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Al final, cuando Nicolai alzó la cabeza, Isabella le sonrió, el corazón le brillaba en los ojos.

– Creo que se ha acabado -dijo ella-. Y no creo que necesitemos al sacerdote, Nicolai.

Nicolai gimió y la volvió a empujar contra su cuerpo dolorido.

– Créeme, Isabella, necesitamos a ese sacerdote inmediatamente.

– Eso debería decirlo yo. -Sarina estaba escandalizada. ¿Que importaban espíritus y leones y la tierra abriéndose? La decencia era más importante ante los sirvientes-. ¡Betto, tráele al instante! ¡Y, Isabella, sal de la lluvia en este minuto!

Isabella bajó la mirada a su vestido húmedo, que mostraba demasiado bajo la ahora casi transparente tela.

– ¿Voy a casarme ahora, así?

Nicolai inclinó la cabeza hacia la de ella, su boca a centímetros de la de ella.

– Voy a darte un bambino esta noche, casados o no. Si prefieres que sea sin casar y con audiencia… -añadió maliciosamente.

Isabella intentó parecer escandalizada, pero no pudo copiar la expresión de Sarina. La felicidad estaba floreciendo, la comprensión de que tenía un futuro con el hombre al que amaba. Se inclinó acercándose él e inclinó la cabeza para mirarle.

– Sin casar está bien, Nicolai, y si debemos esperar mucho más… -Había pura seducción en su voz.

Los ojos de él centellearon durante un largo momento. Se pasó una mano por el pelo con agitación, dejándolo más salvaje que nunca.

– ¡Betto! -rugió, siempre el león-. ¿Donde está el sacerdote?

***
La Guarida Del León - pic_2.jpg
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