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– Sí, hemos hablado. Espero que también haya hablado con vosotros, con papá y contigo.

Harald contesta.

– Sí, ha hablado con nosotros. Pero, claro, eso es sólo lo que piensa él a partir de algún precedente. Durante todo el rato, no se ha visto la menor señal de lo que el juez pensaba sobre ninguna cosa, incluso cuando interrumpía, preguntaba algo o ponía alguna objeción; yo intentaba averiguar si estaba impresionado, incrédulo, lo que fuera. Pero son maestros consumados en el dominio del tono indiferente y el rostro inexpresivo.

– El mismo rostro inexpresivo de un duro negociador de esos a los que estás acostumbrado en la sala de juntas, papá.

Los obliga a sonreír.

– Khulu te envía saludos, un mensaje. ¿Lo tienes, Harald?

Harald ha escrito, dictado por Khulu, en una página arrancada del final del cuaderno: UNGEKE UDLIWE UMZ-WANGEDWA SISEKHONA. Da el trozo de papel a Duncan.

– ¿Lo entiendes?

– Lo esencial. Me ha enseñado un poco de zulú.

– ¿Qué quiere decir? Ya sabes que ha estado con nosotros casi todo el tiempo.

No contesta a su madre de inmediato, no porque dude de la traducción, sino porque lo que ésta dice resulta difícil decirlo en estos momentos, entre los tres.

– Algo así como: no estarás nunca solo porque, sin ti, estamos solos.

Lo ha dicho para ellos, los padres, no hay nada más que añadir. Se aferran al resto del precioso tiempo que les queda con su hijo, tejiendo al hablar una superficie hecha de asuntos sin sentido para los tres, capaz al menos de sostenerlos ante el vertiginoso abismo.

Cuando llegó la hora de que el juez convocara la sesión de la tarde, uno de los vigilantes, un joven afrikáner, los acompañó y se volvió a mirar a Duncan.

– Debería comer algo, señora. No es bueno ir con la tripa vacía. Tu madre quiere que comas algo, chaval.

No ha habido, no hay otro silencio como el de la sala de un tribunal cuando el juez levanta la cabeza para pronunciar la sentencia. Toda otra comunicación, dentro y fuera, se acalla; todo está terminado.

Ésa es la última palabra.

Ella está sentada con las manos atrapadas bajo los muslos, como si reconociera la irritación que él ha soportado durante los días pasados mientras veía cómo ella, a su lado, no paraba de mover la uña del pulgar bajo el extremo de cada una de las demás. Khulu está con ellos. Khulu se sienta al otro lado de Claudia.

Y la oscuridad cayó sobre la tierra.

Cada uno de los tres se encuentra en el estado de intensa concentración que, tal como él, su marido, intentó explicarle en una ocasión, era como definía Simone Weil la oración. Él no sabe si está rezando; duda de todo. De qué sirve ahora la costumbre de rezar: doce años sería el máximo; diez, probable; Hamilton dice siete; ocho es la indulgencia esperada -está implícito- como el triunfo de la defensa.

Él/ella. Ahora no miran a su hijo. No hay mirada capaz de llegar hasta él; el estrado de la sala no sólo es la distancia que los separa, en ese recinto donde también están las experiencias del mundo de todos ellos: de sus padres, amigos,

Verster el mensajero, la mujer que sabe que todos somos criaturas de amor y mal. Incluso Motsamai ha terminado con él; no importa cuál sea el vínculo que los unía, el socorro que nadie, nadie más puede dar, pronto eso pertenecerá al próximo cliente.

Un juez se toma su tiempo. No debe haber nada precipitado en relación con la ley. Doce años, si es que van a ser doce años: no hay prisa para decidir un veredicto sobre lo que tardará tanto tiempo en cumplirse.

¿Una sentencia empieza en el momento en que se pronuncia el veredicto, como las campanadas de un reloj que indica que empieza una nueva hora? ¡Dios mío! ¡Qué degradante ha sido que me contentara durante todo este tiempo con ser un ignorante, aparentemente inmune al contacto con los procesos seculares del crimen y el castigo! Sólo he entendido los pecados que podrían ser absueltos por uno de Tus servidores en las mañanas en que tocaba confesión. Con gran esfuerzo, toca el brazo de Claudia y la mano de ésta sale de la supresión, bajo el peso de su cuerpo, y él la coge. Ha sacado también la otra mano. Harald advierte la fugaz mirada de Khulu hacia él, hacia ella. Ve cómo la mano de Khulu coge esa otra mano.

El juez está buscando algo en los recovecos de su toga; era un pañuelo. El juez se suena, se hurga la nariz con el pañuelo, se seca las comisuras de los labios, vuelve a guardar el pañuelo.

El juez mira una vez por encima de la concurrencia, y empieza a hablar.

– Duncan Peter Lindgard ha sido acusado del delito de asesinato de Cari Jespersen, con el que convivía en una finca ocupada de modo comunitario. La declaración de inocencia del acusado se basa en el argumento de ausencia de capacidad criminal, definida como una incapacidad temporal no patológica.

Nuestro hijo no está loco.

– Cualquier acusado que alegue causas no patológicas para sostener una defensa basada en la inimputabilidad criminal debe sentar bases objetivas y suficientes para que el tribunal decida sobre la cuestión de la responsabilidad criminal del acusado en relación con sus acciones, teniendo en cuenta el testimonio de los expertos y todos los datos del caso, incluida la naturaleza de las acciones del acusado durante el período relevante en relación con el presunto crimen.

»La defensa se basa en que, debido a la provocación y al estrés extremo, el acusado fue incapaz de tener la intención necesaria para cometer el presunto crimen; incapaz de valorar lo erróneo de sus acciones o actuar de acuerdo con tal valoración, e incapaz de iniciar una conducta concreta encaminada a un fin.

Hay algo saludable, necesario, para Harald y Claudia, quizá incluso también para su propio hijo, en esa simple exposición de los hechos que, dentro de ellos, han quedado desbordados por la emoción y enmarañados por la angustia hasta resultar incomprensibles.

– Los principales hechos de la noche del jueves 18 de enero de 1996 han sido demostrados por pruebas que las partes no discuten. Se celebró una fiesta tras la llegada de unos amigos de los ocupantes de la casa principal de la finca, David Baker, Nkululeko Dladla, Cari Jespersen y los ocupantes de la casita de la finca, Natalie James y el acusado. El acusado y Natalie cohabitaban como pareja heterosexual, los tres hombres de la casa eran homosexuales, de entre los cuales Baker y Jespersen formaban pareja. Antes de la relación con Natalie, el acusado había mantenido una relación homosexual con Jespersen, pero eso no parece haber afectado la estrecha relación, el que los cinco compartieran lo que era prácticamente una sola vivienda.

Y, mientras pronuncia la frase siguiente, el juez levanta la vista, directamente hacia el público, alzando la cabeza por primera vez.

– Incluso poseían en común un arma y sabían utilizarla.

Es también el primer indicio de una actitud personal en relación con el caso. El contexto del caso. Se ha permitido hacer un breve comentario irónico para aquellos que, como el padre del acusado, son lo bastante sutiles para interpretarlo como un gesto de censura hacia aquella convivencia comunitaria que ha descrito desapasionadamente y sin prejuicios sobre sus costumbres sexuales.

El significado del arma que compartían («incluso») como símbolo de las relaciones intercambiables y compartidas entre los habitantes de la casa distrae a Harald y le hace pensar que tendría que haberlo analizado, habría deseado hacerlo antes, pero ahora no puede, no, no, porque cada frase que pronuncia ese hombre supone un avance selectivo en el discurso del juicio, hay que seguirlo de cerca, leer entre líneas (deducir su intención) al mismo tiempo que no hay que perderse ni una palabra. Harald quiere comunicar a Claudia y a Khulu la actitud que le parece que el juez ha dejado entrever deliberadamente, pero ni siquiera tiene tiempo de avisarlos con una mirada.

– Cuando la reunión se disolvió esa noche y los invitados se marcharon, acompañados por Nkululeko Dladla, David Baker se fue a la cama y el acusado se dirigió a la casita tras un altercado con Natalie, que se quedó en la casa, ayudando voluntariamente a Jespersen a recoger y lavar los platos.

Ha conseguido atrapar al público. Todos los que rodean a los padres y a su hijo sustituto, Khulu, presencian un drama dirigido directamente a ellos. Han visto en carne y hueso a algunos de los personajes; allá arriba, en el estrado de los testigos. Están invitados a compartir el derecho a la familiaridad que se ha arrogado el juez al referirse a uno de los principales personajes del asunto, no como hace con los hombres, por su apellido, sino simplemente como «Natalie», porque sólo es una mujer. Si Claudia escucha atentamente al hombre del estrado, hoy el tono condescendiente es, para ella, sólo una acotación sin importancia; o tal vez para ella esa putilla no merece más respeto.

– Unas dos horas más tarde, el acusado se despertó en la casita y se encontró con que Natalie no había vuelto. Preocupado por su seguridad, ya que ella tenía que cruzar el jardín tan tarde, se dirigió hacia la casa, donde encontró a Natalie y a Jespersen in flagrante delicto, en pleno acto sexual en el sofá del cuarto de estar. Advirtieron su presencia, pero él no se les enfrentó. Volvió a la casita. Natalie no regresó; cogió su propio coche y se marchó.

Con el audaz realismo de su relato, su atención se ha apartado de la audiencia. Tiene los ojos fijos en el texto; que contemplen la salaz escena que acaba de presentar.

– El acusado, arquitecto, no fue a trabajar el viernes 19 de enero. Permaneció en la casita, solo, durante todo el día. En algún momento comprendido entre las 18.30 y las 19.00 (no recuerda haber mirado el reloj, y el jardinero, el único testigo de su ida a la casa, puesto que lo vio regresar, no tiene reloj) el acusado salió de la casita, dio de comer a su perro y cruzó el jardín en dirección a la casa. Allí, con la puerta del jardín abierta, como la noche anterior, estaba Jespersen echado en el sofá tomando una copa. Comentó, restándole importancia, el incidente de la noche anterior, alegando el contexto de hermandad de las costumbres de la casa comunal, y sugirió al acusado que se sirviera también una bebida.

No, no dio de comer al perro de camino a la casa, tal como parece haber dicho, sino que salió de la casita para dar de comer al perro, no para ir a la casa. ¡No es un mero detalle! ¡Podría ser vital! El juez los ha defraudado, se ha apartado de la confianza que se le ha otorgado con cautela. Claudia y Khulu advierten la repentina agitación de Harald, pero ignoran su causa. Claudia se vuelve hacia Khulu, y él compone un gesto formado por planos de inquieta convicción: tal vez Harald se sienta momentáneamente desbordado por la totalidad del lugar donde están, por lo que está sucediendo en ese día. El arma, eso es lo que el juez está sacando ahora. Él, Khulu, ha sostenido esa arma, la ha examinado, una o dos veces, sí.

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