– Porque Melgar era oaxaqueño -explicó doña Luisa, iniciando una carcajada.
– Y Quintana Roo era una tierra de aluvión -siguió rápidamente doña Emma. -Lo único quintanarroense de origen que había ahí era la selva y los moscos. Lo demás eran mexicanos de otros sitios, libaneses, españoles, indios mayas, negros beliceños y mantequilla australiana. Eso es lo que era. Pero Pedro Pérez tuvo que encontrar algo que echarle en cara a Melgar, frente a Cárdenas, porque era su obsesión llevar la contra.
– Y porque hacía falta también quien llevara la contra en ese pueblo -dijo doña Luisa. -Salvo papá, el abuelo Camín, no había quien dijera en público las cosas que el pueblo rumiaba. Pero papá era español y no podía hablar mucho. En cambio, a Pedro Pérez le sobraba lengua, parecía cubano de deslenguado y político que era. Cubano de antes de Fidel Castro, porque después de Castro, no habla nadie, ¿no es verdad? -precisó doña Luisa y volvió a reír una sonora carcajada, esta vez contrarrevolucionaria.
– Era fama en Chetumal la lengua picante de Pedro Pérez -dijo doña Emma, después de reír también. -Tanto, que cuando llegó de gobernador Margarito Ramírez, ya un cartucho quemado, pero por eso mismo con la picardía del político experimentado, una de las primeras cosas que hizo fue llamar a Pedro Pérez y meterlo con él a trabajar en la madera. Lo de la madera es otra historia y tiene que ver con su abuelo paterno, el abuelo Aguilar.
– Esa sí es nueva -saltó Luis Miguel, marcando su sorpresa con el puro. – ¿Qué tuvo que ver Pedro Pérez con el abuelo Aguilar? Nunca han aparecido juntos en esta historia.
– Porque no me había dado la gana de juntarlos -dijo doña Emma. -Y para que tú aprendas algo de las muchas cosas que te falta saber en la vida, vaquetón éste.
– Esto es como las extrapolaciones de La Ilíada -jugueteó Luis Miguel. -En la versión original de Pedro Pérez, nunca apareció el abuelo Aguilar.
– Porque no me dio la gana a mí -repitió doña Emma. -Y porque no has aprendido a oír, creyendo que ya lo sabes todo.
– De Pedro Pérez lo sabía todo -dijo Luis Miguel. -Pero ahora estás contando un capítulo inédito.
– Inédito tienes tú el cerebro -dijo doña Emma. -Les he dicho mil veces, en esta mesa, que tu abuelo Aguilar empezó su desgracia por soberbio, porque cuando Margarito Ramírez llegó al territorio buscó a los hombres ricos del lugar, para proponerles actividades y negocios. Y todos fueron, menos tu abuelo Aguilar, que se sintió capaz de caminar sin apoyo del gobierno. Margarito, desde luego, lo resintió y dedicó sus siguientes años a ver la manera de domar a tu abuelo, a tu abuelo Aguilar. Lo primero que se le ocurrió, fue restringirle las concesiones de madera y darle entrada a otros contratistas. Por eso tu abuelo Aguilar empezó a trasladar sus negocios a Belice y puso su mira en los bosques de Guatemala. ¿No les he contado eso?
– Varias veces -dijo Luis Miguel. – ¿Pero eso qué tiene que ver con Pedro Pérez?
– Tiene que ver, porque una de las compañías madereras que abrió Margarito, se la dio en administración a Pedro Pérez, que además de otras virtudes, tenía la de ser un hombre trabajador y honrado, como hubo pocos en Chetumal. Pedro Pérez aceptó la oferta de Margarito y durante una época le fue muy bien a Pedro, a su familia y a las empresas madereras que competían contra tu abuelo Aguilar. En cambio, le fue mal a tu abuelo y, por lo tanto, muy bien a Margarito, que había traído con él a su cuerda de jaliscienses, pero tenía domado, por decirlo así, al mayor xenófobo del territorio, que era Pedro Pérez. Apenas duró unos meses la buena racha, porque Pedro era ave de tempestades. No bien habían empezado a salirle derechas las cosas, cuando aparece el primer escándalo de las cooperativas del territorio. Los escándalos se hicieron luego cosa de todos los días, pero entonces, desde la fundación de las cooperativas, todo había ido bien. Pues de pronto aparece un grupo de chicleros diciendo que se han robado que sé yo cuántos millones en la administración de la cooperativa. Y aparece de inmediato otro grupo, diciendo que se han vendido de contrabando que sé yo cuántas toneladas de chicle. El caso es que empieza el jaleo, el rumor, el escándalo. Se le ocurre a Margarito que debe hacerse una auditoría y nombran a Pedro Pérez responsable de la famosa auditoría, aprovechando y reconociendo su fama de honradez y su crédito, porque Pedro Pérez era hombre de crédito en Chetumal, su palabra valía sola lo que la fortuna completa de otros. Pues empieza la auditoría, y empiezan a filtrarse rumores de que hay cosas mucho más graves que las denunciadas. Así, de la noche a la mañana se crea un ambiente, pues, casi de linchamiento, contra el administrador de la cooperativa chiclera, un hombre mayor, muy respetado y muy querido en Chetumal, a quien todos, hasta su mujer y sus hijos, llamaban don Austreberto: don Austreberto Coral. Sigue el asunto, termina la auditoría y se presenta Pedro Pérez con el secretario de Margarito Ramírez, un tal Inocencio Arreóla, un jalisciense guapo, alto, blanco, que se la pasaba burlándose de los católicos de Chetumal, porque era muy anticristero y jacobino, se presenta Pedro Pérez y le dice Arreóla: "Qué, ¿cuánto se robó?". Y le contesta Pedro Pérez, que era todo lo contrario de Arreóla, bajo, fuerte, prieto y de facha más veracruzana que una cabeza olmeca, le dice: "Ni un peso". "Estás bromeando", le dice Arreóla. "¿Crees que hicimos toda esta maniobra para probar la honestidad de don Austreberto?" "Yo no sé de qué maniobra hablas tú", le dijo Pedro Pérez. "Lo que yo traigo aquí es una auditoría y según la auditoría, en las cuentas de don Austreberto no falta un peso". "Ah, qué mi jarocho", le dice Inocencio Arreóla. "No has entendido nada. No sabes lo que es la política. La auditoría de la cooperativa la pidió el gobernador para que la cosa cambie en la cooperativa, no para que quede igual". "¿Y qué quieren que yo haga para que la cooperativa cambie?", preguntó Pedro. "Queremos que hagas que la auditoría salga como debe salir", le dijo Inocencio Arreóla. "¿Quieren que embarre a don Austreberto?", preguntó Pedro Pérez. "Queremos que ayudes al gobernador", le dice Arreóla. Y le contesta Pedro Pérez: "Dile al gobernador que vaya a buscar su ayuda a Jalisco. Y tú, vete a chingar a tu madre". Sin más, da la media vuelta, recoge la auditoría y se va Pedro Pérez donde don Austreberto Coral a decirle: "Don Austreberto, acaba de suceder esta situación y lo quieren fastidiar a usted, para poner a una gente de Margarito en la cooperativa. Aquí le dejo los papeles de la auditoría, que demuestran que no falta un peso en la gestión de usted". Sale Pedro Pérez de con don Austreberto y se va al mostrador de tu abuelo Camín a gritar: "Estos tales por cuales quieren fastidiar a don Austreberto y yo no lo voy a permitir". Y se suelta repitiendo, palabra por palabra, su entrevista con Inocencio Arreóla. No había terminado de contarla cuando ya había en la tienda de tu abuelo Camín un tumulto de gente oyendo a Pedro Pérez. Porque tenía esa cosa Pedro Pérez, esa lengua que por donde iba él hablando, se iban pegando gentes a escuchar lo que decía. Era un torrente, un imán.
– El tribuno del pueblo -jugueteó Luis Miguel.
– Tribuna te voy a dar a ti para que te despeñes por tus palabras -dijo doña Emma.
– Lo digo en serio -concilio Luis Miguel. -Pedro Pérez, el Tribuno del Pueblo, la Voz de la Plebe.
– Tú puedes usar tus palabras cultas como te dé la gana -dijo doña Emma- pero la verdad es que, no bien había terminado Pedro Pérez de contar esas cosas en el mostrador de tu abuelo, cuando ya todo Chetumal sabía que Margarito estaba tratando de fregar a don Austreberto. Tanto fue así, que esto que les cuento sucedía en la tarde, poco antes de cenar. Pues a la hora de la cena se presenta a la casa de Pedro Pérez el jefe de policía, diciéndole a Pedro que lo acompañe, que desea verlo el gobernador. "Lo acompaño", le dice Pedro, pero se voltea a su mujer y le dice: "Vete a casa de Camín y dile que estoy con el gobernador". La mujer entiende y viene corriendo a casa a decirle a tu abuelo que secuestraron a su marido. Apenas escucha eso papá, tu abuelo Camín, sale disparado al Palacio de Gobierno a ver qué puede hacer, y ahí nos quedamos Luisa, Mercedes, la mujer de Pedro Pérez y yo, deshojando la margarita. Qué hacemos, Dios mío. Qué hacemos. Entonces Mercedes saca un rosario y me dice: "Pues recemos un misterio, comadre". Era mi comadre porque yo le había bautizado al segundo hijo y luego le bauticé otros tres. Pero yo la veo tan pálida y siento su mano en la mía tan helada que le digo: "Pues rezamos un misterio si quieres, pero antes tú te tomas un brandy". Voy, le traigo el brandy, se lo toma y no me lo vas a creer: volvió a la vida como si la hubiera picado algo. Tanto, que me dice: "Saque unas barajas, comadre y vamos a jugar. En esta no se va a quedar mi marido, no se preocupe". En efecto, al rato, llegaron tu abuelo y Pedro muy tranquilos y le dice Pedro a mi comadre Mercedes: "Salvé la vida pero perdí el trabajo".