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California, 30 de enero de 1981

Queridísimo Juan Manuel Carpio,

¡Tu carta, por supuesto, una bomba! Más que nada porque estuve pensando tan fuertemente en ti al nomás llegar a California. Fui con mi hermana a Berkeley, donde nos sentamos en una terraza al sol, viendo pasar toda esa gente de por ahí. Y tú estabas tan presente que yo me sonreía contigo más que con el sol de ese lindo día, haciéndome cosquillas en la cara. De manera que el más lógico próximo paso era verte llegar a Berkeley, en ese mismo instante.

No sabes cuánto me alegra que hayas tomado la decisión de volver a tu país, aunque todavía puedas demorarte en hacerlo. París, como bien dices, es a menudo una fiesta, pero sólo para los invitados, y puede llenarse de tristeza y de cansancio, como puede también enfriarse tanto. Y uno no sabe ni escoge el momento en que deja de ser un invitado en esa linda ciudad, pero un día ya no hay más fiesta allí para uno, y lo más sano es salir. Estoy feliz de que hayas tomado esa decisión y de que estés ahora en un lugar tan bonito como Mallorca, escribiendo, componiendo, cantando, y meditando la forma en que has de llevar a cabo tu regreso al Perú, en la primera buena ocasión que se te presente y sin tener que contar nunca con la ayuda interesada de nadie. Todo eso me alegra, como me alegró recibir tu carta y tu «Te quiero mucho, colorada». Me sentí bien fuerte y bien mujer, ¿sabes?

En cuanto a mí, my most charming hands están dedicadas a pintar y hacer letreros grabados en madera, para tiendas, restaurantes y todo tipo de establecimientos. Ahorita estoy haciendo el letrero de una panadería. Es bastante alegre y gano un poquito para la supervivencia. Por dicha, estando en casa de mi hermana, no necesito mucho más. A la pobre le toca todo lo pesado en su casa, ya todos conocemos eso. Pero trato de ayudar en lo que puedo, y no ser demasiada carga. Realmente, no quiero regresar muy pronto. Ahora que lo he pensado más, no quiero regresar tan pronto como cuando llegué aquí. Dejé muchísimas cosas sin decidir. También la tristeza de la matanza que estaba ocurriendo en El Salvador me estaba volviendo loca. Aquí no se borra eso, pero sí la vida se hace más posible. También mi trabajo allá me tenía bastante aburrida, y todas las presiones de todo tipo. En fin, pienso en mi regreso con muy pocas ganas.

De la oficina me han llamado para pedirme que por favor regrese lo más tarde a mediados de abril, porque mi tío viaja a Europa a principios de mayo y quiere dejar alguien responsable. Personalmente, casi preferiría pasarme un año entero afuera y aclararme. Ya se verá cómo suceden las cosas. No me gusta tener a todo el mundo esperándome en abril y no llegar, pero no puedo decidir todavía. Lo único que sé es que por ahora me quedo aquí. Además, cabe la posibilidad de viajar nuevamente a Inglaterra en marzo, para la oficina, a fin de asistir a otro curso como el de la vez pasada. Pero si acepto ir de parte de la oficina, saldría de aquí y volvería también aquí, hasta ver más claro. Los niños están ya en colegios y tratando de aprender inglés, y con mis letreros ya medio comienzo a funcionar normalmente, de manera que no se trata de salir corriendo y volver a las fauces del tigre, sin entrenarse por lo menos un poquito antes.

Parte de la idea de salir era empujar a Enrique a salir también y tratar por lo menos de sacar adelante su trabajo. Ya nadie aguanta su neurastenia del fracaso de una obra que sólo él mismo puede llevar a buen puerto, como se dice. Adolfo Beltrán, su gran amigo, lo llamó desde México, donde estuvo exponiendo en el Museo de Arte Moderno del Parque de Chapultepec, para conectarlo con gente de allá, pero por misteriosos motivos no logró salir. Ahora supongo que estará tratando de tramitar su visa para venir aquí. Tengo bastante tiempo de no tener cartas y me temo que esté bebiendo horrores. Sin embargo, esta vez no quiero ayudar en nada, empujar en nada, obligar en nada. Seré, te lo prometo, la más pasiva de las mujeres y esperaré que el joven se pare en sus propias dos patitas. Al fin y al cabo, todos somos debilísimos, fragilísimos, tristísimos, fracasadísimos, si dejamos que ese lado de nosotros nos domine. Por otra parte, también somos fuertes, resistentes a todo (ya eso está comprobado, aunque a veces nos falte un poquito de entrenamiento). Y creo que en el caso de Enrique, ni él ni nadie lo aguanta andar más en la vida de llorón. Con lo grandazote que es, fíjate tú, y con el gran talento que tiene, por lo menos podría disciplinarse y tener un poco de alegría. Creo y espero que este viaje, si lo logra hacer y no se esconde a beber en el patio de la casa, le podría resultar sumamente beneficioso. Todo esto también lo veremos con el tiempo.

Como ves, lo que más necesito, y por dicha lo que más tengo ahora, es tiempo. Mi hermana es muy cariñosa conmigo y juntas nos ayudamos y acompañamos mucho. Y aquí puedo estar con Rodrigo y Mariana el tiempo necesario para aclararlo todo. Creo que en este momento de mi vida eso se hace indispensable. Por lo demás, también encuentro bastante alegre estar en la bellísima California.

Lamento tanto que no puedas venir en febrero. Ya en abril, si es que todavía estoy aquí, es más posible que haya llegado Enrique, lo que hará más difícil conversar largamente y cariñosamente en la playa de mi hermana.

Si acaso viajo a Europa te lo haré saber, aunque si dejo a los niños aquí en California será por poquísimo tiempo, y estaré en Edimburgo. Pero seguro me escaparé un par de días a Londres a visitar a mi otra hermana, Andrea María. Por suerte tenemos una mafia internacional de hermanas, como podrás ver.

Te abrazo y te beso con mis manos de carpintero.

Tu Fernanda

California, 1 de junio de 1981

Querido, queridísimo Juan Manuel Carpio,

Tantos días han pasado, y al fin recibí una carta tuya. Y mira, sin embargo, yo hasta hoy te escribo. Y es que este lío en que vivo no deja la cabeza en paz. No le puedo escribir ni a mi mamá. Hoy por hoy, las cosas están así: nos hemos pasado primero a casa de unos amigos en San Francisco, y luego a otra casa en Oakland, en espera de otra casa sabe Dios dónde. Enrique ha hablado con sus amigos en Caracas y ha conseguido que le dieran su viejo empleo en la universidad. Pero no se decide a irse y además no ha salido todavía su visa. Yo tengo tiempo de haber perdido completamente las riendas de este asunto, de manera que cada día me limito a resolver el problema del día, y de esa manera me mantengo más o menos bien. Si me pongo a pensar aunque sea una semana adelante, ya me desespero, porque no se sabe de un día a otro lo que va a pasar.

Estoy trabajando de maestra en la escuelita de Rodrigo, lo que me da algún tiempo con los niños. Eso me alegra mucho y me da una gran estabilidad. Por lo menos ellos lo están pasando mejor que nadie, pues nunca he tenido mucho tiempo para dedicarles, con esta trabajadera loca en que vivo siempre. Pero ni modo, parece que siempre tendré que trabajar, y por ahora la solución ha sido perfecta: trabajar los tres juntos. No sé qué hace Enrique con sus días, pero me imagino que se los pasa preocupado y bebiendo, que parece ser lo suyo y nada más en esta vida.

Quisiera tener más tiempo y escribirte una carta pausada y buena, con el espíritu alegre que nos ha acompañado cuando hemos estado juntos. Pero el espíritu que me acompaña hoy es un nervioso de porquería, y siento a cada instante que si fallo la ola me ahogaré en el mar, de manera que navego rápidamente, con el ritmo acelerado de las olas del mar Pacífico, que como bien sabes es el menos pacífico de los océanos, y por dicha todavía siento mucha fuerza para nadar en estas corrientes y trajinar en estas selvas.

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