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«Te puedo asegurar» (Frank riendo) «que con todas las cosas que haces cuando estás en el Mask borracho, delante de todo el mundo, si no te conociera podría jurar que eres el invertido más loco que jamás puso los pies en el país» (una frase típica de Carmody), y Adam, «Realmente, es cierto». Después de la noche del muchacho de la camisa colorada, borracho, dormí con Mardou y tuve la peor pesadilla de todas; el sueño consistía en que todo el mundo, todos, estaban alrededor de nuestra cama, y nosotros acostados en medio, haciendo de todo. Estaba la difunta Jane, que tenía una gran botella de vino escondida en el armarito de Mardou, para mí; la sacó y me sirvió (símbolo de que seguiría bebiendo vino, en el inmediato futuro), y Frank estaba con ella, y Adam, que bajó a la calle, esa trágica calle italiana de Telegraph Hill con carritos, descendiendo por las escaleras destartaladas de madera, donde en ese momento los subterráneos se encuentran «estudiando a un viejo patriarca judío que acaba de llegar de Rusia» y que celebra alguna especie de rito junto a los cubos de basura llenos de espinazos de pescado y gatos (las cabezas de pescado: en la época peor del verano Mardou tenía siempre reservada una cabeza de pescado para nuestro gatito loco que nos visitaba y que era casi humano en su insistencia, en su exigencia de cariño cuando nos ofrecía el cuello y ronroneaba frotándose contra las piernas, y para él Mardou guardaba siempre una cabeza de pescado que una vez hedía tan espantosamente en la noche sofocante que tuve que tirar una parte en el cubo de basura de abajo, habiendo antes arrojado por la ventana un pedazo de tripa viscosa sobre la cual había puesto la mano sin darme cuenta dentro de la nevera a oscuras, al querer retirar del interior un pedacito de hielo con el cual pensaba enfriar mi sautemes, y, zas, doy con una masa blanda y voluminosa, las tripas o la boca de un pescado; por lo tanto hice un paquete y lo tiré por la ventana, pero cayó sobre la escalera de incendios, donde se quedó toda la noche con el calor que hacía, de modo que por la mañana, cuando me desperté, me estaban mordiendo unos gigantescos moscones que habían llegado atraídos por el pescado; yo estaba desnudo y los moscones me picaban como locos, lo que me fastidió, así como me habían fastidiado las pelusas de la almohada y, no sé cómo, me pareció que todo eso se relacionaba con el hecho de que Mardou fuera medio india: las cabezas de pescado, el completo descuido con que había dejado esos restos de pescado en el frigorífico; y ella comprendía mi fastidio y se reía, ¡ah, pájaro!). El callejón, afuera, en el sueño; Adam, y dentro de la casa, el cuarto mismo de Mardou y su cama y yo, el mundo entero que rugía alrededor nuestro, en posición supina; y también estaba Yuri en el sueño, y cuando vuelvo la cabeza (después de innominados eventos con enjambres de polillas de mil aspectos) veo que de pronto se ha acostado con Mardou en la cama y está haciendo furiosamente el amor con ella; al principio no digo nada; cuando vuelvo a mirar están otra vez haciendo el amor, me enojo, empiezo a despertarme, justo en el momento en que le doy a Mardou un puñetazo en la base de la nuca, lo que hace que Yuri tienda un brazo para aferrarme; me despierto mientras le sacudo, le tengo por los talones; le golpeo contra la chimenea de ladrillos. Al despertar de este sueño se lo conté, todo entero, a Mardou, salvo la parte en que le doy el golpe y sacudo a Yuri contra la chimenea; y ella también (en relación con nuestras telepatías, ya experimentadas durante el curso de esa triste temporada de verano, que ahora es en otoño que muere gemebundo; nos habíamos comunicado tantos sentimientos de empatia, y a veces, de noche, yo acudía corriendo a su casa cuando ella me presentía) había soñado, como yo, que el mundo entero rodeaba nuestra cama, y también había visto a Frank, a Adam, a varios otros, y luego se había repetido su sueño de siempre, con su padre que pasaba a toda velocidad en un tren, con el espasmo anunciador del orgasmo. «¡Ah, querida, tenemos que poner fin a todas estas borracheras, estas pesadillas me están matando, no sabes los celos que he sentido en el sueño» (un sentimiento que todavía no había experimentado, en relación con Mardou) y seguramente la energía que se adivinaba detrás de este sueño ansioso provenía de su reacción ante mi estupidez con el muchacho de la camisa colorada («Un tipo absolutamente insoportable, de todos modos», había comentado Carmody, «aunque evidentemente buen mozo, realmente Leo estuviste muy gracioso», y Mardou: «Te comportaste como una criatura, pero me gusta que seas así». Su reacción por supuesto había sido violenta, una vez que llegamos a casa, después que me hubo arrastrado fuera del Mask delante de todos, incluyendo sus amigos de Berkeley que la vieron y probablemente le habrán oído decir «tienes que elegir entre él y yo», y la futilidad y la locura de todo esto; cuando llegamos a Heavenly Lañe se encontró con un globo en el vestíbulo: ese simpático joven escritor John Golz que vivía en el piso de abajo se había pasado el día jugando con globos, en compañía de todos los chicos del barrio, y algunos estaban todavía en el vestíbulo; y Mardou (borracha) se había puesto a bailar por el apartamento, resoplando y arrojándolo al aire con ademanes interpretativos de danza, cuando de pronto dijo algo que no sólo me hizo temer un nuevo ataque de locura, su demencia de hospital, sino que además me hirió profundamente el corazón, y tan profundamente que por ende no podía estar loca, si era capaz de comunicarme algo con tanta exactitud y precisión fuera lo que fuese… «Ahora que tengo este globo puedes irte.» «¿Qué quieres decir?» (yo, en el suelo, con los ojos húmedos por la borrachera). «Ahora tengo este globo, no te necesito más, adiós, vete, déjame en paz», una declaración que aun en medio de mi borrachera me hizo sentir de plomo, y allí me quedé tendido en el suelo, durmiendo por lo menos una hora mientras ella jugaba con el globo y finalmente se iba a la cama, aunque me desperté al amanecer para desvestirme y acostarme también yo: y ambos soñamos la pesadilla del mundo alrededor de nuestra cama, y el sentimiento culpable de los celos entró por primera vez en mi pensamiento, ya que el punto esencial de todo este relato es éste: deseo a Mardou porque ha empezado a rechazarme, porque… «Pero querido, era un sueño totalmente absurdo.» «Unos celos tan fuertes que me sentí mal.» Y de pronto recordé lo que Mardou había dicho durante la primera semana de nuestra relación, en un momento en que yo secretamente creía haberla relegado a un segundo plano, convencido de la importancia de mi obra literaria; ya que, como ocurre en todo amorío, la primera semana es tan intensa que uno podría tranquilamente tirar por la ventana todos sus universos previos, pero cuando la energía (del misterio, del orgullo) empieza a disiparse, regresan los mundos antiguos de la cordura, del bienestar, del sentido común, etcétera, de modo que en secreto yo me había dicho: «Mi labor literaria es más importante que Mardou.» Sin embargo, ella lo había intuido durante esa primera semana, y me dijo: «Leo, ahora siento en ti algo distinto, y lo siento en mí sobre todo, no sé qué es.» Yo sabía muy bien qué era, en cambio, aunque simulaba no ser capaz de expresármelo con claridad, y mucho menos de expresárselo a ella; ahora recordaba que al despertar de la pesadilla de los celos, en la cual ella hacía el amor con Yuri, algo había cambiado; lo sentía, algo en mí se había roto, percibía una nueva pérdida; es más, una nueva Mardou; y nuevamente, esa diferencia no se encontraba aislada en mí, que había soñado el sueño adúltero, sino en ella, el sujeto, que no lo había soñado, sólo había participado de algún modo en el sueño confuso, desordenado, aflictivo y general de toda esta vida conmigo; por eso yo sentía esa mañana que ahora ella podía mirarme y decirme que algo había muerto, no por culpa del globo y del «Puedes irte ahora», sino por el sueño… y por eso el sueño, el sueño, yo insistía en el sueño, desesperadamente seguía masticándolo, hablando de él, hablándole de él, mientras bebíamos café, y finalmente cuando llegaron Carmody y Yuri y Adam (por su cuenta, sintiéndose solos, venían para recoger los jugos de esa gran corriente que fluía entre Mardou y yo, una corriente en la cual, como descubrí después, todos querían introducirse, activamente) empecé a hablarles a ellos del sueño, recalcando, recalcando, recalcando la parte que en él desempeñaba Yuri, la parte en que Yuri «cada vez que vuelvo las espaldas» la besa; y naturalmente, los otros querían saber qué papel les había tocado, aunque esto yo lo contaba con menos vigor; una triste tarde de domingo, Yuri bajó a buscar cerveza, un poco de pasta de sandwiches, pan; comimos un poco; y para decir la verdad hubo unos cuantos encuentros de lucha que me dejaron el corazón destrozado. Porque cuando vi que Mardou luchaba en broma con Adam (el cual no era el villano del sueño, aunque ahora yo imaginaba que tal vez podría haberme confundido de persona) me penetró ese dolor que ahora me posee por completo, ese primer dolor; ¡qué bonita se veía con sus blue jeans luchando y haciendo fuerza! (yo había dicho: «Es más fuerte que el diablo, ¿no te han contado su pelea con Jack Steen? Haz la prueba de luchar con ella, Adam»); (Adam ya había empezado a luchar con Frank arrastrado por una especie de ímpetu provocado por una conversación sobre llaves de lucha, y ahora la había inmovilizado en el suelo en la posición del coito (lo que en sí no me importaba); pero era su belleza, su valor en la lucha, me sentía orgulloso de ella, hubiera querido saber qué pensaba Carmody ahora (comprendiendo que en un primer momento habrá tenido sus dudas sobre ella, por el hecho de que era negra, y él en cambio es un texano, para colmo un texano de buena familia) al verla tan formidable, tan compañera, tan sociable, humilde y además sumisa, una verdadera mujer. Hasta la presencia de Yuri, en cierto modo, cuya personalidad ya había cobrado más fuerza en mi imaginación, a causa de la energía del sueño, contribuía a acrecentar mi amor por Mardou, y de pronto la amé. Me pidieron que los acompañara, que fuéramos a sentarnos un rato en el parque; y como habíamos establecido en solemnes cónclaves, cuando no estábamos borrachos, Mardou dijo: «Yo en cambio me quedaré en casa, leeré y haré algunas cosas que tengo que hacer; tú, Leo, ve con ellos, como quedamos»; y mientras ellos bajaban ruidosamente por la escalera me demoré un momento dentro para decirle que ahora la amaba; no pareció ni sorprendida, ni complacida, como yo hubiera deseado; ya había puesto los ojos en Yuri, no sólo desde el punto de vista de mi sueño, sino que también lo había visto bajo una nueva luz, como posible sucesor mío, a causa de mis continuas traiciones y borracheras.

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