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– Así es. Siento haberla sacado de casa en plena no?che, doctora.

– Policías y médicos: estamos acostumbrados. ¿Vol?veremos a hablar?

Eve quiso negarse, tal como se había negado durante años y años. Pero ahora era distinto, eso lo veía claro.

– Sí, está bien.

Impulsivamente, Mira le acarició la mejilla y la besó.

– Saldrá adelante, Eve. -Luego miró a Roarke y le tendió la mano-. Me alegro de que me llamara. Tengo un interés personal en la teniente.

– Yo también. Gracias.

– Espero que me inviten a la boda. No me acompa?ñen. Conozco el camino.

Roarke fue a sentarse al lado de Eve.

– ¿No sería mejor para ti que me desprendiera del di?nero, de las propiedades, que pasara de mis empresas y empezara de cero?

Si ella esperaba algo, no fue esto. Le miró boquia?bierta.

– ¿Serías capaz?

Él se inclinó y le dio un beso somero.

– No.

Ella se sorprendió a sí misma riendo.

– Me siento como una tonta.

– Haces bien. -Entrelazó sus dedos con los de ella-. Deja que te ayude a olvidar el dolor.

– Has estado haciéndolo desde que entraste por la puerta. -Suspiró-. Trata de aguantarme, Roarke. Soy un buen policía. Sé lo que me hago cuando llevo la pla?ca. Es cuando me la quito que no estoy segura de mí misma.

– Soy tolerante. Puedo aceptar tus puntos flacos como tú aceptas los míos. Ven, vamos a la cama. Tienes que dormir. -La ayudó a ponerse en pie-. Y si tienes pe?sadillas, no me las escondas.

– Nunca más. ¿Qué pasa?

Roarke le pasó los dedos por el pelo.

– Te lo has cambiado. De forma sutil pero encanta?dora. Y hay algo más… -Le frotó la mandíbula con el pulgar.

Ella meneó las cejas esperando que él notara su nue?va forma, pero Roarke continuó mirándola.

– ¿Qué?

– Estás muy guapa. De verdad, mucho.

– Estás cansado.

– No es verdad. -Se inclinó y le dio un beso largo y pausado en la boca-. En absoluto.

Peabody la miraba, pero Eve hizo como que no se daba cuenta. Estaba tomando café y, anticipándose a la llega?da de Feeney, había subido incluso un paquete de muffins. Las persianas abiertas le permitían saborear una es?pléndida vista de Nueva York con su dentada línea del cielo tras el exuberante verde del parque.

Decidió que no podía culpar a Peabody por quedar?se boquiabierta.

– Le agradezco mucho que haya venido aquí en vez de a la Central -empezó Eve. Sabía que aún no estaba en plena forma, como sabía que Mavis no podía permitirse el lujo de que ella le fallara-. Quiero solucionar unas cuantas cosas antes de fichar. En cuanto lo haya hecho, imagino que Whitney me llamará. Necesito municiones.

– Descuide. -Peabody sabía que algunas personas vi?vían así. Lo sabía de oídas, de leerlo o de verlo en la pan?talla. Y los aposentos de la teniente no tenían nada de fa?buloso. Eran bonitos, eso sí, llenos de espacio, buen mobiliario, excelente equipamiento.

Pero la casa, Dios, qué casa. Eso ya no era una man?sión sino una fortaleza, quizá un castillo. El césped ver?de y extenso, los árboles floridos, las fuentes. Todas aquellas torres, el centelleo de la piedra. Eso era antes de que un conserje te hiciera entrar y te quedaras pasmado al ver todo el mármol, el cristal y la madera. Y el espacio. Inmenso.

– Peabody.

– ¿Qué? Perdón.

– Tranquila. Este sitio intimida a cualquiera.

– Es increíble. -Volvió a mirarla-. Usted se ve distin?ta aquí -decidió achicando los ojos-. Yo la veo distinta, al menos. Ah, se ha cortado el pelo. Y las cejas. -Intriga?da, se acercó un poco-. Tratamiento epidérmico.

– Sólo facial. -Eve se contuvo a tiempo-. ¿Nos pone?mos a trabajar ahora o quiere el nombre de mi estilista?

– No podría pagarla -dijo alegremente Peabody-.

Pero le sienta bien. Quiere ponerse a tono porque se casa dentro de un par de semanas.

– No serán dos semanas, sino el mes que viene.

– Creo que no sabe que ya es el mes que viene. La veo nerviosa. -Peabody dejó ver una sonrisa divertida-. Usted nunca se pone nerviosa.

– Cállese, Peabody. Tenemos un homicidio.

– Sí, señor. -Ligeramente avergonzada, Peabody se tragó el mohín-. Pensaba que estábamos matando el tiempo hasta que llegara el capitán Feeney.

– Tengo una entrevista a las diez con Redford. No me queda tiempo que matar. Déme un resumen de lo que averiguó en el club.

– He traído mi informe. -Peabody sacó un disco de su bolso-. Llegué a las diecisiete treinta y cinco, me acerqué al individuo que llaman Crack y me identifiqué como ayudante suya.

– ¿Qué le pareció?

– Un personaje -dijo secamente Peabody-. Me dijo que yo serviría para hacer mesas, puesto que parecía te?ner las piernas fuertes. Yo le dije que bailar no estaba en mi agenda.

– Muy buena.

– Se mostró cooperador. A mi juicio, no le gustó cuando le comuniqué la muerte de Hetta. La chica no llevaba mucho tiempo trabajando allí, pero él dijo que tenía buen carácter, que era eficiente y gustaba a los hombres.

– Con estas palabras…

– En lenguaje vulgar. En su lenguaje vulgar, Dallas, tal como consta en mi informe. No se fijó con quién habla?ba Hetta después del incidente con Boomer pues en ese momento el club estaba a tope y él tenía mucho trabajo.

– Partiendo cabezas.

– Eso mismo. Sin embargo, sí me indicó algunos em?pleados y clientes que podían haberla visto en compañía de alguien. Tengo los nombres y las declaraciones. Na?die notó nada fuera de lo normal. Un solo cliente creyó haberla visto entrar en una de las cabinas privadas con otro hombre, pero no recordaba la hora y la descripción es vaga: «Un tipo alto.»

– Sensacional.

– Hetta salió a las dos y cuarto, es decir, una hora más temprano de lo habitual. Le dijo a otra acompañan?te que ya había llenado el cupo y que daba por termina?da la noche. Enseñó un puñado de créditos y dinero en metálico. Se jactó de tener un nuevo cliente que sabía apreciar la calidad. Fue la última vez que alguien la vio en el club.

– Encontraron su cadáver tres días después. -Frus?trada, Eve se apartó de la mesa-. Si me hubieran encar?gado el caso antes, o si Carmichael se hubiera tomado la molestia de investigar… En fin, ya es tarde.

– Hetta tenía muchos amigos.

– ¿Pareja?

– Nada serio ni permanente. Esos clubs procuran que sus empleadas no se citen con los clientes fuera del local, y parece ser que Hetta era una auténtica profesio?nal. Visitaba también otros locales, pero hasta ahora no he podido descubrir nada. Si trabajó en algún sitio la no?che de su asesinato, no hay constancia de ello.

– ¿Consumía?

– En reuniones, de vez en cuando. Nada fuerte, se?gún las personas con las que hablé. Comprobé su expe?diente, y aparte de un par de acusaciones antiguas por posesión, estaba limpia.

– ¿Cómo de antiguas?

– Cinco años.

– Bien, siga con ello. Hetta es toda suya. -Levantó la vista al ver entrar a Feeney-. Me alegro de tenerle aquí.

– Uf, la circulación es un infierno. ¡Muffins! -Feeney se lanzó sobre ellos-. ¿Qué tal, Peabody?

– Buenos días, capitán.

– ¿Blusa nueva, Dallas?

– No.

– La veo diferente. -Se sirvió café mientras ella ponía los ojos en blanco-. He dado con nuestro tatuado. Mavis entró en Ground Zero a eso de las dos, pidió un Screamer y un bailarín de mesa. Yo mismo hablé con él ano?che. Se acuerda de ella. Dice que la chica estaba en órbita y que intentaba tomar tierra. El tipo le ofreció una lista de servicios aceptados, pero Mavis se fue tambaleándose.

Feeney suspiró y tomó asiento.

– Si fue a algún otro club nocturno, no utilizó crédi?tos. No he sabido más de ella desde que salió del Ground Zero a las tres menos cuarto.

– ¿Dónde está ese club?

– A unas seis manzanas de la escena del crimen. Ma?vis había ido bajando hacia el centro desde el momento en que dejó a Pandora y entró en el ZigZag. Entre me?dias estuvo en otros cinco locales, tomando Screamers todo el tiempo, casi siempre triples. No sé cómo pudo sostenerse en pie.

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