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Alargó el brazo. La herida había sido mal vendada.

– Tenía sangre en las manos y en la ropa. Sangre seca. Supongo que peleé con ella. Supongo que la maté.

– ¿Dónde está la ropa que llevaba usted anoche?

– La dejé en casa de Mavis. Me duché y me cambié de ropa. No quería que ella viniera a casa y me encon?trara con este aspecto. Mientras esperaba y trataba de ver qué podía hacer, puse las noticias y me enteré de todo.

– Dice que no recuerda haber visto a Pandora ano?che. Que no recuerda haber tenido un altercado con ella. Que no recuerda haberla matado.

– Pero así debió ocurrir -insistió-. Ella murió en mi apartamento.

– ¿A qué hora salió de casa anoche?

– No estoy seguro. Había bebido mucho. Estaba molesto y muy enfadado.

– ¿Vio a alguien, habló con alguien?

– Compré otra botella. Creo que a un vendedor am?bulante.

– ¿Vio a la señorita Freestone anoche?

– No. De eso estoy seguro. Si la hubiera visto, si hu?biera podido hablar con ella, todo habría ido bien.

– ¿Y si le dijera que Mavis estuvo anoche en su apar?tamento?

– ¿Mavis vino a verme…? -Su rostro se iluminó-. Pero eso no puede ser. No podría haberlo olvidado.

– ¿Estaba Mavis presente cuando usted peleó con Pandora?, ¿cuando usted mató a Pandora?

– No, no.

– ¿Llegó después de morir Pandora, después de que usted la matara? Usted sintió pánico, ¿no es así? Estaba aterrorizado.

Su mirada sí reflejaba pánico ahora.

– Mavis no pudo estar allí.

– Pero estuvo. Ella me llamó desde el apartamento de usted cuando encontró el cadáver.

– ¿Mavis lo vio? -Bajo el bronceado, la piel de Leo?nardo palideció-. Oh, Dios, no.

– Alguien golpeó a Mavis, dejándola sin sentido. ¿Fue usted?

– ¿Que alguien la pegó? ¿Está herida? -Se levantó de la silla y se mesó los cabellos-. ¿Dónde está Mavis?

– ¿Fue usted?

Leonardo extendió los brazos.

– Antes me cortaría las manos. Por el amor de Dios, Dallas, dígame dónde está ella. Necesito saber que está bien.

– ¿Cómo mató a Pandora?

– Yo… el periodista dijo que la maté a golpes. -Se es?tremeció.

– ¿Cómo la golpeó? ¿Qué utilizó para hacerlo?

– No sé… ¿con las manos? -De nuevo las mostró. Eve no vio señales de golpes, rasguños ni abrasiones en los nudillos. Eran unas manos perfectas, como talladas en una madera noble.

– Pandora era fuerte. Debió de ofrecer resistencia.

– El corte que tengo en el brazo.

– Me gustaría que le examinaran ese corte, así como las prendas que dice dejó en casa de Mavis.

– ¿Va a arrestarme ahora?

– De momento no hay cargos en su contra. Sin em?bargo, quedará retenido hasta que los resultados de las pruebas estén completos.

Eve le hizo repasar todo de arriba abajo, forzándole a recordar horas, lugares, movimientos. Una y otra vez, se daba de cabeza contra el muro que obstruía la memo?ria de Leonardo. Nada satisfecha, dio por concluido el interrogatorio, lo dejó a buen recaudo y dispuso lo ne?cesario para las pruebas.

Su próxima parada era el comandante Whitney.

Haciendo caso omiso de la silla que le ofrecía, Eve se quedó en pie ante su mesa. Rápidamente le dio los resul?tados de sus entrevistas previas. Whitney entrelazó los dedos y la observó. Tenía buena vista, ojos de policía, y vio que estaba nerviosa.

– Tiene a un hombre que se ha confesado autor del asesinato. Alguien con un móvil y una oportunidad.

– Sí, un hombre que no recuerda haber visto a la víc?tima la noche en cuestión, y mucho menos haberle aplastado la cara hasta matarla.

– No sería la primera vez que un delincuente confiesa así para pasar por inocente.

– Desde luego, señor. Pero no creo que sea el hom?bre que buscamos. Puede que las pruebas contradigan mi teoría, pero su personalidad no encaja en el crimen. Tuve ocasión de presenciar otro altercado en que la víc?tima agredió a Mavis. -En vez de intentar parar la pelea o mostrar algún signo de violencia, se quedó a un lado y se retorció las manos.

– Según su declaración, la noche del crimen él estaba ebrio. La bebida puede producir, y de hecho produce, cambios en la personalidad.

– Sí, señor. -Era razonable. En el fondo, Eve quería colgarle el muerto a Leonardo, tomar su confesión en sentido literal y adiós muy buenas. Mavis lo pasaría fa?tal, pero quedaría a salvo. Libre de culpa-. Él no lo hizo -dijo sin más-. He recomendado arresto volunta?rio durante el máximo de tiempo posible a fin de inte?rrogarlo de nuevo y refrescarle la memoria. Pero no podemos acusarle sólo porque crea que cometió asesi?nato.

– Admitiré sus recomendaciones, Dallas. Los otros informes del laboratorio no tardarán en llegar. Espere?mos que los resultados lo aclaren todo. Hágase cargo de que podrían inculpar todavía más a Mavis Freestone.

– Sí, señor. Me hago cargo.

– Usted y Mavis son amigas desde hace tiempo. No sería una mancha para su historial renunciar a ser el pri?mer investigador. En realidad sería mucho mejor para usted, teniente, y desde luego más lógico.

– No, señor. No voy a renunciar al caso. Si me aparta de él, pediré un permiso y seguiré investigando a título personal. Si es preciso, renunciaré al cargo.

Whitney se frotó la frente con ambas manos.

– No se lo aceptaría. Siéntese, teniente. Maldita sea, Dallas -explotó al ver que ella seguía de pie- ¡Siéntese! Es una orden, coño.

– Sí, mi comandante.

Whitney suspiró, reprimiendo su contrariedad.

– No hace mucho le hice daño con un ataque perso?nal que no fue ni apropiado ni merecido. Por culpa de eso estropeé la relación que había entre nosotros. En?riendo que no se sienta a gusto bajo mis órdenes.

– Es usted el mejor jefe que he tenido nunca. Para mí no es ningún problema tenerle como superior.

– Pero ya no somos amigos, ni de lejos. Sin embargo, debido a mi conducta durante su investigación de un caso que era para mí muy personal, usted debería saber que entiendo muy bien lo que le está pasando ahora mis?mo. Sé lo que significa tener un conflicto de lealtades, Dallas. Aunque le resulte imposible hablar de sus senti?mientos en este caso, le sugiero que lo haga con alguien en quien pueda confiar. Mi error en aquella investiga?ción fue no compartir la carga. No cometa usted el mis?mo ahora.

– Mavis no ha matado a nadie. Ninguna prueba po?dría convencerme de lo contrario. Yo haré mi trabajo, comandante. Y sabré encontrar al verdadero asesino.

– No me cabe duda de que lo hará, teniente, ni de que eso la hará sufrir. Tiene usted mi apoyo, tanto si lo quie?re como si no.

– Gracias, señor. Tengo que pedirle otra cosa en rela?ción con otro caso.

– ¿Cuál?

– El asunto Johannsen.

Whitney suspiró.

– Es usted como un sabueso, Dallas. Nunca suelta la presa.

Ella no se lo discutió.

– Tiene mi informe sobre lo que encontramos en la pensión de Boomer, comandante. La sustancia ilegal no ha podido ser totalmente identificada. He hecho investi?gaciones por mi cuenta sobre la fórmula. -Sacó un disco de su bolso-. Es una nueva mezcla, muy potente, y sus efectos son muy a largo plazo comparados con lo que se encuentra actualmente en la calle. De cuatro a seis horas con una dosis media. Demasiada cantidad de una sola vez sería, en un ochenta por ciento, fatal.

Whitney examinó el disco.

– ¿Investigación personal, Dallas?

– Tengo un enlace y lo he utilizado. El laboratorio si?gue en ello, pero ya han identificado varios ingredientes y sus proporciones. Mi opinión es que la sustancia sería enormemente rentable, ya que basta una pequeña canti?dad para conseguir resultados. Crea mucha adicción y produce sensaciones de fuerza, ilusiones de poder y una especie de euforia; no de tranquilidad, sino una sensa?ción de control sobre uno mismo y los demás. He calculado los resultados de una adicción a largo plazo. El uso diario durante un período delinco años significaría un bloqueo total y repentino del sistema nervioso. Y la muerte.

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