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Todo lo que tenía que hacer era mirar de vez en cuando el horizonte en busca de humo y mantener funcionando el aparato de radio emisor-receptor y barrer el suelo. La radio no me daba mucho trabajo; no hubo incendios tan cercanos como para que tuviera que dar cuenta de ellos y no participé en las charlas de los vigilantes. Me lanzaron en paracaídas un par de baterías nuevas, aunque las que tenía seguían en buen estado.

Una noche, en una visión mientras meditaba, Avalokitesvara, el que Oía y Respondía las Oraciones, me dijo: -Tienes poder para recordar a todo el mundo que son personas completamente libres.

Me puse la mano encima para recordármelo en primer lugar a mí mismo, y luego, sintiéndome alegre, grité:

– Ta -y abrí los ojos y vi una estrella fugaz.

Los mundos innumerables de la Vía Láctea, palabras. Tomé la sopa en una tacita y me supo mucho mejor que tomada en una gran sopera…, mi sopa de guisantes y tocino a lo Japhy. Dormía siestas de un par de horas todas las tardes, me despertaba y comprendía que "nada de esto sucedió nunca" al mirar las montañas de mi alrededor. El mundo estaba cabeza abajo colgando en un océano de espacio sin fin y aquí estaba toda esa gente sentada en el cine viendo películas, allí, abajo, en el mundo al que volvería… Me paseaba por la entrada de la cabaña al anochecer y cantaba "Ah, las horas pequeñas", y cuando llegué a las palabras "cuando el mundo entero esté profundaménte dormido", se me llenaron los ojos de lágrimas.

– Muy bien, mundo -dije-, te amaré.

Por la noche, en la cama, caliente y feliz dentro del saco sobre el acogedor camastro de madera, veía mi mesa y mi ropa a la luz de la luna y pensaba: "¡Pobre Raymond!, su día es tan triste y con tantas inquietudes, sus impulsos son tan efímeros, ¡es tan complicado y molesto tener que vivir!", y luego me dormía como un corderito. ¿Somos ángeles caídos que nos negamos a creer que nada es nada y, por tanto, nacemos para perder a los que amamos y a nuestros amigos más queridos uno a uno, y después nuestra propia vida, para probarnos?… Pero volvía la fría mañana con nubes que surgían de la Garganta del Rayo como humo gigantesco, con el lago abajo siempre cerúleo y neutro, y con el vacío espacio igual que siempre. ¡Oh, rechinantes dientes de la tierra! ¿Adónde lleva todo esto si no es a una dulce y dorada eternidad para demostrar que todo está equivocado, para demostrar que la propia demostración carece de sentido…?

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Al fin llegó agosto con ráfagas que sacudieron mi cabaña y auguraron poco de augusto. Hice mermelada de frambuesas de color rubí al ponerse el sol. Puestas de sol enfurecidas que lanzaban espumosos mares de nubes a través de cortadas inimaginables, con todos los matices rosados de la esperanza detrás, y yo me sentía justo como ellas, brillante y lúgubre más allá de las palabras. Por todas partes terribles campos de hielo y de nieve; una brizna de hierba bailando en los vientos de la infinitud, anclada a una roca. Hacia el este estaba gris; hacia el norte, espantoso; hacia el oeste, en enloquecido furor, dementes frenéticos luchaban en siniestra lobreguez; hacia el sur, la neblina de mi padre. El monte Jack, con su sombrero de trescientos metros de roca dominando un centenar de campos de fútbol nevados. El arroyo Canela era una fantasía de niebla escocesa. El Shull se perdía entre el Cuerno Dorado. Mi lámpara de petróleo ardía en el infinito.

"Pobre carne tan débil -me dije-, no hay solución."

Ya no sabía nada de nada y tampoco me importaba nada en absoluto, y de repente me sentía auténticamente libre. Luego llegaron las mañanas realmente frías y crepitaba el fuego y cortaba leña con el hacha y la gorra puesta (una gorra con orejeras), y me sentía maravillosamente bien y perezoso en el interior de la cabaña, empujado dentro por las nubes heladas. Lluvia, truenos en las montañas, pero delante de la estufa leía mis revistas ilustradas occidentales. Por todas partes aire de nieve y humo de leña. Finalmente llegó la nieve en un remolino amortajado procedente del Hozomeen, junto al Canadá. Llegó tempestuosa enviando blancos heraldos radiantes a través de los que miraba, lo vi perfectamente, el ángel de la luz. Y el viento se levantó y se alzaron oscuras nubes como si procedieran de una fragua. Canadá era un mar de niebla_ sin sentido. Y aquello llegó en un ataque en abanico anunciado por el cantar del tubo de mi estufa, y avanzó impetuoso y se tragó mi viejo cielo azul que había estado lleno de nubes doradas; a lo lejos, el retumbar de los truenos canadienses; y hacia el sur otra tormenta mayor y más negra cerrándose como una pinza. Pero el Hozomeen se mantenía firme rechazando el ataque con un hosco silencio. Y nada podría inducir a los alegres horizontes dorados del nordeste, donde no había tormenta, a cambiar su puesto con el Desolación. De pronto, un arco iris verde y rosado se situó justo encima de la sierra del Hambre a menos de trescientos metros de mi puerta, como una centella, como una columna; viniendo entre nubes arremolinadas y sol anaranjado y tumultuoso.

– ¿Qué es un arco iris, Señor? Un collar para los humildes.

Y se encajó justo en el arroyo del Rayo, y lluvia y nieve cayeron simultáneamente y el lago era de un blanco de leche dos kilómetros más abajo y todo era una auténtica locura. Salí y de repente mi sombra fue rodeada por el arco iris mientras caminaba por la cima y un misterio con halo hizo que deseara rezar.

– ¡Oh, Ray, el transcurso de tu vida es como una gota de lluvia dentro del océano ilimitado que es el despertar eterno! ¿Por qué seguir preocupado? Escribe a Japhy y cuéntaselo todo.

La tormenta pasó y se fue tan rápidamente como había llegado, y al caer la tarde, el lago brilló cegadoramente. La caída de la tarde y mi estropajo secándose encima de la roca. La caída de la tarde y mi espalda helada mientras en la cima del mundo lleno de nieve mi cubo. La caída de la tarde, y era yo y no el vacío lo que había cambiado. Un anochecer cálido y rosado y yo meditando bajo la media luna amarilla de agosto. Siempre que oía el trueno en las montañas era como la plancha del amor de mi madre.

– ¡Trueno y nieve! ¿Cómo seguiremos hacia adelante? -canté.

Y de pronto, habían llegado las lluvias torrenciales, noches enteras lloviendo, millones de hectáreas de árboles lavados y lavados, y en el desván ratas milenarias durmiendo sabiamente.

La mañana. Llegaba la clara sensación del otoño, llegaba el final de mi trabajo. Ahora los días eran ventosos y con rápidas nubes: un claro aspecto dorado entre la bruma del mediodía. La noche, preparar chocolate caliente y cantar junto al fuego. Llamaba a Han Chan por los montes: no obtuve respuesta. Llamaba a Han Chan en la niebla de la mañana: silencio, se me dijo. Llamaba: Dipankara me instruía sin decir nada. Nieblas que desfilan al viento y yo cierro los ojos y habló el hornillo.

– ¡Wuu! -grité, y el ave en perfecto equilibrio sobre la copa del abeto se limitó a mover la cola; luego se fue y la distancia se hizo inmensamente blanca. Noches negras con señales de osos: allí abajo, en el agujero para la basura, las oxidadas latas de leche agria y solidificada y evaporada mordidas y destrozadas por poderosas garras: Avalokitesvara el Oso. Nieblas gélidas con terribles agujeros. En mi calendario arranqué el día cincuenta y cinco.

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