Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Jeffrey insistió.

– ¿De qué huye?

– De todo -dijo ella, pero no le dio detalles-. Toda mi vida laboral se basa en ayudar a la gente a enfrentarse con su pasado, y sin embargo soy incapaz de ayudar a mi marido a enfrentarse con sus demonios. -Con voz más serena, añadió-: Ni siquiera puedo ayudarme a mí misma.

– ¿Y cuáles son sus demonios?

– Los mismos que los míos, supongo. Cada vez que giro por una esquina, espero encontrarme con Andy. Estoy en casa, oigo un ruido y miro por la ventana, esperando verle subir las escaleras de su habitación. Para Brian, que trabaja en el laboratorio, tiene que ser más duro. Sé que es más duro. Tiene que entregar su trabajo en una fecha límite. Hay en juego muchísimo dinero. Lo sé. Sé de qué va todo eso.

Había levantado la voz, y Jeffrey percibió en ella una cólera que llevaba tiempo gestándose.

– ¿Es por lo de su aventura?

– ¿Qué aventura? -preguntó Rosen. Su sorpresa parecía auténtica.

– Corre un rumor -le explicó Jeffrey, y le entraron ganas de desmontarle los dientes de una patada a Carter-. Alguien me contó que Brian estaba liado con una estudiante.

– Dios mío -musitó Rosen, cubriéndose los labios con el cuello del suéter-. Casi desearía que fuera cierto. ¿No le parece horrible? -preguntó-. Significaría que hay algo que le importa aparte de su queridísima investigación.

– Su hijo le importaba -dijo Jeffrey, recordando la discusión del día anterior.

Rosen había acusado a Keller de no preocuparse por su hijo hasta que murió.

– Le iba a rachas -prosiguió Rosen-. El coche. La ropa. El televisor. Le compraba cosas. Era su manera de demostrar su cariño.

Había algo más que ella intentaba decirle, pero Jeffrey no sabía qué.

– ¿Adónde quiere irse?

– ¿Quién sabe? -respondió Rosen-. Es como una tortuga. Cuando ocurre algo malo, esconde la cabeza y espera a que pase. -Sonrió, dándose cuenta de que ella también escondía la cabeza en el cuello de su suéter-. Era para ilustrar el símil.

Él sonrió a su vez.

– Simplemente no puedo. No puedo seguir viviendo así. -Miró a Jeffrey-. ¿Me enviará la factura de esta sesión, o debo pagarle ahora?

Él volvió a sonreír, deseando que continuara.

– Supongo que su trabajo es muy parecido al mío. Escucha hablar a la gente e intenta imaginar lo que realmente intentan decir.

– ¿Y usted qué intenta decir? Rosen consideró la pregunta.

– Que estoy cansada -dijo-. Quiero una vida… la que sea. Si todos estos años he estado con Brian ha sido porque pensaba que era lo mejor para Andy, pero ahora que ya no está…

Se echó a llorar, y Jeffrey sacó su pañuelo. No se dio cuenta de que estaba manchado de la sangre de Lena hasta que se lo entregó a Rosen.

Jeffrey se disculpó.

– Lo siento.

– ¿Se ha cortado?

– Lena se cortó -dijo Jeffrey, observando atentamente su reacción-. Hablé con ella esta mañana. Tenía un corte debajo del ojo. Alguien la golpeó.

Un destello de preocupación asomó a los ojos de la mujer, pero no dijo nada.

– Sale con alguien -explicó. Parecía que Rosen se esforzaba por mantener la boca cerrada-. Esta mañana fui a su apartamento y él estaba con ella.

Rosen no le dijo que continuara, pero sus ojos se lo suplicaban. Era evidente que temía por la seguridad de Lena.

– Tenía un corte en el ojo y la muñeca magullada, como si alguien hubiera forcejeado con ella. -Hizo una brevísima pausa-. Ese tipo tiene antecedentes, doctora Rosen. Es un hombre muy peligroso y violento.

Rosen estaba sentada en el borde del banco, y casi le suplicaba con la mirada que siguiera.

– Ethan White -dijo Jeffrey-. ¿Le suena el nombre?

– No -le dijo Rosen-. ¿Debería?

– Tenía la esperanza de que le sonara -dijo, porque eso indicaría que existía una conexión entre Andy Rosen y Ethan White.

– ¿Es grave? -preguntó Rosen.

– Por lo que he podido ver, no -dijo Jeffrey-. Pero no deja de hurgarse la mano. Le sangra y, a pesar de ello, continúa hurgándose la cicatriz.

Rosen volvió a apretar los labios.

– No sé cómo ayudarla a que se aparte de él -dijo Jeffrey-. No sé cómo ayudarla.

Rosen miró a lo lejos, fijándose de nuevo en los estudiantes. -Sólo ella puede ayudarse -aseguró Rosen, y su tono otorgó un significado más profundo a sus palabras.

– ¿Era paciente suya? -preguntó Jeffrey, rezando a Dios por que así fuera.

– Sabe que no puedo darle esa información.

– Lo sé -dijo Jeffrey-, pero si, hipotéticamente, pudiera, me ayudaría a resolver un interrogante.

Ella le miró.

– ¿Qué interrogante es ése?

– Cuando estábamos junto al río, Chuck pronunció el nombre de su hijo, y Lena pareció sorprendida, como si le conociera -dijo Jeffrey, elaborando la explicación a medida que hablaba-. ¿Podría ser posible que cuando Lena dijo «Rosen», como si le sonara el nombre, lo dijera porque la conocía a usted, y no a Andy?

La mujer pareció pensar cómo responder a Jeffrey sin comprometer su reputación.

– Doctora Rosen…

Ella se reclinó en el banco, acercándose aún más el cuello del suéter.

– Ahí viene mi marido.

Jeffrey intentó ocultar su exasperación. Keller estaba a unos quince metros, y Rosen podría haber respondido a la pregunta de Jeffrey si ésta hubiera querido.

Jeffrey saludó al hombre.

– Doctor Keller.

Keller pareció perplejo al ver a Jeffrey y a su mujer juntos.

– ¿Ocurre algo? -preguntó.

Jeffrey se levantó y le indicó a Keller que se sentara, pero éste hizo caso omiso y le preguntó a su mujer:

– ¿Tienes mis llaves?

Ella le entregó el juego de llaves, sin mirarle.

– Debo volver al trabajo -dijo Keller-. Jill, deberías irte a casa.

Rosen se incorporó para ponerse en pie.

– Debo decirles algo a los dos -advirtió Jeffrey, e hizo una seña a Rosen para que permaneciera sentada-. Se trata de Andy.

Keller lo miró de una forma que daba a entender que su hijo era en lo último en que estaba pensando en esos momentos.

– Quiero decírselo antes de que lo sepa todo el campus -dijo Jeffrey-. No estoy seguro de que la muerte de su hijo fuera un suicidio.

– ¿Qué? -exclamó Rosen.

– No puedo excluir la posibilidad de que fuera asesinado -les comunicó Jeffrey.

Keller dejó caer las llaves, pero no las recogió.

– No hemos encontrado nada concluyente en la autopsia de Andy, pero en el caso de Ellen Schaffer…

– ¿La chica de ayer? -preguntó Rosen.

– Sí, señora -dijo Jeffrey-. No hay duda de que fue asesinada. Teniendo en cuenta que su muerte fue escenificada para que pareciera suicidio, tenemos que cuestionarnos las circunstancias que rodearon la muerte de su hijo. Honestamente, no puedo decir que tengamos nada que demuestre que su hijo no se suicidó, pero sí disponemos de fundadas sospechas, y voy a investigar hasta que averigüe la verdad.

Rosen se echó hacia atrás, boquiabierta.

– Tengo que hablar de ello con el decano, pero quería que ustedes lo supieran primero.

– ¿Y la nota? -preguntó Rosen.

– Ésa es una de las cosas que no puedo explicar -dijo Jeffrey-. Y siento decirles que todo lo que puedo ofrecerles ahora son sospechas. Estamos analizando todas las hipótesis para averiguar exactamente qué sucedió, pero he de ser honesto: no se me ocurre ninguna explicación evidente. Los dos casos podrían no guardar ninguna relación. Y existe la posibilidad de que tengamos que aceptar que Andy se suicidó.

Keller explotó, y su rabia fue tan inesperada que Jeffrey se echó hacia atrás.

– ¿Cómo demonios puede ocurrir algo así? -preguntó-. ¿Cómo demonios permite que mi mujer y yo creamos que nuestro hijo se suicidó cuando…?

– Brian.

Rosen intentó calmarlo.

– Cállate, Jill -le espetó, sacudiendo la mano como si fuera a golpearla-. Esto es ridículo. Esto es… -Estaba demasiado furioso para hablar, pero movía la boca mientras consideraba qué palabras utilizar para describir cómo se sentía-. No puedo creerlo… -Se agachó y recogió las llaves-. Esta facultad, toda esta ciudad…

Acercó un dedo a la cara de su mujer, y ella echó el cuerpo hacia atrás en ademán defensivo.

Keller se alzó en toda su estatura gritando.

– Te lo dije, Jill. ¡Te dije que este lugar era un agujero infecto!

– Doctor Keller, creo que sería mejor que se calmase -intervino Jeffrey.

– ¡Y yo creo que usted debería ocuparse de sus asuntos y averiguar quién asesinó a mi hijo! -bramó, con la cara deformada de rabia-. Ustedes, polis de cine cómico, se creen que mandan en esta ciudad, pero es como vivir en un país del tercer mundo. Están todos corruptos. Todos le rinden cuentas a Albert Gaines.

Jeffrey tenía suficiente.

– Hablaremos en otro momento, doctor Keller, cuando haya asimilado la noticia.

Esta vez, Keller apuntó con el dedo a la cara de Jeffrey.

– Ya puede estar seguro de que hablaremos de esto -dijo. Les dio la espalda a los dos y se alejó a grandes zancadas. Jill Rosen se disculpó de inmediato en nombre de su marido.

– Lo siento.

– No tiene por qué disculparse por él -dijo Jeffrey, procurando controlar su cólera.

Quería seguir a Keller hasta su laboratorio, pero los dos sabían que necesitaba unos minutos para calmarse.

Jeffrey, percibiendo la desesperación de Rosen, le dijo:

– Siento no poder proporcionarle más información.

Ella se apretó el cuello del suéter contra la piel y le preguntó:

– ¿Su pregunta hipotética de antes?

– ¿Sí?

– ¿Está relacionada con Andy?

– Sí, señora -contestó Jeffrey, intentando reconducir la conversación.

Rosen se quedó mirando el patio, a los estudiantes sentados en el césped que disfrutaban del día.

– Hipotéticamente -dijo-, podía tener razones para conocer mi nombre.

– Gracias -dijo Jeffrey, experimentando un enorme alivio por haber podido hallar explicación a algo.

– Acerca de la otra -prosiguió Rosen, aún observando a los estudiantes-. El hombre con el que sale.

– ¿Le conoce? -preguntó Jeffrey, pero enseguida rectificó-: ¿Hipotéticamente?

– Oh, le conozco -dijo Rosen-. O al menos conozco a los tipos como él. Los conozco mejor de lo que me conozco a mí misma.

– No estoy seguro de entenderla.

Se echó el cuello hacia atrás, y se bajó la cremallera para enseñarle un enorme moratón en la clavícula. En la parte interior del cuello se veían marcas de dedos, de color oscuro. Alguien había intentado estrangularla.

46
{"b":"96669","o":1}