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Él se arriesgó al desagrado de Sarina abrazando a Isabella cerca de él. Sus labios le rozaron la oreja.

– Debería. Sabes que debería. Pero si tú estás dispuesta a arriesgar tu vida, yo lo estoy a arriesgar mi alma. -Eterna condenación sería lo que merecería si alguna vez se volvía contra ella.

Sarina fingió no notar que la pareja soltera se arrullaba mientras ella examinaba las laceraciones, extendiendo el bálsamo que había hecho de una mezcla de hierbas.

Mientras el ama de llaves trabajaba, Nicolai sujetaba a Isabella firmemente, descansando la cabeza sobre la de ella. Isabella podía sentir el corazón de él latiendo. Podía sentir cada sobresalto. Se sentía correcto estar entre sus brazos. Se sentía como si ese fuera su sitio. Cerró los ojos, cansada por sus aventuras y calentada por el calor del cuerpo de él.

Despertó sobresaltada cuando Sarina hizo un ruido cloqueante.

– Está hecho. Diga buenas noches, signorina. Se está cayendo dormida donde está.

El don dejó caer un beso en su pelo.

– Duerme bien, Isabella. Pronto arreglaremos todo a nuestra satisfacción. -Las puntas de sus dedos le rozaron la mejilla antes de dejar caer su mano y retroceder de vuelta a las sombras.

Sarina cogió el brazo de Isabella y la arrastró fuera de la habitación del don en el momento en que hubo completado su trabajo.

– Podría ser mejor que viera a Isabella solo en mi presencia -recomendó el ama de llaves a su amo con su voz más severa antes de cerrar firmemente la puerta.

Isabella reía mientras Sarina se apresuraba escaleras abajo y a través de los salones hacia su propio dormitorio. Debería haber estado aterrada ante la perspectiva de quedarse en el palazzo, pero se sentía casi mareada de alegría. Sarina le abrió la puerta y ondeó la mano hacia dentro.

– Vaya directa a la cama, señorita, y esta vez, ¡quédese ahí! Creo que se está empezando a aficionar a todas estas intrigas con el don.

– Grazie, Sarina, por ayudar a Nicolai -Isabella se inclinó fuera de la habitación para besar la mejilla del ama de llaves-. Eres una mujer asombrosa.

Sonriendo, Sarina sacudió la cabeza antes de girar la llave en la cerradura.

Isabella palmeó la puerta cuando oyó la llave girar. Nicolai no la había enviado fuera. Sarina no tenía ni idea de que podía entrar y salir a voluntad.

– ¿Dónde has estado? -exigió Francesca petulantemente. Rebotó sobre la cama, pateó su pie ociosamente, y manoseó la colcha con agitación nerviosa-. He esperado horas para hablar contigo.

Isabella dio vueltas alrededor.

– Tenía la esperanza de verte. ¡Finalmente sé donde está el pasadizo secreto!

Francesca sonrió hacia ella, una sonrisa rápida y misericordiosa que enfatizó la belleza de sus rasgos.

– ¿Has estado explorando? Dijeron que no lo harías, pero yo sabía que si. Me encanta tener razón.

– ¿Dónde están los interesante gemidos y traqueteos de cadenas esta noche? Todo está muy tranquilo sin ellos. Ni siquiera estoy segura de que alguien pueda irse a dormir sin su arrullo único.

Francesca rió alegremente.

– ¡Arrullo! Isabella, eso es maravilloso. Les encantará eso. ¡Un arrullo! -Batió palmas- ¿No te importan entonces? Pensaron que podrías estar enfadada con ellos. Les gusta charlar y gemir pero no si eso te molesta. Yo creo que les hace bien. Les da algo que hacer para divertirse y les hace sentir importantes.

– Bueno, entonces -Giró en círculos en medio de su dormitorio, extendiendo los brazos para abarcarlo todo-. Se parece a la música. No toda la noche, ya sabes, pero un ratito al menos. La gente… incluso los espíritus, supongo… necesitan algo para mantenerse ocupados. Soy tan feliz. ¡Francesca! ¿Recuerdas que te hablé del mio fratello, Luca? Está en camino hacia el palazzo. Está viajando ahora mismo. Te gustará mucho.

– ¿De veras? -Francesca levantó la mirada ansiosamente. -¿Es joven?

– Un poco mayor que yo, y muy guapo. Es maravilloso, Francesca -Isabella lanzó una sonrisa conspiradora-. Aún no está casado o comprometido.

– ¿Sabe bailar?

Isabella asintió.

– Sabe hacerlo todo. Y cuenta las historias más maravillosas.

– Podría gustarme, aunque la mayoría de los hombres me molestan. Creen que pueden decir a las mujeres qué hacer todo el tiempo.

Isabella rió mientras dejaba caer su bata sobre la silla.

– No digo que él no te diga lo que tienes que hacer. Ciertamente a mí me lo dice todo el tiempo. Pero es muy divertido. -Se deslizó dentro de la cama y tiró de las mantas hasta la barbilla, agradeciendo tenderse. Su cuerpo se relajó instantáneamente- Conocí a la mujer de Sergio Drannacia, Violante, hoy. Es interesante.

Francesca asintió sabiamente.

– Interesante es una forma de describirla. Le gusta ser una Drannacia, eso seguro. Cuando era niña, solía decir a su famiglia que se casaría con un Drannacia, y lo hizo. -Francesca lanzó una sonrisa maliciosa-. Le sedujo. Es más vieja que él.

– Parece como si fuera a ser agradable, si se le da la oportunidad. Refrenaré mi juicio por ahora. Creo que está más intimidada por el palazzo de lo que quiere admitir. Siento un poco de pena por ella. Teme que su marido no la mire con los ojos del amor.

– ¡Probablemente no lo hace! -resopló Francesca, dando su propia opinión- Siempre está dándole órdenes. quiere una casa más grande, reconstruir el palazzo Drannacia. Fastidia a Sergio para que pida permiso a Nicolai, y después se burla de él por necesitar permiso. -Imitó la estridente voz de Violante-. Que se haya llegado a esto, el nombre Drannacia es tan bueno como el DeMarco, comportarse de forma servil pidiendo su permiso para reconstruir lo que ya es tuyo -Lanzó su pelo alrededor, arreglándoselo continuamente-. Cree que es tan guapa, pero en realidad, si no tiene cuidado, terminará con arrugas por toda la cara de fruncir el ceño a todo el mundo.

– Debe ser difícil ser mayor que tu marido. Sergio Drannacia es guapo y encantador. Probablemente le preocupa que alguna mujer le atraiga y esté dispuesta a acostarse con él.

Francesca se retorció el pelo alrededor de un dedo pensativamente.

– No había pensado en eso. He visto a algunas de las mujeres flirteando con él -suspiró suavemente.- Eso sería dificil. Pero ella no es muy agradable, Isabella, así que es difícil sentir pena por ella. Ella no le quiere, ya sabes. Solo quería el título.

– ¿Cómo sabes que no le quiere? -preguntó Isabella, curiosa. Intentó sin éxito ahogar un bostezo.

– La oí. Le digo a su madre que tendría su propio palazzo, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo. Sedució a Sergio y después fingió temer estar embarazada. Por supuesto él hizo lo más honorable y se casó con ella, pero no hubo niño después, y no lo ha habido desde entonces. Creo que tiene miedo de que si su barriga crece, él no la desee.

– Si quería poder, ¿por qué no fue tras Nicolai? -Isabella no podía imaginarse mirando a otro hombre mientras Nicolai estuviera libre.

Francesca pareció sobresaltada.

– Todo el mundo tiene terror a Nicolai. Y Nicolai no es de los que se enamoran de una mujer porque le desnude los pechos. Ni permitiría que una mujer tratara a su gente injustamente o los recriminara por accidentes. No soportaría la vanidad de Violante. Mantiene a la costurera ocupada todo el tiempo, y nunca está satisfecha.

– Que triste. Creo que es posible que se haya enamorado de su marido -Isabella suspiró y se acurrucó bajo la colcha-. Hay una tristeza en sus ojos. Y desearía saber como ayudarla.

– Podría intentar sonreir de vez en cuando -señaló Francesca.-Eres demasiado amable, Isabella. Ella no está perdiendo el sueño por ti.

– También conocí a Theresa Bartolmei, y nuestro encuentro fue muy embarazoso. Su marido había intentado salvarme de la escoba caprichosa de Alberita, y me agarró por la muñeca, así que parecía como si me estuviera cogiendo de la mano -Isabella rió suavemente-. ¡Deberías haber visto sus caras, Francesca! ¿Conoces a Theresa?

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