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– Hay demasiado frío aquí para ti -susurró él mientras sus dientes se deslizaban sobre los pezones y su lengua rozaba caricias sobre los pechos. Su boca, caliente y húmeda, la marcaba, reclamándola como suya.

– Entonces caliéntame, Nicolai, aquí mismo, ahora mismo.

– Va a tener que ser rápido, piccola. ¿Estás segura de que estás lista para mí? No quiero hacerte daño -Ya estaba comprobándolo por sí mismo, deslizando su mano por el muslo para encontrar la caliente y húmeda entrada. Empujó en ella incluso mientras la presionaba más firmemente contra la pared-. Quiero asegurarme, cara -dijo, levantándola en la pared, recogiéndole la falta alrededor de la cintura. Se envolvió las piernas de ella alrededor del cuello.

– ¡Nicolai! -sollozó su nombre, sus puños se apretaron firmemente en el pelo de él en busca de un ancla mientras él rozaba el pulgar sobre su centro.

Nicolai inclinó la cabeza y reemplazó la mano con su boca, su lengua apuñalando profundamente. Su cuerpo perdió el control, corcoveando contra él, fragmentándose, haciendo que le suplicara que parara incluso mientras le sostenía la cabeza hacia ella. Él sintió como el orgasmo la tomaba, una y otra vez, antes de alzar la cabeza, satisfecho de que estuviera lista para él.

– Tendrás que ayudarme. Esta noche hace frío, y eso puede acabar con la habilidad de un hombre. -dijo mientras permitía que sus pies tocaran el suelo. Se estaba desabrochando los calzones, su cuerpo ya caliente y grueso.

– Dime, Nicolai -imploró-. Te deseo mucho ahora mismo.

– Mantenme caliente. Tómame en tu boca, Isabella -Guió su cabeza-. Envuelve tus dedos alrededor de mí y aprieta gentilmente, firmemente. ¡Dio! -Jadeó cuando la boca de ella tomó posesión de él, caliente, apretada e ignorante pero dispuesta. La guió como mejor pudo cuando apenas podía permanecer en pie por las oleadas de placer que le bañaban. Sus manos le encontraron la nuca incluso mientras sus caderas empujaban impotentemente.

La observó a través de los ojos entrecerrados, maravillándose ante su habilidad para complacerle en todos los aspectos. Adoraba su cuerpo, su mente, y ahora incluso su boca no tenía precio. Antes de poder avergonzarse a sí mismo, la arrastró hacia arriba y simplemente la alzó entre sus brazos, descansando el peso de ella contra el edificio.

– Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura.

Isabella tiró su falda a un lado y cerró los tobillos tras la espalda de él. Podía sentirle presionar firmemente contra ella. lentamente él bajó su cuerpo para que se colocara sobre la gruesa longitud, centímetro a delicioso centímetro, una agonía de placer. Al principio Nicolai le permitió llevar el control, observando su cara, su soñadora y lujuriosa expresión mientras empezaba a moverse, empezaba a montarle. Era fuerte, sus músculos firmes y apretados. Empezó lentamente, adorando la forma en que podía alzar las caderas y tensar sus músculos para darle a él incluso más placer.

– Te gusta esto, ¿verdad? -susurró ella.

Nicolai asintió, incapaz de hablar, mientras reafirmaba su agarre de las caderas de ella. Empezó a empujar hacia arriba con fuerza mientras bajaba el cuerpo de ella para encontrar el suyo. Ella se quedó sin aliento, aferrándose a sus hombros, los dedos mordiéndole la piel. Él hizo lo que ella más necesitaba… alejar cada pensamiento preocupante hasta que solo estuvo la realidad de Nicolai, su cuerpo tomando el de ella con fuertes y largas estocadas, enterrándose a sí mismo profundamente en ella mientras su cuerpo aferraba el de él y apretaba más más hasta que ella se dejó ir, volando alto, remontando libre, explotando de puro júbilo. Se unieron allí en la oscuridad con el peligro rodeándoles, con nieve en el suelo y en medio de la ciudad. Se unieron en fuego y pasión.

CAPITULO 15

Isabella yacía bajo la colcha, agradeciendo la calidez del fuego. Eso prestaba a la habitación una sensación de seguridad. Observó a Nicolai encender el candelabro sobre el mantel; observó la forma en que sus músculos se movían y flexionaban bajo la camisa. No había comprendido lo fría que estaba hasta que se vistió para dormir. Demasiado consciente de la intención de Nicolai de compartir su dormitorio, había vestido ropa íntima fina y la encontraba menos que satisfactoria para mantenerla caliente. El encaje abrazaba sus pechos y reptaba sobre su cintura y caderas, aferrándose pecaminosamente a cada curva. Estremeciéndose, casi lo cambió por un vestido más cálido, pero era sensualmente demasiado hermoso como para resistirse.

Por primera vez estaba confusa, incluso avergonzada, por su caprichoso comportamiento con Nicolai. Había estado tan asustada, sabiendo que estaba siendo acechada por un león. Después se había sentido tan aliviada de verle, de saber que él no era el depredador. Después… se mordió el labio inferior y giró la cara en la almohada de plumas. Había estado fuera de control, deseándole con cada fibra de su ser, deseando su posesión para alejar todo pensamiento, dejando solo sensaciones. Las cosas que habían hecho juntos… Se preguntaba si eso significaba que era malvada más allá de toda redención. Deseó que su madre estuviera viva para aconsejarla. No tenía a nadie a quién recurrir. Nadie aparte de Nicolai.

Nicolai había encendido el fuego él mismo, arreglando que llevaran té caliente y galletas, y había llamado a sus sirvientes de mayor confianza, Betto y Sarina, instruyéndoles de que alguien tenía que estar vigilando a Isabella todo el tiempo cuando se moviera por el palazzo. Eso debería haberla molestado, pero la hacía sentir apreciada. Él había ido, por supuesto, a sus propias habitaciones, pero había utilizado el pasadizo oculto para volver a su dormitorio en el momento en que el castello se aposentó para la noche.

Nicolai bajó la mirada a la pálida cara de ella, a las sombras que su valle, su gente, incluso él, habían puesto en las profundidades de sus ojos. Incapaz de evitar tocarla, alisó hacia atrás su pelo con dedos gentiles.

– Sé que este ha sido un día difícil para ti. Solo quiero abrazarte, piccola, abrazarte cerca de mí y consolarte.

Ella se giró para yacer sobre la espalda y levantar la mirada a su amada cara, bebiendo cada detalle, cada línea. Adoraba mirarle. Su pelo salvaje y sus inusuales ojos. Sus amplios hombros y largo y musculoso cuerpo. Incluso las cicatrices de su cara parecían encajar, dándole una aura misteriosa y peligrosa.

Era enormemente fuerte, aunque su tacto sobre la piel podía ser increíblemente gentil. Sus ojos podían brillar con feroz posesividad, arder de deseo, o ser tan fríos como el hielo, pero una pura necesidad podía de repente arrastrarse hasta su mirada. Exudaba confianza, un hombre nacido para el poder, pero a veces la vulnerabilidad se tallaba en cada línea de su cara. Podía dejarla débil de deseo con una sola mirada; otra mirada podría dejarla luchando por controlar su genio. Nicolai DeMarco era un hombre que necesitaba una mujer que le amara. Y que Dios la ayudara, esa era ella.

No podía resistirse a él. No podía resistir su necesidad de ella, su hambre elemental de ella. Una parte de ella quería esconderse, huir lejos de todo lo que había ocurrido entre ellos. Otra parte deseaba consuelo, deseaba ser sostenida entre sus brazos, cerca de su cuerpo. No dijo nada en absoluto, solo observó como él se desvestía resueltamente, completamente a gusto con su desnudez. La decencia dictaba que ella apartara la mirada, que no le mirara fijamente con tanta hambre, pero era imposible, y profundamente en su interior revolotearon mariposas y se extendió una calidez.

Nicolai alzó la colcha y se deslizó junto a ella.

– Sé que estás cansada, cara mia. Lo veo en tus ojos, y quiero que duermas. Solo quiero mantenerte cerca. Eres tan suave y cálida, y te siento tan bien entre mis brazos. – Su voz era el susurro de un hechicero en el oído. Su aliento era una cálida invitación. La empujó más cerca y la encajó firmemente en la curva de su cuerpo. Todo se sentía demasiado íntimo allí a la luz de la oscilante vela con el recuerdo de su reciente y caprichosa pasión todavía ardiendo en su mente.

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