– ¿Quieres ponerme a prueba?
– No pensarás que me das miedo. -Sin apartar los ojos de él, Eve se despojó de la pistolera y k colgó de una barra-. Vamos. -Fue hasta una colchoneta y flexionó los dedos con aire retador-. A ver si puedes tum?barme.
Sin moverse de sitio, Roarke estudió a Eve. Había en sus ojos algo más que desafío. Si no se equivocaba, lo que había allí era deseo.
– Eve, estoy empapado en sudor.
– Cobarde -replicó ella.
Él dio un respingo.
– Deja que me duche y luego…
– Gallina. Sabes, hay hombres que siguen empeña?dos en creer que una mujer no puede equipararse a ellos en el plano físico. Como sé que tú esto lo tienes supera?do, será que tienes miedo de que te dé una zurra.
Eso le convenció.
– Terminar programa. -Roarke se incorporó lenta?mente y alcanzó una toalla. Se secó la cara-. ¿Quieres pelea? Te dejo que calientes un poco.
La sangre de Eve ya estaba a cien.
– Ya estoy caliente. Lucha libre.
– Nada de puños -dijo él al pisar la colchoneta. Al ver que ella bufaba despectivamente, Roarke achicó los ojos-. No pienso pegarte.
– Vale. Como si pudieras…
Él fue más rápido, la pilló desprevenida y la hizo caer de culo.
– Tramposo -murmuró ella poniéndose en pie de un salto.
– Vaya, ahora resulta que hay reglas.
Se agazaparon, dando vueltas en círculo. Él esquiva?ba, ella atacaba. Estuvieron agarrados durante diez se?gundos; las manos de ella resbalaban en la piel sudorosa de él. Un rápido gancho de Roarke hubiera funcionado de no ser porque ella se anticipó hurtando el cuerpo. Con un rápido movimiento, Eve le hizo rodar.
– Estamos empatados. -Se agazapó otra vez mientras él se levantaba y se atusaba el pelo.
– Muy bien, teniente. Voy a dejar de defenderme.
– ¿Defenderte? Y una mierda. Estabas…
Roarke estuvo a punto de atraparla otra vez, y la habría tumbado si ella no hubiera comprendido a tiem?po que su táctica era distraerla con insultos. Esquivó la llave y entonces, cuando sus caras estuvieron muy cer?ca, los cuerpos en pleno esfuerzo, ella sacó su mejor arma.
Deslizó una mano entre las piernas de él y le acarició los testículos. Él la miró entre sorprendido y gozoso. «Vaya», murmuró aproximando los labios a los de ella antes de que Eve cambiara de presa.
Roarke ni siquiera tuvo tiempo de maldecir mien?tras salía volando por los aires. Aterrizó con un golpe sordo y ella se le echó encima, presionándole la entre?pierna con una rodilla e inmovilizándole los hombros con las manos.
– Has perdido, amigo.
– Mira quién hablaba de trampas.
– No seas mal perdedor.
– Es difícil discutir con una mujer que tiene la rodilla encima de mi ego.
– Bien. Ahora tú y yo vamos a hablar.
– ¿De veras?
– Lo que oyes. Te he ganado. -Eve ladeó la cabeza y alargó la mano para quitarle la camiseta-. Coopera y no tendré que hacerte daño. Así. -Cuando él alargó el brazo, Eve le agarró las manos y se las puso sobre la col?choneta-. Aquí mando yo. No me hagas sacar las es?posas.
– Mmm. Interesante amenaza. Por qué no…
Ella le hizo callar con un beso ardoroso. Instintiva?mente, él flexionó las manos bajo las de ella, quería to?carla, tomarla. Pero comprendió que ella quería otra cosa, algo más.
– Voy a poseerte. -Eve le mordió el labio, haciéndole desearla todavía más-. Voy a hacer contigo lo que quiera.
Él empezó a jadear.
– Sé dulce conmigo… -consiguió decir, y sintió que la risa de ella tenía pasión.
– Sigue soñando.
Eve fue ruda: rápidas y exigentes manos, impacien?tes e inquietos labios. Roarke casi podía sentir cómo vi?braba en ella la necesidad salvaje, cómo penetraba en él con una implacable energía que parecía alimentarse de sí misma. Si Eve quería dominar, él se lo permitiría. O eso pensaba. Pero en algún momento de su propia eferves?cencia, perdió la oportunidad de hacerlo.
Eve le arañó con los dientes, se los clavó con fuerza hasta que los músculos que él había tonificado empeza?ron a temblar. Su visión falló cuando ella le tomó la boca, le trabajó a fondo, rápido, obligándole a luchar contra su instinto o a explotar.
– No te me resistas. -Eve le mordisqueó el muslo y volvió a subir por su torso mientras la mano sustituía a la boca-. Quiero hacer que te corras. -Atrajo la lengua de él hacia su boca, mordió, soltó-. Vamos.
Vio cómo sus ojos se ponían opacos segundos antes de que notara su orgasmo. La risa de ella tembló de po?der cuando le dijo:
– He ganado otra vez.
– Dios. -Roarke acertó apenas a rodearla con sus brazos. Se sentía débil como un niño, y mezclado con el desconcierto por su total pérdida de control había un vertiginoso goce-. No sé si disculparme o darte las gra?cias.
– Ahórrate ambas cosas. Aún no he terminado con?tigo.
Él casi rió, pero ella ya le estaba mordisqueando la mandíbula y mandando nuevas señales a su maltrecho organismo.
– Cariño, tendrás que darme un respiro.
– Yo no tengo que hacer nada. -Estaba ebria de vo?luptuosidad, saturada de la energía que le daba su po?der-. Sólo tienes que aceptar.
Poniéndose a horcajadas, Eve se quitó la camiseta por la cabeza. Sin dejar de mirarle, se pasó las manos por el torso y los pechos, arriba y abajo, la boca llena de sali?va. Luego le cogió las manos y se las acercó. Con un sus?piro, cerró los ojos.
Su tacto le resultaba familiar, pero siempre nuevo. Y siempre excitante. Roarke jugueteó con los pezones hasta notarlos calientes y al borde del dolor, tirando después de ellos hasta que notó en ella una respuesta inequívoca.
Ella se arqueó hacia atrás mientras él se erguía para cubrirla con su boca. Ella le sujetó la cabeza y se dejó lle?var por las sensaciones: el roce de los dientes sobre la carne sensible pasando de tierno a brutal, el contacto de los dedos de él en sus caderas, el resbaladizo deslizar de carne sobre carne y el tórrido y penetrante olor a su?dor y sexo. Y cuando ella le requirió con la boca, el sa?bor explosivo de la lujuria.
Él emitió un sonido entre gruñido y juramento cuando ella se apartó. Eve se puso rápidamente en pie, contenta de notar que le temblaban las piernas de deseo. No necesitaba decirle que jamás había sido así con na?die más que con él. Él ya lo sabía. Igual que ella había acabado sabiendo que Roarke encontraba más con ella, en cierto modo, que con ninguna otra.
Se quedó en pie, sin querer acompasar por más tiem?po la respiración, sin que la sorprendieran ya los escalo?fríos que la sacudían. Se quitó los zapatos, se desabro?chó el pantalón y lo lanzó a un lado.
El sudor la cubría de pies a cabeza mientras él la exa?minaba de arriba abajo. Nunca había creído tener un cuerpo bonito. Era un cuerpo de poli, y tenía que ser fuerte, resistente, flexible. Con Roarke había descubier?to lo maravillosos que podían ser estos aspectos para una mujer. Temblando un poco, puso una rodilla a cada lado de Roarke y se inclinó para perderse en el vertigi?noso placer del boca sobre boca.
– Todavía mando yo -susurró al incorporarse.
Él le sonrió con una mirada ardiente:
– Empléate a fondo.
Ella descendió y se empaló lenta, atormentado?ramente. Y cuando él estuvo al fondo, cuando ella se quedó rígida, arqueada hacia atrás, dejó escapar un so?llozo desgarrador al sentir un primer y glorioso orgas?mo recorriendo todo su cuerpo. Se lanzó codiciosa so?bre él una vez más, le agarró las manos y empezó a cabalgar.
Su cabeza, su sangre, eran un cúmulo de explosio?nes. Tras los ojos cerrados bailaban colores bulliciosos y dentro de ella no había más que Roarke y la desespera?da necesidad de más Roarke, todavía más. Un clímax sucedía a otro, haciéndola saltar de placer antes de que pudiera posarse de nuevo. El horrible dolor que sentía dentro iba y venía hasta que, al fin, su cuerpo se arrella?nó nacidamente sobre el de él. Eve pegó la cara al cuello de Roarke y esperó que volviera la cordura.