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– El arma doméstica, que se había sacado para enseñarla a uno de los invitados de la noche anterior, quien tenía la intención de comprar una, había quedado sobre una mesa. Con ella, el acusado disparó a Jespersen en la cabeza en el lugar donde yacía. El disparo fue mortal. De regreso a la casita, el acusado dejó caer el arma en el jardín, donde fue observado por Petrus Ntuli, un ayudante de fontanero que trabajaba a tiempo parcial de jardinero en la finca a cambio de vivienda en una edificación anexa. David Baker y Nkululeko Dladla llegaron a casa después y encontraron el cadáver del fallecido. Corrieron a la casita para decírselo al acusado, pero no hubo respuesta a sus llamadas ni a los golpes en la puerta, de manera que dedujeron que no estaba allí. Llamaron a la policía, la cual, mientras registraba el jardín, encontró a Petrus Ntuli, quien les dijo que el acusado estaba en la casita y que él, Ntuli, había visto cómo tiraba algo de camino a ésta procedente de la casa. La policía encontró el arma, efectuó su entrada en la casita, detuvo al acusado y lo llevó a la comisaría para interrogarlo. Fue acusado de asesinato. El arma, prueba número uno, lleva sus huellas dactilares.

Éstos son los hechos, pero qué pasa con el motivo para que saliera de la casita, qué pasa con la intención. ¡El perro! ¡El perro!

– Ninguno de los hechos ha sido discutido por la defensa. Dado lo cual, lo que los asesores y yo tenemos que decidir al dictar sentencia es la validez de la declaración de inimputabilidad criminal temporal no patológica presentada por la defensa «en defensa» del acusado. Cito, de manera excepcional, «en defensa de» aunque resulta evidente que la defensa de todo abogado defensor se hace en favor del acusado, porque en este caso el acusado no ha aprovechado su derecho para defenderse ruidosamente.

»Niega que pasara el viernes dando vueltas a la idea de vengarse del fallecido. Dijo, en su testimonio: "Por qué venganza. No me pertenecen, son libres de hacer lo que quieran", defendiéndose así indirectamente de la premeditación de su crimen, aunque no pone énfasis en la responsabilidad de la pareja en la grave violación de sus sentimientos; describe sus reacciones esa noche como algo generado en su interior, por sí mismo, sin echarles la culpa. Como respuesta a si pensó en hacerles algún reproche vengativo, para no hablar de algún acto contra la pareja, dijo que: "Todo lo que podía recordar del momento en que los había visto así… era una desintegración de todo, asco de mí mismo, de todos…"

»De modo similar, no niega de modo rotundo, ni rechaza con energía, la sugerencia de que, cuando cruzó el jardín en dirección a la casa aquel viernes por la tarde, tuviera la intención de enfrentarse a Jespersen. Lo único que ha ofrecido al tribunal ha sido la declaración indirecta: "Me encontré en el jardín… no quería hablar con nadie. Creo que tenía que encontrarme otra vez en la puerta donde me había detenido." Se refiere a la noche anterior, cuando se encontró con la pareja. La defensa ha interpretado esta declaración como muestra de incredulidad, es decir, lo que vio en la casa esa noche no podía haber sucedido; tenía que volver, como para verificar la puesta en escena. Encontramos esta interpretación aceptable por unanimidad. La alegación del fiscal en relación con que el acusado pasó el viernes 19 de enero premeditando la venganza contra el fallecido no queda confirmada ni por el contenido del testimonio del acusado ni por su actitud, que, para quienes, como yo mismo y los asesores, estamos acostumbrados al tono y al timbre de la mentira, posee las características de la verdad.

Una nueva tensión -la esperanza- sostiene a los tres. Harald y Claudia se tensan, osadamente temerosos de desmoronarse, si se produce algún contacto. Es inesperada esta muestra de comprensión en quien está juzgando a Duncan: tiene todo el aspecto de ser sincero. Se preguntan si será frecuente que se exprese semejante empatía con un acusado durante el curso de un juicio.¿Cómo pueden saberlo? No pueden preguntar a quien sabría la respuesta: Motsamai, que está en el estrado junto a su cliente, fuera de su alcance. Harald oye la acelerada respiración de Claudia, provocada por un corazón que late con fuerza. Su hijo no está loco y no es mentiroso. Lo que dice (y su cuerpo no lo contradice) tiene todas las características de la verdad. ¿Motsamai, Hamilton, podría transmitir alguna respuesta? ¿Cuenta para algo la verdad? ¿La verdad puede salvar a alguien?

Y, mientras estas preguntas tomaban altura, ellos cayeron repentinamente en picado. ¿Qué está exponiendo ahora el juez? ¡Motsamai, Hamilton! ¿El juicio es un juego de un solo hombre en el que el jugador se desafía a sí mismo, disfruta cambiando las conclusiones para hacer que pesen primero en un lado y después en el otro de la famosa balanza?

– Sin embargo, la ausencia de premeditación no implica la posterior inimputabilidad penal en el momento concreto de perpetrar el crimen, la serie de acciones por las que se comete un crimen en un momento concreto. Si se acepta que el acusado se dirigió de la casita a la casa para convencerse de que lo que había visto en el sofá del cuarto de estar la noche anterior había sucedido de verdad, sólo para mirar el escenario una vez más… -El juez parece perder concentración durante un momento, preocupado, de modo tedioso, con algún asunto que emerge en él de su propia vida, pero quizá ha hecho una pausa efectista, es un profesional, todos son profesionales, sus asesores, sus equipos de defensa y acusación-. Lo que vio fue a ese hombre, Jespersen, en el mismo sofá. A continuación se produjo un profundo shock, confirmado por los psiquiatras de la defensa y de la acusación: la ofensa de la cruel actitud de Jespersen, que daba por hecho que lo sucedido la noche anterior ante los ojos del acusado era algo trivial que podían olvidar tomando una copa entre hombres.

Como el fiscal y el defensor, unidos por el brazo de uno sobre el hombro del otro, en los pasillos, pasando por alto la escena del tribunal donde uno ha estado condenando a un hombre y el otro defendiéndolo. Pero Harald sabe que debería ser el último en sentirse desilusionado por la ética profesional; en cuanto ha empezado la desilusión, esos días, en ese mismo sitio, ésta ha terminado haciendo que ponga en duda su propia ética.

– Para que en un momento como ése surja repentinamente la determinación consciente y racional de vengarse no es necesario que exista premeditación alguna. En circunstancias semejantes, lo más probable es que la venganza se ejecute por medio de alguna forma de ataque físico, con las manos desnudas o cualquier objeto que pueda utilizarse como arma. Lamentablemente, en aquel cuarto de estar se había aceptado la presencia fortuita, como un objeto más de la casa, de un arma mortífera, una pistola, y ésta estaba sobre la mesa.

Cómo seguir los giros y vueltas, los cambios en lo que está diciendo aquel hombre mientras retrocede y avanza, mira el texto, levanta la vista para hacerles otra confidencia; es desesperante intuir la dirección que está tomando su pensamiento para que, al momento siguiente, te lo arrebate como si hubieras perdido el hilo de modo desastroso durante unos segundos preciosos ¿Qué quiere decir eso, cuál es el orden de las palabras que constituyen las claves que hay que seguir para adivinar el veredicto? Cada uno de ellos se pierde y se impacienta, ansioso por saber si el otro ha entendido lo que se le ha escapado y, sin embargo, no puede arriesgarse a interrumpir su atención susurrando la pregunta.

– Pero el acusado podría haber escogido actuar con las manos desnudas; en lugar de ello, optó por coger el arma y disparó a Jespersen en la cabeza. Ha dicho en su declaración «El ruido cesó». Lo que no quería oír de Jespersen se silenció con la máxima venganza, quitando la vida a otro ser humano.

No es un asesino, sino un mentiroso.

Claudia ve que toda su vida ha ido avanzando hacia ese momento. Todas las ambiciones que, tan ingenuamente, había decidido realizar, cuando era niña, todas las intenciones de dedicarse a curar que ha tenido durante su vida adulta, se encaminaban a eso. El final es inimaginable; si lo hubiéramos sabido desde el principio, nunca habríamos empezado.

– El informe del médico forense afirma que el disparo se dirigió con precisión hacia una parte vital, la frente, lo que encaja con la idea de una acción deliberada. Si esto significa que fue necesario realizar una serie de acciones de modo consciente para apuntar y disparar, tal como alega el fiscal, o si, tal como alega la defensa, en manos de cualquiera que esté familiarizado con un arma la preparación necesaria para disparar surge de manera automática, sin volición consciente, es ahora el punto crucial respecto al cual hay que tener en cuenta la cuestión de la imputabilidad criminal, defendida por el fiscal, o la incapacidad criminal no patológica y transitoria, alegada por la defensa, examinando el testimonio de los expertos y todos los hechos del caso, incluidas no sólo la naturaleza de las acciones del acusado durante el período inmediato al crimen, sino también las circunstancias que las precedieron en la historia personal del acusado.

El grandilocuente laberinto de frases aturde. Aunque se le preste la máxima atención, como en una plegaria, aquello termina en un callejón sin salida, vuelve sobre premisas que parece acabar de abandonar. Durante párrafos como éste, las hileras de los espectadores crujen. No les interesan los pros y los contras, esperan que vuelva a empezar la narración, un juicio es un vestigio de la tradición oral en torno al fuego; están allí para que les cuenten una historia interesante.

Ahora sigue, qué bien, trata del joven que han podido examinar en el estrado de los testigos, su rostro, sus gestos (lo que el juez ha llamado su «actitud»). Trata de un asesino.

– Tanto el psiquiatra de la acusación como el de la defensa consideran que la capacidad intelectual del acusado es alta y se encuentra en su sano juicio. Es un joven profesional de buena familia, aparentemente con una carrera prometedora por delante. No hay base para cuestionar la afirmación de la defensa de que todo, en la conducta del acusado como adulto, ha sido contrario a la realización de cualquier acto violento. El testimonio de un miembro de la casa que todos compartían, Nkululeko Dladla, afirma que «matar es algo ajeno a su naturaleza».

Y ahí está, ese Dladla, sentado con los padres del asesino, allí mismo. La gente se da la vuelta para mirarlo: es como si hubiera hablado él, un hombre negro y corpulento que lleva como medallas de campaña la insignia de los homosexuales, anillos y collares. Harald y Claudia se sienten conmovidos por la cita que el juez ha hecho de las palabras de Khulu y se sienten honrados al ser identificados en el foco de atención que ha caído sobre Khulu, bajo el cual se frota la barbilla con el puño como hace con frecuencia, lo han advertido antes, cuando quiere dar énfasis a algo que ha dicho con sus modales tranquilos.

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