueva muestra de polvo me ha dado más trabajo.

– Entonces tiene los resultados…

– No me meta prisa, mujer. Eso sólo vale si me lo dice un irlandés guapo. Y no me gusta trabajar para la poli. -Engrave sonrió a placer-. No aprecian la ciencia. Apuesto a que ni siquiera se sabe la tabla periódica.

– Oiga, doctora… -Para consuelo de Eve, la fórmula apareció en el monitor-. ¿Está controlada esta unidad?

– No se preocupe, tiene contraseña. Roarke me dijo que esto era super secreto. Tranquila, estoy en el ajo desde hace mucho más que usted. -Con una mano de?sechó a Eve y con la otra señaló a la pantalla-. Bien, no entraré en los elementos básicos. Hasta un niño po?dría verlos, conque imagino que ya los habrá identifi?cado.

– Es el desconocido lo que…

– Ya, teniente, ya. El problema está aquí. -Señaló una serie de factores-. La fórmula no ha servido para identi?ficarlo, porque está codificado. Vea. -Alargó el brazo para coger una pequeña platina cubierta de polvo-. Has?ta los mejores laboratorios se las verían y se las desearían para analizar esto. Parece una cosa, huele a otra. Y cuan?do está todo mezclado, como en esta fórmula, es la reac?ción lo que altera la mezcla. ¿Sabe algo de química?

– ¿Es necesario?

– Si más gente supiera de química…

– Doctora Engrave, necesito aclarar un asesinato. Dígame qué es y yo trabajaré a partir de ahí.

– Otro problema de la gente es la impaciencia -le es?petó Engrave, sacando un plato pequeño. Dentó del mismo había unas gotas de un líquido lechoso-. Como a usted no le importa una higa, no le diré lo que he hecho. Dejémoslo en que he realizado unas pruebas, unos cuantos trucos de química básica y que he conseguido aislar su elemento desconocido.

– ¿Es eso de ahí?

– Sí, en su estado líquido. Seguro que su laboratorio le dijo que era una forma de valeriana; una especie oriunda del sudoeste.

Eve la miró.

– ¿Y?

– Se acerca, pero no del todo. Es una planta, por su?puesto, y utilizaron valeriana para cortar el espécimen. Esto es néctar, la sustancia que seduce a aves y abejas y que hace girar el mundo. Un néctar que no procede de ninguna especie nativa.

– Nativa de Estados Unidos, quiere decir.

– No, nativa de ninguna parte. -Engrave alcanzó una maceta y la dejó en la mesa de mala gana-. Aquí tiene a su bebé.

– Qué bonito -dijo Peabody, inclinándose hacia las exuberantes flores que iban de un blanco cremoso a un granate subido. Olisqueó, cerró los ojos y repitió la ope?ración-. Es maravilloso. Es… -La cabeza le daba vuel?tas-. Qué fuerte.

– Y que lo diga. Basta, o no sabrá lo que hace durante una hora. -Engrave apartó la planta.

– ¿Peabody? -Eve la sacudió por el brazo-. Despierte.

– Es como tomarse una copa de champán de un solo trago. -Se llevó una mano a la sien-. Increíble.

– Un híbrido experimental -explicó Engrave-. Nom?bre en clave: Capullo Inmortal. Éste tiene catorce me?ses, y no ha dejado de echar flores. Procede de la colo?nia Edén.

– Siéntese, Peabody. ¿El néctar de esta cosa es lo que estamos buscando?

– De por sí, el néctar es fuerte y provoca en las abejas una reacción semejante a la ebriedad. Les ocurre lo mis?mo con la fruta demasiado madura, como los melocotones caídos, por ejemplo, cuyo zumo está muy concen?trado. A no ser que la ingestión sea mesurada, se ha des?cubierto que las abejas mueren de sobredosis de néctar. Nunca tienen bastante.

– ¿Abejas adictas?

– Como les quiera llamar. De hecho, no se follan a las otras flores porque ésta las tiene seducidas. Su laborato?rio no descubrió nada porque este híbrido está en la lis?ta restringida de las colonias horticulturas y queda bajo jurisdicción de la Aduana Galáctica. La colonia está trabajando para mitigar el problema con el néctar, ya que ocasiona un montón de prejuicios a la hora de su expor?tación.

– Así que Capullo Inmortal es un espécimen contro?lado.

– Por el momento sí. Tiene cierta utilidad en medici?na y especialmente en cosmética. La ingestión del néctar puede producir una luminescencia del cutis, una nueva elasticidad y una apariencia de juventud.

– Pero es un veneno. Su consumo a largo plazo daña el sistema nervioso. Nuestro laboratorio lo ha confirmado.

– El arsénico también, pero las señoras finas lo toma?ban en pequeñas dosis para tener la piel más blanca y más clara. Para algunos, la belleza y la juventud son pro?blemas desesperantes. -Engrave se encogió de hombros en señal de rechazo-. En combinación con los otros ele?mentos de la fórmula, este néctar actúa como activador. El resultado es una sustancia altamente adictiva que au?menta la energía y la fuerza física, potencia el deseo se?xual y la sensación de renovada juventud. Y como, al no estar controlados, estos híbridos pueden propagarse como conejos, nuestro Capullo Inmortal puede seguir produciéndose a bajo precio y gran escala.

– ¿Se propagarían igual en las condiciones en la Tierra?

– Desde luego. La colonia Edén produce plantas y flora en general para las condiciones planetarias.

– Bien, usted tiene unas plantas -reflexionó Eve-. Y un laboratorio, las otras sustancias químicas.

– Y usted tiene una ilegal muy atractiva para las ma?sas. Pague -dijo Engrave con una sonrisa amarga-, sea fuerte, sea guapo, sea joven y sexy. El que consiguió esta fórmula sabía de química y se conocía a sí mismo; y ade?más comprende la belleza del lucro.

– Belleza letal.

– Sí, por supuesto. De cuatro a seis años de consumo regular pueden acabar con cualquiera. El sistema ner?vioso diría basta. Pero cuatro o seis años es muchísimo tiempo y alguien va a obtener, como suele decirse, pin?gües beneficios.

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