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– Estupendo, tus debilidades son admirables. Te las compro.

Y cenamos muy bien con patatas al horno y chuletas de cerdo y ensalada y bollos y pastel de frambuesa y guarnición. Teníamos un hambre tan honrada que aquello no fue

una diversión, sino una necesidad. Después de cenar fuimos a una tienda de bebidas y compramos una botella de moscatel y el viejo propietario y un amigo suyo que estaba allí nos miraron y dijeron:

– ¿Dónde habéis estado, muchachos?

– Hemos subido al Matterhorn, hasta arriba del todo -dije orgullosamente. Se limitaron a observarnos atentamente, boquiabiertos. Me sentía muy orgulloso y compré un puro y añadí-: A más de tres mil quinientos metros, sí, señor, y hemos vuelto con tanta hambre y sintiéndonos tan bien que este vino nos va a venir de perlas.

Seguían boquiabiertos. Los tres estábamos quemados por el sol y sucios y con pinta montaraz. No dijeron nada pensando que estábamos locos.

Subimos al coche y nos dirigimos a San Francisco bebiendo y riéndonos y contando largas historias y Morley conducía realmente bien aquella noche y rodábamos en silencio y atravesamos las calles de Berkeley grises al amanecer mientras Japhy y yo dormíamos como troncos en el asiento de atrás. En un determinado momento me desperté como un niño y me dijeron que estaba en casa y me apeé del coche tambaleante y crucé la hierba de la entrada y abrí mis mantas y me acurruqué y quedé dormido hasta muy avanzada la tarde con sueños muy bellos. Cuando me desperté al día siguiente, las venas de -los pies estaban totalmente deshinchadas. Había eliminado los coágulos de sangre. Me sentí muy feliz.

13

Cuando me levanté al día siguiente no pude evitar el sonreír pensando en Japhy encogido delante de aquel llamativo restaurante preguntándose si nos dejarían entrar o no. Era la primera vez que lo había visto asustado de algo. Pensé hablarle de esas cosas aquella misma noche. Pero aquella noche pasó de todo. En primer lugar, Alvah había salido por unas horas y yo estaba solo leyendo cuando de repente oí una bicicleta delante de la casa y miré y vi que era princess.

– ¿Dónde están los demás? -preguntó. -¿Cuánto puedes quedarte?

– Tengo que irme ahora mismo, a no ser que telefonee a mi madre.

– Vamos a llamarla. -Muy bien.

Fuimos al teléfono público de la estación de servicio de la esquina y dijo a su madre que volvería dentro de un par de horas, y cuando caminábamos por la acera le pasé el brazo por la cintura, pero apretándole con la mano el vientre, y ella exclamó:

– ¡Oohh! No puedo resistirlo. -Y casi nos caemos de la acera y me mordió la camisa justo cuando pasaba junto a nosotros una vieja que nos riñó enfadada y después de que se alejase nos dimos un larguísimo y loco beso apasionado bajo los árboles del atardecer. Corrimos a casa donde ella se pasó una hora literalmente retorciéndose entre mis brazos y Alvah entró en medio de nuestros ritos finales de bodhisattvas. Tomamos el habitual baño juntos. Era estupendo estar sentados en la bañera llena de agua caliente charlando y enjabonándonos mutuamente. ¡Pobre Princess! Era sincera en todo lo que decía. Me gustaba de verdad y me enternecía y hasta llegué a advertirle:

– No seas tan lanzada y evita las orgías con quince tipos en la cima de una montaña.

Japhy llegó después de que se fuera ella, y también vino Coughlin y, de repente (teníamos vino), se inició una fiesta enloquecida. Las cosas empezaron cuando Coughlin y yo, que ya estábamos borrachos, paseamos por una concurrida calle cogidos del brazo llevando enormes flores que habíamos encontrado en un jardín, y con una nueva garrafa de vino, soltando haikus y saludos y satoris a todo el que veíamos por la calle y todo el mundo nos sonreía. -Caminamos diez kilómetros llevando una flor enorme -gritaba Coughlin.

Yo iba encantado con él. Parecía una rata de biblioteca o un gordo a reventar, pero era un hombre de verdad. Fuimos a visitar a un profesor del Departamento de Inglés de la Universidad de California al que conocíamos y Coughlin dejó los zapatos en la puerta y entró bailando en casa del atónito profesor, asustándolo un poco, aunque de hecho por entonces Coughlin ya era un poeta bastante conocido. Después, descalzos y con nuestras enormes flores y nuestro garrafón, volvimos a casa hacia las diez de la noche. Yo acababa de recibir un giro postal aquel mismo día, una beca de trescientos dólares, y le dije a Japhy:

– Bueno, ahora ya lo he aprendido todo, estoy preparado. ¿Por qué no me acompañas mañana a Oakland y me ayudas a comprar una mochila y útiles y equipo para que pueda irme al desierto?

– Muy bien, conseguiré el coche de Morley y vendré por ti a primera hora de la mañana; pero ahora, ¿qué tal seguir con este vino?

Puse el pañuelo rojo en la bombilla y bebimos vino y estuvimos allí sentados charlando. Fue una gran noche de conversaciones muy interesantes. Primero, Japhy contó sus últimas aventuras, cuando había sido marino mercante en el puerto de Nueva York, en 1948, y andaba con una navaja en el bolsillo, cosa que nos sorprendió mucho a Alvah y a mí, y después habló de una chica de la que estuvo enamorado y con la que había vivido en California.

– Me tenía salido a todas horas, joder. Entonces, Coughlin dijo:

– Cuéntales lo del Gran Ciruelo, Japhy. Y al instante, Japhy dijo:

– Gran Ciruelo, el maestro zen, fue interrogado. Se le preguntó cuál era el gran significado del budismo, y él dijo que flores de junco, tallos de sauce, agujas de bambú, hilos de lino, en otras palabras, agárrate, muchacho, el éxtasis es general, eso es lo que significa, el éxtasis de la mente, el mundo no es sino mente, y ¿qué es la mente? La mente no es sino el mundo, joder. Entonces el antepasado Caballo dijo: "Esa mente es Buda." También dijo: "Ninguna mente es Buda." Luego, hablando de Gran Ciruelo, añadió: "La ciruela está madura."

– Bueno, todo eso es muy interesante -observó Alvah-. Pero "Oú sont les neiges d'antan?".

– Bueno, en parte estoy de acuerdo contigo porque el problema es que esa gente veía las flores como si estuvieran soñando, aunque, joder, el mundo es real. Smith y Goold book y todos viven como si fuera un sueño, mierda, como si ellos mismos fueran sueños o puntos. El dolor o el amor o el peligro te hacen real de nuevo. ¿No es así, Ray, como lo sentiste cuando estabas tan asustado en aquel saliente? -Todo era real, es cierto.

– Por eso los hombres de la frontera son siempre héroes y siempre fueron mis héroes y siempre lo serán. Están constantemente alerta ante la realidad de las cosas que puede ser real y también irreal, no les importa. El Sutra del Diamante dice: "No tengas ideas preconcebidas sobre la realidad de la existencia ni sobre la irrealidad de la existencia", o algo así. Los grilletes se ablandarán y las porras caerán al suelo. Seamos libres en cualquier caso.

– El presidente de Estados Unidos de pronto está bizco y se va volando -grito.

– ¡Y las anchoas serán polvo! -grita Coughlin.

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