Sergio la cogió por los hombros, riendo tan ruidosamente que ella temió que Alberita pudiera oirlo todo el camino hasta el castello.
– ¿Agua bendita? ¿Una escoba? No sé de qué estás hablando, pero estoy seguro de que esa chica tan aterradora tiene algo que ver con ello.
– Nunca va andando a ninguna parte… siempre está corriendo. Pero es muy entusiasta en su trabajo -se sintió obligada a señalar Isabella. Miró hacia las almenas y captó un vistazo de Nicolai mirando a los campos hacia ellos.- Don DeMarco debe estar complacido con el entrenamiento de hoy. ¿Siempre tiene que estar presente, estén los leones cerca o no? -Saludó hacia Nicolai, pero él o no lo notó o no la reconoció.
El Capitán Drannacia dejó caer las manos de sus hombros en el momento en que ella llamó su atención hacia su don. Se tensó, casi poniéndose firme.
– No está observando el entrenamiento, Isabella. -dijo pensativamente, moviéndose para poner espacio entre ellos. Abrió el pergamino sellado y estudió el contenido, su mandíbula se endureció. Se alejó aún más de Isabella.
– Esa misiva no tiene nada que ver con secretos de estado, ¿verdad, Capitán Drannacia? -preguntó Isabella tranquilamente.
– No, signorina -respondió él.
Levantó la vista de nuevo hacia las almenas. Nicolai parecía una figura solitaria, su largo pelo flotando al viento, un alto y poderoso don separado de su gente.
– ¿Le ve usted como el hombre que es, Capitán Drannacia? -preguntó.
– Le veo como un poderoso depredador en este momento -replicó él gentilmente-. En realidad, signorina, cada vez con más frecuencia últimamente veo al hombre, no a la bestia. Creo que él quiere que le vea como la bestia esta vez. Como una advertencia, quizás.
La boca de ella se tensó.
– Me estoy cansando de la forma de pensar de los hombres. De sus desafortunados e inoportuos celos -Miró hacia las almenas ferozmente, mientras que antes su corazón había lamentado la soledad de Nicolai.
– ¿También se está cansando de los inoportunos celos de las mujeres?
Una cierta nota en su voz la advirtió, e Isabella se giró para ver a Violante en la distancia. Estaba de pie observándolos, con un ligero ceño en la cara, y sospecha en sus ojos. En el momento en que los vio girarse hacia ella, comenzó a aproximarse. Isabella sintió pena por ella. Había una falta de confianza en sus pasos mientras se acercaba a su marido, con una cesta en la mano.
Isabella ondeó un saludo.
– ¡Me alegra tanto tu llegada! He estaba deseando verte de nuevo.
– Violante -Sergio pronunció el nombre de su esposa tiernamente, y sus ojos oscuros se iluminaron a su aproximación-. ¿Qué me has hecho ahora? -Extendió la mano en busca de la cesta y envolvió con su otro brazo su cintura, acercándola a él- Está lejos para que vengas caminando sin escolta- dijo, como si hubieran discutido el tema muchas veces.
– Debes tener tu cena, Sergio -dijo ella inseguramente-. Isabella, no pensé encontrarte aquí.
Isabella se encogió de hombros.
– En realidad, necesitaba aire fresco. Quería pasear hasta la ciudad, pero Nicolai insistió en que esperara por una escolta.
– Me complacerá ir contigo mañana si es conveniente -ofreció Violante.
– Eso me encantaría -Isabella pudo ver, por muy corteses que hubieran sido, que querían que se fuera para estar solos- Me marcharé y esperaré con ilusión tu visita en la mañana -Levantó la mirada hacia Nicolai una vez más antes de caminar hacia los establos.
CAPITULO 14
Isabella se sintió fuera de lugar cuando Sarina anunció que Violante había llegado y estaba esperando por ella en la biblioteca. Había pasado la mañana, como era usual, intentando familiarizarse con el palazzo. Parecía una enorme tarea, más habitaciones a la vuelta de cada esquina, algunas que no habían sido utilizadas en años, y una abundacia de esculturas y obras de arte, tesoros ante los que solo podía jadear con respeto. Don DeMarco era rico más allá de su imaginación. Sabía que si Don Rivellio tenía algún indicio del valor de las tierras y la propiedad, lucharía por encontrar una forma de poner sus ávidas manos en ella. No pudo evitar pensar en el despreciable hombre que había condenado a muerte a su hermano. Sabía que siempre sería un enemigo mortal, que implacablemente buscaría la muerte de su hermano. Lucca tendría que pasar el resto de su vida mirando sobre el hombro, preguntándose cuando enviaría Rivello a un asesino. Principalmente temía que los hombres que viajaban con su hermano tuvieran instrucciones de matarle en el momento en que estuviera en tierra DeMarco, quizás con una hierba venenosa.
Isabella había esperado que Francesca la visitara, pero había esperado en vano, finalmente cayó dormida. Había despertado varias veces, creyendo que Nicolai había entrado en la habitación, pero si había estado allí, solo la había observado entre las sombras.
– Si no está de humor para visitas -dijo Sarina gentilmente,con compasión en los ojos- la despediré.
Isabella sacudió la cabeza apresuradamente.
– No, una visita es justo lo que necesito para animarme. Envió palabra antes de que me escoltaría a través de la ciudad y, si teníamos tiempo, de una de las muchas villaggi. Creo que el aire fresco me vendrá bien. Ha dejado de nevar, y el sol ha salido. Será maravilloso estar al aire libre.
Violante se puso en pie y habló mientras Isabella entraba en la habitación.
– Hace un día maravilloso día. Espero no haberte hecho esperar. Sergio necesitaba su almuerzo, y prefiero llevárselo yo misma – Se ruborizó un poco y se ahuecó el pelo, como si debiera estar desarreglado por algún reciente retozón.
– En absoluto, Violante -dijo Isabella-. Aprecio que quieras ocuparte de tu marido. Es un hombre muy agradable, y tiene suerte de tener una esposa tan atenta -parpadeó para contener las lágrimas que parecieron alzarse inesperadamente saliendo de ninguna parte. ¿Por qué no había acudido a ella Nicolai en la noche? Estaba muy necesitada de que la tranquilizara.
– Pareces triste, Isabella -Violante posó una mano enguantada en el brazo de Isabella-. Sé que no somos amigas aún, pero puedes hablar conmigo de lo que te preocupa.
Isabella forzó una sonrisa.
– Grazie. Puedo necesitar una amiga, Violante -Pasó un dedo a lo largo de una lisa y pulida mesa-. Es el mio fratello, Lucca. Está viajando hacia aquí, y creo que llegará pronto, pero parece estar mucho más enfermo de lo que yo creía. No puedo acudir a él, y ni siquiera tengo forma de enviarle una misiva -El pesar la arañaba, la soledad, y era aguda y profunda. Isabella se giró alejándose de la otra mujer para mirar sin ver hacia una pintura en la pared.
– ¿Sabes leer? -La voz de Violante sostenía respeto, admiración, incluso envidia-. ¿Puedes escribir? La mia madre creía que una mujer no tenía necesidad de semejantes cosas -suspiró- Sergio lee con frecuencia, y algunas veces me lee en voz alta, pero una vez, cuando estaba muy molesto conmigo, dijo que desearía que pudiera leer y así nuestros hijos aprenderían -Su expresión reflejaba una profunda pena-. Hasta ahora, he sido una gran desilución. Ningún bambini, y no puedo leer -Se obligó a reir, pero no con humor.
– Tendrás un bambino, Violante -dijo Isabella en un esfuerzo por consolar a la mujer- ¿Has hablado con la sanadora? Sé que nuestra sanadora ofrecía mucho consejo a las mujeres en la villagio cuando deseaban tener un bambino.
– Grazie, Isabella. Espero que tengas razón. Pero me temo que soy demasiado vieja -Apartó la cabeza, pero no antes de que Isabella viera lágrimas brillando en sus ojos.
– ¡Violante! -Isabella estaba sorprendida-. No eres tan vieja. No puedes tener más de un par de años que yo. Ciertamente no eres demasiado vieja para tener un bambino. Habla con tu sanadora, y si eso no ayuda, enviaré palabra a mi sanadora para ver si ella tiene algún consejo.