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Lena se dirigió a su taquilla.

– Cogeré el mío.

Chuck apoyó el culo en el escritorio.

– Fletcher ha telefoneado para decir que estaba enfermo. Necesito que hagas el turno de noche.

– Ni hablar -objetó Lena-. Ya hace dos horas que tendría que haber acabado.

– Así es la vida, Adams -dijo Chuck-. Jodida.

Lena abrió su taquilla y miró su contenido, pero no reconoció nada.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó Chuck, cerrándola de un golpe.

Lena consiguió apartar la mano instantes antes de que pudiera aplastársela con la puerta. Por error había abierto la taquilla de Fletcher. En el estante superior había dos bolsitas de plástico, y Lena intuyó su contenido. Estaban tan seguros de que nadie les pillaría que dejaban la mierda en cualquier sitio.

– ¿Adams? -repitió Chuck-. Te he hecho una pregunta.

– Nada -dijo ella.

De pronto comprendió por qué Fletcher nunca consignaba ningún incidente en el registro. Estaba demasiado ocupado vendiendo droga a los estudiantes.

– Muy bien -dijo Chuck, pensando que Lena estaba conforme-. Te veré por la mañana. Llámame si me necesitas.

– No -dijo Lena, cogiendo el poncho de Chuck-. Te he dicho que no voy a hacerlo. Para variar, tendrás que trabajar tú.

– ¿Qué demonios quieres decir con eso?

Lena desplegó el poncho y se lo echó por encima. Era de talla extragrande y le quedaba enorme, pero no le importó. Fuera aún bramaba la tormenta, pero, conociendo su suerte, se dijo que remitiría en cuanto llegara a casa. Tendría que encontrar una manera segura de cerrar la puerta de su apartamento. Aquella mañana Jeffrey había roto la cerradura al entrar sin invitación. Cualquiera sabía si la ferretería seguiría abierta.

– ¿Adónde vas, Adams? -preguntó Chuck.

– Esta noche no trabajo -dijo Lena-. Necesito irme a casa.

– Te reclama la botella, ¿eh? -bromeó Chuck, con una repugnante sonrisa deformándole los labios.

Lena se dio cuenta de que le bloqueaba la puerta.

– Apártate de mi camino.

– Puedo quedarme un rato si quieres -dijo Chuck.

El destello de sus ojos puso en guardia a Lena.

– Tengo una botella en el cajón de mi escritorio -invitó Chuck-. Tal vez podríamos sentarnos y conocernos un poco mejor.

– Debes de estar bromeando.

– ¿Sabes? -comenzó Chuck-, no estarías mal si te maquillaras un poco y te hicieras algo en el pelo.

Extendió el brazo para tocarla, pero ella apartó la cara.

– Apártate de mí, joder -le ordenó.

– Supongo que no necesitas este empleo tan desesperadamente como dices -dijo Chuck con la misma repugnante expresión en la cara.

Lena se mordió el labio inferior, sintiendo el veneno de su amenaza.

– Leí en el periódico lo que te hizo ese tipo.

A Lena se le aceleró el corazón.

– Tú y todos.

– Sí, pero yo lo leí más de una vez.

– Se te debieron cansar los labios.

– Veamos si los tuyos se cansan -dijo, y antes de que Lena se diera cuenta de lo que ocurría, le puso la manaza en la nuca y la empujó hacia su entrepierna.

Lena cerró el puño lo lanzó contra los genitales de Chuck con todas sus fuerzas. Este soltó un gruñido y cayó al suelo.

La puerta del apartamento de Lena se abrió antes de que ella llegara.

– ¿Dónde has estado? -le preguntó Ethan.

A Lena le castañeteaban los dientes. Estaba tan empapada que llevaba la ropa pegada al cuerpo. Le dio igual cómo Ethan había conseguido entrar en su apartamento ni qué estaba haciendo allí. Se dirigió a la cocina para servirse una copa.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Ethan-. Lena, ¿qué ha pasado?

Sus manos temblaban tanto que no pudo servirse, y lo hizo él, llenando el vaso hasta el borde. Se lo acercó a los labios igual que había hecho ella la noche anterior. Lena lo apuró de un trago.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó Ethan con amabilidad.

Lena negó con la cabeza, intentando servirse otra copa al tiempo que se le encogía el estómago. Chuck la había tocado. Le había puesto la mano encima.

– ¿Lena? -preguntó Ethan, quitándole el vaso.

Le sirvió otra copa, menos generosa, y se la entregó.

Lena la engulló con la garganta encogida. Se apoyó con las manos en el fregadero, intentando controlar las emociones que pugnaban por aflorar.

– Nena -dijo Ethan-. Háblame.

Ethan le apartó el pelo de la cara, y Lena sintió la misma repugnancia que le había inspirado Chuck.

– No -negó ella, dándole un manotazo.

El esfuerzo de hablar la hizo toser, las vías respiratorias agarrotadas como si la estrangularan.

– Vamos -dijo Ethan, frotándole la espalda.

– ¿Cuántas veces -comenzó Lena, la voz ahogada en el pecho- tengo que decirte que no me toques? -le preguntó, y se apartó de él antes de terminar la frase.

– ¿Qué te pasa? -quiso saber Ethan.

– ¿Por qué estás aquí? -le espetó ella, sintiéndose violada una vez más-. ¿Qué coño te hace pensar que tienes derecho a estar aquí?

– Quería hablar contigo.

– ¿De qué? ¿De la chica que mataste a palos?

Ethan se quedó inmóvil, aunque se le tensaron todos los músculos del cuerpo. Lena quería que se sintiera igual que Chuck la había hecho sentir a ella, como si estuviera atrapado. Como si no tuviera adónde ir.

– Ya te expliqué que… -empezó a decir Ethan.

– ¿Que te quedaste en el camión? -preguntó, rodeándolo. Ethan era como una estatua en medio de la habitación-. ¿Pudiste verlo bien? ¿Pudiste ver cómo se la follaban, cómo le daban de hostias?

– No lo hagas -la advirtió Ethan con una voz fría como el acero.

– ¿O qué? -le preguntó, forzando una carcajada-. ¿O me harás lo mismo?

– Yo no hice nada.

Tenía los músculos tensos, la mandíbula apretada como si necesitara de todo su autocontrol para permanecer sereno.

– ¿No violaste a la chica? -preguntó Lena-. ¿Te quedaste en el camión mientras tus amiguetes echaban un polvo?

Ella le dio un empujón, pero fue como empujar una montaña; no se movió.

– ¿Se te puso dura mirándolos? ¿Qué me dices, Ethan? ¿Te pusiste caliente viéndola sufrir, viendo cómo se daba cuenta de que lo único que podía hacer era dejar que se la follaran?

– No.

– ¿Qué sentías mientras estabas sentado allí, sabiendo que iba a morir? ¿Te gustó, Ethan? -Volvió a empujarle-. ¿Saliste del camión y te uniste a la fiesta? ¿Le sujetaste los brazos mientras se la follaban? ¿Te la follaste? ¿Fuiste tú el que la abrió en canal? ¿Te puso caliente toda esa sangre?

Ethan volvió a advertirle:

– Es mejor que no sigas, Lena.

– Vamos a ver qué tienes aquí debajo -dijo Lena, tirándole de la camiseta.

Lo hizo él mismo. Se desgarró la camiseta negra. Lena se quedó boquiabierta al ver los enormes tatuajes que le cubrían el torso.

Ethan bramó:

– ¿Esto es lo que querías? ¿Esto es lo que querías ver, zorra?

Lena le dio una bofetada, y al ver que no reaccionaba, le dio otra, y otra. Le abofeteó hasta que él la lanzó contra la pared y los dos cayeron al suelo.

Forcejearon, pero él era más fuerte, y se encaramó a ella. Le bajó los pantalones, clavándole las uñas en la barriga. Lena chilló, pero él le tapó la boca con la suya, metiéndole la lengua tan adentro que Lena sintió arcadas. Intentó darle un rodillazo en la entrepierna, pero Ethan era demasiado rápido, y le separó los muslos con las rodillas. Con una mano le inmovilizaba las manos sobre la cabeza, apretándole las muñecas contra el suelo.

– ¿Esto es lo que quieres? -chilló Ethan regándola de saliva.

Ethan se llevó la mano a la bragueta y se bajó la cremallera. Lena se sintió mareada, tenía náuseas, y todo lo que veía estaba bañado en rojo. Soltó un grito ahogado, tensándose cuando él la penetró, apretándose contra él.

Ethan se detuvo a medio camino, los labios entreabiertos por la sorpresa.

Lena sentía su aliento en la cara y le dolían las muñecas, allí donde le apretaba. Nada de eso significaba nada para ella. Lo sentía todo y no sentía nada.

Lena le miró a los ojos, en lo más profundo, y vio el océano. Movió las caderas lentamente, dejándole sentir lo húmeda que estaba, lo mucho que su cuerpo le deseaba.

Ethan tembló por el esfuerzo de permanecer inmóvil.

– Lena…

– Shhh… -le acalló.

– Lena…

A Ethan se le movió la nuez, y Lena le acercó los labios, la besó, la chupó. Luego los subió hasta la boca de Ethan y le dio un beso duro y profundo.

Él intentó soltarle las muñecas, pero ella le agarró la mano. Quería seguir inmovilizada.

Ethan le suplicó, como si eso fuera a servir de algo.

– Por favor… -dijo-. Así no…

Lena cerró los ojos y arqueó el cuerpo hasta pegarlo al de él, y entonces empujó las caderas hasta penetrarla del todo.

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