Otra buena buena noticia. Ayer soñé con un aeropuerto en que todos los pasajeros que llegaban eran tú. Y salía otro Juan Manuel Carpio y otro, todos con distintos trajes, y sacaban sus pasaportes y yo me ponía feliz mil veces seguidas con tu llegada.
Esta carta seguramente te va a llegar a tu regreso de tu largo y anunciado viaje a Canarias. Espero que ese viaje, y el mar que siempre lo compone todo, te hayan dado optimismo y te sientas bien, con cuerpecito caliente como se siente al regresar del mar. Fíjate que aquí no he ido al mar ni una sola vez desde que regresé de Europa. Y es que al mar aquí no se puede ir sola, porque de pacífico no tiene nada. Y a Enrique no le gusta ir al mar. Aunque cualquier día inventa que siempre le ha encantado la cosa. Con lo bueno y complaciente que se ha puesto. En fin.
Espero tener tu casa inundada de cartas a tu regreso de Canarias, ya que no puedo recibirte en persona.
Te quiero y confío en ti,
Fernanda Tuya
San Salvador, 5 de junio de 1979
Juan Manuel, mi amor, querido y distante en medio de los problemas que nos invaden,
Llegó Charlie Boston, dizque después de haber pasado y de haberte visto en París, antes de que partieras a Canarias. Y con él llegó un lindo disco de Yves Montand.
Y más que nada llegó tu amor en cada palabra de cada canción. Un millón de gracias. Tú seguirás con tu ronda por esas islas, y espero que el mar y el sol te darán fuerzas y optimismo. Con lo lento que está el correo, quizás esta carta no logre saludarte a tu regreso, como hubiera querido.
Quisiera contarte cómo es mi vida, cómo son mis días. Y quisiera tener algo lindo para contarte pero no están muy lindas las cosas en este momento. Por lo que me cuenta Charlie de que te vio triste y desanimado, deduzco que es un mal universal, por lo menos ha alcanzado tu casa y la mía y eso ya me parece universal. Yo, por mi lado, me bato cual Tarzán contra la tristeza, contra los interminables problemas económicos. Estoy pensando buscar otro empleo. Aquí estoy bien y sólo trabajo medio día, pero lo que gano no me alcanza para vivir. Ya me aburrí de «a mal tiempo buena cara». Ya no tengo buena cara que dar y prefiero tener un poco de bienestar. Necesito con urgencia, igual que tú en la carta que me trae Charlie, un tiempo de mi vida en que me sienta muy bien, muy querida, y no constantemente al borde del precipicio. Esto tiene bastante que ver con la razón de partir de Enrique. Nunca en los años que nos conocemos, hemos logrado una época de tranquilidad. Si no son los problemas económicos, son los problemas personales, la agresividad, el alcohol o cualquier otra cosa. Y aunque no me siento cansada y más bien tengo ganas de hacer un millón de cosas, Enrique está desesperado. Quizá ahora, por primera vez en su vida, quiera realmente ofrecerme cariño y ayuda material, pero no tiene ni la costumbre ni las posibilidades. Creo que nunca antes se le había ocurrido que a una mujer hay que quererla, o por lo menos intentarlo. Es curioso, he sido más feliz y me he sentido más mujer y más segura contigo, en una semana, que en siete años de conocer a Enrique. Es una tristeza, porque por otro lado, amor creo que sí tiene por mí, y muchísimo por los niños. Pero ya yo me aburrí. Y más que nada ahora que veo que, encima de todo, para salir del hoyo él dependerá de mis esfuerzos. Perdona. Siento que te estoy tirando mis problemas, y que te molestarán. Pero en ellos estoy metida, atrapada, como Tarzán en momentos de apuro, como estamos todos amarrados hoy por hoy.
Por otro lado, el pesimismo absoluto que reina en el país, ya que vemos avecinarse una crisis económica, política, humana y de todo tipo, muy grave. Como te imaginarás, el capital extranjero se ha retirado en su mayoría, así como el capital nacional ha sacado muchísimo. De aquí a fin de año, veremos agravarse bastante el problema económico, y con él todos los demás. Tengo que moverme muy rápido para colocarme con un sueldo que me permita guarecerme con los niños durante ese tiempo.
Todo esto es latoso y da cólera, y es una carta bien poco alegre y bien poco romántica la que te escribo. Pobrecito, mi amor, regresar de viaje y encontrarte con esta carta. Me dan ganas de romperla, pero entonces cómo vas a saber realmente de mí. Yo quisiera estar contenta. Mas qué puedo hacer si estoy como un animal atrapado. A veces hay también cosas bonitas, eso sí. Al fin me animé a volver a ver a los caballos, y fue lindo volver a montar. Ya ves que mis placeres son bien sencillos. Aunque mi pobre cabeza está hecha una omeleta.
Mejor bota esta carta, enviada desde el fondo de mi jaula, en el fondo de mi casa en crisis, en el fondo de mi país desmoronándose, en el fondo de mi Centroamérica queriendo torpemente nacer a otra vida. Y desde aquí te estrecho las manos y me abrazo a ti.
Te quiere, te ama,
Fernanda Tuya
San Salvador, 7 de junio de 1979
Querido Juan Manuel, mi amor,
Recibí tu última carta de París, antes de partir a tu gira, preocupado por la falta de correo que sentirías en Canarias. No hay que preocuparse. No son tiempos fáciles. Todos vamos a necesitar paciencia, fuerza y el mínimo indispensable de optimismo para pensar que lo que debe pasar -y que será bueno, ya verás-, tendrá que llegar. Te lo digo a ti porque me lo digo a mí misma. Y, a pesar de ser muy optimista, también me pierdo y pierdo la confianza. No quiero ser motivo de tristeza para ti. Todo tendrá que salir bien.
Espero que te engordes durante tu gira -estabas muy flaco, la última vez- y que se llene de seguridad tu casa. Necesito saber eso.
Estoy sembrando árboles y plantas en mi jardín. Y los niños están muy muy bien. Pura Emulsión de Scott. Y yo comencé ayer un serio intento de sacudir la tristeza y el pesimismo. Si no, me pongo verde y fea. Y eso sí que no.
Tengo cincuenta arbolitos que plantar. Te parecerá enorme, pero detrás de mi casa, que es pequeña, hay una quebrada, que es grande. Y quisiera sembrar árboles en la ladera, para recibir su olor y para que no se lave el terreno.
Enrique prepara su viaje. ¿Cómo hacer para que nuestros ángeles de la guarda comiencen al fin a trabajar en serio? Me parece que nos tocaron los más vagabundos.
Te abrazo, con tierra en las manos y la esperanza de lindos pinares. Quisiera verte feliz.
Fernanda Tuya
San Salvador, 3 de julio de 1979
Juan Manuel, amor del otro lado de los mares y de las nubes y de los sueños,
Cada cual se debate como puede en su terreno. Las separaciones no son fáciles, como tú bien sabes. Y los amores no se quitan con agua y jabón. Imaginarás también, porque me conoces, los días que estamos pasando. Como tú dices: sólo después de esta tormenta sabremos más claramente dónde estamos parados todos.
Y hablando de tormentas, fíjate que la casa de los tíos, los que están de viaje en Europa, se inundó por las tremendas lluvias. Se arruinaron unas alfombras y se manchó toda. Aquí he estado buscando maestros para arreglar las cosas.
También hay cierta posibilidad de que vaya a Milán en septiembre. Hay un curso de una compañía que trabaja con nosotros y si puedo me meto en él. Sólo sería por dos semanas, pero sería tan bueno. Dime por favor que sí.
No puedo escribirte mucho. Mi cabeza está hecha una omeleta, pero que estas líneas te lleven algo de mí. Por lo menos que sepas que no me he muerto y que pienso siempre en ti.
Fernanda
Abro la copia de aquel cuadernillo en el que Mía anotó trozos de mis respuestas a sus cartas, y compruebo que los siguientes párrafos y frases sueltas pueden haber correspondido a aquellos momentos. Se refieren, desde luego, a mi viaje a Gran Canaria, Tenerife, Lanzarote y La Palma, y es indudable que cada una de estas palabras habla del temor que me produce el efecto causado por la partida de Enrique, sobre todo aquello de que «Los amores no se quitan con agua y jabón», por ejemplo. ¿De qué tiene miedo Mía? ¿De que sus hijos se queden sin padre o de quedarse ella sin ese hombre bueno cuya partida a Chile resultaba inminente? «Cuando los ojos ven lo que nunca antes vieron, el corazón siente lo que nunca antes sintió», sentenció Baltasar Gracián, y ahora a mí no me queda más solución que la de no darme por enterado de nada, de no mostrarme dolido por nada. No, nada pasa. Absolutamente nada, Tarzán.