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Eso era todo.

Claro que nunca haría nada semejante. Por ese motivo no hay nada que explicar a esa pobre pareja cuando viene a sentarse con él en la sala de visitas. El no sabía lo que había, hay, dentro de sí mismo, y ellos, desde luego, tampoco podían saberlo. El hábil abogado debe inventar alguna explicación. Ahora estamos en tus manos, bra. Fue el abogado quien le contó que la autopsia confirmaba que Cari, Cari Jespersen, había muerto de un disparo en la cabeza. Así fue como llegó a creérselo. No vio sangrar a Cari. No había esperado a ver la consecuencia del gesto de coger el arma. Huyó, como había huido al jardín cuando tiró y rompió una lámpara en el dormitorio de su madre, cuando era pequeño. Si la pena de muerte tiene que cumplirse, quizá su cerebro deba destinarse a la investigación; quizá en él se encuentre alguna explicación que pueda ser útil. A la sociedad. Todo lo que puede hacer para los dos de la sala de visitas es confiar en que la sociedad no los someta a demasiada publicidad cuando empiece el juicio. Él tiene una posición destacada en el mundo de los negocios que lo convierte en objetivo interesante para determinados periodistas, ella tiene una posición que la convierte en objetivo en el sector de buenas obras para la humanidad; a la gente le gustará ver lo que los fotógrafos de prensa pueden mostrar de unas personas de buena posición cuyo hijo ha hecho lo que él nunca podría hacer. Aunque quizá el proceso pase inadvertido, qué es un asesinato de interior (en el terreno familiar de las zonas residenciales), o una oscura pelea de enamorados, qué son unos celos domésticos, o algo así, entre homosexuales, en comparación con la espectacular violencia pública gracias a la cual se pueden filmar o fotografiar personas muertas en las calles por el fuego cruzado de los nuevos comandos, contratados por taxistas y traficantes que han aprendido su táctica de los comandos estatales del antiguo régimen, con toda su gama de métodos para «eliminar de modo permanente» a sus adversarios políticos, que van desde hacerlos volar con su coche y un paquete bomba hasta acuchillar sus cuerpos una y otra vez para asegurarse de modo cruento de que las balas han hecho su trabajo.

Tal vez pudiera encontrarse algo en los lóbulos del cerebro que explicara cómo todos, todos ellos, él mismo, podían hacer esas cosas; seguir hiriendo, atacando y, como logro final, matar. Un arma doméstica. Si no hubiera estado allí, cómo podría defenderse uno, en esta ciudad, para no perder su equipo de música, su televisor y su ordenador, su reloj y sus anillos, para defenderse de ser amordazado, violado, acuchillado. Si no hubiera estado allí, el hombre del sofá no estaría bajo la tierra de la ciudad.

Era un niño feliz, ¿verdad? Claudia no tuvo que plantear a Harald esta pregunta. Claro que lo era. ¿Qué tenían que recordar, según había dicho el abogado, «de aquellas cosas que daban por concluidas y liquidadas»? Como si tuviera que haber algo escondido; de él; de ellos. Qué quiso Duncan de ellos. Qué necesitó de ellos.

¿Todavía tienes la carta?

En uno de esos archivadores del viejo armario que trajimos cuando nos mudamos. Pero sólo está la primera página.

Sí, él se acordaba; habían pensado en ello, era inevitable, en toda su confusión tras aquel viernes por la tarde. «Ha sucedido algo terrible», escribió el niño. Habían discutido a cuál de los dos correspondía decir a su hijo «estaremos siempre contigo. Siempre».

Estaba pensando que podría interesarle a Hamilton. Pero supongo que no. La carta no traslucía ningún tipo de impresión especial, el chico parecía haber hecho frente bastante bien a lo que pudiera suponer para él la historia de ese niño que se había colgado. Fuimos nosotros quienes nos sentimos tan inquietos.

Que no lo escribiera claramente no quiere decir que no lo sintiera. Que no estuviera alterado, asustado.

Pero no pudo escribírnoslo. Sí. Por qué.

Los niños no dicen las cosas abiertamente. Ofrecen una versión u otra que los mayores deben interpretar. Lo veo cuando intento diagnosticar a un niño.

Él alzó la cabeza y su mirada vagó por la habitación, negando, buscando. Uno de ellos -Claudia, él, qué tonta discusión habían tenido por intentar justificarse-, los dos, habían establecido un compromiso con el chico. No hay nada que no puedas decirnos. Nada. Pero no había sido capaz de contarles nada de lo que lo condujo hacia ese viernes por la tarde, cuando le sucedió algo terrible. No les había contado que quería a un hombre, o que, por lo menos, lo deseaba, que estaba explorando esa emoción, aunque le habían enseñado a expresar sus emociones, qué tontería eso de que los niños no lloran. No les había contado que había sacado a una chica del agua, que vivía con ella en conflicto con su deseo de morir. Les presentaba mujeres jóvenes y tomaban una copa en la terraza del adosado; una hora de charla sobre los acontecimientos públicos de la ciudad, las vacaciones, tal vez la política, un intercambio de anécdotas y risas, de opiniones sobre un libro que él y su padre habían leído, y no siempre volvían a ver a la mujer. Esta, con la que parecía tener una relación permanente, no la habían visto mucho; él iba a verlos solo, uno está siempre en casa para su hijo, y se quedaba a comer con ellos. Entonces se daba una vieja forma de intimidad, lo que podría llamarse un reconocimiento entre los tres; hablaban, en esta intimidad, de asuntos de familia, de sus experiencias en los distintos mundos de sus trabajos, él decía a su madre que le preocupaba que trabajara hasta tan tarde, y discutía con su padre la posibilidad de escindirse de la empresa para la que trabajaba y empezar a ejercer su carrera de modo más acorde con sus criterios estéticos. En una ocasión, Harald le preguntó: Estás enamorado de esa chica, y él pareció aceptar la afirmación procedente del exterior.

– Creo que sí.

Pero admitir eso era decir que el amor era un asunto complicado; había dificultades. Harald, Claudia, tenían que haberse dado cuenta. Pero ahí estaba la libertad, su derecho a su propia intimidad: su forma de amor por él.

El compromiso no tenía ningún valor.

Había sido el compromiso más importante de su vida. Sin él, todas las personas cuya vejez Claudia aliviaba, y los hombres, mujeres y niños cuyas heridas de diverso tipo cuidaba, no eran nada, y sin él, todo el amor a Dios de Harald no era nada. Y si él hubiera podido -no, hubiera querido- acudir a ellos, ¿habrían sido capaces de detener a tiempo lo que había sucedido? ¿En qué momento, en el desorden que estaba apoderándose de su vida, habría sido posible? ¿Cuando, cuál fue el punto a partir del cual ya no había retorno posible? Cuando la chica fue resucitada -la forma básica de decir «salvada»-, ¿podría haber sido prevenido, protegido, de su deseo de «salvarla» en el sentido último, reconciliarla con la vida, si resultaba obvio que la autodestrucción era la dinamo de ella, la energía misma que lo atraía hacia ella?

O había un punto anterior a la chica. Pensaron -todo esto iba saliendo a la superficie y hablaban de ello con frecuencia- en el episodio homosexual. Si es que era eso: un episodio. ¿Se trataba de algo que podía haber sido detenido? ¿Podía verse, diagnosticarse, como el principio de una desintegración de la personalidad? ¡Y acaso no era el suyo un juicio típicamente heterosexual, que consideraba la homosexualidad como una «desintegración»! Si les hubiera hablado de esa atracción, quién sabe si habría sido lo correcto aconsejarle en un tono mundano, sugerirle que sólo estaba bajo la influencia del ambiente de aquella casa, de una moda, de la seducción de un vínculo afectivo entre hombres en un período -su acceso a la edad adulta- y en un lugar donde los grupos sociales se encontraban en transición. En esa casa, como decía el dicho, no había problemas entre blancos y negros: en la cama todos somos hermanos.

Pudo ser eso.

Sin embargo, más tarde, Harald pensó en todo eso solo, por la noche, y volvió a la cama, donde la encontró despierta. Quizá si hubiéramos tenido una oportunidad, si hubiera podido acudir a nosotros en ese momento, habría sido un error ver el asunto con Jespersen como un episodio. Quizá, para él, suponía estabilidad.

Te refieres a la vida en la casa. De aquella manera.

Sí. Exceptuando a la chica: eso fue un intento para convertirse en algo que no es. Una persona como nosotros. No sé qué se siente cuando uno desea hacer el amor con un hombre. No sé si habría deseado huir de mí mismo. Cuando uno procede de un medio como el nuestro. Quizá debería haberse quedado con los hombres. Si eso era lo suyo. Si no con Jespersen, podría haber alguien más, y habrían tenido en la casita una vida juntos mejor que el lío sórdido en el que se metió con una mujer.

Ella se incorporó y se levantó de la cama de ambos.

¿Qué haces?

En la ventana, apartó las cortinas, la noche era negra y brillante, como carbón húmedo, y un avión de camino al aeropuerto llevaba consigo su propia constelación de luces de aterrizaje entre las estrellas. El mundo era testigo. ¿Crees que eso es lo que habría querido de nosotros?

Vuelve a la cama.

Lo que descubrían en el otro los había acercado, uniéndolos como no lo estaban desde que se conocieron, cuando eran jóvenes y se adentraban en la novedad de la peligrosa intimidad humana.

El Tribunal Constitucional está deliberando sobre el veredicto y Harald y Claudia no tienen información sobre cuánto tiempo puede durar eso.

Para ellos, su hijo ya ha sido sometido a juicio -ese juicio en un tribunal distinto de aquel ante el que tendrá que comparecer- y está esperando un Juicio Final por encima de cualquier otro que pueda estar dentro de la jurisdicción que se impondrá cuando se vea su propio caso. Motsamai se muestra comprensivo y condescendiente, y les reitera su seguridad.

– Ya sé que no me creéis. Ejeee… Ya sé lo que pensáis: ¿qué puedo saber yo si la cuestión ha sido discutida ante la más alta autoridad que tenemos, si exceptuamos al presidente del país y a Dios mismo, y si los jueces no han sido capaces de llegar a una conclusión? Pero pueden tardar semanas. Mi preocupación por mi cliente no abarca ningún temor sobre el resultado. La conclusión supondrá el fin de la pena de muerte. Me preocupa demostrar sin ninguna duda que este joven se vio arrastrado por las circunstancias a actuar de modo totalmente contrario a su naturaleza. ¡Esa mujer y el individuo que, en otra ocasión, fue algo más que amigo suyo, lo traicionaron hasta volverlo loco!

Había más gente en un momento difícil esperando ser recibida por él. Los acompañó hasta la puerta del bufete.

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