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– Por Dios, últimamente me siento muy estudioso, creo que la semana que viene leeré algo sobre ornitología -decía Japhy, por ejemplo.

– ¿Quién no se siente estudioso -respondía Morleycuando no tiene al lado a una chica tostada por el sol de la Riviera?

Siempre que Japhy decía algo se volvía hacia él y le miraba y soltaba una de esas tonterías brillantes totalmente serio; no conseguía entender qué tipo de extraño erudito y secreto payaso lingüístico era bajo estos cielos de California. Si Japhy mencionaba los sacos de dormir, Morley replicaba con cosas como ésta:

– Soy poseedor de un saco de dormir francés azul pálido, de poco peso, pluma de ganso, una buena compra, me parece, lo encontré en Vancouver, muy adecuado para Daisy Mae. Un tipo totalmente inadecuado para Canadá. Todo el mundo quiere saber si su abuelo era el explorador que conoció a un esquimal. Yo mismo soy del Polo Norte. -¿De qué estás hablando? -preguntaba yo desde el asiento de atrás.

Y Japhy decía:

– Sólo es una cinta magnetofónica interesante.

Les dije que tenía un comienzo de tromboflebitis, coágulos de sangre en las venas de los pies, y que tenía miedo a la ascensión del día siguiente, no porque me pareciera dificil, sino porque podría encontrarme peor al regreso. Morley dijo:

– ¿La tromboflebitis es un ritmo especial al mear?

Y cuando dije algo de los tipos del Oeste, me respondió: -Soy un tipo del Oeste bastante idiota… Fíjate en los prejuicios que hemos llevado a Inglaterra.

– Morley, tú estás loco.

– No lo sé, quizá lo esté, pero si lo estoy de todas maneras dejaré un testamento maravilloso. -Y luego añadió sin venir a cuento-: Bueno, no sabéis lo mucho que me gusta subir montañas con dos poetas. Yo también voy a escribir un libro, será sobre Ragusa, una ciudad república marítima de finales de la Edad Media, ofrecieron la secretaría a Maquiavelo y resolvieron los problemas de clase y durante una generación contaron con un lenguaje que se impuso para las relaciones diplomáticas de Levante. Esto fue debido a la influencia de los turcos, naturalmente.

– Naturalmente -dijimos.

Así que levantó la voz y nos hizo esta pregunta: -¿Podéis aseguraros una Navidad con una aproximación de sólo dieciocho millones de segundos a la izquierda de la chimenea roja original?

– Naturalmente -dijo Japhy, riendo.

– Muy bien -dijo Morley, conduciendo el coche por curvas cada vez más frecuentes-. Están preparando autobuses especiales para los renos que van a la Conferencia de la Felicidad que se celebra de corazón-a-corazón, antes de iniciarse la temporada, en lo más profundo de la sierra a exactamente diez mil quinientos sesenta metros del motel primitivo. Será algo más nuevo que un análisis, y mucho más sencillo. Si uno pierde el billete se convierte en gnomo, el equipo es agradable y hay rumores de que las convenciones del Tribunal de Actores se están hinchando y se derramarán rebotadas de la Legión. De todos modos, Smith -se volvió hacia mí-, cuando busques el camino de regreso a la selva emocional recibirás un regalo de… alguien. ¿No crees que el sirope de arce te ayudaría a sentirte mejor?

– Claro que sí, Henry.

Y así era Morley. Entretanto el coche había empezado a subir por las estribaciones y pasamos por diversos pueblos de aspecto siniestro donde nos detuvimos a poner gasolina y no vimos a nadie, excepto a diversos Elvis Presley en pantalones vaqueros en la carretera, esperando que alguien los animara, pero ya llegaba hasta nosotros un rumor de arroyos y sentimos que las montañas más altas no estaban lejos. Una noche agradable y pura, y por fin llegamos a un camino asfaltado muy estrecho y enfilamos en dirección a las propias montañas. Pinos muy altos empezaron a aparecer a los lados de la carretera y también riscos ocasionales. El aire era penetrante y maravilloso. Además, era la víspera de la apertura de la temporada de caza y en el bar donde nos detuvimos a tomar un trago había muchos cazadores con gorros rojos y camisas de lana algo borrachos y tontos con todas sus armas y cartuchos en los coches y preguntándonos inquietos si habíamos visto a algún venado o no. Desde luego, habíamos visto a un venado, justo antes de llegar al bar. Morley conducía y hablaba y decía:

– Bueno, Ryder, a lo mejor eres el Lord Tennyson de nuestro pequeño equipo de tenis de la Costa, te llaman el Nuevo Bohemio y te comparan a los Caballeros de la Tabla Redonda menos Amadís el Grande y los esplendores extraordinarios del pequeño reino moro que fue vendido en bloque a Etiopía por diecisiete mil camellos y mil seiscientos soldados de a pie cuando César todavía no había sido destetado. -Y en esto, el venado estaba en la carretera, deslumbrado por nuestros faros, petrificado antes de saltar a los matorrales de un lado de la carretera y desaparecer en el repentino y vasto silencio de diamantes del bosque (que percibimos claramente porque Morley había parado el motor), y oímos cada vez más lejos el ruido de sus pezuñas corriendo hacia su refugio de las nieblas de las alturas. Estábamos de verdad en pleno monte; Morley dijo que a una altura de unos mil metros. Oíamos los arroyos corriendo monte abajo saltando entre rocas iluminadas por las estrellas, pero no los veíamos.

– ¡Eh, venadito! -grité al animal-. No te preocupes que no te vamos a disparar.

Luego ya estábamos en el bar donde nos detuvimos ante mi insistencia ("En estas cumbres tan frías del norte a medianoche no hay nada mejor para el alma del hombre que un buen vaso de oporto espeso como los jarabes de sir Arthur")…

– De acuerdo, Smith -dijo Japhy-, pero me parece que no deberíamos beber en una excursión como ésta.

– Pero ¿qué coño importa?

– Bueno, bueno, pero piensa en todo el dinero que hemos ahorrado comprando los alimentos secos más baratos para este fin de semana y cómo nos lo vamos a beber ahora mismo.

– Ésa es la historia de mi vida, rico o pobre, y por lo general, pobre y requetepobre.

Entramos en el bar, que era un parador de estilo alpino junto a la carretera, como un chalet suizo, con cabezas de alce y grabados de venados en las paredes y la propia gente que estaba en el bar parecía de un anuncio de la temporada de caza, aunque todos estaban bebidos; era una masa confusa de sombras en el bar en penumbra mientras entrábamos y nos sentábamos en tres taburetes y pedíamos el oporto. El oporto resultaba extraño en el país del whisky de los cazadores, pero el barman sacó una vieja botella de oporto Christian Brothers y nos sirvió un par de tragos en anchos vasos de vino (Morley era abstemio) y Japhy y yo bebimos y nos sentimos muy bien.

– ¡Ah! -dijo Japhy, reconfortado por el vino y la medianoche-. Pronto volveré al Norte a visitar los húmedos bosques de mi infancia y las montañas nebulosas y a mis viejos y mordaces amigos intelectuales y a mis viejos amigos leñadores tan borrachos; por Dios, Ray, no habrás vivido nada hasta que hayas estado allí conmigo o sin mí. Y después me iré a Japón y andaré por aquellas montañas en busca de antiguos templos escondidos y olvidados y de viejos sabios de ciento nueve años rezando a Kwannon en cabañas y meditando tanto que cuando salen de la meditación se ríen de todo lo que se mueve. Pero eso no quiere decir que no me guste Norteamérica, por Dios que no, aunque odie a estos malditos cazadores cuyo único afán es coger un arma y apuntar a seres indefensos y matarlos, por cada ser consciente o criatura viva que maten tendrán que renacer mil veces y sufrir los horrores del samsara y se lo tendrán bien merecido.

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