Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Señorita James, ¿está usted embarazada?

El juez detiene inmediatamente a Motsamai; pero el floreo con que Motsamai ha iniciado su interrogatorio a la testigo de la acusación se ha abierto paso por el aire de la sala.

– Señor Motsamai, ¿qué relación guarda con el caso esta intromisión en la vida privada de la testigo? Le ordeno que retire la pregunta.

– Con todo el respeto, señoría, debo decir que es totalmente pertinente a la relación de la testigo con el acusado y las consecuencias trágicas de esa relación. ¿Cuento con su permiso para seguir?

– Espero que su alegación de pertinencia sea correcta, señor Motsamai, y pueda demostrarla de inmediato.

Los dos se entienden; los dos sabían que el juez tenía que poner esa objeción, los dos sabían que la retiraría. El abogado no plantea preguntas sólo para llamar la atención, aunque el efecto inmediato de ésa, en la temperatura del público, haya sido así. Hay agitación y exclamaciones sofocadas. Qué vergüenza. No por su postura grotesca en el sofá, que esperan con ansia poder repasar, sino qué vergüenza, pobre chica guapa, que el desagradable fisgoneo de un abogado saque a relucir delante de todos una de esas cosas que les pasan a las mujeres y, además -regresa una de esas reacciones antiguas, oficialmente proscritas-, que una chica blanca sea tratada así por ese hombre negro cuyo rostro han vuelto tenso y exigente los años en que su raza no habría podido plantearle ninguna pregunta, a ella, a una blanca.

En el momento en que se le hizo la pregunta a ella, a toda la sala, al público, el desconcierto de la joven se convirtió rápidamente en un reconocimiento reticente, irónico, de ese enemigo astuto: ¡nunca debió habérselo contado, al desgaire, por así decir, para hacer más dramático su papel en el bufete!

Motsamai repite la pregunta en voz baja; ella la ha oído a la primera.

– Sí.

Al mirarla, Harald se dio cuenta de que la chica no había dado al fiscal esa información cuando éste la estaba preparando como testigo de la acusación. Y Hamilton debía de haber intuido con astucia que sería así; ella querría estar a la altura del clima moral del fiscal, que, como ella sabía, exigía que él pudiera pensar lo mejor de ella.

– ¿Duncan Lindgard es el padre del hijo que espera?

Ella contestó, no había necesidad de susurrar.

– No lo sé.

– ¿Podría ser hijo de Cari Jespersen?

– Posiblemente.

– ¿No tomó precauciones ante tal eventualidad, esa noche tras la fiesta, cuando se dejó llevar por su impulsividad?

– Así fue.

– ¿Por ese motivo no sabe si el hijo es de Duncan Lindgard, el hombre con el cual usted cohabitaba, o de Cari Jespersen, el hombre con el cual tuvo usted relaciones íntimas esa noche?

– Sí.

– ¿Y la fecha de la concepción, que debe de conocer aproximadamente, desde el momento en que el médico le ha confirmado su embarazo, no descarta a uno de los dos hombres como padre?

– No.

– ¿Cómo es eso?

– Usted lo sabe. Se lo dije cuando me lo preguntó en su despacho. Duncan me hizo el amor por la mañana temprano, el mismo día, así era como terminaban las malas noches.

– ¿Y no le preocupa, no le inquieta no saber quién es el padre del hijo que va a tener?

Natalie aparta el rostro, primero mira hacia un lado, luego hacia otro, lejos de todos, se escapa de la sala arrastrada por la voluntad del público: qué vergüenza. Regresa para contestar a todos.

– Es mi hijo.

Duncan desea empujar a los policías contra las paredes y correr para sostener su pobre frente, su rostro, que pronunciaba palabras groseras contra él, hacerla callar contra su pecho, meciéndola para consolarla del niño que abandonó, Natalie/Nastasia, fue a buscar la muerte y se le escapó; pero no es posible frenar a Motsamai, no se puede detener el proceso. Desde el mismo momento en que él, Duncan, se paró en la puerta, algo se puso en marcha que no puede detenerse.

– ¿No le inquieta pensar en el dolor que esta noticia causará en el acusado, el cual le ha dado su amor y su apoyo fiel, que usted aceptó durante varios años, a pesar de todas sus acusaciones contra él?

– Eso sólo es asunto mío.

– ¿Ésta es su respuesta a la pregunta sobre el efecto que puede tener en él esta noticia, por doloroso que sea?

Es como si, para ella, Motsamai y su acoso no existieran. Repite:

– Eso sólo es asunto mío.

– No le importa. Muy bien. Señorita James, me parece que usted es aficionada a escribir, poemas y cosas así, está familiarizada con distintas expresiones. ¿Entiende el significado de in flagrante delicio}

– No necesito que me lo explique.

– No necesita que se lo explique. ¿Fue usted encontrada in flagrante delicio con Cari Jespersen en el sofá del cuarto de estar donde se había celebrado la fiesta, con las luces encendidas y las puertas abiertas, de modo que podría haber entrado cualquiera, la noche del jueves 18 de enero? ¿Fue el acusado, el hombre que le había salvado la vida y con el que había convivido, quien entró y los encontró allí?

– Sí. -Y el monosílabo se expande a través de la intensa receptividad del público: sí sí sí.

– Admite usted que realizó ante sus ojos el acto sexual con su íntimo amigo. ¿No ha pensado en la angustia que esta última noticia va a producirle, que se sumará al dolor y el sobresalto que le provocó usted cuando la encontró con Jespersen esa noche? Admite que tuvo relaciones con los dos hombres en el período de veinticuatro horas. El hijo es suyo. ¿Qué significa esto? No hay hijo sin padre. ¿Está usted proclamando un milagro, señorita James? ¿Se trata de la inmaculada concepción?

Objeción del fiscal, confirmada; Motsamai retira la pregunta y sigue adelante con un gesto de la mano.

– Tiene dos padres putativos para su hijo. No le importa. Señoría, desearía que el tribunal tuviera esto en cuenta: esta actitud insensible, despreocupada, incluso indiferente, resulta abominable para cualquier persona responsable que sienta debida preocupación por los sentimientos de otra. ¿Cómo se supone que el acusado va a aceptar que a la mujer que ama no le importa si el hijo que va a tener es suyo o no? Este cínico colofón, ¿no es el epílogo final, cruel, a la danza que le hizo bailar a él y que los testimonios que expondremos a este tribunal describen como una vida infernal? Por último, tuvo lugar la provocación extrema, insoportable, a la que lo sometió la noche del 18 de enero, de manera que la actitud del acusado ante la exhibición del acto sexual, cuando al día siguiente encontró al hombre repantigado en ese mismo sofá en el que se había cometido, culminó en un estado tal que su mente se quedó en blanco y, en ese estado, cometió un acto trágico. La parte de responsabilidad de la testigo en esta tragedia acaba de ser confirmada por ella misma. La han confirmado, de una vez para siempre, los sentimientos que ha expresado abiertamente y con total indiferencia ante los malos tratos que, una vez más, inflige al acusado, en esta ocasión al no tener en cuenta sus sentimientos al oír que podría estar esperando un hijo suyo.

– ¿Ha terminado, señor Motsamai?

Sí, como un cantante de ópera que se detiene en la nota culminante, sabe en qué tono debe parar. El público es voluble, se deja guiar por quien tenga capacidad para influir en él, o tal vez está compuesto por una comunidad tal de mirones que incluso se han formado facciones. El juez hace una pausa para tomar el té y, mientras Harald y Claudia salen con la gente, alguien se las apaña para acercarse y dice, reclamando una siseante intimidad: Es ella quien debería estar ahí. Khulu ha llegado hasta ellos e inclina sus anchos hombros para protegerlos abriéndoles paso.

El psiquiatra de la acusación es una mujer, mientras que la defensa ha escogido a un hombre. Por algún motivo, el abogado de la defensa está satisfecho con eso; Hamilton lo explica: es fácil que una mujer, incluso en la postura moral de un juez urbano, sea considerada blanda frente a la integridad de la mujer implicada en el caso, en especial con respecto al tema de la provocación; en cambio, es probable que se considere que un hombre es más objetivo en su profesión. Claudia sonríe tras el puño que tapa su boca.

– Así son las cosas, querida doctora.

Hamilton les hace un breve resumen en los pasillos llenos de ecos, justo antes de que vuelva a iniciarse la sesión. Las voces, los diálogos de otras personas en un momento difícil, rebotan en el vacío de los altos techos, pero Harald y Claudia sólo oyen la conversación con el hombre que los tiene en sus manos. Su confianza es como la copita de coñac que ofrece en el bufete, un calor que pronto desaparece de la sangre. El fiscal sigue con su caso, llamando a la psiquiatra. La mujer irradia competencia desde la piel pecosa de los pechos que asoman tras el escote, como muslos fuertemente unidos, mientras testifica que la capacidad intelectual del acusado es alta y que éste está en pleno uso de sus facultades mentales.

– En su opinión, ¿ese nivel de inteligencia y esas facultades mentales lo hacen responsable de sus actos, incluso en situaciones de tensión?

– Sí. Al acusado no le pilló por sorpresa totalmente lo que vio esa noche después de la fiesta. Creo, a partir de nuestras conversaciones, que él abrigaba sospechas sobre la situación antes de que se encontrara con la pareja en pleno acto sexual. Se había erigido en custodio de la moral de su pareja, lo que era una fuente constante de peleas y de conflicto entre ellos. Hay presente una profunda animosidad subconsciente en su apasionada posesividad hacia ella. No quería hacer frente a la realidad de la personalidad de ella, aunque ella era franca con él y él se enorgullece de ser defensor de la libertad personal, incluida la libertad sexual. Abrigaba siempre sospechas de que ella le era infiel, estuvieran justificadas o no. Tenía un apego hacia ella obsesivo, evangélico, que se manifestaba en su deseo de dirigir de modo racional y práctico cada aspecto de su vida.

– El día de inacción que transcurrió después del descubrimiento de la pareja, ¿encaja con esta racionalidad?

– En mi opinión, sí.

– Un día de inacción, contemplación, seguido de acción, ¿encaja también con una conducta deliberada?

– Sí. Tiende a dar muchas vueltas a las cosas. No actúa de manera impulsiva. Planifica. Planificaba toda la vida de esa mujer sin su deseo ni consentimiento.

– Así pues, ¿cree que pudo haber disparado a Jespersen «siguiendo un impulso», veinticuatro horas después de que hubiera descubierto a la pareja en situación comprometida?

35
{"b":"95897","o":1}