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O sea que uno escribe también como si nada. O soltando, en todo caso, frases del tipo: Estos arrechuchos pasan, Mía, Mía y Mía. Y al mismo tiempo, o casi, añade:

En las islas cobré como torero. Derroché. Mi representante (yes, my lady, tal como lo oyes: re-pre-sen-tan-te), quien te recuerda sin conocerte, sigue siendo amante del Tintoretto y tiene la peculiaridad de que a cada Botticelli lo para de cabeza hasta secarlo. ¡Dios mío! ¡Qué asco le tiene al frasco! Después duerme sin píldoras, no como nosotros, sacos de nervios, sino de sueño natural. Vive en una granja utópica, algo así como la muy limeña Ciudad de Dios de mis años muy mozos, pero con taberna. Aunque también, en la isla de La Palma, de donde vuelvo ahorita, frecuenté un grupo conocido como Los Tabernícolas. Uno de sus miembros era tan chiquito que hasta practicaba el bautismo por inmersión, por supuesto que en aguardiente, siguiendo a los antiguos cristianos y aprovechando su estatura. Y luego afirmaba que, ya inmerso, se sentía Arquímedes, y es verdad que salía corriendo calado por media isla, al sentir revelada la verdad de la física.

También pude haberle enviado estas frases, por lo tarde y nunca, que, me enteré después -recuerdo-, le llegaron a Fernanda algunas de las cartas o postales que le despaché durante aquel viaje:

Por lo prontamente es falso que no te escribí en todo este tiempo. Lo hice con iconografía de rumbón bien temperado. Pero tu carta siguiente, cuyo silencio anuncia la cercana partida del hombre con el que vives, llegó a París tan tarde como resuello de buzo. Sólo quiero que sepas una cosa, Mía, o Fernanda María, o como prefiera tu estado de ánimo que te llame, de ahora en adelante: Yo no estoy ni a favor ni en contra de la partida de Enrique, ni de nadie. Yo estoy. Yo, sencillamente, estoy.

Silencio pero cariños, pues no voy a cantarte ahora tangos y rancheras y arruinar mi recuerdo. Y perdona erratas, errores, y horrores. Si no, la carta se enfría, y ésta en cambio quiere correr para ver en qué puede ser útil.

París también está. Sencillamente está, y sigue teniendo semáforos. Chau.

Juan Manuel

Debo haber sentido mucho miedo para escribir tanto disparate, en mi afán de no darme por muy enterado de todo lo que se estaba cocinando en esa casa de San Salvador. Aunque por ahí Fernanda cita unas palabrejas mías que realmente no sé en qué contexto situar, ni si se refieren a ella, a ella y Enrique, a mí, o a todos nosotros. Suena patético esto de todos nosotros, precisamente cuando yo estoy viviendo -y reviviendo, ahora, tantos años después- la dura sensación de andarme quedando varado en París, una vez más. Luisa representó una muerte súbita. ¿Empezaba ahora una muerte lenta? Siempre quise, siempre quiero y siempre querré tanto a Fernanda María de la Trinidad que sigo pensando que ya desde entonces empecé a prepararme para un lentísimo y sumamente digno camino a la horca. Bueno, he aquí las palabrejas:

«Ergo, no veo fracaso, sino por lo contrario una hermosa aventura bien cumplida». Y su comentario en verso: «…que así es la rosa». (Juan Ramón Jiménez.)

Pero tengo que haberle escrito muchísimo más que estos párrafos y frases, porque las respuestas, o, en todo caso, las cartas de Fernanda que corresponden a aquel verano europeo, hablan de cosas totalmente distintas.

San Salvador, 15 de julio de 1979

Juan Manuel, amor,

Recibí tu última carta, angustiado por la falta de palabras mías, y con tu depresión nerviosa, o lo que sea que te pasó. La angustia parece ser un mal universal. Todos estamos pisando arenas movedizas estos días. Por las más diversas razones, el mundo está inhabitable. Lo mismo aquí, como en tu departamento, como en Egipto. Figúrate que hoy recibí carta de una pareja de grandes amigos norteamericanos que están allá -él como agregado cultural de su misión diplomática en El Cairo-. Y hoy escriben: «Demasiada amargura se filtraría si prosiguiera el inventario de los absurdos que nos acometen». Esta frase me sorprendió viniendo de ellos, que partieron recién casados y llenos de ilusiones aventureras, hace menos de dos años. Ya ni la más optimista de las personas escapa a la tristeza, angustia, locura, desconcierto que es nuestro pan de cada día. Tampoco pueden vislumbrarse días mejores.

En la oficina, que siempre ha sido un gran descanso emocional, como son las oficinas, por su trato impersonal y cotidianamente fácil, ahora todo está en la mayor zozobra. En fin, habrás leído, quizás, que soltaron a los dos ingleses secuestrados. Pero ahora se han ido TODOS los ingleses, menos una docena, de los cuales tenemos dos en la oficina. Y están tristísimos. El socio de mi tío y su hijo son ingleses, y han recibido órdenes de evacuar. El hijo se quiere ir, el papá no. Pero quizás tendrán que partir. No pueden salir a ningún lado. Tienen que tener cuidado siempre, y eso no es vida. La pequeña docena de ingleses que queda hoy no tiene ni sede diplomática que responda por ellos. Tal vez manden nuevos representantes para la delegación inglesa. No se sabe lo que va a pasar de un día para otro. No sé qué haría mi tío si su socio tiene que irse, pero sin duda cambiaría bastante la cosa.

El viernes pasado regresaron de su viaje a Europa los otros tíos. Lástima que no los viste con la Susy a su paso por París y que te sintieras tan mal en esos días. La Susy, tan viajera como siempre, estará triste de no haberte visto. Te ha tomado mucho cariño.

En casa seguimos a la espera de alguna resolución, y del dinero para que Enrique pueda viajar. Yo no sé ni qué pensar. Él adora a los niños, que por cierto son adorables, y ellos también lo quieren mucho. No sé si podría separarse de ellos. Pero algún día pronto hará su viaje, y estar solos nos ayudará a los dos a pensar las cosas.

Tu soledad, en cambio, ya no te ayuda. Me preocupo muchísimo, aunque pienso que el verano que te espera, con amigos como Charlie Boston y don Julián d'Octeville, te ayudará bastante. Es tan bueno sentir el viejo y cómodo amor de los amigos que ya le conocen a uno todas las canciones, y sin embargo mágicamente sigue siempre la alegría al verse y la emoción.

No pierdo la esperanza del viaje a Milán en septiembre. Aunque a veces uno pierde todo en este terremoto que vivimos.

Saludos grandes y jugosos para don Julián y Charlie.

Y claro, también para el Maestro Bailarín, si aparece.

Mi amor para ti,

Fernanda Tuya

San Salvador, 1 de agosto de 1979

Querido Juan Manuel Carpio,

Efectivamente, el correo se puso pésimo, porque no he escrito nada en este último mes de saber y no saber lo que pasa. De manera que nuestras quejas con la oficina de correos, la desorganización centroamericana, etcétera, no podrán ser tan vehementes, en esta oportunidad. Es más, es posible que la carta que hoy te escribo recién la leas en septiembre, por tu vacación, tan necesitada y que ojalá te devuelva a París con buen sol y con buenos ratos cuerpo adentro.

Cuánto lamento que Ernesto Flores haya llegado en mi lugar a tus tierras. Supongo que ese sucio cantautor colombiano llevará con él, como siempre, su fuerte dosis de delirante, carcajeante vulgaridad y cinismo. Pero si él ha optado en su vida y en sus canciones por agarrar el mundo por los pies, por los sobacos, por el culo, no debería hacerte esto nunca daño. Creo, además, que él respeta y admira tu capacidad contraria de tocar la vida profundamente por medios menos crudos, saber acariciar su cabellera al viento. Son simplemente pasiones distintas, maneras distintas. Pero creo -puesto que nada es SÍ ni NO del todo, en esta vida- que Ernesto Flores es tu amigo, si pudiera llamarse amistad algún sentimiento suyo. Dentro de lo posible, digamos. Claro que a veces su amistad es una patada en el culo.

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