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De cualquier manera, y pase lo que pase, tendrás en mí la más admiradora y la más fiel amiga, con un enorme amor para ti. Escríbeme, te lo ruego, tu reacción y tus sentimientos. Abrazos,

Fernanda

Muchas cosas más, buenas y malas, habrían de ocurrir todavía entre Fernanda y yo, por supuesto. Y entre Fernanda y Enrique, y hasta entre los tres. Y, aunque esta carta habla, cuando menos entre líneas, del fin de algo, también contiene, para mí, un elemento auroral, algo profundamente umbral, casi de puerta de entrada a una nueva realidad, y de nuevo giro -tal vez más profundo que nunca- en nuestra relación, a pesar de su apariencia y de las cosas que en ella se afirman. O es que, sencillamente, por más que recuerdo el impacto brutal que me produjo y la inmensa pena que sentí al leerla y releerla mil veces, yo siempre me negué a que la distancia geográfica y circunstancial que había entre Mía y yo adquiriera el más mínimo matiz de dramatismo, de culpa o de error achacable a ella o a mí. A nosotros, como en tantas otras oportunidades ya, lo único que nos falló siempre, que nos falló de entrada, eso sí, fue nuestro Estimated time of arrival. Pero eso no había dependido jamás de nosotros sino de unos dioses adversos y, por consiguiente, lo nuestro tendría que desembocar siempre en un futuro risueño y mejor, en un descarado optimismo que nos permitiera afirmar, cada vez con mayor entusiasmo, que el verdadero milagro del amor es que, además de todo, existe.

Y ahí está la copia del cuaderno hecha por Mía, llenecita de frases que, sin duda alguna, pertenecieron a las cartas que comentaron la suya y que además motivaron la siguiente carta que recibí de ella. Empiezo, pues, citándome:

Recibí tu efusiva… ¡Aleluya por tus decisiones! ¡Aleluya, porque hacen de las suyas!… Aunque no te lo creas, por momentos tu carta desborda en generosidades, como la antigua leche, en tiempos de la nata… Por lo demás, mi redundada Mía, hay que saber apreciar la calidad de la melcocha… Aunque bueno, debo reconocer también que todos los seres que me va tocando querer y respetar en esta vida tienen varias personalidades trenzadas y hasta entrencaramadas…

Lo que sí, Mía, todos tenemos tristezas, desencantos, amarguras. Algunos por culpa de su costilla, otros por locura de corriente alterna… Por eso llegan tan rápido como se van, gracias a Dios, los momentos esos en que no puedes contar con nadie, así sepas que te quieren.

Un dato muy objetivo. No bien termine estas vacaciones, que en tu país llaman vacación, muy singularmente, y casi como si de algo sacerdotal se tratara, iré unos brevísimos días de gira por México. ¿Crees que podríamos sintonizar algo? Tu respuesta la espero con perruna mirada de pongo a misti, en novela de mi genial compatriota José María Arguedas. Entre tanto, efusiones abrumadoras y copa en mano, en posición y actitud de brindis de un bohemio con una reina, y en compañía de don Julián, que agradece, en piyama y con sarita, eso sí, tu existencia y la de Palma de Mallorca, y la de Charlie Boston, que desayuna brindando con Chivas, por tu culpa, dice él.

Las líneas que vienen enseguida me las esperaba todas, pues son una lógica respuesta, una reacción muy sana y normal, a las cosas tan serenas y alegres que le decía yo a Fernanda, al comentar su carta. Indudablemente, yo me había aferrado desesperadamente a las enseñanzas del refrán «Quien mucho abarca, poco aprieta», para que a Fernanda no se le ocurriera, un solo instante, dar por terminada nuestra relación, ni siquiera en su aspecto epistolar. Del comentario que ella hace de mi carta, sólo me sorprende lo del second best, que no me suena a mí, francamente, pero que debo aceptar, puesto que lo escribí. En el fondo, deseándolo o no, tanto ella como yo habíamos estado esperando que fuera Enrique el que diera el paso en falso, el que por fin una noche de violencia y borrachera tirase la puerta y se largara a Chile para siempre, ahora que ya podía regresar a su país tan desesperadamente. Pero luego resulta que el araucanazo de la crin azabache se había largado ma non troppo, porque al partir había afirmado que adoraba a todo el mundo en esa casa y que no aguantaría mucho tiempo lejos de su mujer y de sus hijos, dejándonos a todos bastante fuera de juego, la verdad, aunque también hay que reconocer que la muy tonta de mi Fernanda se había conmovido como una niña inocente con el regreso de Enrique, que a mí me sonaba a caballo de Troya, más bien. Yo no contaba con este regreso, sinceramente, y estoy seguro de que tampoco Fernanda contaba mucho con él. Pero terminó conmovidísima con el pronto retorno a casa del gigantón ese, conmovida de la pura sorpresa que se llevó al verlo reaparecer tan rápido y de tan buena traza y tamañas intenciones. Lo que es la vida.

Ay, mi Tarzana, qué tontita eras entonces todavía, de vez en cuando, y cuánto de niña bien y de educación suiza y católica y todo aquello te quedaba aún, cuánto faltaba para que Tarzán llegara a serlo en una selva de verdad, con una musculatura también de verdad, y con un grito que impusiera respeto total desde el primer hasta el último hombre, animal o vegetal, en aquel enmarañado, endemoniado mundo en el que todo parecía depender de cualquiera, menos de nosotros dos.

San Salvador, 20 de octubre de 1979

Juan Manuel Carpio querido y amado,

Llegó tu carta, más que buena y generosa, y he pensado tantísimo en ti y por consiguiente he hablado también mucho de ti con todo aquel que quisiera escucharme.

En la casa, ya regresó Enrique, con mejores ánimos. Hizo muchas cosas en su país y eso le ha hecho un gran bien. No eres second best. Como supongo que yo tampoco lo fui en aquel tiempo, cuando tú todavía soñabas, apoyado en mi pecho y whisky en mano, con el retorno de Luisa y con una reconciliación. Lo que nos ha pasado es nuestro eterno problema de tiempo. En cuanto uno está libre, el otro está casado. Y tú bien sabes que estar casado no es tampoco la gran ganga.

Pienso que tus calles estarán lindas en estos días de otoño. Es la época que más me gustó siempre allá. De septiembre a noviembre. Luego París se pone un poco oscuro para mis ojos tropicales. Aunque hay gente que le gusta el invierno, la saison du confort. Ricas comidas y ricos vinos, que nos matarían aquí con este implacable sol. Me da hambre de solo pensar en los olores al lado de tu casa. Espero que pronto me toque ir por allá de nuevo. Escuchamos mucho tu disco Le Paris d'Yves Montand, aquí en casa, y nos llegan abrazos tuyos y olores de metro, de impermeables mojados, de salchichas en Pigalle y sencillos restaurantes griegos de esos que a ti te gustan tanto. Ahora que pienso en todo eso, con la calma, con la tranquilidad y la gratitud de tus palabras tan generosas, tus decires limeños tan alegres, tu amabilidad para conmigo, para con los míos, para todo lo que me rodea, me parece que al salir voy a encontrar la suave luz de París, caminando en las calles despacito contigo. Y se me mezclan con el mismo cariño el tiempo en que tú eras el hombre que había perdido a Luisa y los días en que yo fui una mujer totalmente feliz a tu lado, pero que sencillamente tenía que regresar a un país, donde unos hijos y donde un esposo.

Pero como tú bien dices, la señora realidad es la verdadera gran triunfadora de todas nuestras batallas. Y quizás a veces se venga con nosotros porque no le rendimos el culto que ella exige de las personas realistas. Más bien como que le sacamos la lengua, y es tan y tan orgullosa la señora realidad.

Bueno, mi amor, te abrazo, y te comunico los abrazos de todos tus grandes y viejos amigos de aquí, incluso de esa gran mayoría de personas que sólo te conoce de oídas, sean musicales o conversacionales. Siempre estás con nosotros en todas las reuniones. No tengo la menor duda de que un día vendrás a vernos y que ya no habrá que ir a sacar ningún cassette, porque estarás entre nuestros amigos de siempre y habrá una guitarra en alguna parte.

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