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– Pero ¿por qué no me lo ha dicho? -dijo ella con voz temblorosa-. ¿No confía en mí?

– Tú no habrías aceptado separarte de ella.

Alaïs recostó la cabeza sobre un árbol. Se sentía abrumada por la magnitud de su tarea. Sin Esclarmonda, no sabía cómo iba a encontrar la fuerza para hacer lo que se le exigía.

Como si pudiera leer su mente, Sajhë le dijo:

– Yo os protegeré. Y no será por mucho tiempo. Cuando le hayamos entregado el Libro de las palabras a Harif, volveremos a buscarla. Si es qissi, es aissi. Será lo que tenga que ser.

– Ojalá todos fuésemos tan sabios como tú.

Sajhë se ruborizó.

– Tenemos que ir por aquí -dijo el chico, señalando el dibujo-. Es un pueblo que no aparece en ningún mapa, pero la menina lo llama Los Seres.

«Claro.» No era sólo el nombre de los guardianes, sino un lugar.

– ¿Lo ves? -dijo Sajhë-. Está en los montes Sabarthès.

Alaïs asintió.

– Sí, sí -dijo ella-. Por fin creo que lo veo.

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