– ¿Por qué pareciste sorprendida cuando en la colina pronuncié su nombre?
– No me acuerdo de eso.
– Yo sí -dijo él, metiéndose en el bolsillo el informe del laboratorio.
– ¿Qué me dices de Chuck? -le espetó Lena.
Jeffrey se reclinó en su silla. La miró fijamente y se preguntó si beber demasiado le estaba aguando el cerebro.
– Chuck estaba contigo la mañana en que encontramos a Andy Rosen, ¿verdad?
Asintió con un movimiento rígido, la cabeza gacha para que él no pudiera leer su expresión.
Jeffrey le hizo repasar los hechos como si estuviera hablando con una colegiala.
– Y estaba con Andy cuando Tessa fue apuñalada. -Hizo una pausa-. A menos que creas que le brotaron alas y fue volando tras ella y volvió cuando acabó de apuñalarla.
Lena lo fulminó con la mirada, y Jeffrey se dijo que debía de estar bastante desesperada si se aferraba a un clavo ardiendo. Naturalmente, la desesperación era producto del miedo. Ocultaba algo, y Jeffrey tenía una idea bastante aproximada de por qué. Cogió el informe y lo abrió delante de ella.
– ¿Ethan te habló de esto? -le preguntó.
Lena vaciló, pero al fin le pudo la curiosidad. Jeffrey la observó leer la lista de arrestos de Ethan. Lo miraba por encima, pasando las páginas rápidamente a medida que se enteraba de su sórdido pasado.
Esperó a acabar antes de decirle:
– Su padre formaba parte de la Supremacía Blanca.
Lena señaló las páginas con la cabeza.
– Aquí dice que es predicador.
– También lo era Charles Manson -observó Jeffrey-. Y David Koresh. Y Jim Jones.
– Yo no sé…
– Ethan se crió en medio de todo eso, Lena. Lo educaron en el odio.
Lena se echó hacia atrás, y volvió a cruzar los brazos sobre el pecho. Jeffrey la estudió atentamente, preguntándose si todo eso le resultaba nuevo o si White ya se lo había contado, aunque a su manera.
– Le acusaron de agresión cuando tenía diecisiete años -le informó Jeffrey.
– Desestimaron el caso.
– Porque la chica estaba demasiado asustada para testificar.
Lena hizo un gesto despectivo en dirección al informe.
– Está en libertad condicional por pasar cheques sin fondos en Connecticut. Vaya cargos.
Jeffrey se la quedó mirando, ya que no podía hacer otra cosa. Intentó hacerle ver la verdad.
– Hace cuatro años las marcas de los neumáticos de su camión le situaban en el lugar en que una chica fue violada y asesinada.
– ¿Le situaban en la escena como a mí? -preguntó Lena, sarcástica.
– La chica fue violada y luego asesinada -repitió Jeffrey-. El esperma extraído de la vagina y el recto demostró que al menos la habían violado seis tipos antes de matarla a palos. -Hizo una pausa-. Seis tipos, Lena. Son suficientes para tenerla inmovilizada mientras es violada por cada uno de ellos.
Ella le miró inexpresiva.
– El camión de Ethan estaba allí.,
Lena se encogió de hombros, pero Jeffrey se dio cuenta de que comenzaba a desmoronarse.
– Así fue como le hicieron cantar, Lena. Las marcas de neumáticos coincidían con las de su camión. Ya sabían dónde encontrarle, pues estaba fichado por cosas como ésa. -Dio unos golpecitos sobre la carpeta-. ¿Sabes lo que hizo? ¿Sabes lo que hizo tu novio? Traicionó a sus amigos para salvar el pellejo, y, como toda rata que se precie, admitió que estaba allí, pero juró sobre un montón de Biblias que él no la había tocado.
Lena no dijo nada.
– ¿Crees que se quedó sentado en el camión, Lena? ¿Crees que se quedó allí sentado mientras los demás la violaban? ¿O no crees que él también tuvo su ración? ¿Acaso no crees que él también le sujetó las manos para que la chica no los arañara? A lo mejor ayudó a separarle las piernas para facilitarles el trabajo, o a lo mejor le puso la mano en la boca para que no chillara.
Lena seguía sin decir nada.
– En cualquier caso, concedámosle el beneficio de la duda. ¿Te parece bien? -preguntó Jeffrey-. Supongamos que se quedó sentado en el camión. Supongamos que se quedó mirando cómo la violaban. A lo mejor eso ya le bastaba para correrse, viendo cómo le hacían daño, sabiendo que estaba indefensa y que él podía salvarla y no lo hacía.
Lena empezó a hurgarse otra vez la herida, y Jeffrey no apartó la vista de sus ojos, procurando no mirarle la mano.
– Seis tipos, Lena. ¿Cuánto tardarían seis tipos en violarla mientras tu novio estaba sentado en el camión mirando… si es que eso era lo único que hacía, mirar? -Lena no decía nada-. Y luego la mataron a palos. Diablos, no sé por qué se molestaron. Cuando acabaron con ella, se desangraba por todos los lugares por donde se la habían follado.
Lena se mordió el labio, se miró las manos. Ahora le manaba sangre de la palma, pero ella parecía no darse cuenta. Jeffrey bajó la guardia un momento, incapaz de callar.
– ¿Cómo puedes protegerle? -preguntó-. ¿Cómo puedes haber sido policía diez años y ahora proteger a una basura como ésa?
Sus palabras parecían dar en la diana, así que prosiguió.
– Lena, es un mal bicho. No sé qué relación tienes con él, pero… ¡Cristo! Eres policía. Ya sabes cómo estos capullos consiguen esquivar la ley. Por cada chorrada en la que le han pillado, hay una docena de delitos graves de los que ha logrado escapar. Jeffrey volvió a intentarlo.
– Su padre estuvo en la trena, en una prisión federal, por vender armas. Y no estamos hablando de pistolas. Traficaba con rifles de alta precisión y ametralladoras. -Hizo una pausa, a la espera de que ella dijera algo. Al ver que callaba, añadió-: ¿Ethan te ha hablado de su hermano?
– Sí -contestó Lena con tanta brusquedad que Jeffrey supo que mentía.
– ¿Sabes que está en la cárcel?
– Sí.
– ¿Sabes que está en el corredor de la muerte por asesinar a un negro? -Hizo otra pausa-. No era sólo un negro. Era un policía negro.
Lena clavó la vista en la mesa, le temblaba una pierna, aunque él sabía que el temblor se debía a que estaba nerviosa o colérica.
– Es un mal bicho, Lena.
Ella negó con la cabeza, aunque tenía suficientes pruebas ante sí.
– Te he dicho que no es mi novio.
– Sea lo que sea, es un cabeza rapada. Tanto da que se haya dejado crecer el pelo o haya cambiado de nombre. Sigue siendo un cabrón racista, igual que su padre, igual que su hermano, el asesino de policías.
– Y yo soy medio hispana -le replicó Lena-. ¿Has pensado en ello? ¿Qué hace con alguien como yo si es racista?
– Buena pregunta -dijo Jeffrey-. A lo mejor quieres contestártela la próxima vez que te mires al espejo.
Lena dejó de hurgarse la mano y apretó las palmas sobre la mesa.
– Escucha -comenzó Jeffrey-, sólo te lo diré una vez. No sé en qué estás metida, pero sea lo que sea, si ese tipo está implicado, tienes que contármelo. No puedo ayudarte si te involucras aún más.
Lena se miró las manos, sin hablar, y él sintió ganas de agarrarla y zarandearla para obligarla a decir algo sensato. Quería que le explicara cómo era posible que anduviera con un asqueroso racista de mierda como Ethan White, y que lo que de verdad deseaba era que ella le dijera que todo era un enorme malentendido y que lo lamentaba. Y que iba a dejar de beber.
Pero todo lo que dijo Lena fue:
– No sé de qué me estás hablando.
Jeffrey tenía que volver a intentarlo.
– Si me estás ocultando algo… -dijo, con la esperanza de que ella acabara la frase.
Pero no fue así.
Probó con otra táctica.
– No hay manera de que te reincorpores al cuerpo si sigues viéndote con ese tipo.
Lena levantó la cabeza, y por primera vez Jeffrey leyó su expresión con total claridad: sorpresa.
Ella se aclaró la garganta, como si le costara hablar.
– No sabía que hubiera alguna posibilidad de volver.
Jeffrey recordó que ahora trabajaba para Chuck, y le dolió igual que el día en que se enteró.
– No deberías trabajar para ese capullo.
– Sí, bueno -dijo, aún con un hilo de voz-. El capullo para el que trabajaba antes me dejó bien claro que ya no me necesitaba. -Lena miró su reloj-. Por cierto, llego tarde al trabajo.
– No te vayas así -le rogó Jeffrey, consciente de que le estaba suplicando-. Por favor, Lena. Yo sólo… por favor.
Lena soltó una risotada, haciéndole quedar como un idiota.
– ¡Te dije que hablaría contigo! -exclamó-. A menos que tengas algún cargo contra mí, me largo de aquí.
Jeffrey se reclinó en la silla, deseando que Lena le diera una explicación.
– ¿Jefe? -preguntó Lena, con tan poco respeto como le fue humanamente posible.
Jeffrey hojeó la carpeta, leyendo en voz alta la lista de cargos que nunca habían llegado a la sala del tribunal.
– Incendio provocado. Agresión grave. Robo de coches a gran escala. Violación. Asesinato.
– Parece un best seller -dijo Lena, poniéndose en pie-. Gracias por la charla.
– La chica -insistió Jeffrey-. La que fue violada y asesinada a golpes mientras él estaba sentado en su camión y miraba. -Lena siguió allí y él prosiguió-. ¿Sabes quién era?
Ella le replicó enseguida. -¿Blancanieves?
– No -contestó Jeffrey cerrando la carpeta-. Era su novia.
Jeffrey estaba sentado en su coche delante del edificio de la asociación de estudiantes, mirando a un grupo de mujeres que pegaban carteles en las farolas del patio. Todas eran jóvenes, de aspecto saludable, vestidas con chándal o sudadera. Cualquiera de ellas podría haber sido Ellen Schaffer. Cualquiera de ellas podría ser la próxima víctima.
Había ido a decirle a Brian Keller que era probable que su hijo hubiera sido asesinado. Jeffrey quería ver cuál era la reacción del hombre ante la noticia. También deseaba averiguar qué era lo que Keller no quiso decirle delante de su mujer. Jeffrey tenía la esperanza de que éste le proporcionara una pista sólida. De hecho, lo único que tenía era a Lena, y no podía aceptar que ella estuviera implicada.
La noche anterior Sara le había señalado las diferencias entre la escena del crimen de Andy Rosen y la de Ellen Schaffer. Si alguien preparó la de Andy Rosen, hizo un trabajo de primera. Pero lo de Ellen Schaffer era otro asunto. Aun cuando el asesino no se hubiera dado cuenta de que había aspirado un diente, la flecha dibujada en el patio era una mofa bastante evidente. En cierto momento, Sara había sugerido que las diferencias entre ambos crímenes podían indicar que quizás había dos asesinos. Jeffrey había desechado la idea, pero después de ver a Lena y Ethan juntos ya no sabía qué pensar.