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– ¿Oíste hablar de aquel discípulo que preguntó a su maestro zen: Qué es el Buda?

– No. ¿Qué?

– "El Buda es un zurullo de mierda seca", fue la respuesta. Y el discípulo tuvo una iluminación súbita.

– Pura mierda -dije.

– ¿No sabes lo que es la iluminación súbita? Un discípulo acudió a un maestro y respondió a su koan y el maestro le pegó con un palo y lo tiró por encima de la veranda a un barrizal que estaba a cinco metros. El discípulo se levantó y se echó a reír. Luego se convirtió en maestro. No tuvo la iluminación gracias a las palabras, sino a aquel saludable empujón que lo echó fuera del porche.

"Rebozado en el barro para demostrar la cristalina verdad de la compasión", pensé. Bien, no le volvería a soltar mis "palabras" a Japhy nunca más.

– ¡Oye! -gritó, tirándome una flor a la cabeza-. ¿Sabes cómo se convirtió Kasyapa en el primer patriarca? El Buda iba a empezar a exponer un sutra y doscientos cincuenta bikhus estaban esperando con sus mantos en orden y las piernas cruzadas, y lo único que hizo el Buda fue levantar una flor. Todos quedaron perplejos. El Buda no decía nada. Sólo Kasyapa sonreía. Así fue como el Buda eligió a Kasyapa. Es lo que se llama el sermón de la flor, chico.

Fui a la cocina y cogí un plátano y salí y dije:

– Bien, te voy a decir lo que es el nirvana.

– ¿El qué?

Me comí el plátano y tiré la cáscara y no dije nada.

– Ahí tienes -concluí-, el sermón del plátano.

– ¡Vaya! -gritó Japhy-. ¿Has oído hablar alguna vez del Viejo Hombre Coyote y de cómo él y Zorro Plateado iniciaron el mundo al caminar por el espacio vacío hasta que apareció un poco de suelo bajo sus pies? Mira este cuadro, a propósito. Aquí tienes a los famosos Toros.

Era una antigua historieta china que mostraba primero a un joven que iba al bosque con un bastón y un hatillo, como un vagabundo norteamericano de 1905, y en las viñetas siguientes se encuentra con un toro, trata de domarlo, trata de montarlo, por fin lo doma y lo monta, pero luego se aleja del toro y se limita a sentarse a meditar a la luz de la luna, y, finalmente, podía vérsele bajar de la montaña de la iluminación y, a continuación, en la siguiente viñeta no hay nada en absoluto, y seguía una viñeta con un árbol en flor, luego en la última viñeta se ve que el joven es un brujo viejo y gordo que se ríe llevando una enorme bolsa a la espalda camino de la ciudad donde va a emborracharse con los carniceros, iluminado ya, mientras otro joven nuevo empieza a subir la montaña con un hatillo y un bastón.

– Y así sigue y sigue, los discípulos y los maestros pasan por lo mismo. Primero tienen que encontrar y domar el toro de su esencia mental, y luego dejarlo, después llegan por fin a la nada, representada aquí por esta viñeta vacía, y luego, tras llegar a la nada, lo consiguen todo, que son estos brotes del árbol, así que ya pueden volver a la ciudad y emborracharse con los carniceros, como hacía Li Po.

Era, sin duda, una historieta muy profunda que me recordó mi propia experiencia, tratando de domar la mente en el bosque, luego comprendiendo que todo estaba vacío e iluminado y que no tenía nada que hacer, y ahora emborrachándome con Japhy, el carnicero del pueblo. Pusimos discos y nos quedamos allí tumbados fumando y luego salimos a cortar más leña.

Cuando a la caída de la tarde refrescó, subimos a la cabaña y nos lavamos y vestimos para la gran fiesta de la noche del sábado. Durante el día, Japhy subió y bajó a la colina por lo menos diez veces para llamar por teléfono v hablar con Christine y conseguir pan y traer sábanas limpias para su chica de aquella noche (cuando tenía una chica ponía sábanas limpias a su delgado colchón de encima de las esteras de paja: un rito). En cambio, yo me limité a estar sentado en la hierba sin hacer nada, o escribiendo haikus, o mirando al viejo buitre que revoloteaba sobre la colina.

"Debe de haber alguna carroña por aquí", me imaginé. -¿Qué haces ahí sentado el día entero? -me preguntó Japhy.

– Practico la no-acción.

– ¿Y qué diferencia hay? A la mierda, mi budismo es actividad -dijo Japhy, lanzándose de nuevo colina abajo. Entonces oí que estaba serrando y silbando a lo lejos. No podía pararse ni un minuto. Sus meditaciones consistían en hacer las cosas normales, a su debido tiempo. Meditó por primera vez al despertar por la mañana, luego tuvo su meditación de media tarde, de sólo tres minutos, luego meditaría antes de acostarse, y eso era todo. Sin embargo, yo andaba por allí y dejaba vagar la imaginación todo el tiempo. Éramos dos monjes extrañamente distintos en la misma senda. Con todo, cogí una pala y nivelé el suelo de junto al rosal, justo donde estaba mi lecho de hierba: era demasiado irregular para resultar cómodo: lo dejé bien alisado y aquella noche dormí perfectamente después de la gran fiesta y de todo el vino.

Aquella gran fiesta fue una locura. Japhy tenía a una chica, Polly Whitmore, que había venido a verle. Una morenita guapa con peinado a la española y ojos ocuros, de hecho una auténtica belleza, y además montañera. Acababa de divorciarse y vivía sola en Millbrae. Y el hermano de Christine, Whitey Jones, trajo a su novia Patsy. Y, naturalmente, estaba Sean, que volvió a casa después del trabajo y se lavó y arregló para la fiesta. Vino otro chico a pasar el fin de semana: un rubio enorme llamado Bud Diefendorf que trabajaba de bedel en la Asociación Budista para pagarse el alojamiento y asistir a las clases gratis. Una especie de enorme Buda fumador de pipa con todo tipo de extrañas ideas. Me gustó Bud, era inteligente, y me gustó que hubiera empezado a estudiar medicina en la Universidad de Chicago y luego lo dejara por la filosofía y, finalmente, siguiera a Buda, el gran asesino de toda filosofía. Dijo:

– Una vez soñé que estaba sentado debajo de un árbol tocando el laúd y cantando "No tengo ni nombre". Era el bikhu sin nombre.

Resultaba realmente agradable reunirse con tantos budistas después del duro viaje haciendo autostop.

Sean era un místico y extraño budista con la mente llena de supersticiones y premoniciones.

– Creo en los demonios -dijo.

– Bueno -le respondí acariciando el pelo de su hijita-, todos los niños saben que todo el mundo va al Cielo. -A lo que asintió suavemente con una triste inclinación de cabeza.

Era muy agradable y todo el tiempo decía "Sí, sí, sí", y se pasaba largas horas en su viejo bote fondeado en la bahía que se hundía cuando había tormenta y teníamos que sacarlo a fuerza de remos y achicar el agua bajo la fría niebla. Era sólo un desastre de bote de menos de cuatro metros de eslora, sin cabina que mereciera ese nombre, una ruina flotando en el agua alrededor de una oxidada ancla.

Whitey Jones, el hermano de Christine, era un muchacho amable de veinte años que nunca decía nada y se limitaba a sonreír y aceptaba las bromas sin protestar. Por ejemplo, la fiesta terminó de un modo demente y las tres parejas se desnudaron del todo y bailaron una especie de polka cogidos de la mano alrededor del cuarto de estar, mientras las niñas dormían en sus cunas. Eso ni a mí ni a Bud nos molestó para nada, y seguimos fumando nuestras pipas y discutiendo de budismo en un rincón: lo mejor que podíamos hacer, pues no había chicas para nosotros. Y delante teníamos un hermoso trío de ninfas bailando. Pero Japhy y Sean llevaron a Patsy al dormitorio haciendo como que se la iban a joder, sólo para gastarle una broma a Whitey, que se puso todo colorado, y hubo risas y carreras por toda la casa.

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