– No pasa nada -dijo Ethan, haciendo una seña a Lena para que entrara-. Está totalmente colocado.
– Ya veo -contestó Lena, pero no se separó de la puerta abierta.
Scooter era más grande que Ethan en todos los aspectos: más alto y más fuerte. Lena enganchó el pulgar en el bolsillo de atrás, palpando el cuchillo.
Ethan se sentó al lado de Scooter y dijo:
– No hablará contigo si no cierras la puerta.
Lena calculó los riesgos y decidió que no había peligro. Entró y cerró la puerta sin apartar la mirada de los dos.
– No parece capaz de hablar -repuso Lena.
Se sentó en la cama delante de Scooter, pero se detuvo al recordar lo que estaba pasando en las otras habitaciones.
– No te culpo, tío -dijo Scooter, riendo a breves ladridos, como una foca.
Lena miró a su alrededor. Con los accesorios para tomar drogas que había en el cuarto se podía equipar una farmacia. Sobre un taburete colocado al lado de la cama había dos jeringuillas. A su lado, una cuchara con residuos, y una pequeña bolsa con lo que parecían grandes trozos de sal. Habían interrumpido a Scooter en el proceso de preparar ice, la forma más potente de metanfetamina. Era tan pura que ni siquiera hacía falta filtrarla.
– Maldito idiota -espetó Lena.
Ni siquiera su tío Hank, un completo colgado del speed, había tocado nunca el ice. Era demasiado peligroso.
– No sé qué hacemos aquí -le dijo a Ethan.
– Era el mejor amigo de Andy -informó Ethan.
Al oír el nombre de Andy, Scooter se echó a llorar. Lloraba como una chica, abiertamente y sin avergonzarse. Aquella reacción repugnaba y fascinaba a Lena. Y, por extraño que parezca, Ethan parecía compartir sus sentimientos.
– Vamos, Scooter, ponte derecho -dijo, apartando de sí al otro muchacho-. Hostia, ¿qué eres, un maricón?
Le lanzó una mirada a Lena, recordando en el último momento que la hermana de Lena era lesbiana. Lena miró su reloj. Había perdido toda la noche intentando hablar con ese estúpido, y no iba a abandonar ahora. Le dio una patada a la cama y el muchacho pegó un bote.
– Scooter -dijo Lena-. Escúchame.
Scooter asintió.
– ¿Eras amigo de Andy?
Volvió a asentir.
– ¿Andy estaba deprimido?
Volvió a asentir. Lena suspiró, sabiendo que no debería haberle dado una patada a la cama. Ahora el chico se sentía amenazado y no hablaría.
Lena movió la cabeza en dirección a la nevera.
– ¿Tienes algo de beber?
– Oh, sí, tía.
Scooter se puso en pie de un salto, como diciendo «¿Dónde están mis modales?». Se tambaleó antes de volver a mantener el equilibrio y abrió la pequeña nevera. Lena distinguió varias botellas de cerveza y lo que parecía una botella de plástico de litro de vodka sin marca. Entre eso y las drogas, se preguntó cómo conseguía Scooter que no lo echaran de la facultad.
Scooter comenzó:
– Tengo cerveza y algo de…
– Déjame a mí -dijo Lena, apartándole.
A lo mejor, si se tomaba otra copa, sería más dueña de sus actos.
Scooter metió la mano bajo la cama y sacó dos vasos de plástico que habían conocido días mejores. Lena los puso encima de la nevera y tomó la botella de zumo de naranja que le ofreció Ethan. Era un botellín. No habría bastante para los tres:
– Yo no quiero -dijo Ethan, estudiando a Lena como si fuera uno de sus libros de texto.
Lena no le miró mientras preparaba los combinados. Vertió la mitad del zumo de naranja en un vaso y, a continuación, le añadió un poco de vodka. Decidió que ella bebería de la botella de zumo, y rellenó el botellín con alcohol. Tapó la abertura con el pulgar y agitó el contenido para mezclarlo, percibiendo que Ethan la miraba.
Se sentó en la cama de enfrente antes de recordar que no quería sentarse, y miró fijamente a Scooter mientras éste bebía.
– Es bueno, tía -dijo Scooter-. Gracias.
Lena mantenía la botella de zumo en el regazo, no quería beber. Deseaba comprobar cuánto podía resistir. A lo mejor, después de todo, no le hacía falta. Quizá sería suficiente tenerla en la mano para que Scooter se sintiera cómodo hablando con ella. Sabía que lo primero que debes hacer en un interrogatorio es establecer cierta complicidad. Con adictos como Scooter, la manera más fácil era hacerle creer que ella también tenía un problema.
– Andy -dijo Lena por fin, consciente de que tenía la boca seca.
– Sí. -Scooter asintió lentamente-. Era un buen chaval.
Lena recordó lo que había dicho Richard Carter.
– He oído que también podía ser un gilipollas.
– Sí, bueno, quien te haya dicho eso es un cretino -le soltó Scooter.
Tenía razón, pero se guardó esa información.
– Háblame de él. Háblame de Andy.
Scooter se reclinó contra la pared y se apartó el pelo de los ojos. Tenía una asombrosa cantidad de granos en la cara. Lena podía haberle dicho que cortarse el pelo, o al menos llevarlo limpio, contribuiría enormemente a que le desaparecieran, pero ahora tenía otras cosas de qué hablar.
– ¿Salía con alguien? -le preguntó.
– ¿Quién, Andy? -Scooter negó con la cabeza-. No por mucho tiempo.
Levantó su vaso, en señal de que apuraran sus tragos. Lena se lo quedó mirando, sin querer participar.
– Primero habla conmigo -le dijo-, y luego te pondremos más.
– Necesito un chute -afirmó, y extendió el brazo hacia las jeringuillas del frigorífico.
– Espera un segundo -le conminó Ethan, apartándole la mano-. Has dicho que ibas a hablar con ella y lo harás, ¿entendido? Has dicho que le contarías lo que quería saber.
– ¿Lo he dicho? -preguntó Scooter, perplejo. Miró a Lena, y ésta asintió para confirmarlo.
– Sí, colega -dijo Ethan-. Lo has dicho. Lo has prometido porque quieres ayudar a Andy.
– Sí, vale -dijo Scooter, asintiendo con la cabeza. Tenía el pelo tan asqueroso que no se le movió. Ethan le lanzó una penetrante mirada a Lena.
– ¿Te das cuenta de lo que te hace esta mierda en el cerebro? Lena hizo caso omiso de sus palabras.
– ¿Andy salía con alguien? Scooter soltó una risita.
– Sí, pero ella no salía con él.
– ¿Quién? -preguntó Lena.
– Ellen, tía. La de su clase de arte.
– ¿Schaffer? -aclaró Ethan, y el nombre no pareció hacerle mucha gracia.
– Sí, tío, es una calentorra. Ya sabes a qué me refiero. -Scooter le dio un codazo a Ethan-. Está buenísima.
Lena intentó que no se desviara del tema.
– ¿Ella salía con alguien?
– Ella nunca saldría con alguien como Andy -dijo Scooter-.Es una diosa. Los simples mortales como Andy no son dignos ni de olerle las bragas.
– Esa tía es un depósito ambulante de semen -dijo Ethan con evidente disgusto-. Probablemente ni sabía que existía. Scooter soltó otra risita, y le dio otro codazo a Ethan.
– ¡A lo mejor Andy está ahí arriba, robando bragas en el cielo!
Ethan frunció el ceño, y apartó a Scooter de un empujón.
– ¿Qué? -preguntó Lena, perpleja.
– Maldita sea -dijo Scooter-, he oído decir que se le quedó una cara como si se hubiera tragado un petardo de los gordos.
– ¿A quién se le quedó así la cara? -preguntó Lena.
– ¡A Ellen! -respondió Scooter, como si fuera evidente-. Se voló la cabeza, tía. ¿De dónde coño sales?
La noticia dejó tiesa a Lena. Se había pasado el día en su habitación, mirando el identificador de llamadas. Nan la había telefoneado un par de veces, pero no había contestado. La muerte de Ellen Schaffer añadía un nuevo escollo a la investigación. Si era un montaje, como la de Andy, Jeffrey sería el doble de duro con ella.
Sin pensar, Lena bebió de la botella. Retuvo el líquido en la boca, saboreándolo antes de tragar. El vodka le quemó al bajar, y notó el trayecto hasta el estómago. Exhaló lentamente, más tranquila, más perspicaz.
– ¿Qué me dices del programa de desintoxicación al que lo enviaron sus padres? -preguntó.
Scooter lanzó otra mirada a sus jeringas, pasándose la lengua por los labios.
– Hizo lo que tenía que hacer para salir, ¿sabes? A Andy le gustaba el crack. Eso no podía evitarlo. Una vez te enamoras, acabas volviendo, como si fuera una amante.
Al parecer a Scooter le encantaba la palabra «amante», porque la repitió varias veces, prolongando la eme a cada repetición. Lena intentó reconducirle al tema.
– ¿Así que volvió y estaba limpio? Scooter asintió.
– Sí.
– ¿Y cuánto duró así?
– Hasta el domingo -dijo Scooter, y se puso a reír como si hubiera hecho un chiste.
– ¿Qué domingo?
– El domingo antes de morir -dijo Scooter-. Todo el mundo sabe que la poli encontró una jeringuilla en su casa.
– Cierto -dijo Lena, diciéndose que Frank se lo hubiera mencionado de ser verdad.
En el campus los rumores se extendían tan deprisa como las enfermedades de transmisión sexual.
– ¿No has dicho que le gustaba fumar? -preguntó Lena.
– Sí, sí -dijo Scooter-. Eso es lo que encontraron.
Lena miró a Ethan. Le preguntó a Scooter:
– Anteayer, ¿Andy se metió algo?
Scooter negó con la cabeza.
– No, pero sé que se metía.
– ¿Cómo estás tan seguro?
– Porque quiso comprarme a mí, tía.
Ethan se tensó.
– Compró una provisión el sábado por la noche y dijo que se lo iba a tomar el domingo -explicó Scooter-. Iba a hacer un viaje en alfombra mágica. Eh, ¿crees que eso es lo que significa la canción?
Lena intentó hacerle volver al tema.
– ¿Crees que quería matarse?
Ethan se puso en pie y se acercó a la ventana.
– Sí, no sé -dijo Scooter. De nuevo miró las jeringuillas-. Vino a mi cuarto y me dijo: «Tío, ¿tienes algo?», y yo le contesté: «Joder, Burke se larga la semana que viene, y me estoy preparando a tope», y él no dejaba de repetir: «Dame lo que tengas. Mira, dinero», y yo le decía: «Que te jodan, tío, que no, ésta es mi mierda, todavía me debes dinero de antes de irte a desintoxicar, mariconazo», y él…
Lena le interrumpió.
– ¿Andy tenía problemas de dinero?
– Sí, como siempre. Su madre le hacía pagar un alquiler y toda esa mierda. ¿Qué tomadura de pelo es ésa? Su propio hijo, y le hacía pagarse la ropa y toda la pesca como si estuviera en la puta beneficencia. -Se arregló los shorts-. Ese coche era cojonudo. -Se volvió hacia Ethan-. ¿Viste el automóvil que le había comprado su padre?
Lena intentó que Scooter se centrara.