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No hay desnudez total en la novia, sí en César, que la ofrece sin pudor a su mujer, maravillada ante lo que ve, y a los dos mirones, que apartan la mirada, pero la recuperan cuando César, sin más espera, monta a la muchacha mientras le dice con la voz más dulce que encuentra:

– "Veurem si tens la figa tan llarga com el nas" ( [13]5).

Ella ha creído ser objeto de una delicadeza y parpadea antes de ser penetrada con dolor. Su padre y el cardenal se miran sorprendidos por el rápido acierto de César y, cuando horas después ambos salgan de la alcoba para informar a los que esperan ante la puerta, D.Amboise informará, admirado:

– Cuatro. Cuatro lanzadas y muy diestras.

Bautiza el cardenal al neonato en brazos de su padre Alfonso de Bisceglie, doña Sancha a su lado, Jofre, Burcardo, Remulins, Adriana del Milá, Giulia, Vannozza y Alejandro Vi volcados sobre el baptisterio para contemplar el prodigio. Pasa el niño a los brazos de doña Sancha y de ellos a los del papa, que lo mira arrobado.

– Rodrigo. Te llamas como yo, y ojalá Dios te marque un destino tan gozoso como el mío. ¡Si no fuera por la muerte de mi Joan!

Lagrimean los ojos del papa, besa al niño, lo entrega con delicadeza a su padre ilusionado y sale del lugar acompañado por doña Sancha.

– ¿Son ciertas las noticias de que el rey de Francia ha invadido Lombardía y avanza hacia Milán?

¿Se confirma que César dirige un cuerpo de ejército al servicio del rey francés? ¿En qué situación queda mi tío Federico, el rey de Nápoles? ¿Los soldados del Gran Capitán van a protegerle o van a derrocarle?

– Demasiadas preguntas a un tiempo.

– Tal vez la más importante no la he hecho. ¿Es cierto que existe un protocolo acordado entre Luis Xii y su santidad que implica la intervención en Nápoles?

– No se trata de ningún protocolo. Fueron propuestas relacionadas con el posible matrimonio de César con Carlota de Nápoles, pero César se ha casado con Carlota de Albret. En la propuesta el rey de Francia aceptaba no tomar ninguna decisión sobre Nápoles sin consultarla conmigo.

– ¿Qué contestaría su santidad a esa consulta?

Coge Alejandro la barbilla de Sancha con dos dedos y alza la cara de la muchacha.

– ¿Tú crees que yo o mi familia íbamos a mover ni un solo dedo contra el reino del que habéis venido, tú, la mujer de mi hijo Jofre y el marido de Lucrecia y padre del tierno Rodrigo? ¿En qué cabeza cabe eso? ¿En tu pequeña cabeza?

No llega a oír la respuesta de Sancha porque acelera la marcha.

– En mi pequeña cabeza cabe eso y mucho más.

La huida de Alejandro se convierte en empeño por llegar cuanto antes a una cita. Pasa a sus aposentos vaticanos y gana el pasadizo por el que accede a la habitación secreta y oscura, cuando alguien la ilumina bruscamente y a la luz de la antorcha aparece César vestido de gran capitán de los ejércitos franceses. Es Corella quien sostiene la antorcha y tras él Ramiro de Llorca no quita la mano del pomo de su espada. Se abrazan padre e hijo poderosamente pero sin sentimiento.

– ¿Era necesario tanto ocultamiento?

– Se supone que yo estoy en el norte junto a las tropas de Luis Xii, pero era fundamental que pudiera hablar contigo. Las cartas llegan fácilmente a los espías españoles y a los napolitanos.

– ¿Qué mensaje tan trascendente vas a darme?

– Nuestras tropas avanzan por todo el Milanesado, pronto caerá Toscana y respetarán los territorios potenciales pontificios para marchar sobre Nápoles. Lo que el rey de Nápoles no sabe es que Francia y España están de acuerdo en derribarle y escriturar después un acuerdo de soberanía.

– He interpretado bien tus mensajes cifrados y todo eso ya lo sabía.

– Sabes que el rey de Francia a cambio de este servicio apoyará mis campañas para apoderarnos de la Romaña y sentar las bases de un Estado pontificio real. Y ésa es la base de una Italia unificada capaz de parar las luchas por la hegemonía de Francia y España.

– Ahora ya entramos en el territorio de los sueños, pero sigues explicándome cosas que ya sé.

– Exactamente. Conoces la gran jugada, pero desconoces la pequeña jugada que se está haciendo a tus espaldas. Aquí. En Roma.

Busca lugar el papa donde acomodarse, pero un horizonte de paredes desnudas le obliga a permanecer en pie a la luz de la antorcha, frente a un César dominador que sabe cómo terminará su interrogatorio.

– No te aproveches de lo que sabes y de lo que yo no sé. Habla.

– En el propio Vaticano hay una conjura pronapolitana que dirigen Sancha y su hermano Alfonso, respaldados por todos los enemigos de los Borja, incluido Ascanio Sforza. Los Orsini se abstienen porque son profranceses, pero los Colonna preparan un alzamiento popular en Roma. Están instigando a la población y cuentan con la ayuda de los agentes napolitanos y con el dejar hacer de los espías de Fernando el Católico. Ésos juegan a dos cartas y el Gran Capitán espera el resultado de la jugada para intervenir.

– Exageras el papel del espionaje napolitano. Los intereses de Sancha y Alfonso son transparentes, igual que su posición.

– Los Colonna están detrás y ese vínculo entre Lucrecia y Alfonso de Nápoles se ha convertido en un obstáculo para nuestra estrategia global.

– Bien que lo veo, pero ¿qué hacer?

– Nada.

– ¿Nada?

– Nada. Tu función es dejar hacer y bendecir los resultados alabando los misteriosos designios de Dios.

– ¿El tuyo?

– Ahora mismo vuelvo al campo francés y pronto entraré en Roma como un triunfador. Espero que

habrás preparado un buen recibimiento.

– Burcardo no piensa en otra cosa. ¿Esto es todo lo que debías decirme? ¿Para esto tanta parafernalia? ¿No me preguntas por tu sobrino? ¿Por tu hermana?

– Te pregunto por Giulia Farnesio. ¿Qué tal le sienta su condición de viuda?

– ¿Giulia? La veo poco. Desdichado final el del Orsini tuerto. Se le cayó encima el techo y se le volvieron pulpa los pocos sesos que le quedaban. Pero ¿por qué me preguntas por Giulia?

– Tienes que distraerte. Caza.

Ama. Descansa. Deja que los demás actúen.

No le queda otro recurso a Alejandro que aceptar el abrazo de despedida de su hijo y quedar progresivamente en sombras a medida que se retira Miquel de Corella con la antorcha. A su situación apenumbrada le llega la última recomendación de César.

– No hagas nada. Tú deja hacer. No te sorprendas de nada de lo que pueda pasar.

Con César y Miquel se va la luz y Alejandro Vi se queda a solas con su respiración alarmada, haciéndose preguntas, con la mano en el pecho, de por qué se le ha desbocado la respiración.

Grita la multitud su alborozo y los gritos refuerzan el equívoco de la situación.

– ¡César! ¡César!

Entre el público caminan casi embozados Ascanio Sforza y Della Rovere, mientras Alejandro Vi impone la rosa de oro y entrega la espada-joya a César.

– ¡Te proclamo capitán general y gonfaloniero del Vaticano! ¡Que tu gloria sea la gloria de la cristiandad!

Ascanio Sforza musita:

– Que tu gloria sea la gloria de la cristiandad y el botín de los Borja.

– Es una imprudencia que te pasees por la calle en este día.

– ¿No me acompañas tú, Della Rovere? ¿No eres también tú un triunfador? El rey de Francia ha vencido y el Milanesado ya no pertenece a mi familia. Mi vida peligra en esta Roma entregada a César Borja.

– Mi capacidad de protegerte tiene un límite.

– Y un precio, supongo.

– El de siempre. Un día tú y yo hemos de destruir a esta raza de marranos que infecta Roma desde los tiempos de Calixto Iii. Me interesas vivo y lejos, Ascanio.

Se rumorea que ya has cargado tus bienes y tus cuadros.

– Sólo me falta una despedida.

Se infiltra entre las gentes vociferantes Ascanio y en su recorrido verá fragmentos de César jugando con el toro, a caballo, a pie, con la espada en la mano, enseñando las cabezas sangrantes de seis toros recién separadas del tronco. La nuez de Adán de Ascanio Sforza sube y baja al ritmo de sus rápidos pasos, que le sirven para subir escalones de tres en tres y llegar a la cita con doña Sancha. Soporta la napolitana el abrazo, pero rechaza el manoseo posesivo del cardenal, para enfrentársele.

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[13] (5) "Veremos si tienes el higo tan largo como la nariz."

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