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– Iré a buscar ayuda -dijo, y sus zapatos resonaron contra el suelo cuando se dio media vuelta y se alejó corriendo por el sendero.

Sara observó a Brad hasta que éste desapareció por el recodo antes de volver la vista hacia Tessa. No podía estar ocurriendo. Las dos estaban atrapadas en una horrible pesadilla, de la que despertarían y todo habría acabado. Ésa no era Tessa, no podía ser su hermana pequeña, que había insistido en acompañarla como cuando eran pequeñas. Tessa sólo había ido a dar una vuelta, a aliviarse la vejiga. No podía estar en el suelo desangrándose mientras a Sara no se le ocurría otra cosa que hacer que darle la mano y llorar.

– Todo irá bien -le dijo a su hermana, alargando el brazo para coger la otra mano de Tessa.

Notó algo pegajoso entre la piel de las dos, y cuando observó la mano derecha de Tessa, vio que ésta tenía un trozo de plástico blanco pegado a la palma.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

Tessa apretó el puño y soltó un gemido.

– ¿Tessa? -dijo Sara, olvidándose del plástico-. Tessa, mírame.

Los párpados de Tessa temblaron, pero no se abrieron.

– ¿Tess? -preguntó Sara de nuevo-. Tess, quédate conmigo. Mírame.

Lentamente, Tessa abrió los ojos y musitó:

– Sara… -pero enseguida comenzaron a cerrarse de nuevo en un temblor.

– ¡Tessa, no cierres los ojos! -le ordenó Sara. Le apretó mano y le preguntó-: ¿Sientes mi mano? Háblame. ¿Notas cómo te aprieto la mano?

Tessa asintió, y de pronto puso unos ojos como platos, como si acabaran de sacarla de un sueño profundo.

– ¿Puedes respirar bien? -preguntó Sara, consciente del estridente pánico de su voz. Intentó calmarse, pues sabía que sólo estaba empeorando las cosas-. ¿Te cuesta respirar?

Tessa pronunció un no mudo, los labios temblando del esfuerzo.

– ¿Tess? -dijo Sara-. ¿Dónde te duele? ¿Qué es lo que más te duele?

Tessa no respondió. De manera vacilante, se llevó la mano a la cabeza, y los dedos quedaron por encima del cuero cabelludo desgarrado. Su voz no era más que un susurro cuando preguntó:

– ¿Qué ha pasado?

– No lo sé -le dijo Sara.

No estaba segura de nada, sólo de que debía mantener despierta a Tessa.

Los dedos de su hermana tocaron su cuero cabelludo. Notó que la piel sé movía y Sara le quitó la mano.

– ¿Qué…? -dijo Tessa, pero su voz se apagó en esa palabra. Cerca de su cabeza había una piedra grande, sobre cuya superficie había restos de sangre y pelo.

– ¿Te golpeaste la cabeza al caer? -preguntó Sara, pensando que a lo mejor había sido eso-. ¿Eso es lo que pasó?

– No lo sé…

– ¿Alguien te apuñaló, Tess? -preguntó Sara-. ¿Recuerdas lo que ocurrió?

La cara de Tessa se crispó de miedo mientras se llevaba la mano a la barriga.

– No -dijo Sara, mientras sujetaba la mano abierta de Tessa para que no se tocara la herida.

De nuevo se oyó el chasquido de unas ramas cuando Jeffrey llegó corriendo. Se arrodilló al lado de Sara y preguntó:

– ¿Qué ha pasado?

Al verle, Sara se echó a llorar.

– ¿Sara? -preguntó, pero Sara no podía responder-. Sara -repitió Jeffrey. La agarró por los hombros y le ordenó-: Sara, concéntrate. ¿Viste quién lo hizo?

Miró a su alrededor, y cayó en la cuenta de que la persona que había apuñalado a Tessa podía seguir ahí.

– ¿Sara?

Ella negó con la cabeza.

– Yo no… No…

Jeffrey le registró los bolsillos, encontró el estetoscopio y se lo puso en la mano inerte.

– Frank está llamando a una ambulancia -dijo, y su voz sonó tan lejana que Sara pensó que le estaba leyendo los labios en lugar de oír sus palabras-. ¿Sara?

Las emociones la paralizaban, y no sabía qué hacer. Su visión formó una especie de túnel, y todo lo que aparecía era Tessa, ensangrentada, aterrada, los ojos abiertos a causa del susto. Algo pasó ante ellos: horror abyecto, dolor, un miedo cegador. Sara no sabía qué hacer.

– ¿Sara? -repitió Jeffrey y le puso la mano en el brazo. Volvió a oír en una furiosa acometida, como el agua que se derrama de una presa.

Él le apretó el brazo hasta hacerle daño.

– Dime qué he de hacer.

De algún modo, sus palabras la devolvieron al presente. Sin embargo, se le formó un nudo en la garganta al decir:

– Quítate la camisa. Necesitamos detener la hemorragia.

Sara vio a Jeffrey quitarse la americana y la corbata y, a continuación, se arrancó la camisa desgarrando los ojales. Poco a poco, la mente de Sara comenzó a funcionar. Podía hacerlo. Sabía qué hacer.

– ¿Es grave? -le preguntó él.

Sara no respondió, pues sabía que expresar el daño infligido supondría agravarlo. Lo que hizo fue apretar la camisa de Jeffrey contra el vientre de Tessa; a continuación colocó encima la mano de Jeffrey.

– Así -dijo, para que él supiera cuánta presión ejercer.

– ¿Tess? -preguntó Sara, procurando ser fuerte-. Quiero que me mires, ¿entendido, cariño? Mírame y hazme saber si hay algún cambio, ¿de acuerdo?

Tessa asintió, y sus ojos se desviaron a un lado cuando Frank se acercó a ellos.

Frank se acuclilló junto a Jeffrey.

– Hay una ambulancia aérea a menos de diez minutos de aquí.

Comenzó a desabrocharse la camisa en el momento en que Lena Adams apareció en el calvero. Matt Hogan iba detrás, las manos apretadas a los lados.

– Debe de haberse ido por ahí -les dijo Jeffrey, indicando el sendero que se internaba en el bosque.

Los dos se fueron corriendo sin decir palabra.

– Tess -dijo Sara, abriéndole la herida del pecho para ver su profundidad. La trayectoria del cuchillo habría acercado la hoja peligrosamente al corazón-. Sé que esto duele, pero aguanta. ¿Entendido? ¿Puedes aguantar por mí?

Tessa asintió en un gesto rígido, los ojos le daban vueltas. Sara utilizó el estetoscopio para escuchar el pecho de Tessa, y sus latidos eran sonoros y acelerados, su respiración un veloz staccato. A Sara comenzó a temblarle la mano mientras apretaba el receptor contra el abdomen de Tessa, buscando el latido del feto. Una puñalada en el vientre era una puñalada al feto, y a Sara no le sorprendió no encontrar el segundo latido. El líquido amniótico se había derramado por la herida, destruyendo el entorno protector del bebé. Si la hoja no había dañado al feto, lo habrían hecho la pérdida de sangre y fluido.

Sara sintió que los ojos de Tessa la taladraban, formulándole una pregunta que no quería responder. Si Tessa entraba en estado de shock, o tenía una subida de adrenalina, la hemorragia sería mayor.

– Es una herida leve -dijo Sara, sintiendo cómo se le revolvía el estómago ante la inmensidad de la mentira. Hizo que Tessa la mirara a los ojos, le cogió la mano y le dijo-: El latido es débil, pero puedo oírlo.

Tessa levantó la mano derecha para palparse el estómago, pero Jeffrey lo impidió. Le miró la palma.

– ¿Qué es eso? -preguntó-. ¿Tessa? ¿Qué tienes en la mano? Levantó la mano de Tessa para ver lo que le había llamado la atención. En el rostro de Tessa apareció una expresión de desconcierto cuando el plástico revoloteó en la brisa.

– ¿Se lo quitaste a él? -preguntó Jeffrey-. ¿A la persona que te atacó?

– Jeffrey -dijo Sara, ahora en voz baja.

La sangre empapaba por completo la camisa de Jeffrey, y le subía por la mano hasta la muñeca. Él entendió lo que Sara quería decirle, y comenzó a quitarse la camiseta pero ella le dijo que no y le cogió la americana porque era más rápido.

Tessa gimió ante el momentáneo cambio de presión, y el aire susurró entre sus dientes.

– ¿Tess? -preguntó Sara en voz alta, cogiéndole la mano-. ¿Estás aguantando bien?

Tess asintió débilmente, los labios apretados; las fosas nasales se le ensanchaban como si le costara respirar. Apretó tan fuerte la mano de Sara que ésta sintió que se le movían los huesos.

– No tienes problemas para respirar, ¿verdad? -le preguntó Sara.

Tessa no respondió, pero tenía los ojos muy abiertos, y pasaban rápidamente de Jeffrey a Sara y viceversa.

Sara intentó eliminar el miedo de su voz mientras repetía:

– ¿Estás respirando bien?

Si Tessa dejaba de poder respirar sola, Sara no podría hacer gran cosa para ayudarla.

La voz de Jeffrey era firme y controlada.

– ¿Sara? -Tenía la mano extendida sobre el vientre de Tessa-. Me ha parecido notar una contracción.

Sara negó rápidamente con la cabeza, y puso la mano junto a la de Jeffrey. Pudo sentir contracciones del útero.

Sara levantó la voz y preguntó:

– ¿Tessa? ¿Sientes más dolor que antes aquí abajo? ¿Un dolor pélvico?

Tessa no respondió, pero le castañetearon los dientes como si tuviera frío.

– Voy a comprobar la dilatación, ¿entendido? -le advirtió Sara a su hermana, levantándole el vestido.

Los muslos de Tessa estaban impregnados de sangre y fluido, formando una superficie mate, negra y pegajosa. Sara metió los dedos en el canal. La reacción del cuerpo ante cualquier trauma era tensarse, y eso era lo que estaba haciendo ahora Tessa. Sara sintió como si acabara de meter la mano en un torno.

– Intenta relajarte -le dijo Sara a Tessa, palpándole el cuello del útero.

Habían transcurrido muchos años desde que Sara hiciera las prácticas de obstetricia. Incluso lo que había leído últimamente respecto al parto era del todo insuficiente.

No obstante, Sara le dijo:

– Estás bien. Lo estás haciendo bien.

– Lo he notado otra vez -afirmó Jeffrey.

Sara le cortó con una mirada, instándole a que se callara. Ella también había sentido la contracción, pero no podían hacer nada. Aun cuando hubiera una oportunidad de que el bebé estuviera vivo, una cesárea en medio del bosque mataría a Tessa. Si el cuchillo le había seccionado el útero, se desangraría antes de llegar al hospital.

– Muy bien -afirmó Sara, apartando la mano de Tessa-. No has dilatado. Todo va bien. ¿Entendido, Tessa? Todo va bien. Los labios de Tessa seguían moviéndose, pero el único sonido que se oía era el intenso jadeo de su respiración. Estaba hiperventilando, iba directa a la hipocapnia.

– Cálmate, cariño -dijo Sara, acercando su cara a la de Tessa-. Intenta respirar más despacio, ¿entendido?

Sara le enseñó cómo, inhalando profundamente, espirando poco a poco, recordando cuanto había aprendido en las clases de preparación del parto según la técnica de la psicoprofilaxis.

– Muy bien -dijo Sara a medida que la respiración de Tessa comenzó a calmarse-. Lenta y tranquila.

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