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– Sigo sin saber cuáles son tus flores preferidas, pero por lo menos ésta te incita a hablarme.

Zofia lo miró sin decir nada. Lucas avanzó hacia ella.

– Déjame por lo menos que te dé una explicación.

– ¿Una explicación de qué? -repuso ella-. No hay nada que explicar.

Le dio la espalda y entró en casa, se detuvo en medio del recibidor para dar media vuelta, salió de nuevo a la calle, se acercó a él sin pronunciar una sola palabra, se apoderó del nenúfar y volvió a entrar en casa. La puerta se cerró tras ella. Reina le cortó el paso y confiscó la flor acuática.

– Yo me ocupo de ella, y a ti, te doy tres minutos para subir a arreglarte. Coquetea y hazte la tiquismiquis, es muy femenino, pero no olvides que lo contrario de todo es nada. Y nada no es gran cosa… ¡Venga, rápido!

Zofia intentó replicar, pero Reina puso los brazos en jarras y dijo en un tono autoritario:

– ¡No hay «peros» que valgan!

Al entrar en sus habitaciones, Zofia fue directamente al ropero.

– No sé por qué, pero en cuanto lo he visto, he presentido que esta noche compartiría una cena ligera a solas con Reina -dijo Mathilde, admirando a Lucas a través de la ventana.

– ¡Ya está bien! -repuso Zofia, exasperada.

– Ya lo creo que está bien, ¡pero que muy bien!

– No me pinches, Mathilde, no es un buen momento.

Zofia descolgó la gabardina del perchero y se dirigió hacia la puerta sin despedirse de su amiga, que dijo en tono categórico:

– Las historias de amor siempre acaban arreglándose… salvo en mi caso.

– Para de una vez, ¿quieres? No tienes ni idea de lo que estás diciendo -repuso Zofia.

– Si hubieras conocido a mi ex, te habrías hecho una idea de lo que es el infierno. Vamos, vete y pásatelo bien.

Reina había puesto el nenúfar en una mesita. Lo miró atentamente y murmuró:

– ¡En fin!

Echando una mirada a su reflejo en el espejo de encima de la chimenea, se arregló apresuradamente los cabellos plateados y se dirigió sin hacer ruido a la entrada. Asomó la cabeza por la puerta y le dijo en voz baja a Lucas, que caminaba arriba y abajo por la acera:

– Ya sale.

Al oír los pasos de Zofia, se apresuró a entrar en sus habitaciones.

Zofia se acercó al coche malva en el que Lucas estaba apoyado.

– ¿Para qué has venido? ¿Qué quieres?

– Una segunda oportunidad.

– Nunca se tiene una segunda oportunidad para causar una primera impresión buena.

– Me encantaría demostrarte esta noche que eso es falso.

– ¿Por qué?

– Porque sí.

– Es una respuesta poco satisfactoria.

– Porque esta tarde he vuelto a Sausalito -dijo Lucas.

Zofia lo miró. Era la primera vez que percibía en él cierta fragilidad.

– Yo no quería que cayera la noche -prosiguió-. No, es más complicado. «No querer» siempre ha formado parte de mí; lo que resultaba extraño hace un rato era sentir lo contrario. ¡Por una vez he querido!

– ¿Has querido qué?

– Verte, oírte, hablar contigo.

– ¿Y qué más? ¿Que encuentre una razón para creerte?

– Deja que te lleve a cenar. No rechaces mi invitación.

– No tengo hambre -dijo ella, bajando los ojos.

– Nunca has tenido hambre. No soy sólo yo quien no lo ha dicho todo… -Lucas abrió la portezuela del coche y sonrió-. Sé quién eres.

Zofia lo miró fijamente y subió al coche.

Mathilde soltó la cortina, que se deslizó lentamente sobre el cristal. En el mismo momento, un visillo cubrió una ventana de la planta baja.

El coche desapareció al final de la calle desierta. Circulaban sin decir nada bajo una fina lluvia otoñal. Lucas conducía despacio; Zofia miraba hacia fuera, buscando en el cielo respuestas a las preguntas que se hacía.

– ¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó.

– Desde hace unos días -respondió Lucas, incómodo, frotándose la barbilla.

– ¡Maravilloso! ¡Y durante todo este tiempo no has dicho nada!

– Tú tampoco has dicho nada.

– ¡Yo no sé mentir!

– Y yo no estoy programado para decir la verdad.

– Entonces, ¿cómo quieres que no piense que todo es un montaje, que has estado manipulándome desde el principio?

– Porque eso sería subestimarse. Además, podría ser a la inversa, todos los contrarios existen. La situación actual parece darme la razón.

– ¿Qué situación?

– Este bienestar desbordante y extraño. Tú y yo en este coche sin saber adonde ir.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Zofia, con la mirada ausente vuelta hacia los peatones que caminaban por las aceras húmedas.

– No sé, ni idea. Estar a tu lado.

– ¡Para ya!

Lucas frenó en seco y el coche se deslizó sobre el asfalto mojado para acabar su carrera al pie de un semáforo.

– Te he echado de menos toda la noche y todo el día. He ido hasta Sausalito para pasear porque te añoraba, pero allí también te echaba de menos. Te añoraba y era una sensación agradable.

– Desconoces el significado de esas palabras.

– Sólo conocía su antónimo.

– ¡Deja de hacerme la corte!

El semáforo se puso en ámbar y después en verde, después otra vez en ámbar y después en rojo. Los limpiaparabrisas apartaban el agua imponiendo su ritmo al silencio.

– Yo no te hago la corte -dijo Lucas.

– Yo no he dicho que me la hicieras -repuso Zofia, moviendo vehementemente la cabeza-, he dicho que me la hacías. ¡Es distinto!

– ¿Y puedo continuar? -preguntó Lucas.

– Están haciéndonos señas con los faros.

– ¡Que esperen! ¡Está rojo!

– Sí, por tercera vez.

– No entiendo qué me pasa, claro que ya no entiendo nada, pero sé que me siento bien junto a ti y que esas palabras tampoco forman parte de mi vocabulario.

– Es un poco pronto para decir ese tipo de cosas.

– ¿Es que encima hay momentos para decir la verdad?

– ¡Sí, los hay!

– Pues entonces necesito urgentemente ayuda. Ser sincero es más complicado aún de lo que pensaba.

– Sí, ser honrado es difícil, Lucas, mucho más de lo que crees, y casi siempre es ingrato e injusto; pero no serlo es ver y afirmar que se es ciego. Resulta muy complicado explicarte todo esto. Somos muy diferentes el uno del otro, demasiado diferentes.

– Complementarios -dijo él, lleno de esperanza-, en eso estoy de acuerdo contigo.

– ¡No, completamente distintos!

– Y pensar que esas palabras salen de tu boca… De verdad, yo creía que…

– Ah, ¿ahora crees?

– No seas mala. Yo pensaba que, en todo caso, la diferencia… Pero debía de estar equivocado, o más bien tenía razón, lo que, paradójicamente, es desolador.

Lucas bajó del coche y dejó la puerta abierta. El estruendo de bocinas aumentó cuando Zofia echó a correr detrás de él bajo la lluvia. Lo llamaba, pero él no la oía; el chaparrón había arreciado. Por fin lo alcanzó y lo asió de un brazo; él se volvió y la miró a la cara. Zofia tenía el cabello pegado a la cara; Lucas le apartó con delicadeza un mechón rebelde de la comisura de los labios y ella hizo un ademán de rechazo.

– Nuestros mundos no tienen nada en común, nuestras creencias son opuestas, nuestras esperanzas, divergentes, nuestras culturas, completamente distintas… ¿Adonde quieres que vayamos, si todo nos enfrenta?

– ¡Tienes miedo! -dijo él-. Sí, es eso, el terror te paraliza. Eres tú quien, en contra de las órdenes establecidas, se niega a ver, tú, que hablabas de ceguera y de sinceridad. Te pasas el día predicando, pero las promesas no son nada si no las acompañan los actos. No me juzgues. Sí, es cierto que soy tu opuesto, tu contrario, tu disímil, pero también soy tu semejante, tu otra mitad. No puedo describirte lo que siento porque no conozco las palabras necesarias para calificar lo que me obsesiona desde hace dos días, hasta el punto de permitirme creer que todo podría cambiar, mi mundo, como tú dices, el tuyo, el de ellos. No me importan nada los combates que he librado, me dan absolutamente igual mis noches negras y mis domingos, soy un inmortal que por primera vez tiene ganas de vivir. Podríamos enseñarnos uno a otro, descubrirnos y acabar por parecemos…, con el tiempo.

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