Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Oye -le dije a Yan-, empieza por echar a la calle al tipo de los discos y la cosa irá mucho mejor…

– Es Jean-Paul el que se ocupa de los discos en este momento.

– Vale, olvida lo que te he dicho. Me cago en la puta, recuerda que eres mi mejor amigo, nunca lo olvides.

Estaba mirando el fondo de mi vaso cuando dos chicas vinieron a sentarse en los taburetes que me separaban de los marcianos. Eran de un modelo reciente, con la mirada enloquecida y los nervios hechos puré. La morena que se sentaba a mi lado no estaba mal; la rubia no mataba a nadie. Pidieron dos tequilas y la morena tiró una caja arrugada de «Valium» a un cenicero. Esa chica estaba en su punto, desempeñaba su papel a la perfección. Yan me preguntó cómo me iba con mi novela y le contesté que bien bien, ya continuación fue a servir algunas bebidas a la sala. Volví a encontrarme solo. La morena me empujó con el codo.

– Oye, en uno de tus libros hay un tipo que se tira a una tía y la embadurna con gelatina de cereza. ¿Me equivoco?

– No me acuerdo -le dije.

– Pues, mira, eso no existe. La gelatina de cereza no existe, la he buscado en todas las tiendas, puedes preguntárselo a mi amiga… ¡La he buscado por todos lados y no existe!

No contesté nada. A lo mejor tenía razón, pero ¿a mí qué me importaba?

– Además -añadió-, te di un buen palo en un artículo.

– No habrás sido demasiado dura, ¿verdad?

– No mucho…

– Es curioso que sea una chica la que trate de hundir mi obra. ¿Os habéis pasado la consigna?

– No sé qué quieres decir.

– Seguro que no.

– Para serte franca, ni siquiera pude acabar tu libro. Me fastidiaba demasiado…

Miré al suelo y me eché a reír. Estaba un poco tenso, pero la verdad es que Ia gente es realmente increíble. No le había hecho nada a aquella chica, era la primera vez que la veía y me atacaba sin ninguna razón. Pero cuando vi que las gafas le resbalaban del bolsillo y se le caían al suelo, justo al lado de mi tacón, comprendí que Dios se había puesto de mi lado. Atrapé mi copa, la vacié de un trago y me excusé con la chica:

– Tengo que irme pero me alegro de haberte conocido… -le dije.

Giré sobre las gafas y el cristal izquierdo explotó sobre la moqueta con ruido de caramelo aplastado. Ella no se dio cuenta de nada, a lo mejor estaba buscando algo con que atacarme, y me alejé rápidamente hacia la sala.

Acababa de alcanzar un rincón protegido por la sombra cuando la oí gritar:

– ¡¡¡¿¿¿DÓNDE ESTÁ ESE HIJO DE PUTA???!!!

Lanzó una especie de rugido e inició la persecucióin. Me dirigí hacia el fondo de la sala doblado en dos, empujando las mesas y rezando para que ese chica tuviera al menos dos dioptrías en cada ojo.

Se acercaba a toda velocidad, podía oír el estrépito que formaba a mis espaldas. Llegué a la salida de emergencia y no lo dudé, abrí la puerta y me erguí para correr a lo largo del pasillo. Giré a la izquierda, quedé frente a una puerta de hierro, a continuación me encontré en el exterior, en un terreno abandonado y cubierto de cardos azules. No me veía corriendo uno o dos kilómetros en línea recta, ni quería alejarme de mi coche, sobre todo después de un día así, era muy consciente de que ya no tenía veinte años.

Alcé la cabeza y vi el letrero del bar que destelleaba en la terraza, no muy arriba. Di un salto, me cogí del reborde y me icé hasta la terraza. El letrero chisporroteaba y cambiaba de color. Hacía una temperatura agradable. Apenas había tenido tiempo de echar una mirada a mi alrededor cuando la puerta de hierro se abrió de golpe y la morena dio unos cuantos pasos por el exterior. Me escondí. Ella pisoteaba furiosamente la hierba y se pasaba la mano por el pelo sin cesar. Me daba la espalda.

– ¡¡¡NO IMPORTA, DJIAN, TE ENCONTRARÉ!!!

Sin esa chica, la noche habría sido silenciosa, la terraza estaba siendo barrida por oleadas de colores suaves, y lamenté no poder aprovecharme de todo tranquilamente, no ser un hombre de corazón puro.

– ¡¡¡ENTÉRATE, NO PODRÁS ESCRIBIR UNA SOLA LÍNEA MÁS, ME ENCARGARÉ PERSONALMENTE DE TU PUBLICIDAD!!!

Sin esa chica, los cardos azules habrían centelleado bajo la luna y yo habría aspirado dos o tres bocanadas de aire yodado. No habría pedido más.

– ¡¡¡SEGURO QUE NO TIENES COJQNES, TE HAS EQUIVOCADO HACIÉNDOME UNA COSA ASÍ, DJIAN, PORQUE AHORA ESTÁS ACABADO!!!

Sin esa chica quizá no estaría perdiendo el tiempo, quizás estaría sorbiendo una copa en el bar mientras una rubia calentorra intentaba ligar conmigo.

– ¡¡¡DJIAN, TE JURO QUE NO ENTENDERÁS LO QUE TE VA A PASAR!!!

Sin esa chica, en fin, habría podido felicitarme por haber encontrado un lugar agradable. Pero no hay nada gratuito aquí abajo y hay que saber retribuir con una sonrisa.

Ella seguía prometiéndome los peores horrores si no salía de mi escondite, pero sólo conseguía que mis bostezos fueran cada vez mayores. Estiré las piernas y levanté el cuello de mi cazadora Seguramente me habría dormido si ella no cambia de onda.

– ¡¡¡NO ENTIENDO CÓMO NINA PUDO SOPORTARTE MÁS DE UN CUARTO DE SEGUNDO!!!

Sólo el hecho de oír su nombre fue como un latigazo. Salí desde la terraza al suelo, caí delante de la morena. Normalmente me lo habría pensado antes de hacer una acrobacia de ese tipo, pero treinta y cuatro años tampoco es que sean la muerte, y a veces uno puede concederse un margen de confianza; la cosa salió perfecta. La chica dio un paso atrás.

– A ver -le dije-, ¿qué sois exactamente, una especie de cofradía?

A lo mejor estaba un poco borracho, pero vi que en sus ojos brillaba una llama.

– Yo qué sé -dijo-, pero voy a decirte algo. Vosotros, los tíos, estáis acabados. Ahora vamos a demostraros lo que sabemos hacer.

– ¿Cómo está ella? -le pregunté.

– ¿Qué te has creído, te has creído que necesitamos que un tío nos tome por los hombros para estar bien?

– ¿Eres una especie de lesbiana?

– No, no soy una ESPECIE de lesbiana. Eso es lo que te gustaría, sería más sencillo para tu cerebro de mosquito. Pero te equivocas, colega, me encanta acostarme con tíos. Y no me privo de hacerlo, lo que ocurre es que los olvido increíblemente de prisa.

Sonreía con todos los dientes.

– Oye -le dije-, no vamos a andar peleándonos como crios, acabo de tener una idea…

– Ni hablar -comentó-. No eres mi tipo.

– Tampoco soy lo que se dice inolvidable.

– Seguro que no, te creo, pero ni hablar.

Mostró una leve sonrisa victoriosa y me plantó allí en medio. Formidable. Era un día realmente formidable.

Volví a entrar al cabo de un momento. Cerré la puerta, atravesé el salón, y me tomé una última copa. Estaba asqueado. Salí, busqué las llaves y me instalé al volante. Iba a arrancar cuando la morena golpeó la ventanilla. Abrí la puerta y ella se sentó a mi lado.

– Iremos a tu casa -dijo-. Nunca recibo hombres en mi apartamento.

Recorrimos todo el trayecto sin decir ni una palabra. Ella me arrinconó en la entrada y me dio un morreo de todos los demonios agarrándome el pelo. A continuación, echó un vistazo a los libros apilados a lo largo de la pared y levantó uno de ellos por encima de su cabeza:

– Abre los ojos -me dijo-, de cada diez libros que se publican en la actualidad, nueve están escritos por mujeres.

– De cada diez mujeres cuyos libros se publican en la actualizo, nueve escriben como hombres -repliqué-. Por eso son malos.

– Hay tipos que te regalan la cuerda con que los vas a ahorcar -dijo riéndose-. Tú formas parte de esos.

Luego se desnudó, y yo hice otro tanto. Mientras me desabrochaba los cordones de los zapatos, se sentó en una esquina de mi cama y empezó a acariciarse cerrando los ojos.

– Oye, si quieres puedo ayudarte -le propuse.

– No, nadie puede hacerlo tan bien como yo. Es sólo cuestión de un minuto.

Me estiré en la cama y esperé. Luché para alejar todos los pensamientos negativos que me asaltaban. Además, era como si todas esas mujeres se conocieran. Parecía insensato, y nunca me había sentido tan solo. Tenía interés en acabar rápidamente.

46
{"b":"101399","o":1}