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– No. Si hubiera actuado en un estado irracional, incapaz de valorar lo erróneo de su conducta, habría atacado a Jespersen de inmediato, tras el shock que sufrió el ver que sus sospechas se hacían realidad ante sus ojos.

– ¿En qué estado mental, entonces, diría usted, con qué intenciones, diría usted, se dirigió a la casa al día siguiente?

– Se dirigió a la casa con las intenciones conscientes inspiradas por los celos durante su soledad.

– ¿En un estado mental racional?

– Sí.

– ¿Se dirigió a la casa para matar a Jespersen?

La psiquiatra no podía asegurar hasta qué extremo sus intenciones pudieron llevarlo. Pero no estaba convencida de la amnesia del acusado en relación con lo que sucedió en la casa después de que Jespersen le sugiriera que se sirviera una bebida.

– El hecho es que, después de madurar esas intenciones durante las horas que había pasado en la casita, asesinó a Jespersen. ¿Era plenamente consciente de lo que hacía?

– Se trata de un individuo cuyo autocontrol ha sido establecido con fuerza desde la infancia. Es un axioma de sus orígenes de clase media. No se deja llevar por las emociones para actuar según sus impulsos, es deliberado en cada decisión que toma, cualquiera que ésta sea.

El gesto del fiscal era de completa satisfacción con el testimonio de su experta: no eran necesarias más preguntas.

Motsamai se puso en pie adelantando los brazos, con las palmas de las manos hacia arriba, como si quisiera coger algo que le ofrecieran.

– Doctora, ¿qué es un estado de shock?

– Es un fenómeno mental que afecta de manera diferente a las distintas personas: algunas lloran, otras se ponen furiosas, otras salen corriendo.

– Pero, en general, en lo que afecta a la capacidad de cognición, no a la diversidad de reacciones, ¿se produce un repentino desorden de los procesos mentales?

– Se produce, como efecto, confusión mental. Sí. Y, tal como he explicado, se manifiesta de distintas maneras.

– ¿Incluido el impulso de huir y esconderse?

– Sí.

– Según su experiencia, doctora, ¿un shock profundo pasa enseguida y el individuo afectado recupera el equilibrio emocional, con el control de sí mismo que esto implica, en un abrir y cerrar de ojos? Sin duda, entre sus pacientes algunos habrá para los que un shock profundo ha tenido consecuencias a muy largo plazo; por lo que sé, su duración es tal que para recuperar el equilibrio emocional deben buscar su ayuda experta…

Harald advierte un movimiento de desaprobación bajo la toga del juez, pero éste deja pasar la pulla sin objeciones.

– ¿No es posible que cuando el acusado huyó en estado de shock de la exhibición sexual de la señorita James y Jespersen, y se escondió en la casita, las horas que pasara allí no condujeran a una recuperación instantánea de su racionalidad y de su capacidad de tener intenciones deliberadas, sino al estado de confusión mental que usted ha identificado como consecuencia de un shock nervioso?

– Es posible.

– ¿Estaría usted de acuerdo en que el suyo fue un shock profundo?

– Sí.

– En el caso de un shock profundo, ¿diría usted que la confusión mental y emocional, en lugar de decrecer, podrían aumentar durante el proceso que usted denomina «dar vueltas a las cosas», tendencia que usted ha diagnosticado en el acusado? ¿No es cierto que el impacto de lo que ha provocado el shock va ganando fuerza a medida que todas las implicaciones de la dolorosa situación crecen, hasta alcanzar una confusión emocional y mental cada vez mayor? De manera que el individuo no puede, tal como decimos, pensar correctamente; no puede pensar en absoluto.

– Un shock puede tener efectos de confusión mental duraderos. Insisto en que eso depende de la personalidad del individuo. En mi opinión, el señor Lindgard es un individuo que ha vivido sometido largo tiempo al estrés emocional y eso lo ha preparado para recuperar el equilibrio mental y la racionalidad rápidamente, de acuerdo con su naturaleza.

– Así pues, usted confirma que el acusado tuvo una larga experiencia de estrés emocional con Natalie James.

– Sí. Él lo provocaba.

– ¿Es cierto que tanto usted como su distinguido colega, el doctor Basil Reed, psiquiatra con veintitrés años de experiencia en su campo, han tenido la oportunidad de valorar la personalidad y el estado mental del acusado durante un período de veintiocho días?

– Sí.

– ¿Cuántos años hace que se dedica usted a la psiquiatría, doctora Albrecht?

– Siete años.

– La opinión de su veterano colega, el doctor Reed, tal como la establece en su informe al tribunal, es que el largo período de estrés emocional sufrido por el acusado, que usted misma confirma, es de naturaleza tal que, en lugar de resolverse en pensamiento e intención racionales, culminó en un estrés emocional insoportable en el cual el acusado se vio precipitado a un estado de disociación entre la razón y la realidad. ¿Es cierto que semejante estado, como resultado de un estrés prologado sumado a un shock profundo, es un estado reconocido por su profesión?

– Sí. Como una de las posibles reacciones ante un trauma.

– Así pues, es un estado reconocido. -Las palmas de Motsamai se unen lenta, mesuradamente-. No hay más preguntas, señoría.

Su gesto indica que el caso de la acusación está terminado, aunque todavía debe declararlo el fiscal. Harald y Claudia miran fijamente al fiscal y oyen sus palabras sin interpretar su significado; dónde está su hijo, qué le ha sucedido, en esas declaraciones que lo tratan como si fuera un pelele: es esto; no, eso otro. Motsamai poseerá la hermenéutica necesaria para el clima moral legal; él se lo explicará.

El fiscal ha adoptado la boca de samurai, con las comisuras hacia abajo, y sus cejas están plegadas y juntas; no necesita más vehemencia y no tiene el registro de Motsamai; un fiscal sabe que no es la estrella que la constelación de la abogacía necesitaba, su diamante negro.

– La suma de las pruebas indica que el acusado es un hombre muy inteligente, en plena posesión de la facultad de la conciencia, que asesinó de un disparo, a sangre fría, a un hombre indefenso tendido en un sofá. La cuestión que se expone ante el tribunal está clara: es la de la capacidad del acusado; si el acusado tenía o no capacidad para cometer un delito conscientemente. Aunque los expertos puedan discrepar en algunas opiniones, queda claro que no actuó cuando podría ser natural, incluso excusable, que lo hiciera. No se enfrentó al fallecido de inmediato, cuando encontró a aquel hombre ocupando su lugar, teniendo relaciones íntimas con la persona que él creía poseer en cuerpo y alma. Si lo hubiera hecho entonces, no habría sido necesario consultar a los expertos para saber que pudo haber realizado ese ataque cuando estaba fuera de sí, por así decir, vencido por la emoción. Pero no; dio la espalda a la escena, se marchó para pasar un día entero examinando sus sentimientos y las opciones que se le ofrecían para satisfacerlos; su derrota sexual, su orgullo masculino, el orgullo de un macho totalmente dominante (puesto que, tal como hemos oído en el testimonio, así era su lamentable naturaleza). Podría haber echado a la chica de la casita, haber cortado su relación con ella como ingrata creación suya, no olvidemos que había hecho que volviera a la vida. Pudo decidir no volver a tener ningún trato con ella, con Jespersen y con la casa donde semejantes cosas podían suceder. Había varias opciones. Pero, en plena posesión de sus facultades mentales, tras tiempo más que suficiente para considerar qué rumbo tomar, se dirigió a la casa, sabiendo que Jespersen estaría allí a esa hora de la tarde, y utilizó el arma que sabía que se guardaba en la casa, para matar a Jespersen. Éstos son hechos irrefutables. El acusado era capaz de cometer conscientemente el delito de asesinato que cometió, y sugiero, señoría, que el tribunal actúe teniendo en cuenta estos datos, si queremos hacer justicia a su víctima y al código moral de nuestra sociedad, que dicta: No matarás.

Por algún motivo que no se explica, durante la que tendría que haber sido la pausa de la comida se anuncia que el tribunal no se reunirá por la tarde; el caso continuará a la mañana siguiente a las nueve.

El juez no está obligado a rendir cuentas de lo que puede ser algún compromiso urgente en otro lugar; o tal vez le duele una muela, de modo que la visita al dentista se convierte en algo prioritario para él. La gente alega estas enfermedades comunes ante asuntos de vida o muerte. Que se vayan al infierno. Pero uno no puede pensar que un juez actúe así, ni Harald ni ninguna otra persona.

La tensión que Hamilton Motsamai encuentra en sus rostros, concentrada en él, seguramente debe de irritarlo. No, es impermeable pero no indiferente; tiene ya preparada su interpretación sobre lo que ha transcurrido del proceso. Todo va según lo previsto, dice. No hay sorpresas. No hay que preocuparse.

¿Y mañana?

No se le puede preguntar sobre mañana. Mañana tendrá a Duncan en el estrado de los testigos.

No va a revelar su estrategia ni siquiera a Harald y a Claudia; para saber cómo llevará su caso mañana, uno sólo puede intentar deducir alguna idea a partir de la línea que ha seguido hoy con los testigos de la acusación; Duncan está en esas manos.

Tienen razón. Todos. Así es: él y ella no pueden distinguir qué Duncan se ajusta más a la verdad, el descrito por el fiscal, la psiquiatra, Motsamai. Quizás él, de regreso a su celda, lo sepa. Quizá lo sepan ellos, mañana.

– Aunque Natalie James, con la cual usted cohabitaba, trabajaba en la misma agencia de publicidad que Cari Jespersen, donde él había encontrado un puesto para ella, e iba y volvía del trabajo con él, pasaba con él las horas de la comida a diario, ¿no le inquietó la idea de que pudiera estar formándose un vínculo entre ellos?

Por fin Duncan va a hablar. A hablar por sí mismo.

– No.

– ¿Por qué?

La pregunta de Motsamai es el pie de un diálogo que, como todo el mundo sabe, ha escrito él mismo y está ensayado. Pero las respuestas de Duncan no son líneas aprendidas. Harald y Claudia oyen su voz, que les llega como si hablara consigo mismo. Para ellos, es como si oyeran hablar a su hijo sin que él se diera cuenta.

– Porque a Cari no le interesaban las mujeres, sólo como amigas.

– ¿Por qué estaba usted seguro?

– Él era gay. Homosexual.

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